Tuesday 10 April 2012

la piscina

queridos y queridas, me he apuntado a un gimnasio.
por diversas razones y complejos razonamientos pero la más obvia, el tamaño de mi pandero.
tanteé opciones. por un lado, estaba ese gimnasio barato no, lo siguiente. y cutre no, lo de más allá. por otro, el súper lujoso de la muerte y caro que te caes. al uno había que ir en cercanías, al otro en bus.
obviamente, no me apunté a ninguno de los dos. seamos sinceros, si ya cuesta ir, no te digo ya si encima hay que depender del transporte público londinense. una no va al gimnasio en cama porque no puede.
buscaba un centro a tiro de piedra. de esos que, si me apuras, una puede bajar hecha una pelota arrastrando la mejilla derecha por el asfalto.
y lo encontré.
a menos de diez minutos de mi casa (ojo, y cuesta abajo), había un gimnasio a mi medida. cercano (creo ha quedado claro), acogedor, con variedad de clases, con piscina y (redoble de tambores) solo para mujeres.
en efecto, siguen existiendo los gimnasios femeninos. ya habrá quién piense "solo femenino? pero bueno, qué estamos, en la edad media?"
antes de que a esa persona le vaya a explotar la carótida, explico.
mi barrio (en especial mi casa) es frontera de diversas culturas. culturas digamos, reacias a que sus mujeres lleven la falda por encima del menisco (o del tobillo, depende).
así que mi gimnasio es el lugar perfecto donde, entre bicicleta y abdominal, descocarse y marujear a placer. yo no las entiendo, pero el lenguaje corporal es universal, queridos y queridas, y el marujil ni os cuento.
para calentar motores me apunto a aqua gym. mi madre, experta en darse bailoteos acuáticos, me lo recomienda. yo no soy quien para desobedecer a una madre.
total que me presento con equipamiento completo. toalla, chanclas, bañador de competición, gorro morado y gafas. que no sea porque no lo intento.
y allí están ellas. juntas pero separadas.
dos caribeñas de risa contagiosa que no saben nadar, tres judías ortodoxas que por su gesticulación planean (mínimo) la defunción de uno de los parientes, una india con bañador modelo "pijama" (manga hasta la muñeca, pantalón hasta tobillo), una inglesa con el gorro de la ducha puesto que no ha visto una epilady en su vida y, he aquí el misterio, dos señoras de nacionalidad desconocida con gorros azules más napoleónicos que de piscina. les sobra por todos lados, con una punta en la frente, otra punta en el cogote. me las quedo mirando. me miran. me voy a la ducha para disimular.
la piscina es la mitad de la mitad de lo que os podáis imaginar. tres calles y da gracias. comienza la clase. una no tiene la potencia de michael phelps ni, mucho menos, la gracia de esther williams pero en comparación soy un delfín, no digo más. hay una, la inglesa, que parece que se entrena para las olimpiadas, pero como siga así le va a dar un infarto. un tanto apelotonadas, las caribeñas, las judías ortodoxas, la india, la inglesa, las napoleónicas y yo botamos, y saltamos, y meneamos nuestros hermosos panderos a ritmo del waka-waka. me siento bill murray en lost in translation. a veces me entra la risa, de esas que expresan un "menos mal que esto es solo para mujeres".
la clase acaba. de tiempo y con mi dignidad. pero el jueves que viene estaré ahí de nuevo.
la dignidad está sobrevalorada.
al salir de la piscina, y mientras me voy secando, observo que, al lado de la salida hay un dispensador metálico. de qué? me entra la curiosidad y me acerco. por lo visto de patucos de plástico, por si a una se le olvidan las chanclas, poder pasar a la piscina. entra una mujer, deja la toalla a un lado, coge un patuco azul y, sin perder un ápice de seriedad, se lo coloca en la cabeza.
misterio resuelto. y con dos pares.
mientras subo las escaleras hacia los vestuarios me cruzo con una mujer con una media cortada color carne de gorro.
definitivamente, la inventiva del ser humano no tiene límites. (y gracias).