Saturday, 28 June 2025

Zumba en el infierno (Segunda parte)


 Queridas y queridos, me gustaría deciros que con la edad una va aprendiendo de sus errores y madurando. 
Mentira.
Parece que cuanto más lejos vemos algo, más cerca lo queremos. Cuanto más difícil, más ansiedad por tenerlo. Y si el universo te dice que no, tú le haces un corte de mangas y le gritas "¡Por mis ovarios!"

A mi me pasa con el gimnasio. Los más fanes de este blog lo saben de sobra. 

Para los nuevos o los que quieran recordar a qué me refiero, os dejo Zumba en el infierno (primera parte).

El caso, que me lío. Como ya sabéis ando en una casa nueva, y con ella barrio nuevo y, obviamente, gimnasio nuevo...¡Yuhuuu!
Más aún, si veo que hay clase de zumba o aerobic me tiro en plancha. Así que aquí no iba a ser diferente, claro. Y, cómo no, pues nos pasa de todo. Porque no aprendemos, porque nos va la marcha, porque parece que es adictivo esto de hacer el más auténtico ridículo.

Me explico.

Como hace mucho que no meneamos este pandero que dios nos ha dado, decidimos comenzar con Aerobic básico. Sí, soy una kamikaze, pero de algún error he aprendido, y me digo que mejor comenzar con algo suave, sencillito, que no suponga dejarme medio pulmón en el parqué de la clase.
Así que, con mi bolsita para el gimnasio, con su toallita y su agua y todo, me dirijo a mi primera clase con auténticos saltimbanquis dentro del estómago. De lo ansiosa que estoy llego pronto, así que subo las escaleras que van a la clase y me siento en el banco que se encuentra frente a ella. Cada dos segundos miro el reloj. En la lejanía comienzo a escuchar un "click" que se acerca muy poco a poco. ¿Qué tipo de pasos haremos? Click ¿Podré seguir el ritmo de la profesora? Click ¿Cómo serán l@s alumn@s? Click. Espero que maj@s...
Click, click, click...
El click no es otra cosa que un taca taca llevado por una señora digamos octogenaria subiendo las escaleras. Lo juro.
"¿La ayudo?" "No, gracias joven".
Click, click, click...
La señora se sienta a mi vera.
Desde el fondo de las escaleras otro sonido. Esta vez, resoplidos. A cada paso, un "ufff", o un "my goodness", o un "ay". Otras dos señoras de avanzada edad, estas sin taca taca, cogiéndose a la barandilla como si no hubiese un mañana, van subiendo las escaleras como pueden. Al llegar a lo que parece la cima del Kilimanjaro, nos saludan sin casi aliento y se sientan a mi otro lado.

La clase anterior termina y la profesora abre la puerta. De ella salen l@s alumn@s, lozanos y frescos como manzanas.

En contraposición, las dos señoras a mi derecha, la del taca taca a mi izquierda, y yo entramos...a nuestro ritmo, claro...
Dejo mis cosas en una esquina de la clase, me pongo a observar, y es cuando flipo.
Un señor entra acompañado de lo que parece ser su cuidador. Dos señoras afros, apoyadas la una en la otra, entran a clase a paso caracolil.

¿Pero dónde coño me he metido?

Muy, pero que muy lentamente, cojo mi bolsa y salgo sin que nadie note que estoy haciendo un "mutis por el foro". En cuanto bajo las escaleras acelero no vaya a ser que me digan algo. De paso, me cruzo con lo que viene siendo el inserso entero.
Ahora entiendo lo de "Aerobics basic"...joder, y tan básico. 
Algunos me diréis que me podría haber quedado para subir la autoestima...pero la verdad, creo que por ahora voy a dejar esa clase para un futuro (espero que) lejano.

