Monday 30 May 2022

Brad Pitt y yo



Queridos y queridas, nunca he sido muy de autógrafos ni de fotos. A pesar de mi cinefilia compulsiva no me ha ido el fanatismo. Mis héroes no han sido los actores precisamente, sino más bien los directores o los guionistas. Más soporífero que un lorazepam, lo sé. Es lo que tiene ver 2001: Odisea en el espacio a la tierna edad de ocho años y querer repetir. Muy normal, no es.

Pero una es humana, hetero normativa y dios le ha conservado la vista por ahora, gracias. 

Así que cuando la Paula pre-adolescente vio "Thelma & Louise", no solo quiso ser la más feminista, la más reivindicativa y la más anti-patriarcal, sino que, irónicamente, también descubrió a Brad Pitt. Esa estatua griega hecha carne humana, con esa sonrisa que derrite icebergs y esa voz que engatusa serpientes. No me extraña que la pobre Susan Sarandon perdiese todo su dinero gracias al maravilloso señor orgasmo de la buena de Geena Davis. Olé él. Ahí se creó el mito, y el mito se convirtió en leyenda.

Porque, ¿quién no sabe de Brad? Si es que no hace falta ni poner el apellido. Tú dices su nombre y cualquiera entiende que te refieres exactamente a ese dios griego apellidado Pitt. 

Yo nunca pensé que conocería a la estratosfera hollywoodiense. Nunca creí que miraría a los ojos a una deidad helénica... Hasta que tuve que perseguirla por mitad del desierto con la lengua fuera, claro.

Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. 

Érase una vez un día primaveral en Londres. Andaba arreglando mi cuarto, que estaba como un auténtico manglar. De vergüenza, de verdad. Cuando suena el teléfono, es Carley, una segunda ayudante de dirección majísima que me ofrece un trabajo para empezar ya. Así tal cual. Porque así es como funciona mi mundo. Un día estás angustiada que te quieres arrancar la cuenca de los ojos de la desesperación, y al día siguiente estás en un avión privado camino a Las Palmas para trabajar en una super producción con Brad Pitt y Marion Cotillard, "Allied" para ser exactos ("Aliados", para los de Burgos). Una mañana intentas subsistir como una rata de cloaca, y por la noche estás en un hotel de cinco estrellas con una habitación que es el doble que tu casa. Un día te estás tomando el café del desayuno mirando aburrida los imanes de tu nevera, al otro estás en el buffet más grande que hayas visto en tu vida poniéndote ciega de mini croissants y mini palmeritas de chocolate. Cú cú de atar.

Comenzamos a rodar. Y para qué empezar con un "interior cafetería tarde". Algo sencillito, simple. 

Pues no, un "exterior plaza día" con trescientos figurantes. Fifa

Eso sí, la Paulis en su salsa. Extras por aquí, extras por allá. Un tinglado de tres pares, pero súper entretenido. ¿Cruzándose con mis figurantes? Brad y Marion. No los tenía muy cerca, pero lo suficiente para verlos bien. Qué guapo él, qué ideal, qué milagro de la naturaleza, virgensanta. Me daba a mí que esa era la distancia a la que le iba a ver todo el rodaje. Pero yo tan pichi, oyes. Feliz de la vida.

¿Pero qué tonterías dices Paula?, si a ti estas cosas te las traen al pairo. Tú eres de Spielberg, de Scorsese, de Coixet, de Bollaín, de DuVernay.

Pero es que Brad, es mucho Brad, sorry, not sorry.

Tras dos días de tres cientos figurantes, ricemos el rizo. Pasamos a un puto "exterior desierto día", a cuarenta grados a la sombra y olé. Son las nueve de la mañana y a mí me sudan hasta las ingles. Me paso la primera parte de la jornada traduciendo de un lado a otro porque, aunque los jefes de departamento son británicos, el resto del equipo son españoles y muchos ni papa de inglés, todo muy coherente. Corro sin parar. Tanto que me topo con un señor, vamos los dos a la derecha, los dos a la izquierda, los dos de nuevo a la derecha, nos reímos, le miro..."holy motherfucker que es Brad Pitt". Mi risa, normal y corriente, se torna en una estúpida de cinco tonos más altos de lo humanamente natural. Por todos los clavos de cristo que salgamos de este atolladero pero ya. Él, mucho más coherente que yo, me toma de los hombros para que me quede quieta y opta por pasarme por el lado izquierdo. "That's much better" ("Así está mejor"), me dice. "Está de la hostia", pienso yo, que me planteo seriamente lo de lavarme de nuevo los hombros.

Completamente en una nube, intento concentrarme en la escena que vamos a rodar. A simple vista es sencilla. Brad (mi Brad, a partir de ahora), tiene que venir hacia cámara desde la lejanía en coche, parar, bajarse del automóvil y mirar alrededor. En plan, "what the fuck? Aquí no hay ni dios". 

Fácil, ¿verdad? 

Una pronto aprende que en el cine no hay nada simple. Si no es difícil, ya nos lo complicamos nosotros mismos. A los hechos me remito.

Colocamos la cámara, estamos todos listos como un pisto y mi Brad se monta en el coche y se va a su punto de salida a lo que, Carley, nuestra querida ayudante de dirección, rápida como un relámpago pregunta, "¿alguien ha puesto una radio en el automóvil para podernos comunicar con Brad?". Sonido de cigarras. Cagada monumental. Nuestro Brad, situado donde jesús perdió su sandalia, a ver cómo se entera que le estamos dando la acción. 

Hagamos un paréntesis, queridos y queridas, necesario para entender lo que viene a continuación. Porque una servidora tiene un don. Nunca supe de este don hasta que el don me pegó en la jeta a mano abierta. Y este don, queridos y queridas, es estar en el lugar justo en el momento inadecuado. Sí, habéis leído bien. Soy de las que si cae algo en plena calle, me cae a mí. Si hay algo con lo que tropezarse, me tropiezo. Y sí, en este caso, si alguien tiene que correr un kilómetro con una radio en la mano, por las arenas del desierto para que Brad Pitt se pueda comunicar con el primer ayudante de dirección, está clarinete que voy a ser yo.

