Queridas y queridos, he vuelto. No solo al blog sino a esta ciudad que tanto me ha dado...y me ha quitado también, no seamos falsas porque casi me cuesta la salud.
Pero aquí me encuentro, de nuevo, en esta urbe llena de cuerdos y no tan cuerdos. De recuerdos. De planes a go gó. De lugares por descubrir. De gente por conocer.
Pero empecemos por lo que viene siendo el principio.
Una servidora llevaba seis años como seis soles sin pisar la tierra del fish and chips, de Harry Potter, y de Shakespeare. Aterricé a lo grande...con curro, piso y coche (alquilado, que me he dejado unas buenas libras esterlinas porque mi coche, el Pitufito, se quedó en Coruña).
Todo genial, ¿no?
Pues sí claro. Es ideal de la death.
Y como es ideal de la death decido quedarme una temporada.
¿Cuánto? No sabemos. Lo que se tercie.
Así que finiquitado el curro, y finiquitado el contrato de la casa, hay que ponerse a buscarse la vida.
Empecemos con la búsqueda de nuevo hogar.
¡Ay querid@s no veáis como está el mercado! Por las nubes. Os quejáis de España, pero Londres es país feudal de oligarcas rusos y sultanes, y aquí es más difícil encontrar algo barato que en la cueva de Aladdin.
Primero hay que tomar la decisión de si compartir o vivir sola. No es moco de pavo. Por un lado porque te ahorras unos lereles si divides gastos, de cajón de madera de pino. Pero por otro lado, socializar cuando a una no le apetece, encontrar los pelos ajenos en la ducha, los ruidos nocturnos de la habitación de al lado...un largo etcétera que ahora mismo no me voy a poner a enumerar, pero que nos hacemos una idea.
Así que ahí estaba la idea idílica de vivir sola. Yo ya me veía con mi mini jardín, regando mis petunias, escuchando el canal de música clásica mientras el salmón se iba horneando en la cocina.
¡Ilusa! ¿Pero desde cuándo los pisos parecen estar hechos de oro de 24 kilates? ¡Qué locurón! ¡Qué puto estrés!
Me bajo todas las aplicaciones posibles que existen para encontrar piso y...me quiero morir. Por mi precio no hay absolutamente nada para vivir sola. Bueno, miento, un zulo de cinco metros cuadrados sin ventana, pero "muy acogedor", según el anuncio. Serán rancios.
Así que en un principio me va a tocar compartir, digo yo...
Consigo ver una habitación decente con su baño privado incluido. Viviría con otras tres personas, entre ellas un madrileño de Getafe que va siete veces a la semana al gimnasio y que tiene más botes de polvos proteínicos en la cocina que neuronas en la cabeza. Salgo de la entrevista pensando que mañana tengo un par de sitios más que ver pero me da que va a ser este...
Al día siguiente les comento que estoy interesada. Ellos me contestan que están viendo a más gente que ya me dirán.
Coño claro, los que tienen el poder son ellos, no yo. Me tienen agarrada por las amígdalas.
No me voy a quedar quieta así que decido seguir buscando. Esta vez para vivir sola...¿por qué no? Cada vez que pienso en tener que cruzar dos palabras con el de Getafe por la mañana me entra una arcada.
Así que me pongo a investigar...y me comienzo a emocionar..."yo sola, por primera vez en mi vida, sin tener que dar cuentas a nadie, pasear en bolas si me apetece por la casa"...sí, sí, me veía.
Comienzo a subir presupuesto, convencida de que en un mes ya voy a estar metida en otro rodaje hasta el cuello y veo casas de auténtico ensueño. Menos mal que tengo una familia y amigos razonables que me ayudaron a ver que, efectivamente, no podía vivir como una Kardashian.
Y es entonces cuando veo el anuncio de un pequeño estudio, de precio más bajo que mi presupuesto, y por las fotos ni tan mal...aquí tiene que haber truco.
Voy a verlo y me recibe una señora británica entrañable que me dice los pros y los contras del apartamento sin miramientos.
¿Sabéis cuando de pronto todo cuadra? ¿Cuando todo encaja como un puzzle?
Pues eso es lo que me ocurrió a mí.
Ese mismo día tenía que ver otros dos pisos, ambos me los cancelan y, para más inri, el piso del de Getafe me dicen que han escogido a otra persona.
¿Los astros me querrán decir algo?
Salgo del estudio diciéndole a la buena señora que me lo pensaré. Para cuando he recorrido 500 metros me doy cuenta de que, ¿qué es eso de pensárselo ni qué niño muerto? Esa es mi casa. Ese es mi nuevo hogar.
Le escribo a la señora británica entrañable que me tiemblan las manos.
Ella me contesta al minuto.
El estudio es mío.
No me pongo a gritar de la alegría porque quedaría de loca, pero me falta tiempo para llamar a mi madre como mujer adulta independiente que soy.
