Monday 6 November 2023

Escritora


Source: Getty image


Queridas y queridos, cuán importante es la palabra. No solo la escrita, sino la hablada.

Gracias a ella construimos y destruimos castillos, aliviamos dolores o rasgamos lo más profundo del alma, creamos mundos que nadie podría haber imaginado jamás, volamos, traspasamos el tiempo, y lo controlamos, somos reinas y reyes sin corona, o con corona, depende, coloreamos la oscuridad y abrigamos bajo tormentas de agua y hielo, sanamos.

La palabra puede ser sencilla de verbalizar y comprender, como "silla" o "libro", o complicada, como "averno" o "serendipia", o formar frases casi imposibles, como "soy escritora".

Estas palabras, en un principio tan simples, significan un mundo, y son más difíciles de enunciar de lo que parece. O fácil, según se mire. Pero lo que está claro es que conllevan una aceptación. Y a mí eso me parece un osadía. Y, a veces, hasta un milagro.

Hace poco fui a la feria del libro de Murcia a firmar ejemplares de una obra que he publicado recientemente. Las casetas se apelotonaban en una hilera cuasi infinita. Y en ellas, escritoras y escritores se presentaban tras su obra, entre orgullosos y nerviosos. Unos te miraban, como insinuando, "ven, acércate, no muerdo". Otros, los más osados, directamente te lo decían a la cara. Alguna autora te preguntaba si te gustaba leer. Esa frase tenía truco. Cómo no te va a gustar si estás allí. Y, ¿es "gustar" la palabra adecuada? Parecía un verbo en excesivo insulso. "Apasionar", diría yo.

He de confesar que de un tiempo a esta parte me ha dado por escribir cuentos. Me salen casi como churros. Otra cosa es que sean buenos, claro. Pero eso es otra historia. El caso, es que últimamente me interesan mucho. Así que caseta en la que alguien mencionaba la palabra "cuento", caseta a la que me lanzaba como si no hubiese un mañana. 

En una de esas ocasiones me puse a hablar con Carmen, que había escrito un pequeño libro de cuentos sobre las ilusiones y los sueños del ser humano. Me comentó cómo comenzó su proyecto, cómo fue su proceso y, tímidamente me confesó que había ganado algún premio con uno de sus cuentos.

Fue entonces cuando ocurrió. Sin previo aviso, sin mucho aspaviento. Simple y llanamente le comenté: "soy escritora". Lo dije más bien por dar a entender que la comprendía, que formábamos parte del mismo club, que yo era ella y ella era yo.

Pero la afirmación me pilló desprevenida. 

Creo que a Carmen también.

Y a mi madre, que había venido a acompañarme y estaba a mi lado cuando esto ocurrió, no le pasaron inadvertidas No porque no piense que soy una escritora, sino, según ella, por la seguridad con la que espeté estas palabras.

Es cierto. Ni me lo pensé. Mi razonamiento era lógico, "llevo toda la vida escribiendo, he publicado un libro, por ende, soy escritora".

Sin embargo, y casualmente (o no), nunca he podido decir "soy directora de cine" a pesar de haber parido unos cuantos cortos, ganado algunos premios y ser una amante acérrima del séptimo arte.

No solo verbalicé "soy escritora", sino que tuve la osadía de repetirlo un par de veces más a lo largo del día. Como si quisiese reafirmar mi postura. 

Mi madre, en un momento dado, y ya lejos de la feria me confesó que le había chocado la naturalidad con la que había aceptado mi rol. Si soy sincera, a mí también.

Ese "soy escritora" me salió del alma. De lo más profundo de mi ser. Fueron unas palabras gustosas, queridas, ansiadas. Como llegar a casa después de un largo viaje.

Porque es curioso, pero hasta que no se verbalizan ciertas cosas, es como si no existieran. Como si no fueran. Y al decirlas, las creamos, las damos forma como si se tratara de la plastilina que moldeamos con nuestras manos. Las representamos. Y es entonces cuando una comienza a creer en sí misma. En cierto modo, que añada esas palabras en mi mundo, en mi cosmos, me transforma. 

A ver, no es que os vaya a firmar una autógrafo en la cara cuando me vengáis a decir un simple "hola", sino que hay un cambio, tal vez en la manera de verme, de contemplarme. Es como excavar y de pronto encontrar una gema extraña. Como ir en bici y descubrir un arco iris en el horizonte. Algo se ilumina, algo te cambia, te nutre, se queda en tu retina.

En pocas palabras. Aceptar que, por fin, eres escritora, es lo más.

Monday 30 October 2023

Más cosas que me sacan de quicio

 


Queridos y queridas, "Cosas que me sacan de quicio" parece que os moló un rato. Y como yo me debo a vosotr@s, siempre, por qué no seguir con esa lista de los cuarenta principales. Porque, ¿de verdad pensabais que ahí se quedaba el asunto? Poco me conocéis entonces. 

Vayamos direct@s al lío.

Me saca de quicio la gente que apoya sus rodillas en mi respaldo ya sea el tren, el bus o el avión. Bueno, miento, sobre todo en el avión, porque entonces seguramente tendré la mesita plegable entre las costillas y el páncreas. A esta gentuza habría que cogerles las piernas y enroscárselas alrededor del cuello, estilo "pretzel".

