Friday 24 May 2024

Los trabajos lentejas



Queridas y queridos, ha sucedido.

Yo no quería. He luchado con uñas y dientes. Pensé que ya me había librado. Que todo había quedado atrás. Que había llegado al podium y que ya no habría quien me bajase de este.

Qué equivocada estaba.

Ha vuelto. Sin avisar. Sin anunciarse apenas, un zasca en toda la cara a mano abierta.

El trabajo lentejas.

¿Que qué es un trabajo lentejas?

Aquel que no queda más remedio que coger cuando el de tus sueños lo tienes que aparcar durante una temporada,  por múltiples y diversas razones que ahora no vienen a cuento.

Efectivamente, un compendio de elementos se han unido y alineado para que, una servidora, acabe cobrando ocho euros la hora de nuevo. 

Os cuento...

Aquí una ilusa, se las creía a salvo, con sus ahorros metidos en el banco cuan Tío Gilito. Pero, ¿qué pasa? Que el dinero  no se reproduce en el tiempo si se gasta, oh sorpresa, si no que desaparece, casi por arte de magia.

Así que un día te encuentras con la cuenta tiritando, intentando salir de una depresión, con la ansiedad por las nubes, un trastorno alimenticio y con cero trabajo en rodajes de cine desde hace casi dos años. Hay que hacer algo, lo que sea.

Trabajar en una peli no podemos por diversas razones. Ha explotado la mayor huelga en el cine en Hollywood (recordemos que yo vivo de ellos), la ansiedad ya citada te sube hasta el ojo izquierdo en plan tic, y la Navidad está a la vuelta de la esquina.

Así que un par de personas de tu círculo más cercano familiar te comentan...viene la campaña navideña.

A ti se te humedecen los ojos, en plan Candy Candy. No de la emoción, sino porque sabes qué quiere decir esa frase...intenta conseguir un trabajo lentejas. Aquel en el que tu cerebro realiza las funciones justas, aquel en el que la monotonía y el aburrimiento se dividen en partes iguales. Aquel que por el mínimo sueldo interprofesional, te dejas los pies y la espalda. Aquel que sustenta a medio país.

Y como a veces, mencionar, citar, verbalizar, es como abrir las puertas del universo, al poco tiempo de plantearte el curro lenteja te llega una notificación al mail de trabajo en...redoble de tambores...queridas y queridos...¡el mismísimo Primark!

Espera que me cuesta respirar, Marisa.

El mensaje del cosmos está claro como el agua. Pero a zambombazos.

Una, que ya sabe cómo se las gasta el destino, manda el currículum, sí. Pero como con desgana. Como floja. Como que si hay una errata no pasa nada. Como que si no me cogéis para la entrevista no es el fin del mundo.

Pero por supuesto que te pillan para la entrevista ¿Acaso lo dudaba alguien a estas alturas de mi vida? No te dan el trabajo allí mismo en la oficina porque hay un protocolo que seguir, que si no sales con la camiseta de Primark puesta y el contrato firmado con una grapa en la frente.

Así que llega el día de formación. Efectivamente, para ser dependienta de la cadena de ropa más grande de Europa (que me perdone Amancio), hay que pasar ocho inaguantables horas durante las cuales "aprendes" desde qué hacer en caso de emergencia, pasando por una clase "flash" de cómo atender en caja, hasta llegar a la conclusión de que los cutters son peligrosos.

Ea. Y ahí te las apañes.

Porque al día siguiente, no solo te lanzan al vacío, sino que no te dan ni paracaídas. ¿Qué quiere decir? A caja directamente.

Introduce tu número personal que por supuesto no te sabes aún y que llevas escrito en un minúsculo post it dentro de un sobre de plástico verde fosforito, a la vez colgado por el cuello como el cencerro de una vaca. Y aquí entras en un mundo de unicornios y arco iris. Hay más de mil opciones. Y dentro de cada opción, otras mil más. Así que, con las canillas temblando, le das al botón de "siguiente cliente". Se acerca una señora, que podía traer un set de bragas y una camiseta, pero ella viene con la bolsa más a reventar que la cinturilla de Falete. Ella se percata enseguida de tu status (la gota de sudor en la frente te delata). Y te mira como diciendo, "ya me ha tocado la nueva". Empezamos cojonudo. Descargas, como te han enseñado, tooooooooditas las prendas de la señora en el mostrador. Se forma una montaña que casi no ves la nariz a la señora. Y aquí comienza el cristo. Ponte tú a pasar prenda a prenda por el escáner y dobla que te dobla a la bolsa. A ver, que yo te doblo una camiseta, pero si me toca una batamanta me dobla ella a mí. Así que venga a pelearme con la batamanta, con sus mangas y sus pliegues, y la señora cada vez con peor cara. Por supuesto, cuando metes la batamanta en la bolsa, recordemos, de papel, la bolsa se rompe. O sea, saca otra bolsa y empieza de nuevo. La señora suspira. Tú ni respiras. Y ahora pasa cada pendiente, cada pulsera, cada calcetín bajo la atenta mirada de la señora que masca chicle como si estuviese pensando en tu cabeza.

Consigo, por fin, meter todo en tres bolsas sin que se me rompan.

