Queridas y queridos, me gustaría deciros que con la edad una va aprendiendo de sus errores y madurando.
Mentira.
Parece que cuanto más lejos vemos algo, más cerca lo queremos. Cuanto más difícil, más ansiedad por tenerlo. Y si el universo te dice que no, tú le haces un corte de mangas y le gritas "¡Por mis ovarios!"
A mi me pasa con el gimnasio. Los más fanes de este blog lo saben de sobra.
Para los nuevos o los que quieran recordar a qué me refiero, os dejo Zumba en el infierno (primera parte).
El caso, que me lío. Como ya sabéis ando en una casa nueva, y con ella barrio nuevo y, obviamente, gimnasio nuevo...¡Yuhuuu!
Yo no desisto, ni desistiré en mi objetivo.
Más aún, si veo que hay clase de zumba o aerobic me tiro en plancha. Así que aquí no iba a ser diferente, claro. Y, cómo no, pues nos pasa de todo. Porque no aprendemos, porque nos va la marcha, porque parece que es adictivo esto de hacer el más auténtico ridículo.
Me explico.
Como hace mucho que no meneamos este pandero que dios nos ha dado, decidimos comenzar con Aerobic básico. Sí, soy una kamikaze, pero de algún error he aprendido, y me digo que mejor comenzar con algo suave, sencillito, que no suponga dejarme medio pulmón en el parqué de la clase.
Así que, con mi bolsita para el gimnasio, con su toallita y su agua y todo, me dirijo a mi primera clase con auténticos saltimbanquis dentro del estómago. De lo ansiosa que estoy llego pronto, así que subo las escaleras que van a la clase y me siento en el banco que se encuentra frente a ella. Cada dos segundos miro el reloj. En la lejanía comienzo a escuchar un "click" que se acerca muy poco a poco. ¿Qué tipo de pasos haremos? Click ¿Podré seguir el ritmo de la profesora? Click ¿Cómo serán l@s alumn@s? Click. Espero que maj@s...
Click, click, click...
El click no es otra cosa que un taca taca llevado por una señora digamos octogenaria subiendo las escaleras. Lo juro.
"¿La ayudo?" "No, gracias joven".
Click, click, click...
La señora se sienta a mi vera.
Desde el fondo de las escaleras otro sonido. Esta vez, resoplidos. A cada paso, un "ufff", o un "my goodness", o un "ay". Otras dos señoras de avanzada edad, estas sin taca taca, cogiéndose a la barandilla como si no hubiese un mañana, van subiendo las escaleras como pueden. Al llegar a lo que parece la cima del Kilimanjaro, nos saludan sin casi aliento y se sientan a mi otro lado.
La clase anterior termina y la profesora abre la puerta. De ella salen l@s alumn@s, lozanos y frescos como manzanas.
En contraposición, las dos señoras a mi derecha, la del taca taca a mi izquierda, y yo entramos...a nuestro ritmo, claro...
Dejo mis cosas en una esquina de la clase, me pongo a observar, y es cuando flipo.
Un señor entra acompañado de lo que parece ser su cuidador. Dos señoras afros, apoyadas la una en la otra, entran a clase a paso caracolil.
¿Pero dónde coño me he metido?
Muy, pero que muy lentamente, cojo mi bolsa y salgo sin que nadie note que estoy haciendo un "mutis por el foro". En cuanto bajo las escaleras acelero no vaya a ser que me digan algo. De paso, me cruzo con lo que viene siendo el inserso entero.
Ahora entiendo lo de "Aerobics basic"...joder, y tan básico.
Algunos me diréis que me podría haber quedado para subir la autoestima...pero la verdad, creo que por ahora voy a dejar esa clase para un futuro (espero que) lejano.
Pero, no había tiempo para pensarlo mucho.
Al día siguiente tocaba Zumba.
Traumatizada por el día anterior y por mis experiencias del pasado, entro temblando a clase. Ya hay gente. Respiro un poco más tranquila. La media de edad es variopinta y, esencial, no hay taca tacas a la vista.
Hasta el ambiente es diferente. De fondo suena una música medio reggae que ayuda a relajarse un poco.
Pero si algo hemos aprendido de errores del pasado es que hay que mantenerse alerta en todo momento.
Yo, por si acaso, dejo mis cosas cerca de la puerta de la clase, no vaya a tener que hacer un Houdini en cualquier momento, como el día anterior.
La profe aparece. Y lo sé porque va saludando a todos como si fuera la reina de Inglaterra.
Es una afro, alta y estilizada con un moño en lo alto de la cabeza como si fuera la directora de la escuela de Fama. Pero, para mi sorpresa, va con una camiseta de los "Smashing Pumpkins".
Esto promete...