Efectivamente, mi jefe, echó un vistazo a su alrededor, todo el mundo miró hacia el suelo silbando y, ¿quién le hizo contacto visual directo como una mema? Una servidora. "Paula, ¿tienes una radio de sobra?", me pregunta. "Sí, claro", contesto. "Corre hacia donde está Brad y dásela, por favor, date prisa". "Of course".

Así que allá que va una, corriendo mientras, no sólo me mira todo el equipo parado, sino un Brad Pitt que, de pie, a la vera del coche me observa dirigirme directamente a él como un puto dromedario descuajeringado con la lengua fuera. Su cara de auténtica pena me lo dice todo.

Llego. Sin aire, sin fuerzas, patética, se me van las rodillas. "This- is - for - you" ("Esto es para ti"), le escupo, más que digo. "Dude, are you ok?" ("Tía, ¿estás bien?"), me pregunta. "Great" ("Genial"), miento, obviamente, con las palmeritas de chocolate del buffet a punto de salirme por la garganta. 

Por la radio me comunican que no tengo que volver (menos mal), que me esconda por algún lado y me quede por ahí por si Brad necesita algo. Digo que por supuesto, aunque por dentro pienso que la que va a necesitar algo, como atención médica urgente, soy yo. Miro a mi alrededor, ¿pero dónde coño pretenden que me esconda, si estamos en un jodido desierto? Brad vuelve a observarme mientras delibero dónde carajo voy a meter este cuerpo serrano. Tiene que estar flipando en colores fosforitos conmigo. Por fin, decido ocultarme tras un minúsculo montículo de arena, entre unos zarzales que pinchan de la hostia, como si fuera una total y absoluta gilipollas, con las rodillas pegadas a la barbilla hecha una puta rosquilla intentando recuperar la respiración y mi dignidad. No puedo dejar de pensar en el surrealismo de mi vida. El próximo que me diga "uis, qué trabajo más glamouroso", le cruzo la cara. Me tuve que quitar espinas del culo y todo...por estas.

Para surrealismo la llegada al hotel esa misma tarde. Aparezco en la entrada cojeando, con arena hasta la faringe cuando uno de los botones me dice, "creo que es usted la de la portada, señora". Obviando que me acaban de llamar "señora", le contesto estupefacta "creo se está confundiendo de persona". "No, no, en el periódico de La Provincia, mire". El señor me da un ejemplar y ahí en la portada, en una foto a color está Brad Pitt, vestido de su personaje, guapísimo, elegante, un dandy. ¿A escasos metros más atrás y con una sonrisa de lela? Una servidora, observándole detenidamente. Feliz de poder estar a pocos metros de él. De estar viviendo la experiencia de mi vida. Adiós profesionalidad, seriedad y formalidad. Soy una fan más. Justo lo que juré y perjuré que no era. Yo, la de Spielberg, la de Scorsese, la de Coixet, la de Bollaín, la de DuVernay. Pero no. Soy esa niña que vio "Thelma & Louise" por primera vez y descubrió lo que era un torso masculino desnudo. La que se enamoró perdidamente. Soy esa que no quiere admitir que a ella también le pierde ver una estrella del firmamento. Soy aquella que ama la magia del cine.

¿Qué no me creéis? ¿A estas alturas? 

Poco más y me tienen que sujetar los extras para no abalanzarme sobre él, jesús bendito.

Bueno y esta, queridos y queridas, es la historia de Brad Pitt y yo.


Monday 23 May 2022

La mujer de rojo


 Queridos y queridas, ya sabéis que me gusta meterme en fregaos. Mientras escribo estas palabras me digo, ¿hay necesidad? Y me contesto a mí misma conmigo misma. Sí, la hay. Porque mientras haya temas tabúes, mientras haya asuntos que den reparo tratar, pues hay que sacarlos del armario y airearlos, que luego se pudren.

Hablemos de la regla.

Sangrarás, dijo él, cada mes, morirás del dolor y serás repudiada por la mitad de la población. Buen rollito.

Hoy en día el tema está más que "de moda" porque ha salido una ley que permite la baja por dolor menstrual, asumida por el Estado desde el primer momento y sin límite de días. ¿Es, en verdad, esta ley, necesaria? 

Analicemos el asunto.

A mí la regla me llegó a la tierna edad de los diez años, cuando vivía con mi madre en Estados Unidos, y con ella la llamada por teléfono a larga distancia de mi padre dándome la enhorabuena. Recuerdo el rubor al descubrir que mi propio páter sabía que "me había venido". Y no entender por qué eso de manchar la braguita era un momento celebrado, la verdad. Además que estamos hablando de hace unos treinta años, queridos y queridas, o sea que de compresas extra planas y con alas nada de nada, un dodotis que me iba del ombligo al coxis. Me paseé por casa a lo John Wayne ese primer día bajo la atenta mirada de mi madre. De verdad, no sabía qué coño había hecho tan sumamente excepcional para que todo el mundo me tratase de una forma tan peculiar.

Luego vino "el momento tampón". Porque queridos y queridas, tras unos cuantos veranos con el aire acondicionado pegado a la tocha y sin bañarme cuan gremlin cada vez que me venía la menstruación, vino el "momento tampón". Insisto, hace treinta años. Ahora no es que te pongas el tampón es que casi es succionado de lo fácil que es. Pero antes no, antaño eran de cartón piedra y claro, una no se había metido por la vagina nada...aún. Así que un día decidida te compran la caja de tampones light, y, Pili, la mujer de tu padre, te explica minuciosamente cómo ponértelo. Entras en el baño y empiezas con las prácticas, pero no hay manera, eso es un cuadro del Prado. Escuchas desde el otro lado de la puerta..."¿te ayudo?". Te empiezas a reír. Cómo te va ayudar Pili. Pero ella no se ríe. Ella entra despacio y, totalmente seria, repite "¿te ayudo?". A los cinco minutos eres Ariel cogiendo olas en el mar, feliz, aunque un tanto traumatizada por lo que acabas de experimentar.