"Quiero pagar la mitad en efectivo y la mitad con tarjeta", me dice ya sin mirarme si quiera.

Estupendo. Toco el timbre para que me ayude una compañera. La señora vuelve los ojos a la altura del cogote quedándose con los ojos como Belén Esteban. Vuelve a suspirar. Yo sigo sin respirar. Vuelve a mascar chicle. Yo estoy que quiero salir corriendo de ahí como un guepardo. O como una chita, porque me siento una simia. 

Mi compañera, a la velocidad de la luz, divide y vence a la máquina logrando cobrar a la señora en un tiempo récord. La señora, como es lógico se va farfullando frases incoherentes pero que sospecho tienen algo que ver conmigo. Mi compañera, muy sonriente, y como enunciando la obviedad del asunto me dice, "¿Ves?, es muy fácil".

Yo estoy más confusa que Carmen Lomana en un banco de alimentos.

Pero no solo consigo atender al siguiente cliente, sino a muchos más. Muchos, muchos, muchísimos más. Las horas se me hacen eternas. Tengo la impresión de que estoy yendo de cabeza hacia mi vejez de una forma supersónica. Y lo único que sale de mi boca son cosas como, "buenas, gracias por la espera", "¿quiere bolsa de papel o reciclable?", "¿quiere quedarse con las perchas?", "¿tarjeta o efectivo?".

¡Ah! Y que te venga siempre con el precio por el amor de dios, porque si no te toca salir del calor de tu caja, a la auténtica selva que es la tienda en busca de, por ejemplo, una vela aromática con forma de papá noel (recordemos, Navidades) rodeada de seres humanos totalmente trastornados que en cuanto te ven con la camiseta azul turquesa (y creedme, no solo la ven, la huelen), se te lanzan con doscientas mil preguntas que eres incapaz de contestar porque llevas tres malditos días y no, no sabes dónde está el jersey de cuello vuelto rojo con los puños fruncidos, señora. Por no saber, no sabes dónde está la maldita vela aromática con forma de papá noel que has salido a buscar.

También puede ser que no haya mucha gente para las cajas (no suele ser lo habitual) y te mandan a doblar. Que yo al principio hasta lo agradecí. Vas a tu bola, hablas con los compañeros, observas tranquilamente la gente que por allí pasa...los perritos que se mean en la sección 8, las parejas que discuten, el tantrum del niño y la consecuente colleja de la madre al susodicho...vamos, lo típico. Pero ay, virgen del santísimo socorro como te digan que tienes que ir a doblar a la sección 4. Ahí, se te caen los palos del sombrajo. No hay lugar más temido en Primark que los veinte metros cuadrados que ocupan las dos isletas para los pijamas de niños. Es como un agujero negro. Sabes cuando entras, pero nunca cuando sales...y cómo sales. Despeluchá, como sacada de una batalla. No solo estás rodeada de padres con sus respectivos hijos que se dedican a desordenar TODO aquello que se encuentren medianamente en su sitio. No. Es que los padres, con sus santísimos, te revuelven el género como si fuera un mercadillo de domingo. Que sí, que ya sé que no estamos en El Corte Inglés, pero es que, después de haber tocado TODOS los pijamas...TODOS...te preguntan que si tienes el pijama de los minions en edad de 3 a 4 años. Y tú les tienes que contestar amablemente, por supuesto. No faltaría más. A pesar de que lo que realmente te apetece es hacerles una llave de judo con el pijama de los minions de 3 a 4 años que tenías en la mano. Tan solo hay una "salvación" a esa jungla...que te llamen de nuevo a cajas. 

Hay compañeras que tras el turno se quedan a comprar "aprovechando" el 15% de descuento que tenemos los empleados. Queridas y queridos, cuando llega mi hora soy Speedy Gonzalez, Flash Gordon. Salgo que me sale tupé. Soy Wonder Woman, esquivando preguntas de clientes con mis antebrazos. Y no es hasta que llego a mi coche que no respiro.

"Pau, eres un poco drámatica", pensaréis. 

Lo que os cuento aquí no es ni una décima parte del infierno. Creedme. Todo el mundo debería trabajar de cara al público un mes en su vida para saber lo que es esto.

Acabé mi etapa navideña un tanto traumatizada, he de admitirlo. Tanto es así que tardé cuatro meses como cuatro soles hasta tener el valor de volver. Y cuando volví, casi me caigo de culo. Lo habían remodelado entero. Había hasta tienda de helados y sección para hacerse la manicura. Pero con lo que realmente se me cayó la mandíbula al suelo fue cuando fui a pagar mi set de cuatro bragas a tres cincuenta. Y es que habían colocado cajas de auto-servicio. No pude evitar en pensar que dentro de exactamente seis meses comenzará de nuevo la campaña navideña, y con ella las colas y las mala leche. Lo de siempre, pensaréis. 

No, queridas y queridos. Desde luego que habrá colas infernales y mala leche perpetua, pero en modo de auto-servicio. Todos esos padres con los niños encalomados a la pierna, parejas con tres bolsas llenas, señoras y señores sin ningún tipo de educación...todos teniendo que pasar sus prendas una a una, doblarlas y colocarlas en la bolsa de papel...no pude evitar una sonrisa ladeada y una risa malvada interna...

De verdad, no lo pude evitar.