Me sacan de quicio los atascos. Obvio, diréis. Pero no solo aquello de arrancar, parar, arrancar, parar. Lo que de verdad me enajena es que fila en la que estoy, fila que va más lenta que la cola del paro. Me cambio de fila, la otra va más deprisa. Me vuelvo a cambiar, la de al lado va más ligera que un colibrí. No falla.

Me sacan de quicio las moscas de verano. Son tontas, punto. ¿Cómo es posible que puedan entrar por una rendija de dos milímetros y luego den por culo toda la tarde porque no saben salir a pesar de tener todas las ventanas de la casa abiertas? Me puede.

Me saca de quicio Pablo Motos.

Me saca de quicio que me digan que me "tranquilice". Obviamente, y como tod@s sabemos, provocará el efecto contrario. Que no hable como si me hubiese tragado un monje tibetano no quiere decir que esté alterada, pero si me dices "tranquila", yo, con voz frenética y subiendo peligrosamente de tono te contestaré, "pero si estoy tranquílisima". Irónicamente, decirle a una persona tranquila que se tranquilice creará justamente el efecto contrario. Tal cual.

Me saca de quicio el número de tarjetas que tengo. Cuando tengo que pagar saco la del gimnasio, cuando estoy en el gimnasio saco la del metro, cuando estoy en el metro saco la de crédito y cuando estoy en el super saco la sanitaria. Puede que sea mi culpa, que no las tengo debidamente ordenadas, pero, ¿en qué momento nuestras vidas se han convertido en una ristra eterna de tarjetas para todo y de todo?

Me saca de quicio Isabel Díaz Ayuso.

Me saca de quicio olvidarme el kleenex dentro del pantalón cuando pongo la lavadora. Clásico. Abres la puerta del tambor y empiezas a ver virutillas blancas por todos lados....al principio, por un segundo, no caes...pero luego....ay Mari Carmen, ese inocente kleenex cae por su propio peso y te cambia la jeta. Se te queda, hablando en plata, cara de gilipollas. Las carcajadas vienen luego, quitando las virutillas. Unas risas vamos....

Me saca de quicio la peña que pone la música en altavoz en el metro y en otros lares similares. A ver, merluzos, hay un pequeño dispositivo muy útil llamado auricular que se introduce en cada oreja y te permite escuchar perfectamente tu reggetón favorito sin que a mi me dé un parraque. Es bien sencillo pero cómo cuesta entenderlo.

Me saca de quicio y mucho, las pegatinas en los objetos, como por ejemplo, el precio de un libro o de unos bombones, que no se quitan fácilmente. ¿Para qué ponerlas cabrones? Tienes que raspar, usar agua caliente, dejarte las uñas y encima el pegamento parece superglue coñe, que se te irá pegando toda la mierda del universo en el maldito recuadro. 

Me saca de quicio la gente que "canta" encima de una canción pero que no se sabe las letras y encima desafina. Pregunto, ¿por qué? No tengo nada más que decir.

Me saca de quicio que el rollo de film transparente se me haga un lío. Buscar y rebuscar dónde se encuentra el principio entre los miles de miles de filillos que se han quedado incrustados porque tú has ido de loca de la pradera y has enrollado las cosas como si no hubiera un mañana y ahora, o enrollas una aceituna o no enrollas nada.

Me sacan de quicio los "abre fácil". Ni abren, ni son fáciles. Amos, no me digas.

Me sacan de quicio esos personajes que se ponen justo delante tuyo en la playa y te tapan las vistas del mar cuando hay espacio de sobra en cualquier otro lado. Les hacía comer arena. Así lo siento.

Me saca de quicio ver trailers de películas. Te destripan toda la historia. No solo eso, es que sabes estás viendo hasta escenas del mismísimo final. Lo que viene siendo muy mega ruin y rastrero.

Me sacan de quicio los cuchillos que no cortan.

Me saca de quicio todo aquello que es para diestros única y exclusivamente. Léase, sillas con mesa para escribir, tijeras, abrelatas, sacacorchos...menaje del hogar, vaya. El mundo gira en torno a los diestros y hasta que no eres zurdo ni te das cuenta.

Me sacan de quicio las personas, bueno, seamos sinceras, los hombres, que me explican lo que ya sé, lo que ya entiendo. Por ejemplo, cómo encontrar un archivo en mi propio ordenador, en qué consiste mi trabajo o cómo buscar una película en mi televisor. Agüita.

Y me sacan de quicio l@s racistas, l@s homófob@s, l@s machistas, l@s ultraderechistas, l@s gordófob@s, l@s maleducad@s y en definitiva, aquell@s que no respetan a los seres humanos, así en general. Punto.

Continuará?




Monday 23 October 2023

Antipáticas


 Queridos y queridas, este tema me toca especialmente la pepitilla. Avisad@s estáis.

Dicho tema no es nuevo, como es obvio. Mismamente el otro día escuchaba a las maravillosísimas Isa Calderón y Lucía Lijtamaer hablar sobre este asunto en el más que recomendable podcast "Deforme Semanal Ideal Total". En él explicaban cómo por ser mujer, estamos condicionadas por la sociedad a ser agradables y educadas a todas horas y en todas las situaciones posibles.

Una mujer cabreada, es una mujer histérica.

La perenne frasecita de "pero mujer, sonríe", creo, nos perseguirá de por vida. 

Aparentemente, una mujer no puede ser borde, contestataria, maleducada, seria, incorrecta. No, eso está reservado única y exclusivamente para los hombres. Las mujeres debemos cargar con unos pompones de animadoras permanentemente y no quejarnos. Punto.

