Saturday 10 August 2024

Paulímpica


 Queridas y queridos, yo podría haber sido deportista olímpica. 

O al menos es lo que pienso cada cuatro años.

Es ver el mínimo atisbo de cualquier deporte en la televisión y pensar...esa podría haber sido yo.

Pensaréis, "estás de broma, ¿no?"

No puedo decirlo más en serio.

Lo que algunos no sabéis es que como buena géminis que empieza todo y no acaba nada, he practicado en algún momento de mi vida casi todos los deportes olímpicos. Y los que no he practicado, creo fervientemente que lo podría haber petado si me hubiese dado la gana.

Pongamos como ejemplo la gimnasia artística. Nunca lo intenté pero, tumbada en el sofá, mando a distancia en mano mientras veo a Simone Biles hacer su tripe Tachenko con milimétrica perfección, me digo, eso lo podría haber hecho yo. Y lo pienso conscientemente. De hecho si te fijas un poco verás cómo una servidora hace esos movimientos "artísticos" de mover las manos como si espantaran una mosca mientras barro mi cuarto. Ya lo del triple Tachenko, para otro momento. Eso sí, practicas el saludo de entrada y salida al aparato y te sale que ni la Comaneci.

Sí que probé la gimnasia rítmica de pequeña. Tuve pelota y cinta propias y todo. ¿Para qué? Nadie lo sabe. Bueno sí, porque la niña se emperró en que quería ser gimnasta. Sin embargo dios me dio muchas cualidades pero la elasticidad no fue una de ellas. Mientras tanto, mi hermana Alex se contorsionaba como si fuera un pretzel, mazas en mano incluidas. Tupendo.

También hice natación. De hecho gané algún bronce en los campeonatos que se hacían en la piscina de la urbanización de casa de mi padre. Estamos hablando de niñas y niños de siete u ocho años sí, pero la lucha por el metal era encarnizada. Había ceremonia de medallas y todo. 
Luego llegaron las clases oficiales de natación después del cole y ahí se jodió todo. Porque, ¿qué futura nadadora va a tomar lecciones para perfeccionar su estilo de crol?, papanatas. No, mejor entrar en los vestuarios y quedarte la hora con tu amiga Violeta haciendo pellas. Es de cajón. 
Así que ahora son las olimpiadas de París y da la casualidad que vas a la piscina lunes, miércoles y viernes. No solo eso, eres un flipada y te has comprado unas aletas, gafas, mp3 acuático y tubo. No es coña. Así que te pones a dar largos que te crees Katy Ledecki, pero para cuando te quieres dar cuenta, tienes las gafas empañadas y entra más agua por el tubo que sale aire. Así que ni ves, y encima te ahogas ante la atónita mirada del de la calle de al lado. 
Y piensas en las pellas, en Violeta y en lo que pudo ser pero no fue.
Por supuesto también crees que no te habría ido nada mal en el salto sincronizado de la plataforma de diez metros. Todo porque sabes hacer un mortal hacia atrás en la piscina de tu casa, no nos engañemos. Eso sí lo de pensar en el vértigo que te entra de pensarlo, mejor otro día. 
Y obviamente podríamos haber formado parte del equipo de natación artística con Gemma Mengual. Y me preguntaréis, ¿y eso Pau? ¿Qué te hace pensar que podrías haber respirado el mismo aire? Primero por edad, somos casi de la misma generación. Segundo porque de toda la vida he podido hacerme un largo entero sin salir a respirar ni una vez. Esto es básico. Tercero porque mi hermana Alex y yo hacíamos coreografías en la piscina todos los veranos. Y, por último, porque me encanta la música. Yo lo veo bastante clarinete, no sé vosotros. 
Pero claro, no se dio. 
Una pena.

Lo que sí se dio fue la hípica. Como lo oís. Una pudo llegar a dar brincos con su corcel por todo el mundo. 
Resulta que con seis años mi madre me llevó a clases de montar a caballo. Una, que es más ansiosa que Mario Vaquerizo puesta hasta las cejas, no aguantó ni una hora dando vueltas en el picadero cuando ya pedía salir al campo a dar trotes con los mayores. 
Obviamente, todo el mundo se negó. Pero yo, que soy más densa que el aceite, después de insistir hasta la saciedad, logré mi objetivo. Un día, y con mi madre aceptando a regañadientes, el monitor me preparó a "Trueno". Un caballo marrón oscuro como el chocolate, brillante, al que le llegaba por la rodilla y con la mirada avispada como él solo. Yo, me quedé dubitativa. ¿Y mi anciana yegua blanca de siempre? ¿"Siete"?. "Está malita", me dijeron. Así que una servidora, con sus nuevas botitas hípicas y una vara más larga que ella, se montó en ese pedazo de penco. 
A los hechos me remito:

Nos adentramos por el camino que nos llevaba al recorrido habitual. Feliz como una perdiz, me creí una amazona y, sin querer (o queriendo, aún no queda claro), le di levemente a Trueno con la vara. Como si se hubiese estado conteniendo hasta entonces, él (y yo, obviamente) salimos despedidos al galope ante la atónita mirada del grupo. Galopar, sabía galopar, pero a ver quién frena al rocín hecho de fibra pura y dura. Cuando ya pensaba que llegaríamos a Albacete, de pronto apareció el monitor y con todo su arte y un "Sooooooo" profundo, nos paró a los dos. Mi madre, detrás, al momento con cara descompuesta y un tic en el ojo izquierdo. ¿Yo? Yo sonriente quería hacerlo otra vez. Y otra, y otra vez.
Sin embargo, un hecho truncó mi oro olímpico: había que levantarse todos los domingos a las ocho. 
Y por ahí una no pasa.

Me bajé del caballo para subirme a unos patines. 
Hay dos clases y yo probé ambos, cómo no.
Por un lado comencemos con los de rueda. Mi madre, con, digamos, cierta frustración de niñez por no haber tenido unos patines propios en su vida, me llevó a una de las mejores tiendas de Madrid y allí compró un par de botas blancas impolutas como la nieve con sus cuatro relucientes ruedas amarillas cada una. Bolsa azul marino con asa larga para llevarlas incluida. 
Así que, totalmente equipadas nos fuimos al polideportivo a...básicamente agarrarnos a la barandilla para no rompernos las paletas porque ninguna de las dos teníamos ni pajolera idea de patinar. Eso sí, si con ocho años cuentas con unos patines nuevos en los pies y una pista para casi ti sola, te sueltas de la barandilla a los cinco minutos. Porque es lo que tiene ser pequeña, no hay límites ni miedos, tan solo ese subidón de adrenalina y ese "mira mamá, sin manos". Así que, de nuevo, mini Paula se lanzó a patinar como si no hubiese un mañana. Si me caía, pues me levantaba, y volvía a intentarlo. Sin ningún tipo de complejos ni temor.
Viendo que esto de patinar triunfaba pero que, de nuevo, la niña se empezaba a cansar de hacer lo mismo durante una hora, mi madre nos apuntó a clases de patinaje sobre hielo en la estación de Chamartín de Madrid. Ojo cuidado con estos datos que son nostalgia pura y dura. 
Efectivamente había una pista de hielo en el primer piso de la estación de trenes en los años ochenta, y allí que nos fuimos las dos. En las clases aprendí a hacer ochos, a patinar de espaldas y hasta a cogerme la pierna y ponérmela a la altura de la cabeza como si me estuviesen puntuando.
Pronto, la nube del aburrimiento comenzó a sobrevolar la cabecita de mini Paula y, mientras mi madre practicaba religiosamente, yo me despistaba con una mosca o con cualquier niña que estuviese en mis mismas circunstancias, hasta el cogote de dar vueltas sobre su propio eje.

Fue entonces cuando llegó la noticia: mi madre y yo nos íbamos a Estados Unidos dos años. 
El primer año fue bastante tranquilo en cuanto a deportes se refiere. A ver, ya tenía suficiente con entenderme con el resto de mis pequeños compañeros y aprenderme el himno nacional.
Ah pero el segundo año...el segundo año parecía que era año de Europeo, Mundial y Olimpiadas. Hubo de todo. Y cuando digo de todo, es TODO.
Empecemos con que me podría haber convertido en la nueva Saúl Craviotto.
Un día mi madre me dice que nos vamos a ir un grupo de amigos de ruta, a la playa, a hacer senderismo. Todo correcto. A día de hoy no entendemos en qué momento a mi madre le pareció buena idea que yo, con diez años recién cumplidos, me uniese a la expedición de rafting que iban a hacer todos. No os penséis que mini Paula se achantó, ¿eh? Me pedí ir de las primeras. Y que nadie se crea que íbamos de turismo por aguas mansas, no señoras y señores, bajamos las aguas bravas en una balsa que eso parecía la peli Río Bravo. Eso sí, mini Paula contaba con un chaleco salvavidas, una pala con la que no tenía ni puta idea qué hacer con ella y un consejo del monitor, "si os caéis al agua, doblad las rodillas, no vaya ser que se os atasque una pierna entre las rocas y os ahoguéis". 
Sssssstupendo.
Así que mini Paula, en primera fila bajó el río dando más botes que en una atracción de feria. La madre detrás, preocupada de que su hija saliese disparada como un cohete.
Cuando por fin llegamos a aguas más calmadas, mini Paula tenía la mandíbula desencajada de la sonrisa. 
Pero claro, ese no iba a ser el plan de cada fin de semana. Para alivio de mi madre, y decepción absoluta de mini Paula.
Intentando olvidarme del rafting, me apunté a atletismo única y exclusivamente por dos razones. Mi mejor amiga del colegio, Audra, también se apuntaba, y porque mi madre me compraría unas zapatillas de deporte nuevas. Sobra decir que si estas son las dos únicas razones por las cuales me uní al equipo, ya sabemos que poco iba a durar. Pero como yo era Antoñita la Fantástica, y con mis relucientes Asics moradas y rosas a mis pies, me presenté a las pruebas del cole pensando que, obviamente, sería la nueva Florence Griffith. Mini Paula daba por hecho que su prueba era la prueba reina, la de los 100 metros lisos. Mini Paula, en un estado delirante, se creyó princesa del viento.
Mini Paula se pegó una ostia, metafórica y literalmente, que casi se deja los meniscos en el suelo de la pista de atletismo.
Mini Paula fue relegada a los 400 metros. Prueba que odiaba y en la que quedaba última en todos los eventos a los que se presentó.
Eso sí, al siguiente semestre pude resarcirme del trauma y me admitieron en el equipo de animadoras de baloncesto. Que no es un deporte olímpico pero que queda muy chulo.
Ea.