Después de años y años y años con la regla comienzas a fijarte en las pequeñas cosas. Esas que luego ves que de pequeñas nada. Son grandes, e importantes.

Como esa manía que tenemos desde bien pequeñas de ocultar la compresa o el tampón cuando vamos a cambiarnos. Siempre en el bolsillo, o bien apretujadillo en la mano, como avergonzadas. No creo ser la única que le haya dejado un tampón a una amiga y se lo haya pasado como si fuera un gramo de cocaína. Por dios, que parecíamos delincuentes, abochornadas por nuestro propio cuerpo. Muy triste. Ahora no, caris. Ahora si me voy a poner un tampón no es que se lo meta en el ojo al de en frente claro, pero desde luego que lo llevo con mucha más naturalidad. Faltaría plus.

Y ya no hablemos de los anuncios de compresas. Ya sé que es un tema manido pero nunca es malo tratarlo y remover el coco un poco.

Por un lado tenemos a las "happy flowers" de los anuncios. Esas que son felices contorsionistas y lo mismo te corren una maratón que te hacen surf mientras, se supone, tienen la regla. A esas me dirijo en este instante. Que no, que ya no cae esa breva queridas, la menstruación es, efectivamente, esa mujer de rojo que viene y te jode la semana, por mucho que me quieras vender lo contrario. Ya no me trago tu mensaje, por mucho que me quieras meter la marca de compresa por la oreja. Punto.

Por otro lado tenemos los colores. Los colores, sí, los colores. No sé a vosotras pero desde que me vino la regla por primera vez en mi vida sangré azul. ¿Poner el líquido de los anuncios de compresa rojo? Por los clavos de cristo, ¡no! No vaya a ser que les demos un infarto a la otra mitad de la población. ¡Venga ya! Es, de nuevo, degradar lo natural. ¿No muestras la sangre en un anuncio de encías? ¿O de heridas? No te digo que pongas la "Matanza de Texas" hombre, pero virgensantísima, un chorrillo...

Y por último está EL dolor. Ese dolor agónico que a algunas nos entra dos o tres días al mes en los ovarios y que llegan a paralizarte. Según el Dr. John Guillebaud, del University College of London, compara los dolores menstruales, al loro, con los de un infarto al corazón. Repito, por si habéis pasado de largo por la última frase, infartos de corazón. No espasmos musculares, o agujetas. Putos infartos de corazón. Todo este tiempo pensando que tenía que hacer parapente mientras me desangraba, cuando en realidad lo que tenía que hacer es convertirme en bicho bola en el sofá y descansar de mis "infartos vaginales". O irme a un hospital, visto lo visto. 

Y es que, como hemos podido comprobar, la menstruación es un monstruo de múltiples cabezas. Así que repito, ¿es necesaria una baja por menstruación? Diría que necesaria sí, urgente puede que no. Creo que, por supuesto, habrá mujeres que se beneficiarán de esta ley. Si Benito se coge la baja por esa ciática, no va a ser menos Mari Mar que se quiere morir cada quince de cada mes. Pero sí creo que hay otros asuntos mucho más urgentes y que se quedaron fuera de dicha ley. Como bajar el 10% de IVA a los productos de higiene íntima femenina, considerados aún, artículos de lujo. Tócate la croqueta. Porque, que yo me desangre todos los meses es un lujazo sí claro, lo mismo que un libro o un CD vamos. Creo que esa parte de la ley urge mucho más y daría un alivio a todos los bolsillos.

Pero, queridos y queridas, somos mujeres, seguimos siendo, en muchas ocasiones ciudadanas de segunda clase. ¿Cómo? ¿Que soy una exagerada? Dile tú a un hombre que se desangre siete días al mes y que sufra dolores similares a los de un infarto cada vez, a ver qué te dice. 

O mejor aún, ¿qué pasaría si fuese así?

Intuyo sabemos qué pasaría. La baja por menstruación sería legal desde la época de Franco y los productos de higiene íntima se repartirían gratis en farmacias, estancos y puestos de lotería y apuestas del estado. 

Me juego mis ovarios.




Friday 20 May 2022

Cosas que me sacan de quicio


 Queridos y queridas, no me voy a andar por las ramas, suelo ser quejica. No tengo paciencia. Quiero las cosas ayer. Me cuesta esperar un montón. Si algo se me mete en la almendra, virgensantisimadiosnospilleconfesados, no hay quién me lo saque. Así que pierdo los nervios. 

No soy una persona zen. En estos precisos instantes, mientras escribo estas palabras, una gaviota no deja de desgañitarse viva. Yo creo que alguien la está torturando. Pues me está sacando de mis casillas. Por favor que alguien la remate o la lleve lejos, muy lejos de aquí. Que sí, que los amantes de los animales me diréis que la gaviota está haciendo lo que tiene que hacer. Muy bien, pero que lo haga a veinte kilómetros de aquí, o en vuestra casa.

Así que me he dado cuenta de que hay muchas cosas que me sacan de quicio. Pero muchas, muchas.

Me saca de quicio la gente que va despacio. No sé si son vestigios de vivir durante diez largos años en Londres, donde íbamos todos como si estuviéramos en las putas olimpiadas. El caso es que si voy andando detrás de un ser tortuguil se me alteran los nervios. Me da igual que sea un abuelo, no tengo paciencia, pierdo totalmente la cordura y el raciocinio. Me puede esa necesidad de adelantar y si no puedo me descompongo. Soy de las que intento el adelantamiento por la derecha, por la izquierda y, cuando, por fin lo consigo, doy un buen resoplido para que la persona en cuestión me oiga. Vamos, que soy muy desagradable. No lo puedo evitar.

Me saca de quicio el rey emérito. Escucho cualquier noticia sobre él y me sube la bilirrubina, lo juro. ¿Estoy hasta los ovarios de San Xenxo? Sí ¿Puedo hacer algo al respecto? No. ¿Va a cambiar algo en este país? Tampoco. Pero a mí me sigue alterando como si fuera conmigo. Le tengo una manía muy peculiar. De la misma forma, que cada vez que escucho que le pueden juzgar en Londres me calmo como una balsa de aceite. 