Tengo que esperar para mudarme un mes, así que aprovecho para ir a Coruña, a Zurich...y porque me coincidió con el apagón que si no también me paso por Madrid.
Al volver, hay que recoger los bártulos de seis meses en nuestra nueva ciudad. Llevamos poco en Londres, pero hay que ver la de mierda que el ser humano acumula en un abrir y cerrar de ojos.
Para mierda la que no os he contado aún.
Resulta que como me fui de esta ciudad corriendo como si me quemaran los pies en arena de playa, me dejé en un trastero diez años de mi vida. Como lo oís.
Cajas y cajas y más cajas de auténtica inmundicia. Sabéis que me gusta exagerar, pero esta vez, no es el caso.
Miles de cuadernos, libros, guiones, órdenes de rodaje, toneladas de camisetas, pantalones, zapatos, botas, sandalias, maquillaje, tres estanterías, una mesa, una silla, una mecedora de ikea, dos zapateros, dos espejos, y millones de artículos sin un fin determinado. Lo que viene siendo mierda a la enésima potencia.
Todo ello dentro de un enorme contenedor de madera, apelotonado sin orden ni concierto, en la puerta del almacén y, por supuesto, el primer día que voy, lloviendo.
No lo explico, mejor os lo muestro:
Que casi me puse a llorar es una mentira como una catedral. Me puse a llorar, punto.
De nuevo, como mujer adulta e independiente que soy, llamé a mi madre hiperventilando. Ella, como siempre, consiguió calmarme. Entendí que tenía que ir poco a poco y con paciencia. Así que, intentando inspirar y expirar de la forma más humanamente posible, abrí la primera caja.
Tardé unos cuantos viajes más, obviamente.
El último recién mudada a la nueva casa.
Que esa es otra. En el momento en que pisé el suelo de lo que sería mi futuro hogar no hice más que sacarle desperfectos. Todo me parecía más pequeño, más feo, con menos luz...Ese lugar que en un principio me resultó idílico, se tornó en una auténtica pesadilla.
¿Pero en qué estaba pensando cuando acepte esta casa?
¿Dónde están los metros cuadrados que me faltan?
¿Pero qué coño es esto?
Hablando más tarde con mi amigo Carlos, por lo visto es totalmente normal. Con el tiempo volvemos a ver las cosas buenas que vimos por primera vez. Pero hay un momento de transición en el que nos preguntamos qué carajo vimos en este antro por el que estamos pagando una buena suma de nuestro dinero.
Total, que una vez casi instalada me toca llevar las últimas cosas del trastero al estudio. Así que decido alquilar una mini van. Como una kangoo pequeña. Tenía unas cuantas cajas y la silla de ikea. El resto o a la basura o donado. Cuando llego a mi local de alquiler de coches de confianza el muchacho me dice, serio como un espárrago, que no les quedan mini vans, que solo hay furgonetas, me explica, de tamaño medio.
¿Eso qué quiere decir exactamente?
No lo explico, mejor os lo muestro:
Ya sé que me llamaréis exagerada, pero cuando vi el pedazo de trasto a mi me pareció que eso tenía las dimensiones de un autobús de dos pisos. A ver, que yo conduzco un coche al que le llamo Pitufillo.
Ya había pagado la furgo, tenía reservado el trastero, no me quedaba otra.
Así que, temblando (que no es un estado muy recomendable cuando vas a conducir), me subí (sí, sí, me tuve que agarrar al techo y hacer esfuerzo porque eso estaba muy alto) a ese monstruo. El señor que me lo acababa de alquilar me pregunta, "¿todo bien?". Yo, con el desayuno en la campanilla asiento porque es que no me salen las vocales y mucho menos las consonantes.
No he conducido más alerta en mi vida. Ni tan despacio tampoco, ojo.
Era como una ninja de la conducción. Cinco sentidos puestos en cada movimiento, cada giro y, especialmente, en cada túnel que entraba porque directamente no sabía calcular las dimensiones en pulgadas e ignoraba por completo si cabía o no. A ojo de buen cubero, que se dice.
Os juro me sentía Sylvester Stallone en la peli esa que conduce un camión por el oeste americano y se dedica a hacer pulsos en bares de carretera para sacarse unos dólares extras. "Yo, el halcón", creo que era. Para mí como si estuviese conduciendo un Iveco en vez de un Renault.
No sé cómo llegué al trastero, cargué la furgoneta, fui a mi estudio, descargué y devolví el auto de una sola pieza.
Os juro que es un milagro no haber acabado como un cromo.
Así que aquí estoy, en mi nueva casa, sentada en mi nueva silla, frente al ordenador de siempre relatando mis aventuras y desventuras en esta ciudad.
Ilusionada, acojonada, esperanzada, despierta, alerta y con las pilas puestas.
Espero que, como siempre, podáis acompañarme.
Esto promete...
No comments:
Post a Comment