¿Exagerada, yo? Ya veremos.

¿Feminista, yo? Sí, esto sí, para que nos vamos a engañar. Siempre.

Pero a los hechos me remito.

Para empezar voy a poner un ejemplo que muchos conocéis o, al menos os suena. Hace unos años, en un partido de tenis femenino, el juez de silla señaló una falta anti-deportiva a Serena Williams por, según él, recibir ayuda de su entrenador. Yo no entro si esto fue cierto o no. Pero ella no sólo se cabreó, sino que perdió los nervios. La lió pardísima. Lo recuerdo vivamente porque no hubo informativo que no abriese al día siguiente con las imágenes de una Serena Williams descompuesta. Y ya no digo en la sección de deportes, no, el propio informativo. Corte a un debate general. La discusión: si la tenista se había propasado en sus formas. No faltaron, por supuesto, tertulianos en la radio y en la televisión para debatir este tema. A mí, me parece curioso cuanto menos. Algunos tenistas masculinos llevan reventando raquetas desde que se inventó la pelota de tenis. Insultan a los árbitros, a los espectadores, gritan, amenazan y, sin embargo, o no se ve en las noticias o aparece como una pequeña reseña en la sección de deportes que es, sin lugar a dudas, donde pertenece. La diferencia de trato fue más que evidente. Ver a una mujer y, más aún, a una Serena Williams perdiendo los papeles era un notición. Porque las mujeres no debemos, no podemos descomponernos y, menos, ante millones de personas.

Pero no hay que irse a las grandes celebridades para encontrarnos estos casos. Nosotras, sí, sí, tú y yo, podemos llegar a sufrir este tipo de fechorías todos los días. 

Yo mismamente, en el trabajo, he tenido que aguantar que me llamen "antipática" en múltiples ocasiones. Todo porque no voy con una sonrisa en la cara como si fuera "Miss Alicante" las veinticuatro horas del día, señor. En cuanto estoy con una cara neutra, están los típicos "¿qué te pasa?", "¿por qué tan seria?" o el ya anteriormente citado "pero mujer, sonríe". Que cualquiera diría que trabajo de animadora infantil en vez de ayudante de dirección de cine. Y mientras mi compañero de trabajo está más serio que un poto nadie le dice nada porque claro, estará concentrado, en sus cosas, no vayamos a molestarle. Pero a nosotras no, a jodernos y aguantarnos, a sacar los pompones de nuevo y a animar el cotarro.

Pero esto viene, como siempre, de nuestra tierna infancia. De toda la vida se nos ha enseñado desde niñas a ser amables con todo el mundo, discretas con nuestras faldas, simpáticas con los invitados. Lo "lógico" y "normal". Mientras tanto los niños...los niños eran unos monos araña que se colgaban de las lámparas, que chillaban y si no querían saludar, no saludaban porque "claro, es que tienen un carácter...". No me digáis que no os suena. A mí la trompeta.

Y así vamos creciendo. Intentando complacer a todo el mundo, evitando la confrontación a toda costa e ignorando lo que es un "no" hasta que un día se te hinchan los ovarios. Te dices, "¿Pero tengo cara de gilipollas o qué?" y te lías la toalla a la cabeza y dices "Hasta aquí hemos llegado". Así que empiezas a poner límites. Sí, sí, comienzas a delimitar hasta dónde pueden llegar los otros y entonces, ah Mari Trini, es entonces cuando te conviertes, oficialmente, en una "Antipática". Porque ya no te riges por sus normas, sus reglas, sus absurdas exigencias. Ya no eres tierna como un "oso amoroso", ya tienes carácter. ¡Oh dios mío! ¡Cuidado, todos a cubierto! ¡Es una bomba nuclear a punto de estallar!

Lo vemos en políticas que no se dejan amedrentar, actrices o cantantes que ya no contestan preguntas machistas estúpidas, o mujeres de a pie que no van a sonreír porque a ti te salga de los santos cojones. 

Sonreiré cuando me salga de los ovarios, cuando algo me haga de verdad reír, cuando quiera, no por ser mujer y tenga que agradarte a ti, la mitad de la población. 

Sonreiré cuando no me digan que sonría.

Sonreiré cuando mis tampones y compresas no se consideren un artículo de lujo y sean de necesidad básica, como es lógico y normal.

Sonreiré cuando pueda andar tranquila de noche sin cagarme viva pensando que me pueden violar.

Sonreiré cuando no sienta que en mi trabajo tengo que demostrar el triple que mis compañeros masculinos para conseguir el mismo puesto.

Sonreiré cuando sepa a ciencia cierta que mis sobrinas no tendrán que sufrir ninguno de los problemas anteriormente citados.

Entonces, sí, sonreiré.

Tuesday 17 October 2023

Matt Damon y yo

 


Queridos y queridas, nunca he sido fan de Matt Damon. Me ha parecido como una patata sin sal, insulso. Le veía en las pelis y pensaba...meh. Ni fu ni fa. Un brócoli me parecía más expresivo, mira tú. 

Duras declaraciones por mi parte, lo sé.

Hasta que le conocí.