Pero, no había tiempo para pensarlo mucho. 
Al día siguiente tocaba Zumba. 
Traumatizada por el día anterior y por mis experiencias del pasado, entro temblando a clase. Ya hay gente. Respiro un poco más tranquila. La media de edad es variopinta y, esencial, no hay taca tacas a la vista.
Hasta el ambiente es diferente. De fondo suena una música medio reggae que ayuda a relajarse un poco. 
Pero si algo hemos aprendido de errores del pasado es que hay que mantenerse alerta en todo momento.
Yo, por si acaso, dejo mis cosas cerca de la puerta de la clase, no vaya a tener que hacer un Houdini en cualquier momento, como el día anterior.
La profe aparece. Una afro, alta y estilizada con un moño en lo alto de la cabeza como si fuera la directora de la escuela de Fama. Pero, para mi sorpresa, va con una camiseta de los "Smashing Pumpkins".
Esto promete...
Después del típico discurso de quién es nuevo (yo me escondo detrás de la que tengo delante, claro) y si alguien tiene algún tipo de lesión, nos comenta con una sonrisa de lo más amable que aquí hemos venido a pasarlo bien, no a hacer pasos perfectos. Si no nos salen a la primera, pues a la segunda, y si no, hasta que salgan. Pero que lo importante es disfrutar.
Claro, a mí con ese discurso me gana. Pero, lo que es peor, me relajo.
Me relajo porque me digo, "es verdad, joder. ¡A disfrutar!"
Empezaremos, comenta la profesora, con un calentamiento.
Yo, a tope, a lo Rocky Balboa, "Dame calentamiento, pasos, coreografía, lo que sea, que aquí estoy yo", me digo.
Ilusa...
Mi otro yo, ese que me conoce de toda la vida me mira y niega con la cabeza..."pero alma de cántaro, ¿no has aprendido nada?"
Parece ser que no. Porque, a la par que yo me relajo inocentemente comienzan a sonar los tambores de la música.  No son sutiles, ni van de menos a más, no. Son repentinos, ancestrales, tribales y entonces ocurre...
Esa mujer en la que yo confiaba por llevar una camiseta de los "Smashing" grita: "cinco, seis, siete y..." y se convierte en un ser capaz de hacer pasos y posturas imposibles, contorsionismo puro y duro.
Me sentí como las bailarinas que observan anonadadas a la Tia Vivian del "Príncipe de Bel Air" hacer sus pasos perfectos, precisos, de otro planeta.
No lo explico, lo muestro:


Vayamos por partes.
Yo, para empezar, es que no sabía ni dónde meterme. Intenté, por lo más sagrado, seguir a esa mujer. Qué digo mujer, ¡diosa del Olimpo! Pero es que no había santa manera de coger un puto paso. Cometí el craso error de mirarme en el espejo por una milésima de segundo, y parecía que me estaban electrocutando. Mi cuerpo, no sabía hacia dónde dirigirse, hacia donde moverse, hacia dónde ir. No sabía cómo gestionar toda esa información...los pies por un lado, las manos por otro, la cabeza hacia abajo, las caderas a hacer twerking. ¡Y eso era solo el calentamiento! Agarrémonos que vienen curvas...
Además, como en toda clase, tenemos nuestros grupitos. 
No nos engañemos, en realidad poco o nada ha cambiado desde el colegio. En primera fila tenemos a las tres que se saben al dedillo las coreografías. En este caso hay una especialmente brusca que, como te pongas en su camino, te hinca el codo en toda la piñata, sin que se le mueva un pelo del flequillo. No sé si se ha confundido de deporte porque debería estar más en un equipo de rugby que en uno de baile. En serio, miedito.
Las otras dos que la acompañan son las que se acercan a la profesora entre cada canción. ¿Para qué? Es un misterio. No sé si es para hacerle la pelota, hacernos ver a las otras que tienen una relación especial o yo qué sé. A mí, personalmente, me toca lo que viene siendo el...bueno, ya me entendéis. Que luego mi madre dice que uso demasiados tacos. Yo solo lo hago por el efecto poético-literario. Pero bueno...
Ya me he liado otra vez. 
El caso es que además del triunvirato en primera fila tenemos a varias señoras afros con sus buenos panderos a las que se la suda un poco la coreografía. Ellas van con sus coloridos pañuelos en la cabeza, sus toallas alrededor del cuello en plan boxeador y, algunas, incluso con un ventilador portátil en mano mientras bailan y hablan entre ellas. Ahí se ve que la menopausia ha pegado fuerte, porque las pobres mías sudan como si estuvieran en mitad del Sáhara en agosto. Por otro lado, estamos las de la última fila, las que no tenemos ni puta idea de lo que estamos haciendo. Por esa regla de tres, deberíamos estar al principio, pero entonces corres el riesgo de que la retaco agresiva te mande para Cuenca de un zurriagazo. Así que mejor, al final del todo, que aunque no vemos un pijo, por lo menos salimos vivas de clase.
Bueno vivas...es una forma de hablar. Porque después de bailar una hora a ritmo de canciones con tambores, samba y alguna que otra de reggeatón, acabas la clase como una oruga, reptando y despeluchada. 
¿Eso hará que desistamos?
¡Por supuesto que no! 
Seguiremos dando saltos, desencajándonos la cadera y sudando la gota gorda cada martes, jueves y sábado porque yo me debo a vosotr@s, mi público, y tod@s sabemos que aquí va a haber una tercera parte. 
Eso lo sabe hasta la Tía Vivian.
















Monday, 23 June 2025

London 2.0


 Queridas y queridos, he vuelto. No solo al blog sino a esta ciudad que tanto me ha dado...y me ha quitado también, no seamos falsas porque casi me cuesta la salud.
Pero aquí me encuentro, de nuevo, en esta urbe llena de cuerdos y no tan cuerdos. De recuerdos. De planes a go gó. De lugares por descubrir. De gente por conocer.

Pero empecemos por lo que viene siendo el principio. 

Una servidora llevaba seis años como seis soles sin pisar la tierra del fish and chips, de Harry Potter, y de Shakespeare. Aterricé a lo grande...con curro, piso y coche (alquilado, que me he dejado unas buenas libras esterlinas porque mi coche, el Pitufito, se quedó en Coruña). 
Todo genial, ¿no? 
Pues sí claro. Es ideal de la death.
Y como es ideal de la death decido quedarme una temporada.
¿Cuánto? No sabemos. Lo que se tercie.
Así que finiquitado el curro, y finiquitado el contrato de la casa, hay que ponerse a buscarse la vida.