Me saca de quicio la gente que se quita granos en público. Bueno, en realidad me da un asco insoportable. Pero también me saca de quicio. No sé que le lleva a una persona decidir que lo más coherente es quitarle los puntos negros a otra en medio de una playa. Es que no lo comprendo. Me puede.

Me sacan de quicio los hombres que no paran de hablar. Y son muchos. Últimamente he estado más en el ajo con esto de las aplicaciones de citas y madre mía cómo le dais al pico chavales. No calláis ni bajo el agua. Os gusta más el sonido de vuestra voz que vuestro miembro viril, que ya es decir. Sois incombustibles. ¿Y nosotras? ¿Pa qué no? Luego viene las frase típica, "es que me encanta cómo escuchas". Hombre, no te jode, si no callas cabrón.

Me sacan de quicio las pasas en los mix de frutos secos. A ver señores, ¿pero qué necesidad hay de poner una pasa blanda y chuchurría entre tanto crujiente? Si es que es incoherente en sí mismo. No tengo más que decir sobre este tema, se cae sobre su propio peso.

Me saca de quicio la gente que saluda dando la mano o, aún peor, dando un solo beso, que encima te quedas con la cabeza colgando como una auténtica gilipollas. Esta gente debería ser aniquilada de la faz de la tierra. He dicho.

Me saca de quicio la envoltura de algunos productos. ¿Por qué, señor, por qué me tengo que dejar las paletas y las uñas para abrir un mísero paquete de té? Que encima tampoco me apetece tanto, oiga. Pero he ido de zen, de sana, de british, de yo qué sé, y ahora hay que abrirlo. Y acabas pareciendo un castor. Peor es cuando en su interior no es algo tan nimio como unas hierbas de mala muerte sino tu próximo nuevo teléfono o el satisfyer. Ahí las cosas cambian, amigas y amigos, porque se juntan el hambre y las ganas de comer. Si eres muy bruta te lo puedes cargar y si eres muy lenta pues es que lo tienes que abrir YA, COÑO! Pues eso, de quicio

Me saca de quicio la gente que posa para las fotos siempre igual, de la misma forma, del mismo lado. Y con morritos. Puag. Ya está.

Me saca de quicio la pregunta "¿No tienes hijos?", seguida de la de "¿No tienes novio?". Me parecen que son merecedoras de sartenazos en la jeta. Soy radical, lo sé. Me importa un bledo, lo mismo que les importa a es@ señores o señoras mi intimidad, parece ser. ¿"Tengo" que tener hijos, novio para ser algo determinado? ¿Una mujer, quizás? Lo he escuchado tantas veces que sobrepasa lo cansino.

Me sacan de quicio los bebés que no son mis sobrinos o los hijos de mis amig@s. Es cierto, lo admito. Los niños ajenos no los quiero ver ni en pintura, pero los "míos" me los como a cachos. Sé que es un tema controvertido pero es escuchar los llantos ajenos en los aviones, hoteles, restaurantes y querer beber cianuro. Eso sí, los lagrimones de los "míos" son música para mis oídos. Bueno hasta cierto punto, tampoco voy a exagerar. Hace poco leí que Maribel Verdú siempre se iba con su chico a hoteles sin niños. Esa mujer es una sabia como la copa de un pino. Futura referencia para mis viajes sola, de verdad.

Me saca de quicio Cristiano Ronaldo.

Me sacan de quicio las señoras que se van colando poco a poco sin que te des cuenta. En la charcutería, en la cola del ambulatorio o, sobre todo, la cola del bus. Son auténticas ninjas. Como suelen ser menudas y silenciosas, no las ves venir y, cuando menos te lo esperas, zasca, las tienes delante tuya. "Señora, que yo iba delante", y o te miran con esa cara de me quedan dos telediarios o directamente te ignoran y piden cuarto y mitad de pavo. Duras declaraciones.

Me saca de quicio que me den charla cuando yo no contesto. Ya me entendéis, si doy pie y estoy habladora, por dios, adelante, hablemos de lo divino y de lo humano. Pero si no, cállate la boca y mira para otro lado, ya seas taxista, tío que estás sentado al lado en el metro o peor en un viaje de 9 horas de avión. 

Me saco de quicio yo misma. Sí, sí, yo misma cuando veo que puedo hacer algo y no lo intento o me pongo excusas. Cuando no veo mi propia luz, mi propio potencial. Esto de verdad me saca de quicio más que cualquier otra cosa en este mundo.

Continuará....




Monday 16 May 2022

La descendencia de Adán y Eva


 Queridos y queridas, cuenta la leyenda que Adán y Eva fueron repudiados del Paraíso tras Eva haber tentado a Adán con una manzana del árbol prohibido. Dios, además, como tipo enrollado que era y para que quedase bien claro quién había sido la culpable aquí, le obsequió un gran regalo a Eva, la regla. Así, para que no hubiese dudas. Pero yo creo que con lo que no que contaba Dios es con lo que tendrían que aguantar las mujeres (o sí, a saber). Porque ¡ay! si Adán levantase al cabeza y viera en lo que se ha convertido su descendencia masculina...cogía su hoja de parra, su costilla flotante y se volvía al hoyo. Pero literal. 

A mí me gustan los hombres como a toda hija de vecino heterosexual normativa. Pero una ha llegado a un límite. Una no pide mucho. Un café, una caña, un gintonic, incluso, con un chico. Pero es que no hay manera. Es más difícil tener una cita "normal" que yo quepa en una talla 38, mira lo que te digo. Así de complicada está la estampa.

Una lo intenta. Le pone su aquel. Su pequeño de esfuerzo. Pero es que no hay manera. Aquí no hay ranas que se convierten en príncipes, aquí hay sapos, sapos a punta pala.

Pongamos como ejemplo a "Nacho". Nacho te saluda. Nacho: Hola; Paula: Hola; Nacho deshace el match y desaparece. Eing? No te da tiempo a pensar que has hecho algo mal porque lo único que has hecho es saludar, pero aún así, porque somos gilipollas, pensamos, "¿le habré contestado muy rápido? ¿me tendría que haber hecho un poco la dura?". Lo dicho, gilipollas.