Corría el año 2016 y acababa de terminar mi primer trabajo como tercera ayudante de dirección de cine. Casi la palmo de la ansiedad y la histeria. En serio, casi me explota la almendra. Pensando que a partir de entonces ya no sería auxiliar de dirección nunca máis, como soy prima segunda de Murphy y su puta ley, me llaman y me ofrecen dicho puesto. Eso sí la peli es de Bourne y se rodaría entre Tenerife y Londres. No sólo tendría la oportunidad de trabajar con Matt Damon y Paul Greengrass, sino que, y más importante para mí, con Chris Carreras, el primer ayudante de dirección de muchas de las películas de Harry Potter, una auténtica leyenda. Yo, que me quiero dedicar a esto, no puedo perder la oportunidad de trabajar mano a mano con semejante titán del cine. Digo "dónde hay que firmar" y me voy para Tenerife. 

Nota: Ya nos vamos dando cuenta que tampoco se vive tan mal con este trabajo, que si viajas, que te pagan el vuelo, que te ponen el hotel, las dietas... Nos enteramos, ¿no? Y bueno, que las Islas Canarias vienen siendo un lugar recurrente en el blog, vamos. Solo quería subrayarlo. Gracias, prosigamos.

Total, que llego a la isla chicharrera y me acomodo en el hotel donde vamos a pasar casi tres semanas. No me quejo.

Comenzamos a rodar. "Exterior calle noche". Está claro lo que quiere decir. Que vamos a ser vampiros durante días. Comenzamos la jornada a las ocho de la tarde y, con suerte, a las seis de la mañana estamos de camino a la piltra. Bueno, por lo menos te puedes levantar y, cuan croqueta, ir rodando hasta la playa.

La escena consiste en unos disturbios por las calles de Atenas (en teoría Tenerife hacía de la ciudad helénica...la magia del cine), en los que Bourne ha de camuflarse para poder escapar de unos tipos que le persiguen. Todo muy original, oiga.

Total, que como ya hemos aprendido en este blog, debo tener cara de traductora oficial de los rodajes británicos, porque el segundo ayudante de dirección me llama al set, un vagón de metro ligero, y me dice que le vaya traduciendo a Matt Damon lo que el conductor le diga. 

Sin un mísero "nice to meet you", que es lo mínimo en estos casos. Me ponen en medio del muchacho actor y del conductor del metro y ala, ancha es Castilla, a traducir. Matt me mira concentrado mientras le suelto un rollo "macabeo" en inglés de cómo tiene que accionar el dispositivo para que éste abra las compuertas. Después de un monólogo Shakesperiano, él me mira, me sonríe, y me suelta en castellano "¿Cómo? ¿Así?" y abre la puerta. "Ah, ¿pero que hablas español?", pregunto entre anonadada y un tanto mosca tras el sobre esfuerzo mental con el que acabo de lidiar. "Un poco, mi mujer es Argentina", me contesta con un perfecto acento y todo "pichi". Pues ya me lo podría haber dicho un poco antes, básicamente unos diez minutos, cuando empecé a soltarle semejante milonga. 

Pero esto nos unió claro. A ver, no es que tuviésemos un saludo secreto a partir de entonces. El muchacho actor era muy amable y saludaba a todo el mundo por las mañanas. Me diréis, ¿lógico, no, Paulis? Pues no, queridos y queridas, la mayor parte de los actores y actrices de alta alcurnia pasan cuatro pueblos de lo que viene siendo la plebe, o sea, el equipo. A no ser que les puedas dar algo a cambio, por supuesto. Por ejemplo, los directores de foto. Porque son los encargados de que salgan con la cara lisita como una plancha o feos como un orco. Pues les conviene. ¿Pero conmigo? ¿Una mera auxiliar de dirección? Ni agua. Ojo, insisto, algunos actores y actrices. En mi experiencia, cuanto más experimentados sean los actores y actrices más educados serán. Los de la nueva escuela se les sube pronto a la cabeza y suelen ser medio gilipollas. Excepciones hay en todos lados.

Matt es bien. Nos saludamos, nos preguntamos que qué tal y ahí acaba nuestra conversación porque no le vamos a pedir peras al olmo.

Hasta aquel día que lo cambió todo.

Pero vayamos por partes.

Una vez acabada nuestra aventura en Tenerife nos volvemos diligentes a Londres a rodar parte de la película en un estudio, parte en localizaciones por la ciudad.

Nota: He de aclarar que Paul Greengrass, el director, viene del documental así que rueda de una forma super libre y a veces hasta radical. No se anda con chiquitas. Si ve un sitio que le gusta, rodamos ahí, así de simple. Que los productores se encarguen de los permisos y el papeleo que para eso están. Bien, aclarado esto, prosigamos.

La escena a rodar: Bourne huyendo de dos tíos que le persiguen de la CIA, para variar. De pronto, gira una esquina, ve una falsa puerta, entra y se queda dentro para despistarlos. Cuando han pasado de largo, sale de nuevo y, muy listillo él, corre en sentido contrario. Un hacha el Bourne.

Bien pues había que rodarlo, ¿no? Obviamente. ¿Qué implicaba esto? Que Matt (mi súper colega Matt), tenía que entrar por esa falsa puerta, quedarse dentro del cuarto, esperar un tiempo prudencial y salir escopeteado de ahí. Algunos, que sois listos como el hambre y seguís mis andanzas cuan fans empedernidos habréis adivinado lo que viene a continuación. Porque, en ese momento en el que la Paulis andaba un poco despistadilla, escucha al primer ayudante de dirección decir, "necesitaremos a alguien dentro del cuarto para darle la señal a Matt para salir". Mira alrededor. ¿Y quién creéis, queridos y queridas que fue la afortunada a la que le endosaron semejante honor? "Paula, tú le darás la señal desde dentro". ¿Quién? ¿Yo? Cómo no, surprise, surprise, qué raro que me toque a mí, mari Carmen.