Empecemos con la búsqueda de nuevo hogar.
¡Ay querid@s no veáis como está el mercado! Por las nubes. Os quejáis de España, pero Londres es país feudal de oligarcas rusos y sultanes, y aquí es más difícil encontrar algo barato que en la cueva de Aladdin. 
Primero hay que tomar la decisión de si compartir o vivir sola. No es moco de pavo. Por un lado porque te ahorras unos lereles si divides gastos, de cajón de madera de pino. Pero por otro lado, socializar cuando a una no le apetece, encontrar los pelos ajenos en la ducha, los ruidos nocturnos de la habitación de al lado...un largo etcétera que ahora mismo no me voy a poner a enumerar, pero que nos hacemos una idea.
Así que ahí estaba la idea idílica de vivir sola. Yo ya me veía con mi mini jardín, regando mis petunias, escuchando el canal de música clásica mientras el salmón se iba horneando en la cocina. 
¡Ilusa! ¿Pero desde cuándo los pisos parecen estar hechos de oro de 24 kilates? ¡Qué locurón! ¡Qué puto estrés!
Me bajo todas las aplicaciones posibles que existen para encontrar piso y...me quiero morir. Por mi precio no hay absolutamente nada para vivir sola. Bueno, miento, un zulo de cinco metros cuadrados sin ventana, pero "muy acogedor", según el anuncio. Serán rancios. 
Así que en un principio me va a tocar compartir, digo yo...
Consigo ver una habitación decente con su baño privado incluido. Viviría con otras tres personas, entre ellas un madrileño de Getafe que va siete veces a la semana al gimnasio y que tiene más botes de polvos proteínicos en la cocina que neuronas en la cabeza. Salgo de la entrevista pensando que mañana tengo un par de sitios más que ver pero me da que va a ser este...
Al día siguiente les comento que estoy interesada. Ellos me contestan que están viendo a más gente que ya me dirán.
Coño claro, los que tienen el poder son ellos, no yo. Me tienen agarrada por las amígdalas. 
No me voy a quedar quieta así que decido seguir buscando. Esta vez para vivir sola...¿por qué no? Cada vez que pienso en tener que cruzar dos palabras con el de Getafe por la mañana me entra una arcada.
Así que me pongo a investigar...y me comienzo a emocionar..."yo sola, por primera vez en mi vida, sin tener que dar cuentas a nadie, pasear en bolas si me apetece por la casa"...sí, sí, me veía.
Comienzo a subir presupuesto, convencida de que en un mes ya voy a estar metida en otro rodaje hasta el cuello y veo casas de auténtico ensueño. Menos mal que tengo una familia y amigos razonables que me ayudaron a ver que, efectivamente, no podía vivir como una Kardashian.
Y es entonces cuando veo el anuncio de un pequeño estudio, de precio más bajo que mi presupuesto, y por las fotos ni tan mal...aquí tiene que haber truco.
Voy a verlo y me recibe una señora británica entrañable que me dice los pros y los contras del apartamento sin miramientos. 
¿Sabéis cuando de pronto todo cuadra? ¿Cuando todo encaja como un puzzle?
Pues eso es lo que me ocurrió a mí. 
Ese mismo día tenía que ver otros dos pisos, ambos me los cancelan y, para más inri, el piso del de Getafe me dicen que han escogido a otra persona.
¿Los astros me querrán decir algo?
Salgo del estudio diciéndole a la buena señora que me lo pensaré. Para cuando he recorrido 500 metros me doy cuenta de que, ¿qué es eso de pensárselo ni qué niño muerto? Esa es mi casa. Ese es mi nuevo hogar.
Le escribo a la señora británica entrañable que me tiemblan las manos. 
Ella me contesta al minuto. 
El estudio es mío.
No me pongo a gritar de la alegría porque quedaría de loca, pero me falta tiempo para llamar a mi madre como mujer adulta independiente que soy.
Tengo que esperar para mudarme un mes, así que aprovecho para ir a Coruña, a Zurich...y porque me coincidió con el apagón que si no también me paso por Madrid.
Al volver, hay que recoger los bártulos de seis meses en nuestra nueva ciudad. Llevamos poco en Londres, pero hay que ver la de mierda que el ser humano acumula en un abrir y cerrar de ojos. 
Para mierda la que no os he contado aún.
Resulta que como me fui de esta ciudad corriendo como si me quemaran los pies en arena de playa, me dejé en un trastero diez años de mi vida. Como lo oís.
Cajas y cajas y más cajas de auténtica inmundicia. Sabéis que me gusta exagerar, pero esta vez, no es el caso.
Miles de cuadernos, libros, guiones, órdenes de rodaje, toneladas de camisetas, pantalones, zapatos, botas, sandalias, maquillaje, tres estanterías, una mesa, una silla, una mecedora de ikea, dos zapateros, dos espejos, y millones de artículos sin un fin determinado. Lo que viene siendo mierda a la enésima potencia.
Todo ello dentro de un enorme contenedor de madera, apelotonado sin orden ni concierto, en la puerta del almacén y, por supuesto, el primer día que voy, lloviendo.
No lo explico, mejor os lo muestro:


Que casi me puse a llorar es una mentira como una catedral. Me puse a llorar, punto. 
De nuevo, como mujer adulta e independiente que soy, llamé a mi madre hiperventilando. Ella, como siempre, consiguió calmarme. Entendí que tenía que ir poco a poco y con paciencia. Así que, intentando inspirar y expirar de la forma más humanamente posible, abrí la primera caja.
Tardé unos cuantos viajes más, obviamente.
El último recién mudada a la nueva casa.
Que esa es otra. En el momento en que pisé el suelo de lo que sería mi futuro hogar no hice más que sacarle desperfectos. Todo me parecía más pequeño, más feo, con menos luz...Ese lugar que en un principio me resultó idílico, se tornó en una auténtica pesadilla.
¿Pero en qué estaba pensando cuando acepte esta casa?
¿Dónde están los metros cuadrados que me faltan?
¿Pero qué coño es esto?
Hablando más tarde con mi amigo Carlos, por lo visto es totalmente normal. Con el tiempo volvemos a ver las cosas buenas que vimos por primera vez. Pero hay un momento de transición en el que nos preguntamos qué carajo vimos en este antro por el que estamos pagando una buena suma de nuestro dinero.
Total, que una vez casi instalada me toca llevar las últimas cosas del trastero al estudio. Así que decido alquilar una mini van. Como una kangoo pequeña. Tenía unas cuantas cajas y la silla de ikea. El resto o a la basura o donado. Cuando llego a mi local de alquiler de coches de confianza el muchacho me dice, serio como un espárrago, que no les quedan mini vans, que solo hay furgonetas, me explica, de tamaño medio.
¿Eso qué quiere decir exactamente? 
No lo explico, mejor os lo muestro:



Ya sé que me llamaréis exagerada, pero cuando vi el pedazo de trasto a mi me pareció que eso tenía las dimensiones de un autobús de dos pisos. A ver, que yo conduzco un coche al que le llamo Pitufillo.
Ya había pagado la furgo, tenía reservado el trastero, no me quedaba otra.
Así que, temblando (que no es un estado muy recomendable cuando vas a conducir), me subí (sí, sí, me tuve que agarrar al techo y hacer esfuerzo porque eso estaba muy alto) a ese monstruo. El señor que me lo acababa de alquilar me pregunta, "¿todo bien?". Yo, con el desayuno en la campanilla asiento porque es que no me salen las vocales y mucho menos las consonantes.
No he conducido más alerta en mi vida. Ni tan despacio tampoco, ojo. 
Era como una ninja de la conducción. Cinco sentidos puestos en cada movimiento, cada giro y, especialmente, en cada túnel que entraba porque directamente no sabía calcular las dimensiones en pulgadas e ignoraba por completo si cabía o no. A ojo de buen cubero, que se dice.
Os juro me sentía Sylvester Stallone en la peli esa que conduce un camión por el oeste americano y se dedica a hacer pulsos en bares de carretera para sacarse unos dólares extras. "Yo, el halcón", creo que era. Para mí como si estuviese conduciendo un Iveco en vez de un Renault.
No sé cómo llegué al trastero, cargué la furgoneta, fui a mi estudio, descargué y devolví el auto de una sola pieza. 
Os juro que es un milagro no haber acabado como un cromo.

Así que aquí estoy, en mi nueva casa, sentada en mi nueva silla, frente al ordenador de siempre relatando mis aventuras y desventuras en esta ciudad. 
Ilusionada, acojonada, esperanzada, despierta, alerta y con las pilas puestas.
Espero que, como siempre, podáis acompañarme.
Esto promete...











Thursday, 5 June 2025

Sala de espera


 
Queridas y queridos, ¿a quién le gusta esperar?