Analicemos el caso de "Pedro". Pedro es médico. Es majo. Sabe juntar letras para formar frases, frases para formar preguntas y hasta mantenemos una conversación interesante. Quiere que nos conozcamos, quedar a tomar algo. "Dios mío, ¿es esto cierto? ¿podré por fin mantener un cita normal?". La cosa se alarga porque tiene mucho trabajo. Bueno, normal, es médico. Seguimos hablando, de lo divino y de lo humano. Él me dice que está muy cómodo conmigo. Tan cómodo, tan cómodo que me tiene que contar una cosa. "Ya estamos, la virgen". Pues que por lo visto la foto de perfil no es suya. Es de un amigo. Que por su trabajo no quiere poner foto propia. Silencio. Pedro me manda una foto suya. "Dios santo, es un orco". Me cabreo. Y mucho. Por un lado porque la peña cuando no quiere poner su foto por motivos profesionales lo explica en su perfil y pone una foto de un paisaje, de una tortilla, de un perro, por ejemplo. Y segundo, porque no me gusta. Ya sé que pensaréis que soy una superficial pero el tío me ha mentido, in the face, y nunca mejor dicho. Le explico que así las cosas no se hacen. Que no se miente a la peña. Él pide perdón pero también dice que es una mentira a medias. Venga va, hasta luego Mari Carmen. Esta vez desaparezco yo. Inocente sí, pero estúpida no.

"Dani". Dani tiene muchísima labia. Se puede hablar de todo con él. Te pasas horas con el teléfono en la mano hablando de música, de ex parejas, de series, etc. No lo puedes evitar pero has de admitir que Dani es un tanto adictivo. Te tiene atrapada y lo que es peor, no te importa. No puedes contener las ganas de tener una cita con él así que le preguntas cómo sería una quedada con él. Lo que te contesta son música para tus oídos, una cenita, una peli, una charla....¿pero este chico dónde ha estado metido todo este tiempo? A lo que yo le digo bueno pues cuando quieras quedamos. Y aquí viene mi sorpresa. ¿Su contestación? "Bueno vamos hablando y según dónde nos lleve esto quedamos"....mmmm vale. Queridos y queridas, si algo me ha servido este casi año en estos lares es que si un tío quiere quedar, queda, punto. Se lo comento a mis queridísimas amigas Patri e Irina, y me miran como "amiga, si no lo ves tú...". Y me comienzo a percatar de detalles, nimiedades que antes ni se me habían pasado por la cabeza. Como que siempre empezaba la conversación yo. Que casi no me pregunta sobre mí (dice que esto no es un cuestionario, que mejor que las cosas fluyan. Bueno sí que fluyan, "Kung Fu Panda", pero tiene que haber un poquito de interés digo yo). Me mosqueo. Ha sido verbalizarlo y sentirme como una gilipollas. No pienso escribirle ni una coma. Si quiere algo que escriba él. Ea.

Hablo con "Pablo". Pablo es mitad estadounidense, mitad español así que decidimos hablar en inglés. Me tiene ganada. Lo triste es que te encuentras con tanta mierda, que una ya se conforma con bien poco. Pablo fue marine y ahora es dueño de una pequeña empresa de construcción en Coruña. Se interesa por mi, por lo que me dedico, por lo que me gusta. Ya veis, son las pequeñas cosas. Me comenta que deberíamos quedar para tomar algo, yo encantada. No me puede apetecer más. Hasta que suelta la bomba. Porque, queridos y queridas, a estas alturas ya sabemos que hay kinder sorpresa. Pues tras el huevo de chocolate no hay nada más ni nada menos que una frase que hace que casi me caiga del sofá. "Me gustaría que fueras mi sumisa y, eventualmente, mi esclava sexual". Cri cri cri. Grillos. Más silencio. Me recompongo. "¿Perdona?" "Me encantas, quiero atarte, vendarte y amordazarte." He olvidado pestañear por unos segundos, estoy en auténtico shock. Le bloqueo. Miro a la pared con la boca abierta. ¿En qué momento hemos pasado de la cita ideal a "50 sombras de Grey"? Pasopalabra.

"Juan". Juan es majete. Un poco intensito sí, pero majo. Quiere quedar enseguida y, ¿por qué no? ¿Para qué vamos a enredarnos en conversaciones eternas que no nos llevan a ningún lado? Quedemos, si hay química, pum, de lujo. Si no, a otra cosa Madame Butterfly. Hablamos de vernos esa misma tarde para tomar algo cerca de mi casa. Perfecto. Sin embargo, cuanto más se acerca la hora, peor me voy encontrando. Me duele la cabeza, la tripa. Estoy hecha un cuadro. De cita nada. Así que ni corta, ni perezosa le comento a Juan que no me siento bien, que si lo podemos dejar para otro día. "Sabía que me ibas a dejar colgado", me contesta. A lo que yo replico, "pues entonces sabes mucho más que yo, porque hace una hora estaba de puta madre". Silencio. "¿Y si voy a tu casa y sales y nos vemos un rato?" "A ver, Juan, hermoso mío, que no me encuentro bien, que tengo una cara sacada de la familia Addams, que no voy a salir a la calle". "Eso es que no tienes ganas de verme", me dice. Ahí, he de confesar le tendría que haber bloqueado, pero como soy medio tonta y las tías tendemos a intentar quedar bien con todo el mundo seguí con la chuminada esta que era esta nuestra conversación. "A ver no, Juan, tengo ganas de conocerte, pero no en estas circunstancias". "Sólo te estoy diciendo que salgas un momento para que nos veamos, tenía muchas ganas de conocerte". Yo ya con la paciencia que me está rozando el arco del triunfo, contesto, "Mira Juan, está lloviendo (cierto era), estoy enferma, no voy a salir a la calle para conocerte, por favor, no seas pesado". A lo que él, y esto es totalmente verdadero, lo juro por lo más sagrado, me replica, "¿Y si me dices cual es tu casa y nos vemos a través de la ventana así no tendrás que salir?". Meec-meec-meec. Alerta roja. ¡Bloquear, bloquear, bloquear! ¿Os podéis imaginar la estampa? ¿Ese melón bajo mi ventana lloviéndole a cántaros, mientras yo en mi casita le saludo sonándome los mocos? ¿Estamos todos cu-cu o qué? Juan al paredón.

