Thursday 5 September 2024

Qué pienso cuando pienso en nadar

 

Queridas y queridos,

He vuelto a nadar. 

Hacía mucho que no lo hacía.

Cierto es que tengo la playa a tiro de piedra y, he de confesar que algún que otro día he intentado volver a la piscina del gimnasio.

Pero poco.

Sin embargo, esta vez he vuelto para quedarme.

Y os preguntaréis, ¿por qué? ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión?

Todo a su debido tiempo. No nos adelantemos a los acontecimientos.

Me encanta nadar. 
Pero tiene que ser de determinada forma, eso sí. 
Lo más importante, diría que incluso esencial es que necesito tener música. Si no hay música, no nado. Es así de sencillo.
Miento, el otro día olvidé el mp3 acuático pero hice mis largos. Sin embargo fue la hora más larga de mi vida. Jesús bendito, qué aburrimiento.
La música me impulsa, me da ánimos, me distrae, me cambia el humor. Con ella vuelo, imagino, creo. 
Así que una vez puestos los cascos incrustados en los tímpanos para que no entre agua, me pongo mi gorro de colores. Siempre elijo, eso sí, bañadores oscuros que, dicen, estiliza mi figura, porque a menudo tengo miedo que alguien me pregunte "¿de cuántos meses estás?" Así que para compensar, mi gorro, como digo, la mismísima feria de Abril, como lo son las gafas. 
Escupo en el interior de los cristales para que no se cree vaho al ponérmelas. Un truquillo de mi padre, aunque a mi amigo Xavi casi le da un parraque cuando se enteró de lo que hacía. "Tía Pau, que en el Decathlon venden sprays anti-vaho, por dios". A mi lo de la saliva me funciona, así que por ahora así seguiré.
Por cierto, hay que ver la cantidad de artilugios mágicos que venden en el Decathlon, ¿no? 
No me patrocinan, pero deberían. Te vas a por unas mallas y sales con dos carritos a rebosar de cosas que, obviamente, son esenciales, pero que podrías vivir sin ellas, no nos engañemos.
Dicho esto, es el momento de ponerte las aletas y el tubo que te has comprado...¿dónde?...¡en el Decathlon!
Y me diréis, ¿para qué? ¿por qué?
Las aletas porque vas más rápido, ejerces más fuerza y haces más largos.
El tubo es porque nadando a crol, puedes dañarte la espalda y yo la tengo llena de pinzamientos y contracturas. Así que con el tubo tu cabecita está quieta, y con ella tus cervicales. Voilá.

El agua siempre ha estado conectada a mí. 
Apesar de ser un signo de aire, Géminis, es meterme en el mar o en una piscina y me relajo. Le pasa a mucha gente. 
Pero yo además tengo un secreto. Bueno yo, y tod@s l@s gord@s del mundo, y es que, como es obvio, pesamos menos en el agua, así que el ejercicio es mucho más fácil para nosotr@s y para nuestras articulaciones y huesecillos.
Soy como el personaje de Bill Murray en la peli Lost in Translation viendo culos botar dentro del agua.
Mi psicóloga, de hecho, desesperada para que hiciese algo de ejercicio, me mencionó hacer aquagym. 
Ya he estado en esa clase. Ya he sido uno de los culos del bueno de Bill, y no es para mí. Por youtube he visto monitores que se dejaban el alma en esa hora. L@s alumn@s encantad@s, obvio. 
¿Mi monitora? Mi monitora preferiría ahogarse en la propia piscina que darnos una clase. Lo juro.
No hay nadie más desganada que ella. L@s abuelill@s no le ponen mucho ímpetu, es cierto, les va más bien lo de cotillear y no, como debería ser, mover el esqueleto.

Así pues, no me quedaba otra que coger mis artilugios de motu propio, ir al gimnasio, despelotarme, ponerme el bañador e irme con mis bártulos a la piscina a pelearme por una calle. Porque están más caras que un piso en la zona del Barrio de Salamanca de Madrid. Ahí a pegarse todo el mundo por una esquinita. No hay reglas. El que llega antes tiene preferencia, y los abuelos, que tienen más morro que espalda, se ponen a nadar con el churro entre las piernas. Esta frase puede haber quedado un tanto distorsionada. Me refiero al spaguetti acuático que se usa para flotar y que se pone entre las piernas mientras uno nada a velocidad caracoliana. Yo no es que sea Michael Phelps precisamente, pero vamos, con las aletas le doy ritmillo al asunto, y claro, paso al abuelo cada dos por tres. Y él te pone caras, porque le estás salpicando (obviamente), así que te mira en plan "no tienes respeto a los mayores" y yo le miro en plan "abuelo, no haberse puesto en mi calle".
Ya digo, esto va a acabar peor que West Side Story

Empecé nadando lo mínimo posible. Veinte largos a crol, diez a espaldas y diez a braza. Todo por variar un poco. No llegaba a la media hora. Tampoco es que me doliese nada o no pudiese nadar más. Era más bien que no había motivación. Me parecía que treinta minutos eran más que suficientes.

Hasta que pasó lo que pasó...