Ya sea en la frutería, en un semáforo en rojo, en un avión, en la parada del autobús, en el paritorio, la noche antes de un exámen...en fin, que no, que no hay quien le agrade eso de hacer pasar el tiempo sin nada que hacer. Por eso una se pone a mirar el móvil, o se lleva un libro o escucha un podcast, que están muy de moda ahora.
Porque no hay peor sensación que perder el tiempo. 
El tiempo...
Ese que se nos va de las manos para no volver.
Yo si me pongo a pensar muy en serio esto del tic tac del reloj, me tengo que tomar un par de lorazepames para que el hámster que convive en mi cerebro deje de dar vueltas en su rueda de juguete.
Siempre en movimiento mental. Mi hámster y yo. Siempre intentando parar ese deseo irrefrenable de gritar...

Y qué mejor representación de esta desesperación que una sala de espera. Ese habitáculo estancado en un mar de tiempo. Un presente partido entre el pasado (cómo entraste) y el futuro (cómo saldrás). 
Como metáfora me sirve.
En ella me encuentro. En esa sala en la que una no sabe muy bien qué hacer. Si mirar por la ventana (si es que la hay) o mirar constantemente el reloj...lento, lánguido, eterno, daliniano. O dar un paseíto, seguramente poniendo más nerviosos a los que esperan como tú.

Porque ya está hecho. Ya he hecho todo lo que podía hacer. Y ahora toca...
Toca volverse un poco loca, no nos engañemos.
Es la naturaleza de mi trabajo.
Esperar...a una llamada, un mensaje, un email, una señal de humo. 
Porque tú ya has mandado todos los "queridos muy señores míos" y los "¿qué tal va todo?" posibles al inmenso mar, en pequeñas, diminutas botellas de cristal...y ahora toca. ¿El qué? Eso que estáis pensando, esperar.
Solo necesitas un "sí". Es cierto. Pero hasta que llega la afirmación...avemaríapurísima. A una se le conforma un nudo marinero en el estómago difícil de desliar. 
Así que, ¿que haces?
Lo que buenamente puedes. Escribes, pasas la aspiradora, vas a al gimnasio, cocinas, escuchas música clásica para que no te de un colapso, vuelves a pasar la aspiradora, chequeas los mensajes cada dos minutos, vuelves a pasar la aspiradora...y así en un círculo sin fin.

Alguno sí ha contestado. Pero en términos pero que muy vagos..."puede que haya algo en julio"...es decir, para julio no me acuerdo ni de tu nombre. "Me guardaré tu currículum para próximos proyectos"...ya te digo yo dónde acaba ese currículum que has hecho con tanto amor, en el cubo de la basura virtual. 

Así que como decía, me encuentro en la sala de espera. 
Me la imagino más que de médico, de casting de circo. Un payaso haciendo virguerías con un patinete y unas pelotas rojas de goma, el domador de leones leyendo el periódico mientras su león yace a sus pies pacientemente, la cantante soprano haciendo gorgoritos...y luego yo, que observo para luego contaros mis peripecias. 
Pero aquí no hay ni peripecias ni "peripecios". Hay tiempo, como ya he dicho, y poca, pero que muy poca paciencia.
Pienso que a lo mejor debía retomar el punto de cruz. Pero la última vez llené la casa de bufandas y gorros con hermosísimos pompones y estamos a mediados de junio como quien dice. No cuadra.
Pienso entonces que podría comenzar a meditar. Encender alguna de las velas que compré en Ikea como si no hubiera un mañana y que tengo aún por estrenar, ponerme una música digna del Himalaya y mirar a ver si estos saltimbanquis que tengo en la barriga bajan un poco el tonito.
Pienso que si no, podría escribir un cuento, o un corto, o, qué coño, ya puesta, un largometraje. Y en cuanto me siento frente al ordenador me entra una perecísima que no puedo con my life. Que lo escriba otra.