Y hablando de baloncesto, el verano que llegué de Estados Unidos y volvía al Ramiro de Maeztu, cuna del equipo del Estudiantes, anuncié a bombo y platillo que quería hacer las pruebas para ser jugadora. 
Mi padre, emocionado, compró una pelota de baloncesto y a finales de agosto, cuarenta grados a la sombra, nos echábamos unas pachangas en las cuales me machacaba. Que vosotr@s diréis, joder, que eras mini Paula de doce años. Te podría dejar ganar de vez en cuando. Pero es que a los Cañas no nos gusta perder ni a las canicas. 
Así que en septiembre me presenté a las pruebas que hacían para la cantera del Estudiantes. Ya había jugado en infantiles, antes de Estados Unidos, pero Mini Güini Paula de seis años no sabía ni botar la pelota en condiciones.
Esto era mucho más serio. Estamos hablando de juveniles. Amos, no hay comparación.
No solo entré, sino que me pusieron en Juveniles A, que no B ni C.
¿Sería este el deporte que mini Paula elegiría para ser "Paulímpica"?
Para nada. 
Porque mini Paula, que ya de mini tenía bien poco, descubrió el calimocho y las malas compañías y se cagaba, literalmente, en los entrenamientos. Tanto, que la pillaron cogiendo un atajo mientras hacía un circuito con otras cuantas, pero ella de cabecilla, claro. Tampoco ayuda que en uno de los primeros partidos oficiales metiese un balón en canasta propia pensando que era su lado. Estas cosas nunca ayudan. 
Al año siguiente fue relegada a Juveniles B y de ahí, poco a poco, su estrella se fue apagando.

Luego llegaría la universidad, la independencia, el tabaco, los porros y el teatro. Cocktail molotov, sin duda alguna.

Me dejo más deportes, no os creáis. Como el windsurf que hice un par de veranos con mi madre y en el que fingía esguinces para no tener que hacerlo. O el body boarding que se me ocurrió probar un año, con la consecuente galleta contra la arena, obviamente. O el fútbol, deporte que tan sólo jugué una vez y logré meter un gol. Ni Putellas.

Por eso, cada cuatro años veo a esas diosas y esos dioses del Olimpo y me digo...yo podría haber sido una de ellas.
Sin embargo Mini Paula y la Paula del presente saben perfectamente que para ser atleta de élite hay que tener cierta pasta. 

Y a mí siempre me han gustado más los tortellini, qué le vamos a hacer.

Siempre me quedará presentarme a la categoría de breakdancing...ahí aceptan a cualquiera por lo visto.








6 comments:

Anonymous said...

Paula , me ha encantado y me he reido un monton.Q bien escribes y q bien cuentas tus andanzas.Muchas felicidades .Mini Paula nunca penso q escribiria tambien, y mira , mini paula es una gran escritora.😘😘❤️❤️

Edu said...

Buenísimo Paula, te felicito. Vaya repaso más bueno a tu vida a través de los deportes. Un besito

la tía pau said...

Mil gracias!! 🫣☺️

la tía pau said...

Un besazo primo! Muchas gracias! 😘

Anonymous said...

Esa mini Paula ya despuntaba maneras de la belleza que vendría después

la tía pau said...

Muchas gracias 😊😊😊