"Andrés" es mitad francés, mitad español, está divorciado, es huérfano, tiene un perro monísimo con el que sale en todas las fotos y trabaja como exportador de madera. Él dice querer una relación seria, tú le dices que no, él se conforma con hablar y conocerte. Tú piensas "él sabrá". Él se encuentra de viaje así que hasta la próxima semana no podréis quedar pero habláis todos los días. De vuestras aficiones, gustos, hobbies. Sacas en claro que está un poco solo. Te da un poco de pena. Es majo, te hace preguntas, se interesa por ti. No es como los otros. Hasta aquel día. Aquel día comenzó como cualquier otro, con su "buenos días, guapa" que te alegra la mañana. Tienes ya ganas de conocerlo de una vez. Queda poco. Le preguntas qué tal está. Y te contesta que mal. "¿Y eso?", pregunto inocentemente. "Me han bloqueado mi cuenta bancaria y no puedo pagar a la empresa de madera". Tarjeta amarilla. Una es inocente, pero no imbécil. De pronto todo tiene sentido...que sea huérfano, que no pueda quedar, esta semana de conversación...el cuerpo se me va calentando como el Vesuvio, y no en el buen sentido. Sin tapujos, sin milongas, porque una a estas alturas no tiene el coño para farolillos, pregunto, "Andrés, ¿me estás pidiendo dinero?". Andrés, al menos, no duda y es directo. "Sí". Tarjeta roja directa y expulsión. "¿Tú te crees que soy gilipollas?". Y sin esperar a que me conteste le bloqueo. Ciao, pescao. Sin embargo, pienso en todas aquellas mujeres que se sienten solas y necesitadas de amor que caen en esta estafa y se me encoge el alma. Hijos de la grandísima....

Así que entre medias, una navega por estos lares cómo puede. Intentando no perder la chaveta o, al menos no perderla del todo. Cierto es que la descendencia masculina de Adán y Eva me trae por la calle de la amargura, pero por lo que escucho, la descendencia femenina tampoco anda para tirar cohetes por estos vericuetos que llamamos aplicaciones de citas. Cuando dos seres "normales" nos encontramos en medio de esta jungla nos celebramos, nos congratulamos y nos contamos historias que quitan el hipo. En plan, mi movida es mucho más raruna que la tuya, espérate que veo tu historia y te la doblo. 

Así que hijos de Adán y Eva, por favor os suplico encarecidamente, dejad de tocar los ovarios. Sed "normales". Mantened una conversación amena a la par que amigable sin que palabras como "tetas", "oral" y "anal" estén en el "top 3". Quedemos para tomar una cerveza sin haber discutido previamente sobre dónde vamos a realizar el acto sexual con todo lujo de detalles. No hagáis ghosting, que es de mala educación, decid "mira no creo que busquemos lo mismo, espero que te vaya bien, mucha suerte" y punto. Y sobre todo y ante todo, sed seres humanos, y no animales, por dios bendito y todos sus apóstoles. Que ya huele a chamusquina.

Atentamente,

Una desquiciada.

Monday 9 May 2022

Cómo vomitar y no morir en el intento


Queridos y queridas, por favor pónganse los cinturones de seguridad, los cuales deberán permanecer abrochados durante el transcurso de este post. Observen que en sus dispositivos tienen diversos modos de salida. En caso de emergencia podrán darle a la x de sus ordenadores, deslizar con su pulgar en móviles o, en casos muy extremos, apagar directamente sus dispositivos. Muchas gracias por su atención y feliz viaje.

Comencemos.

Una no se levanta un día y decide tener un trastorno alimenticio.

De igual manera que una no amanece y se pone a vomitar.

Parece obvio, pero no lo es. 

Hay un camino, una travesía, una carretera, que una sigue sin saber muy bien hacia dónde le va a llevar. Hasta que una no tiene media cabeza dentro del water no se da cuenta de que la ha pifiado pero bien. Y, a veces, ni aún así.

La enfermedad comienza con las putas dietas.

Miento.

El cuento comienza mucho antes, pero no es plan de irnos al Pleistoceno, tendréis cosas que hacer, digo yo.

Las dietas son la muerte, el demonio, el infierno, la caca de la vaca, lo peor de lo peor. Os hacéis una idea.

No sólo minan nuestro físico, sino que minan nuestra moral. No hay frase que me dé más asco y grima que la de "pescado hervido con verduras". Buaj! Entre otras muchas, claro. Como "vamos a restringir tu ingestión calórica a la mitad". "Estos son los alimentos prohibidos". "¿Cómo te has dejado tanto?". "De desayuno un café con leche y dos galletas María integrales".

Pero aguantas. 

Porque no solo estás gorda. Eres gorda.

Hay una gran diferencia.

Al principio crees que estás gorda. Que tienes unos kilitos que perder y punto. Pero el problema es que en cuanto haces tu primera dieta entras en un círculo vicioso del que es muy difícil salir. Poco a poco pasas de "estar" gorda a "ser" gorda, que es un estado mucho más longevo. Y mucho más irreparable. Sobre todo cuando tu primera dieta comienza a los once años.

Así que tras unos meses de ese "pescado hervido con verduras" del mismísimo satanás, has llegado a ese peso ideal. Esa panacea que nos ponemos como objetivo. Ese K10.000 que parecía imposible pero que nosotr@s hemos conquistado.

¿Y ahora qué?

Pues ahora se acaba la dieta... Yupiiiiiiiiiiiiiii!

