Monday 21 January 2013

viajes low cost


queridos y queridas, aún arriesgándome a quedar como una petarda, he de decir que llevo toda una vida metida en un avión.
mi primera vez fue a los pocos meses de nacer. mis abuelos vivían en argentina y mi madre me llevó a que me conocieran. pero el bautizo real llegó a los tres años cuando mi madre se fue a vivir a menorca. los viajes a madrid eran el sueño de cualquier niño: fanta de naranja, cacahuetes y rotuladores carioca. tampoco nos olvidemos de ese mini bolso rojo que te colgaban del cuello como si fueras una vaca donde guardabas tu billete y que confirmaba que eras un menor viajando solo. los demás niños del vuelo, bajo las faldas de sus madres, no podían más que mirar con envidia y resquemor ese símbolo de independencia que colgaba de tu cuello.
la confirmación llega unos años más tarde cuando (de nuevo) mi madre se va a estados unidos y yo con ella. los vuelos transatlánticos fueron la revelación. con diez años y unas dos veces por año iba y venía yo sola. aquí no había bolsito, pero sí una sala de espera llena de niños sin padres. era como una versión light de el señor de las moscas. niños saltando por sofás con la camisa fuera del pantalón, con mocos resecos y colgantes, cordones desatados y restos de chocolate por todo el hocico.
el apocalipsis.
total, que siguiendo con la comparativa esto de vivir en londres supongo será como el matrimonio.
sin embargo, y en estos años de unión entre londres y yo surgieron los primeros roces debido a las "aerolíneas low cost". una que es experimentada clienta de diversas y varias compañías no estaba preparada para lo que le venía encima. no atisbé, ni de lejos, que volar se convertiría en una de las experiencias más traumáticas de mi vida.
los primeros problemas en nuestro matrimonio fueron leves. o yo, cegada por mi amor a volar, los dejaba pasar y encontraba múltiples excusas ("es que es muy mala temporada", "claro, es que con estos precios la gente se entusiasma", etc). hasta que, pobre de mi, me di cuenta de una vez por todas que volar había cambiado por y para siempre.
yo soy de las que disfruta hasta haciendo la maleta. no hay cosa que más me guste que pensar en qué llevar, coger el tren que me lleva al aeropuerto, pasar seguridad e, incluso la comida de los aviones. disfruto con y cada elemento del trayecto porque significan una sola cosa: voy a viajar.
a hacer turismo, a ver amigos, a visitar familiares...a lo que sea pero dejando atrás las preocupaciones y la rutina.
adoro viajar. y más si es en avión transatlántico que eso supone que me voy aún más lejos, lejísimos. (y que cuento con un catálogo de películas mucho más amplio).
pero como digo, esto ha cambiado.
para empezar está la mala leche que te brota cuando sacas el billete y ves que entre gestiones, iva, impuestos y pluses varios por tarjeta visa electron el billete te sale por ciento cincuenta en vez de veinte.
luego está esa tensión cada vez que te mandan el mail para que imprimas tu tarjeta de embarque, que si no luego te encasquetan sesenta euros como sesenta soles. pero tú y yo y todos sabemos que lo vas a dejar para la noche antes de que salga tu vuelo rezando para que no se te acabe la tinta de la impresora en ese preciso instante.
ya con todo preparado está la gran pregunta...¿cómo coño llego al aeropuerto? londres es diferente porque no hay uno, ni dos, ni tres, sino cinco aeropuertos con diferentes y múltiples formas de llegar a ellos. tú pregúntale a cualquier persona en londres cómo llegar al aeropuerto de stansted que te sabrá decir cómo ir hasta en ala delta.
total que una vez allí está el momento seguridad que es mítico. da igual lo preparado que llegues a la cinta que siempre, siempre ocurrirá algo para que pierdas los nervios. se te olvida quitarte los pendientes, te tienes que quitar los zapatos, te pita, se te engancha la bufanda con el bolso, olvidas sacar una botellita de agua con restos de babas, etc. el asunto es que tendrás a alguien detrás con el aliento en el cogote. ah sí, se me olvidaba, y ocho de cada diez veces te habrás puesto los calcetines más feos, rotos u horteras que hayas encontrado en tu armario. con clase.