Entro en el cuarto y... ay diosito de mi vida, oh my fucking god, que es un cuarto de basuras. Tal cual. Y, para más inri, sin luz. Matt Damon y yo vamos a tener que estar dentro de un cuarto lleno de mierda a oscuras cuando lo máximo que hemos hablado ha sido algo así como "pues la verdad es que hoy hace buen día", "sip, se ve despejado". Me echo a temblar. ¿Y yo qué hablo con este buen señor en la más negra oscuridad en un cuarto de deshechos?

Las primeras tomas ni tan mal, porque Matt literalmente tiene que entrar y salir así que es todo mega rápido. Por un instante, por un momento, creo que me voy a librar de tener que sacarle conversación. Qué ilusa soy. A estas alturas ya tendría que haber aprendido que la vida siempre, siempre se me complica si no me la complico yo. 

Paul Greengrass, el director, quiere hacer unos primeros planos de Bourne saliendo de la falsa puerta y para ello, ¿qué tiene que hacer Matt?, empezar dentro del cuarto de la basura dónde Paula le dará la señal para salir. 

Así que ahí estamos los dos, que casi no nos vemos, preparadísimos, cuando de pronto me comentan en la radio "Paula dile a Matt que casi estamos, que hay un pequeño problema técnico con la cámara". 

Mecagoenlaputayentodoloquesemenea que me toca hablar con él.

Silencio incómodo...

Me apoyo en un contenedor de basura. Me quito. Joder, que asco. Piensa, Paula, piensa, pordiossantoyelarcangelsangabriel, de qué hablo yo con este señor. ¿Qué tengo yo en común con un tío que viaja en jet privado y cena sushi todas las noches? ¿Que tiene casas de millones de dólares y con más baños que habitaciones y yo teniendo que compartir mi váter con dos personas y haciendo el baile del sambito en la puerta porque está ocupado y me cago viva? ¿Qué tengo en común, queridos y queridas? ¡¡¡¡¿Qué, coño, QUÉ?!!!!!!

De pronto, se me ilumina la bombilla...

"The glamour of filmmaking huh?" ("El glamour del cine, eh?"), me atrevo a decir. Oigo una risa en la oscuridad, sincera, risueña. "Fuck yeah" ("Joder, sí"), me dice con su acento bostoniano. Nos reímos, por que no es que se pudiese cortar el silencio con un cuchillo, queridos y queridas, no. Sino con un puto machete. Y a machetazo limpio me lo cargué.

Y no sé cómo empezamos a hablar entre toma y toma. En la opacidad. Entre desperdicios. De lo bien que iba el día de rodaje a pesar de todo, de lo majo que era Paul Greengrass. De pronto pasamos a sus hijas y su mujer. Y hablamos un poco de español. Y cuando mejor me lo estoy pasando ya hemos conseguido el plano, y tenemos que salir. Y la magia desaparece, y es una pena.

Volvimos a nuestros "good morning" habituales y a los "parece que hoy va a llover" frecuentes, pero de vez en cuando coincidíamos y alguna cosilla más sí que caía. Sobre España, sobre la educación, la inmigración. Daba igual, siempre había algún tema.

Hasta que llegamos al final del rodaje, y nos dijimos nuestros "adioses" y nuestros encantados de habernos conocido.

Desde entonces ya no le puedo ver igual, ni a él ni a sus películas. 

Ya de brócoli, nada. Es una patata con sal.

Y esta, queridos y queridas, es la historia de Matt Damon y yo.

Monday 21 August 2023

Mujeres y señoros



Queridas y queridos, salgo del letargo veraniego porque me arden las ideas y las manos. Tecleo sin cesar y atropelladamente porque mi cerebro va más rápido que mis dedos. Quiero contar tantas cosas y que tengan sentido...no sé si seré capaz, pero tengo que intentarlo.

Ayer asistimos a la final del mundial de fútbol femenino. La selección de España ganó. 

Y entonces se montó la de dios es cristo. 

Por muchas y diversas razones. Cosas que tenían que ver con el esférico y cosas que nada tenían que ver con él. Twitter (o esa X repugnante), para variar, estaba que quemaba y todas y todos parece que tenemos que decir algo al respecto.

Es natural, es humano...cuando hay o han habido injusticias la gente se rebela.

Yo soy parte de esa gente.

Es casi imposible no verse reflejada. Hay tantas similitudes, tantos recuerdos...

Por un lado se habla de que estas futbolistas, se convierten en referentes ya para muchas niñas. Referentes que hace años no teníamos, o más bien, porque no se les daba la voz y el espacio necesarios para que existieran. 

A mí la afición al fútbol me llegó medianamente tarde. Siempre fui más de baloncesto, supongo que por ser del Ramiro de Maeztu y, por ende, seguidora del Estudiantes. Mi introducción al deporte llegó durante el mundial de Estados Unidos, el famoso de la nariz sangrante de Luis Enrique. Tendría quince años. Mi abuelo, fan de la selección, vio en mí alguien con quien poder compartir afición y madrugadas llenas de fútbol, patatas fritas y coca cola para la niña, cervecita para él. Ese verano nos unimos viendo cada partido como si nos fuera la vida en ello. Y yo de pronto, descubrí lo que era un fuera de juego, un corner o un delantero. Veíamos la previa de cada partido y comprábamos el diario deportivo cada mañana. Fue toda una experiencia.