Y tras lo que pasó, tenía otro andar, otro ponerme las gafas, otra energía. 
Sabía que tenía que hacer más, que ser más, si quería llegar a dónde quería llegar.
No solo aumentó mi potencia de brazada, sino que hice más largos, todos a crol, que son con los que estaba más a gusto. Primero subí a cuarenta, y luego a cincuenta. Si tenemos en cuenta que es una piscina de 25 metros de largo, hago casi dos kilómetro todos los días.
Esto no siempre ha sido así. 
Ya digo, ha habido una evolución.
Voy a ser totalmente sincera con vosotr@s: a mi me han llegado a empezar a doler las lumbares después de andar cinco o diez minutos en recta, ni siquiera cuesta arriba.
He tenido que parar, estirar y seguir. Así cada diez minutos.
Obviamente, no estoy orgullosa de ello. Pero tampoco me escondo. Tengo una enfermedad contra la que estoy luchando con uñas y dientes.
Mi mente me juega muy malas pasadas. Es negativa y voraz con el poco optimismo que tengo al nadar. Siempre he dicho que yo soy mi peor enemiga. No hay nadie que me diga peores cosas que yo misma. Es como un tiburón que le da igual qué devorar. Lo mismo le da mis pensamientos, que mi autoestima, que mis propios logros. Es una máquina trituradora de esperanza. 
Sin embargo, desde que pasó lo que pasó, mi mente está más clara que nunca. No digo yo que no vacile de vez en cuando entre el tiburón y el delfín. Pero últimamente es el cetáceo amable el que acompaña mi cabeza. Con palabras de ánimo y frases motivadoras. 

Y como la ley de murphy siempre tiene que aparecer cuando mejor le va a una, llego un día al gimnasio y leo que cierran la piscina durante una semana. 
¡¡¡¡¿¿¿¿Una semana????!!!! 
Que diréis, bueno Pau, no seas "drama queen", son siete días...bueno pues a mí como si me hubiesen dicho siete años. Ahora no podía parar. Ahora, justamente, no.
Así que se me ocurre lo que hace unos meses ni se me pasaría por la cabeza.
¿Y si me apunto a alguna clase del gimnasio?
Lo primero que pienso es que soy incapaz, con este peso, este cuerpo y, sobretodo, esta cabeza.
Pero no me queda otro remedio.
He de decir que me podría haber apuntado a yoga o pilates, pero me siento como una patata andante en esas clases, no puedo. 
Así que, como no podía ser de otra manera, me apunté a una de las clases más fuertes del gimnasio. En este caso, "Fitpower", que ya solo con el nombre acojona. 
El día en cuestión aparezco casi quince minutos antes de la clase como un auténtico cervatillo. Aquí, Bambi, no sabía dónde se adentraba.
A las diez en punto de la mañana, entra la gente a mansalva a la sala y empiezan a coger pesas, barras, mancuernas, esterillas...como auténticos caníbales. Era la ley del más fuerte. Como yo obviamente no era una de ellas, acabé en una esquina, con los restos de lo que quedaba tras el batiburrillo de gente dándose de leches. 
Y ahí empezó mi calvario personal. Barra a los hombros, al son de una música tecno insoportable y a decibelios muy por encima de lo permitido, creo yo, nos dispusimos todos como si fuéramos un ejército, y no meros seres humanos, a matarnos a sentadillas.
Que si coge las mancuernas, que si ahora la barra, que ahora al suelo a hacer flexiones de brazos, que ahora de pie a trabajar los hombros...
Después de cincuenta minutos estaba como sacada de la mismísima piscina. Me sudaban hasta las cuencas de los ojos.
Pero lo había hecho. Lo había superado. Lo había conseguido.
Al llegar a casa me puse a pensar (peligroso, lo sé). Y me dije, ¿y si mañana me apunto a otra clase? Miré y había "Zumba". Muchos sabéis las aventuras y desventuras de esta modalidad (ver post "Zumba en el Infierno"). Pero me dije, ¿por qué no?
Así que fui, y mi cadera y yo sobrevivimos.
¿Y si al día siguiente hacemos "Bodybox"?, ancha es Castilla, me dije.
Pues vamos, y sobrevivimos de nuevo.

Mi cuerpo grita, chilla, me mira como diciendo "¿pero qué me estás haciendo?"
Pero ya no puedo parar.

Volveremos a la piscina la semana que viene, por supuesto. Pero también a las mancuernas y a las barras. Y a la bachata y a la salsa. Y a los puños.

¿Pero por qué?, me volveréis a preguntar. Paula, ¿por qué este cambio?

Es sencillo, pero muy complicado a la vez. 

Os lo diré:

Resulta que hace unos semanas una niña a la que adoro quiso jugar conmigo a la pelota. Y no pude. Fui, literalmente, incapaz.

Ella, en su inocencia, no entendía cómo su madrina, aparentemente fuerte, podía levantarla en brazos como si fuera una pluma pero era incapaz de recorrer veinte metros corriendo.

"Eres fuerte Maína, ¿por qué no puedes correr?", me preguntaba inocentemente mientras me regateaba con la pelota.

Cómo le explico que no puedo porque estoy gorda, porque tengo una enfermedad que me está matando, porque es lo que más quiero hacer en este mundo, pero, simplemente, es que no puedo.

Así que, ¿qué pienso cuando pienso en nadar?

Muy sencillo.

En que algún día podré correr con ella por la playa con una pelota a los pies.
Que nos columpiaremos en el parque.
Que saltaremos en unas camas elásticas.
Que jugaremos a las palas.
Que echaremos una carrera y puede que, incluso, hasta la deje ganar...


2 comments:

Anonymous said...

Mucho ánimo Paula, "eres fuerte" ;) Seguro que arrasas en esa carrera de fondo de la que hablas. Pienso a menudo en las muchas conversaciones que hemos tenido

alas de libélula said...

Eres pura fortaleza y determinación, aunque a veces te olvides. Esa niña se merece que juegues con ella, pero tú te mereces ser capaz de jugar, de correr y de volar. Lo vas a conseguir. Lo vamos a conseguir. Siempre se nos olvida que hemos llegado hasta aquí, que seguimos con vida, que luchamos como jabatas cada día. Desde aquí te cojo de la mano, para que sientas que recorremos este camino juntas.