Ah, pero queridos y queridas, aquí comienza la pesadilla, porque una vez acabada la dieta, surge el hambre. No, el hambre no, la voracidad, el ansia por todo lo que no hemos podido comer en tres meses.  Es lógico. Hemos reprimido a nuestro cuerpo de miles y miles de calorías y ahora nuestro cuerpo clama venganza. Así que comemos. Al principio poco. Solo los alimentos que teníamos prohibidos y en pocas cantidades porque aún tenemos el estómago pequeño. Pero estamos alimentando a un monstruo. Y ese monstruo cada vez pide más. Y más, y más y más. Hasta que te das cuenta que has vuelto a ganar los kilos que perdiste. Así que vuelves al jodío "pescado hervido con verduras". Esta vez te cuesta más, claro, porque has dado de comer al monstruo todo lo que ha querido y más. Esta nueva dieta es una puta tortura y caes de vez en cuando en un atracón. Pero al día siguiente te dices que nunca más, Santo Tomás, y que serás fiel a tu queridísimo "pescado hervido con verduras" hasta el fin de los días, amén. Es mentira claro. Volverás a tener un atracón. Esta vez, mucho más gordo, porque la ansiedad se está acumulando. En tu mente solo tienes esa oportunidad para comer todo lo que quieras porque a la mañana siguiente tienes que volver a ser "normal". Así que arramplas, te comes todo y más, porque no hay más remedio, porque no hay un mañana. Y de pronto te das cuenta de que te has pasado. Que te encuentras fatal. El último bocado lo tienes casi en el paladar. Así que haces lo más lógico.

Vomitas.

No vomitas para compensar, eso viene luego. Vomitas porque no te cabe un ápice más de comida. Es naturaleza e instinto. Pero una vez que vomitas te das cuenta de que te sientes mucho más ligera. No sólo físicamente, sino psicológicamente. Es como si no hubiese ocurrido.

¿Es esta la solución a tus problemas? ¿Comer y vomitar?

Lo es, durante un tiempo. Demasiado tiempo. 

Pero todo tiene un tope.

Mi tope fue comer de la basura. Literalmente de la basura.

¿Seguís con los cinturones puestos? Ya os dije que vendrían curvas.

Comer hasta reventar, tirar los restos al contenedor, vomitar, sentirme bien y con más hambre y arrepentirme de haber tirado la comida y comer de la basura.

Pero no penséis que ese fue mi tocar fondo, ¿eh? No, queridos y queridas, tengo más fondo que el Titanic. Mi siguiente paso fue tirar el cenicero encima de la comida. Pero yo, muy digna retiraba la ceniza y me comía la comida de todas formas. Lo repito por si hay algún despistado, retiraba la ceniza del trozo de pizza y me la comía de todas formas. Por fin, para poder parar de comer tuve que tirar lejía sobre los restos de comida. Lejía, queridos y queridas, ni más ni menos. Básicamente si comía iba ingresada al hospital.

Me encantaría deciros que ya no me pasa de vez en cuando.

Me encantaría poder gritar a los cuatro vientos que ya no tengo que meterme los dedos para poder respirar del ataque de ansiedad que me entra después de comer.

Me encantaría comunicaros que es una enfermedad fácil de curar.

Me encantaría afirmar que ya no lo haré jamás.

Me encantaría...




Thursday 5 May 2022

La Bacanal

 


Queridos y queridas, qué miedito da este título, ¿verdad? Temblad, mis pequeños, temblad. Porque vamos a tratar sobre algo escalofriante, terrorífico, horripilante. Algo tan espeluznante como....redoble de tambores....¡la sexualidad femenina! ¡Tacháaaaaaaaaaaan!

Un tema que, a pesar de lo que opine parte del sector masculino, también les ataña. Sí, sí, queridos, como lo oís, algo tenéis que ver de vez en cuando.

Pero empecemos por el principio, que es lo suyo. ¿Qué le lleva, pensaréis, a una servidora a este peliagudo tema?

Podría ser mi excesiva obsesión con el programa "First Dates" de Carlos Sobera. Podría ser, pero no. O mi medianamente recién estrenada experiencia con las aplicaciones de citas, diréis. Pues es otra gran opción, pero tampoco.

Os cuento.

Hace unas semanas, mis amigas Patri, Silvia y yo, nos dispusimos a ir a un cabaret espectáculo llamado "Bacanal". Con el mismísimo Lucifer como maestro de ceremonias, os podéis hacer una idea de la temática del show. Sexo y orgías aderezado con monólogos irreverentes y representaciones de diversos artistas. Desde funambulistas a cantantes pasando por pole dancers. El rollo era oscuro, sensual y divertido. Así que las tres decidimos vestirnos para la ocasión. Es decir, de negro y sexis cada una a su estilo. Yo, que tampoco ando muy católica en esto de la autoestima últimamente, me conformé con enseñar un poco de canalillo y ponerme mis ya clásicos labios rojos o, como me dice Patri "su pin-up favorita". La propia Patri iba monísima con su melenaza ondulada y sus morros morados a juego con su top y un buen taconazo. Pero la que nos dio mil vueltas fue Silvia. Silvia no iba al show, iba del show. Silvia se plantificó un sujetador de lencería que dejaba entrever la mitad de sus senos, un corsé y una falda semi transparente. ¡Ah! Y no olvidemos las medias de rejilla. No solo hay que tener ovarios para ponerse eso, sino seguridad en una misma. La Patri y yo casi nos caemos de espaldas. A su lado parecíamos dos Sor Citröen. 

Así que ni cortas ni perezosas nos fuimos al Coliseum de Coruña, donde se representaba el show. Y mientras buscamos parking llega el primer horror. Nadie, absolutamente nadie, se ha vestido como nosotras.

Es más no pueden ir más insulsos, normales, de a pie. 

Ya verás tú cuando salgamos del coche.