Durante aquella época también empecé a jugar al baloncesto. No era buena, lo admito, pero me lo pasaba bien y aprendí muchísimo gracias a mi entrenadora Sonia. Ella y la jugadora Amaia Valdemoro han sido mis casi dos únicos referentes. Los equipos de las chicas existían sí, pero siempre a la sombra de la de los chicos. No digo ya en las categorías superiores, obviamente, pero desde las infantiles. A pesar de aquella diferencia de géneros, era un auténtico milagro que hubiese baloncesto femenino en los noventa. 

Y aquí es donde entra la importancia de tener referentes.

Un día, en el patio del colegio nos pusimos a jugar unos cuantos a una especie de concurso de triple. Yo ya digo que no era muy buena, pero gracias a los entrenamientos y la práctica el tiro de tres puntos se me daba medianamente bien. Así que me puse en fila para esperar mi turno. Era la única chica obviamente. Y empecé a tirar triples, y lo que es peor, a meterlos y a eliminar a chicos. 

Horror. Terror.

Yo estaba disfrutando de lo lindo claro. Poniendo en práctica todo lo que había aprendido a base de ensayo y error. Hasta que, como algun@s os podéis imaginar, llegó un niño me quitó el balón de las manos y me dijo, "no puedes jugar más". Yo, asombrada, me reí. Pensaba que era una broma y le pregunté inocentemente por qué. Él, de modo altivo y sabiéndose rey del universo contestó, "es mi balón y yo decido quién juega". 

Así, tal cual, sin una explicación más, los niños se fueron poniendo delante mío como si fuera invisible. Como si no existiese. Alguno de mi clase, amigo mío, me miró con cara de pena y encogió los hombros como diciéndome "no puedo hacer nada, es su balón". SU balón. SUS reglas, SU pene.

Así que sí importa que la selección española de fútbol haya ganado el mundial ante la atenta mirada de miles de niñas que pedirán por reyes o por su cumpleaños SU propio balón. SUS reglas. SU coño. Niñas que no se amedrentarán si quieren jugar con niños. Que no serán llamadas "marimachos", ni "bolleras" por querer jugar. JUGAR. Qué importante y difícil es este verbo. 

Ojalá esto se hubiese quedado así. Ojalá estuviéramos hablando de estas mujeres por su fútbol, días, semanas, meses, años. Ojalá el mundo funcionara de otra forma. Ojalá nos dejaran ser, respirar, existir sin que nos ahoguen...

Porque entonces llegó el señoro y el pico.

Quien no se haya enterado porque viva incomunicad@ en el Himalaya, el mismísimo presidente de la federación española de fútbol, un tal Rubiales, en pleno "furor celebrativo", no se le ocurrió otra cosa que cogerle de la cabeza a una de las jugadoras, Jenni Hermoso, y, sin dejarle opción alguna ni a una posible cobra, le plantó un beso en todos los morros ante la cara de estupefacción del mundo entero. Bueno, parte del mundo entero.

Porque ante las quejas de muchísima gente a través de las redes sociales por lo acontecido (entre las que se encuentra una servidora), salieron los defensores del señoro, casi todos, obvio, también señoros. Señoros que se creen másters del universo y que el resto somos un@s ofendidit@s. Señoros que opinan que el beso fue "una efusividad del momento", un "gesto de cariño".

Me hierve la sangre.

Cualquiera que diga estas mamarrachadas no ha sufrido en sus propias carnes lo que viene siendo una agresión sexual. Esta gente no tiene que andar sola por la calle agarrada al móvil con el número de emergencia puesto en pantalla por si la asaltan, persiguen o violan. Estos señoros lo ven como algo "inocente y casto", cuando en realidad es un abuso de poder en toda regla. No hay que tener madres, hermanas, tías, primas o hijas para saber esto. Hay que ser, simple y llanamente, un ser humano.

Hace años en una película en la que trabajaba llegamos, por fin, al último día de rodaje. Había sido duro, intenso y a veces desesperante. Pero lo conseguimos.

Esperando al resto del grupo en la entrada del hotel para celebrar, estábamos unos cuantos del equipo. De pronto, entran unos algunos eléctricos que ya habían estado festejando a su bola. Yo estoy apoyada en el respaldo de uno de los sofás, observando, sin decir nada. De pronto, uno de los eléctricos se acerca a mí me coge de la cabeza y me suelta un pico. Así sin más. Hubo un pequeño silencio. Muy muy breve. Yo le dije, "¿qué haces?", con una medio sonrisa nerviosa y de incredulidad. Él me contestó, "no seas aburrida, Paula, que hemos terminado". 

A día de hoy no sé cómo no le pegué una hostia o, por lo menos, puse una queja a la productora. Tenía unos treinta años yo, él unos sesenta y pico. Casi no habíamos hablado casi durante el rodaje, solo profesionalmente. No habíamos tonteado. Pero él se vio en su santo derecho de darme un beso.