pero cuando llegas a tu puerta de embarque es dónde de veras uno puede diferenciar a los amateurs de los profesionales.
los amateurs son lo más. para empezar están sentados esperando a que les llamen tan pichis. que por dentro no puedes evitar pensar "luego me llorarás cuando no encuentres sitio". tú, que eres una profesional, te pones a la cola aunque te quede una hora para embarcar. ah, y cuanta más cola se forma detrás tuya, más orgullosa estás de ti misma. siempre está algún desgraciado que llega cinco minutos antes de que abran las puertas y se pone el último a la cola. ese siempre da una penita...
además los amateurs nunca pierden la esperanza. son positivos por naturaleza. pero la cruda realidad les da una torta a mano abierta en toda la cara en forma de azafata de ryanair. esa azafata poderosa y en ocasiones cruel que tiene tu futuro en sus manos. ellas son como jedis, están en todas partes. son como gandalf, si ellas dicen que no pasarás, tú te jodes y no pasas. principalmente, por dos motivos: porque has intentado pasar con la maleta reglamentaria y un bolso cruzado estratégicamente oculto bajo el abrigo (ella tiene mirada láser y siempre, digo siempre, te pillará) o porque, efectivamente, tu maleta cumple los requisitos pero va más petada que sol en fin de año. aquí es cuando las imágenes dantescas transcurren una detrás de otra: esas personillas amateurs intentando ponerse toda la ropa de la maleta encima o ese hombre indignado que se niega a pagar un extra.
tú les pasas pensando "si ya lo sabes para qué lo haces".
total que ya dentro es la ley del más fuerte, una mezcla de los juegos del hambre y lost. en ese momento no hay solidaridad ni modales. si hay que tirar una vieja al suelo para poner tu maleta en los "compartimentos superiores", se tira. por culpa de la octogenaria con respiración asistida no te vas a pasar tú la hora y media de trayecto con la maleta bajo el asiento de delante con las rodillas pegadas a la nariz.
una vez todos apretujados como sardinas en lata y listos para despegar comienza el mercadillo ryanair. colonias, lotería, billetes de tren, cigarros electrónicos, que eso parece la latina un domingo a mediodía.
también hay que prepararse a no entender nada de nada durante el trayecto. si son azafatas inglesas, no hablan castellano, si son españolas, el inglés parece élfico. no hay manera. ¿qué ocurre? que cuando llegas a tu destino no sabes si sales por delante o por detrás porque simplemente no entiendes lo que ha dicho la azafata.
y en este momento los amateurs cometen otro error. en cuanto para el avión se avalanzan como hienas a sus maletas, ansiosos, como pensando "me la han dado antes pero ahora no". error. que te levantes de tu asiento no quiere decir que vayas a salir antes, sobretodo si estás en ventanilla. al revés, lo único que conseguirás es desesperarte, refunfuñar, acabar con el cuello roto y llegar al siguiente paso, revisión de pasaporte, más quemado que la pipa de un indio. hacedme caso, ni os mováis. no merece la pena.
y como digo, el último paso. mi reacción ante ese hombre responsable de aduanas depende de dónde me encuentre. la verdad es que a los americanos y los ingleses los veo la mar de profesionales. se dedican a eso y punto. y eso como que da un status. sin embargo en otros países, como españa, es la policía nacional. y no es por nada, pero yo siempre me pregunto, qué habrá hecho ese madero para pasarse seis horas mirando pasaportes. porque algo habrá hecho. ese tío no ha pasado por la academia para acabar en un cubículo encerrado. ese tío quiere "apatrullar" la ciudad, no nos engañemos.
el caso es que para cuando llegas a tu destino brotan dos pensamientos según qué casos. si pasas un fin de semana no te puedes creer que en dos días vayas a tener que sufrir lo mismo. si, por el contrario, pasas mínimo una semana sabes que ese trauma quedará en el olvido y que, cuando llegue el día de volver, sufrirás el proceso como la primera vez. jurarás en arameo, despotricarás pero, por desgracia, la próxima vez que veas aquello de "vuelos a cinco euros ida y vuelta" volverás a caer.
de lleno y en toda la cara.
































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