Después del típico discurso de quién es nuevo (yo me escondo detrás de la que tengo delante, claro) y si alguien tiene algún tipo de lesión, nos comenta con una sonrisa de lo más amable que aquí hemos venido a pasarlo bien, no a hacer pasos perfectos. Si no nos salen a la primera, pues a la segunda, y si no, hasta que salgan. Pero que lo importante es disfrutar.
Claro, a mí con ese discurso me gana. Pero, lo que es peor, me relajo.
Me relajo porque me digo, "es verdad, joder, que no somos Beyoncé, ni su cuerpo de baile, ni nada de nada. ¡A disfrutar!"
Empezaremos, comenta la profesora, con un calentamiento.
Yo, a tope, a lo Rocky Balboa, "Dame calentamiento, pasos, coreografía, lo que sea, que aquí estoy yo", me digo.
Ilusa...
Mi otro yo, ese que me conoce de toda la vida me mira y niega con la cabeza..."pero alma de cántaro, ¿no has aprendido nada?"
Parece ser que no. Porque, a la par que yo me relajo inocentemente comienzan a sonar los tambores de la música. No son sutiles, ni van de menos a más, no. Son repentinos, ancestrales, tribales y entonces ocurre...
Esa mujer en la que yo confiaba por llevar una camiseta de los "Smashing" grita: "cinco, seis, siete y..." y se convierte en un ser capaz de hacer pasos y posturas imposibles, contorsionismo puro y duro.
Me sentí como las bailarinas que observan anonadadas a la Tia Vivian del "Príncipe de Bel Air" hacer sus pasos perfectos, precisos, de otro planeta.
No lo explico, lo muestro:
Vayamos por partes.
Yo, para empezar, es que no sabía ni dónde meterme. Intenté, por lo más sagrado, seguir a esa mujer. Qué digo mujer, ¡diosa del Olimpo! Pero es que no había santa manera de coger un puto paso. Cometí el craso error de mirarme en el espejo por una milésima de segundo, y parecía que me estaban electrocutando. Mi cuerpo, no sabía hacia dónde dirigirse, hacia donde moverse, hacia dónde ir. No sabía cómo gestionar toda esa información...los pies por un lado, las manos por otro, la cabeza hacia abajo, las caderas a hacer twerking. Lo que viene siendo un sindiós. ¡Y eso era solo el calentamiento! Agarrémonos que vienen curvas...
Además, como en toda clase, tenemos nuestros grupitos.
No nos engañemos, en realidad poco o nada ha cambiado desde el colegio. En primera fila tenemos a las tres que se saben al dedillo las coreografías. En este caso hay una especialmente brusca que, como te pongas en su camino, te hinca el codo en toda la piñata, sin que se le mueva un pelo del flequillo. No sé si se ha confundido de deporte porque debería estar más en un equipo de rugby que en uno de baile. En serio, miedito.
Las otras dos que la acompañan son las que se acercan a la profesora entre cada canción. ¿Para qué? Es un misterio. No sé si es para hacerle la pelota, hacernos ver a las otras que tienen una relación especial o yo qué sé. A mí, personalmente, me toca lo que viene siendo el...bueno, ya me entendéis. Que luego mi madre dice que uso demasiados tacos. Yo solo lo hago por el efecto poético-literario. Pero bueno...
Ya me he liado otra vez.
El caso es que además del triunvirato en primera fila tenemos a varias señoras afros con sus buenos panderos a las que se la suda un poco la coreografía. Ellas van con sus coloridos pañuelos en la cabeza, sus toallas alrededor del cuello en plan boxeador y, algunas, incluso con un ventilador portátil en mano mientras bailan y hablan entre ellas. Ahí se ve que la menopausia ha pegado fuerte, porque las pobres mías sudan como si estuvieran en mitad del Sáhara en agosto. Por otro lado, estamos las de la última fila, las que no tenemos ni puta idea de lo que estamos haciendo. Por esa regla de tres, deberíamos estar al principio, pero entonces corres el riesgo de que la retaco agresiva te mande para Cuenca de un zurriagazo. Así que mejor, al final del todo, que aunque no vemos un pijo, por lo menos salimos vivas de clase.
Bueno vivas...es una forma de hablar. Porque después de bailar una hora a ritmo de canciones con tambores, samba y alguna que otra de reggeatón, acabas la clase como una oruga, reptando y despeluchada.
¿Eso hará que desistamos?
¡Por supuesto que no!
Seguiremos dando saltos, desencajándonos la cadera y sudando la gota gorda cada martes, jueves y sábado porque yo me debo a vosotr@s, mi público, y tod@s sabemos que aquí va a haber una tercera parte.
Eso lo sabe hasta la Tía Vivian.
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