Total, que pasan los días, con sus respectivas horas, minutos y segundos, y yo sigo con un ojo de frente y otro de reojillo mirando el móvil por si llega alguna noticia de ninguna parte. Bizca perdida que ando, vaya.
Todo porque un día mientras estabas sentada en la butaca de cine te diste cuenta que había señoras y señores que se dedicaban a eso de hacer películas.
Qué momentazo.

Así que, a esperar toca.

Anda mira, una contorsionista...

Wednesday, 14 May 2025

Volver


Queridas y queridos,
Qué extraña es la vida a veces.
En ocasiones una está quieta, paralizada, en el sitio, mientras todo cambia a su alrededor. A cámara rápida viendo la vida pasar frente a ti como si fuera un tren, un rayo.
Y de pronto...
Te agarras al tren, al rayo, y eres tú la que va a toda velocidad.
Sin saber muy bien cómo, en un abrir y cerrar de ojos, te encuentras escribiendo este texto en tu nueva casa, en tu antigua ciudad, después de haber pasado seis meses currando en lo que te gusta, rectifico, lo que te apasiona.
¿Cómo ha ocurrido?
Supongo que como suceden las cosas interesantes. Con un paso, una decisión, un "y si..."
El paso fue llamar a antiguos jefes en Londres desde Coruña para ver cómo estaba el panorama. Sin muchas expectativas, la verdad sea dicha.
A la quinta llamada tenía curro para un par de semanas y estaba mirando vuelos solo de ida y habitaciones.
En menos de siete días tenía ambos.
Serendipia, lo llaman algunos.
Aterricé aterrada, sí, pero también, por primera vez en mucho tiempo, emocionada por lo que me deparaba el futuro.
Las dos semanas de trabajo se convirtieron en un mes, el mes en dos, y los dos meses en seis.
Y aquí el segundo paso, la segunda decisión.
¿Qué hacer? ¿Volver a estar parada o seguir en el camino?
No fue difícil. Fue natural, orgánico, como si nunca me hubiese ido de esta ciudad tan monstruosa como fantástica. Llena de oportunidades, de éxitos, fracasos, luces y sombras. Ciudad de la que salí huyendo y que hoy me acoge sin resentimientos. 
Mi ciudad, al fin y al cabo.
Volver.
A desesperarme por la locura de esta urbe, a hacer planes con antiguos amigos y la ilusión de crear nuevos. A aburrirme atrapada en el atasco de turno y cantar a voz en grito el hit del momento. A no saber a qué exposición, obra de teatro, concierto ir...demasiado donde elegir, escasos recursos. 
Volver a hacer picnics en London Fields, comprar plantas en el Columbia Flower Market, pasear por Victoria Park, cenar en ese vietnamita que se ha puesto de moda, nadar en los lagos de Hampstead Heath.
Volver a levantarme a las cinco de la mañana y no llegar a casa hasta las ocho de la tarde. No ver el sol. Gritar "acción" en un rodaje. Hacer videollamadas con la familia. Contarles cotilleos del set. 
Volver a llorar de rabia y llorar de la risa.
Volver a pensar que la vida merece la pena porque un día decidiste dar un paso. Un solo paso. Y ese paso te dio la vuelta a todo. Un mortal hacia adelante con el que sufriste al principio - eso poca gente lo sabe - pero, sorprendentemente, has conseguido caer de pie. Con la sensación de estar de nuevo en la casilla de salida, pero con otras motivaciones, otra actitud, otras herramientas, otros miedos, claro, otras esperanzas también.
Y de nuevo la incógnita, la interrogación. ¿Qué nos deparará el futuro? Supongo que en eso consiste la vida, en aventurarse, en ir paso a paso, poco a poco. Pararse cuando es necesario. A tomar aire, coger fuerzas, para luego seguir...


"Volver...con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien, sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra...tengo miedo del encuentro, con el pasado que vuelve, a enfrentarse con mi vida, tengo miedo de las noches, que pobladas de recuerdos, encadenen mi soñar, pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar..."