Y entonces es cuando vuelvo a la reacción de los señoros en la actualidad. Lo siento, pero si Jenni Hermoso se hubiese llamado Andrés Iniesta o Fernando Llorente, el presidente de la federación no le da un pico. Esto es impepinable. Lo sabemos tod@s. Sin embargo, entre que ella no puede/sabe reaccionar, que es su jefe y que dicho jefe es un machirulo impresentable que no va a renunciar a sus seiscientos mil euros al año, pues tenemos la tormenta perfecta. El resto somos un@s feminazis y punto pelota. Nunca mejor dicho.

El señoro, visto la que se ha montado en las redes sociales y en el mundo en general (se han hecho eco los medios ingleses, los franceses, etc), ha aparecido diciendo que "seguramente debía disculparse". El video no tiene desperdicio. Con su tono prepotente, su lenguaje corporal de "estoy aquí porque no me queda otro remedio" y su excusa de "momento efusivo", se ve que no se lo cree ni él. 

Este señoro, no solo debía dimitir ipso facto, sino que debería desaparecer de la faz de la tierra.

Sin embargo, nuestro mundo está llenos de "Rubiales", esos mismos señoros que de pequeños no te dejaban jugar con SU balón y que ahora se escudan bajo su puesto, su estado, su género.

Ya está bien, joder.

De que tengamos que aguantar la misma mierda con diferente formato. De tener que callarnos. De no poder alzar la voz. De tener que ocupar menos espacio. De no poder ser nosotras mismas. 

Basta ya de titulares de periódico que no hacen más que justificar lo injustificable, de ese blanqueo de las noticias, de señoros que no entienden o no quieren entender.

Basta ya de no poder jugar. 

Basta ya.



Wednesday 7 June 2023

Happy birthday to me!


Queridas y queridos, efectivamente hoy, siete de junio del 2023, es mi cumpleaños. 

¿Qué bien no? ¿Qué ilusión?

Bueno...

Llegada a una edad, el cumpleaños es un frenesí de estrés. 

Ríete tú de los cumpleaños de antaño...con sus mediasnoches de jamón y queso, las patatas y la fanta de naranja. ¿Quién tenía ahí el estrés? ¿Tú? No, la tenía tu madre o tu padre. Que si había que comprar chuches para el cole, hacer las invitaciones, y luego tener a no sé cuántos niños que parecían los de Peaky Blinders en tu casa, metiendo los sandwiches de nocilla en la fanta y tirando a diestro y siniestro los gusanitos naranjas como si fuera una batalla campal entre bandas irlandesas. Yo, además, era de las privilegiadas que tenía piscina comunitaria en casa, así que tras destrozar el salón, bien subiditos de azúcar del pastel de chocolate que habíamos engullido minutos antes, nos lanzábamos al agua en picado. A la mierda la hora de digestión. Para indigestión la del socorrista de turno que veía cómo una panda de auténticos vándalos se tiraban de "bomba" o de espaldas a la piscina, sin tener una poquita de cuenta el cuello de un@ mism@, ni el espacio social de la gente de su alrededor. 

El coño de la Bernarda. 

Cuando los padres, por fin, habían recogido a sus respectivos Peaky Blinders, ¿limpiabas tú los desperdicios y fregabas el suelo? Obviamente, no. Estabas demasiado cansada para mover un mísero dedo (e hipersaturada de azúcar, emociones y hedonismo). Lo recogían, en mi caso, mi madre y mi abuela, mientras yo iba narrando todas las cosas maravillosas que habían acontecido en mi cumpleaños como una auténtica metralleta. 

He de admitir que mi cumple era uno de los guays del cole, para qué nos vamos engañar. 

¿Ahora? Madre mía del amor hermoso.

Parece que las redes sociales dictaminan si tu cumpleaños ha sido un éxito o no.

Primero a ver quién se acuerda de que es tu cumpleaños. No basta que tu familia y amigos más íntimos te feliciten casi a las 00.00 horas del 7 de Junio, no. De pronto parece que tu vida (y tu felicidad) depende de los mensajes que recibas. Cuántos, cómo, dónde. En insta, whatsap, facebook y hasta telegram (que no lo usas nada, por cierto).

Y hablando de insta....hay que colgar fotos claro. ¿Y cuántos likes tienen? ¿Y visualizaciones? ¿Y por qué pepito ha visto la foto de tu cumple y no te ha felicitado? ¿Está mosqueado? ¿He hecho algo?

Un horror, un horror.

Luego está, por supuesto, tu publicación al día siguiente en redes dando las gracias a los que te felicitaron y así, das una nueva oportunidad a pepito para que te escriba "feliz cumpleaños" de una puñetera vez.

Y no entremos en el número....el número del infierno. Un año más, un año menos. Según como se mire. Hace mucho tiempo que te llaman de usted y "señora" en el super y a ti te sigue entrando un tic en el ojo izquierdo cada vez que lo oyes. ¿Hay, acaso, una edad en la que aceptas esas formalidades? ¿Existe un momento en nuestra existencia en la que nos decimos, "ya está, ala, soy una señora"? ¿La hay? ¿Y si es así, cuándo ocurre? ¿La menopausia? ¿La jubilación? ¿El lecho de la muerte?

Yo no quiero ser una señora, ni un "usted". Reivindico desde aquí el tuteo eterno. No ser un número. Tener que comportarme de esa o aquella manera porque ya tengo una edad. Exijo poder mantener dentro de mí esa niña pequeña que se niega a desaparecer. 

Echo de menos las mediasnoches, los gusanitos y la fanta. Las invitaciones hechas a mano. Los globos. La intriga de si el chico que te gusta vendrá a tu fiesta. Estrenar ropa para el día en cuestión. El insomnio de la noche anterior debido a los nervios. La expectación del "qué te regalarán". Los Peaky Blinders. El caos. La ilusión.

Según me comenta mi amiga Patri, el número 4 significa la muerte para la cultura china. Este año cumplo 44 tacos como 44 soles. No sé si véis por dónde voy...

He de darle la vuelta a la tortilla como sea. Celebrarlo múltiples veces si hace falta, pensar que 4 + 4 son 8, creer que, efectivamente, la edad es un número, a pesar de que tu cuerpo te va avisando que ya no eres la que eras, que estás hecha un cromo vaya. Esa resaca que tardas tres días en recuperarte en lugar de uno, esa ciática mamona que de vez en cuando te dice "hola", esas bolsas en los ojos que antes no tenías...la vida, ni más ni menos. Y lo que nos queda.

Pero, y a riesgo de sonar como una postal de "Mr. Wonderful, al menos estamos aquí. Respirando, viviendo, soñando, cantando, riendo, llorando...y con recuerdos. Esos ecos de la mente que vienen sin avisar cuando cumples otra vuelta al sol y que, te hacen ser quien eres. 

Happy birthday to me!










Thursday 1 June 2023

El tiempo

 Queridas y queridos, el tiempo lo cambia todo. Absolutamente todo. Puede que lo queramos parar, alargar o incluso retrasar. Pero él, implacable e inexorable, sigue su camino, ajeno a todo. Caiga quien caiga, pese a quien le pese.

El tiempo puede ser amigo o enemigo...dependiendo de cómo lo queramos ver. "El tiempo lo cura todo", te decía tu madre cuando te rompieron el corazón por primera vez. Tú entonces no lo entendías, pero después de varias caídas, subidas, bajadas, más corazones rotos, hechos pedazos, pasa el tiempo y, efectivamente, lo cura. No duele como al principio. Queda un resquicio, un eco, una memoria, una cicatriz. Pero el tiempo, pacientemente, lo ha llegado a curar. 

El tiempo también es relativo. Subjetivo. Esa clase tediosa con ese profesor insulso puede sentirse como una vida, mientras que una charla con una amiga puede pasar rápido como un suspiro. 

Y no sé si es porque es mi cumpleaños dentro de poco, pero me he puesto a pensar en eso, el tiempo. Cómo me he pasado los últimos cuatro años intentando curar una herida abierta. Una nube negra en la frente. Un tigre que acechaba a cada esquina. Para ello, he hablado, he gritado, he llorado, me han medicado, he escrito, he leído, he paseado, he pasado de todo y me he escondido en mi cuarto, me he derrumbado, he reído, he trabajado, he creado, he escuchado...y mientras todo transcurría, también pasaba el tiempo. Sin yo ser casi consciente. Oculta en una esquina lamiéndome la herida.

Cuatro años.

Y el otro día viajé al pasado. 

Ya, ya sé que no se puede. Pero es cómo me sentí al visitar Londres tras cuatro largos años. 

Los recuerdos, los horrores, las risas, el trabajo sin descanso, los madrugones, los parones a por café, la sidra fría sobre el césped, la mesa de picnic en el jardín del bar, los amigos (verdaderos, verdaderos) amigos, el lago, la psicóloga, la ruta del bus, la soledad....

El tiempo había pasado y mi Londres, vil y cruel la última vez que nos vimos, se había tornado en un lugar que me abría sus brazos de par en par y me susurraba suavemente al oído: "¿Y si vuelves?"

Una locura, una enajenación, un delirio. 

Hace cuatro años salí de aquella ciudad huyendo. No miré para atrás. Y de pronto no solo estaba mirando hacia mi pasado, pero al futuro también. Toqué la cicatriz que me quedó de aquella experiencia y, como si fuese magia, se fue haciendo un poquito más fuerte. Los recuerdos, los horrores...seguían ahí, sí, pero sosegados, plegados como acabados de planchar, como una huella de lo que pasó, lo que fue. Pensé que me encontraría con el curso de un tsunami, y, en vez de ello, el mar estaba en calma.

No sé si es porque es mi cumpleaños dentro de poco, pero el tiempo se me hace esencial, vital. El tiempo que me queda, el que he gastado, el que he aprovechado, el que he desperdiciado. 

Y sin embargo, es como si empezase de nuevo. Como si estuviese aprendiendo a andar, con el recuerdo de haber corrido por una pradera antes. Aprendiendo a comer, con la memoria de esa paella que hacía mi abuela. Aprendiendo de cero, con el eco de haber estado ya aquí. 

Es lo que ocurre con el tiempo, que se aprende y, cuando un@ decide volver a la casilla de salida se acuerda de los logros y fallos que ha tenido. No puedes detener los nervios, pero tampoco la seguridad de que esta vez las cosas cuadrarán, como un puzzle, porque has hablado, has gritado, has llorado, te han medicado, has escrito, has leído, has paseado, has pasado de todo y te has escondido en tu cuarto, te has reído, has trabajado, has creado, has escuchado....has crecido.

No sé si es porque es mi cumpleaños dentro de poco, pero recuerdo ese primer "el tiempo lo cura todo" de mi madre y sé que tiene razón. 

Estaré bien.