Efectivamente, dicho y hecho. Pero no nos miran a nosotras, no. Absolutamente todo el mundo, y cuando digo todo el mundo digo TODO dios, dirige su mirada a los pechos de Silvia. Sin vergüenza, sin disimulo. Decenas, cientos de punteros láser hacia la misma zona. Ella, que es una diosa, se dirige hacia nuestra mesa como si el fulgor no fuera con ella. Pero yo voy detrás, y veo los gestos de alucinación y hasta de desaprobación. Y lo que me da vergüenza y rabia no es que mi amiga vaya con las tetas al aire, es que nosotros, como sociedad, seamos mujeres u hombres reaccionemos ante unos meros pechos como si fueran armas de destrucción masiva. Las caras de desaprobación de casi todas las féminas, las muecas de babosos absolutos de todos los hombres.

No nos engañemos. El pecho de una mujer es poderoso. Pero también es una amenaza. Es peligroso. 

Un hombre puede salir con el torso desnudo en Instagram pero nosotras nos tenemos que poner estrellitas en los pezones. Tócate la gaita.

Los pechos, son sólo la punta del iceberg (¿lo pilláis? qué malo es). La sexualidad femenina es la amenaza, es el peligro. Una sexualidad femenina libre es, por ende, una mujer independiente. Y eso es terrorífico, no puede ser.

Pongamos como ejemplo la canción de Rosalía "Hentai" en la que osa decir "yo la batí, hasta que se montó" y la gente se volvió loca por lo explícito de la letra. Eso sí, cantantes como Jason Derulo pasan totalmente desapercibidos. En su canción "Talk dirty" ("Habla sucio") llega a cantar "you can suck my penis" ("puedes chupar mi pene"). Y ahí está el buen mozo, eh? No se le ha despeinado ni un pelo de la cabeza. 

Y toooooodo lo anterior me lleva al quid de la cuestión. La última noticia que nos llega de Estados Unidos donde el Supremo se dispone a derogar el derecho del aborto según un borrador.

El culmen de la libertad de la sexualidad femenina.

Yo nunca he tenido que abortar. He tenido sustos que se han quedado en eso sustos. No he tenido ni que comprar un predictor. Mi vida, en ese aspecto ha sido una balsa de aceite. (Por lo menos...).  Pero conozco varias amigas que sí han tenido que abortar y ha sido de todo menos fácil. No es una decisión sencilla, algo que una meta en su "lista de cosas que hacer hoy: comprar el pan, recoger ropa de tintorería, llamar al dentista, ir a abortar". Es algo chungo, pero necesario. Que se prohíba no quiere decir que vaya a dejar de pasar. Que se prohíba quiere decir que la ley ha decidido taparse los ojos y mirar a otro lado. Punto. 

Curioso es que muchos hombres en Estados Unidos durante la pandemia del Covid repitieron sin parar aquello de "mi cuerpo, mi decisión" para no tener que vacunarse. Me pregunto si esos hombres aclamarán con tanto fervor esas mismas palabras para defender el derecho al aborto.

Porque, no nos engañemos, si el aborto fuera un tema masculino uno podría hacerse la intervención en el seven eleven más cercano, sin ningún tipo de lista de espera, y con dos por uno en refrescos de medio litro de regalo.

La sexualidad femenina ha de ser libre o no será. Es de una, propia y genuinamente única. Nada ni nadie puede mandar sobre tu cuerpo y menos, perdonen la burdez, un pene, queridos y queridas.

O como dice Rosalía también, "A ningún hombre consiento, que dicte mi sentencia"


Wednesday 4 May 2022

Tinder, Trastornos alimenticios y Trá Trá

 


Queridos y queridas, vuelvo aquí con furia, con un fuego que me llega desde los bajos fondos hasta el último pelo de mi almendra. Vengo con venganza, con calentamiento global en mi cuerpo serrano, con rabia contenida. 

Y eso no puede ser.

Hay que sacarlo todo pá fuera. 

No creo que este post me quede muy gracioso la verdad sea dicha, pero hay veces que las cosas hay que llamarlas por su nombre, sin adornos ni oropeles. En ocasiones, los acontecimientos superan el humor, los chascarrillos, y las metáforas. Lo intentaré, de verdad, pero vengo más quemada que la pipa de un indio.

Tras años de psicoanálisis y de comerme las emociones en forma de pizzas familiares, aprendí que si no sacas lo que hay dentro acabas peor, creedme. Soy la reina del dejarlo todo dentro, del "qué dirán", del "esto no les interesará". Bueno pues a veces, aunque solo te escuches tú misma, ya vale. 

Me centro, que ya sabéis que a veces pierdo el hilo y divago.

El otro día en Tinder hablando con un chico, llamémosle Luis, en vez de conversar sobre cuánto le ponían mis curvas (por ser fina y políticamente correcta, vamos), me vi enfrascada en un diálogo de lo más interesante. El chico me soltó que había sufrido una depresión durante tres años. Así tal cual. Todo porque comentábamos no sé qué del estrés. 

Claro, como lo mío es el drama, me enamoré de él al instante.

Luis no sólo tenía los santos olés de comentar con naturalidad que sufrió una depresión, sino que lo decía en Tinder ni más ni menos. 

Que me diréis, "huye Paula, huuuuuuuuuye!"

Razón, tenéis. Pero parece que no me conocéis, carallo. Sorprendida e intrigada me dispuse a hacerle el tercer grado. Él contestaba sin problemas. Cuando ya me había contado lo suficiente sobre su depresión dije, "este es mi turno". Muy seria le comenté que tenía que decirle algo. "Dime". Trago saliva. Escribo. "Yo estoy saliendo de una depresión." Su contestación. "No me extraña, viviendo en Londres diez años..."

Trá Trá

Me tiene ganada. 

Decido presentarle la guinda de mi pastel. Ya total...

"Bueno, es que además tengo un trastorno alimenticio". Me espero a que me bloquee. 

"¿Y tienes ayuda específica para tu trastorno?". Silencio. ¿Pero este chico de dónde ha salido? En serio, insisto, en Tinder, el mundo del sexo para hoy, ya, de las fotos con morritos, de las parejas buscando un trio...

Me quedo pensativa. Tengo mi psicóloga y mi psiquiatra, que son maravillosos y a los que adoro. Pero nunca he ido a un lugar donde me traten mi trastorno alimenticio como tal. De pronto, esa idea se hace una luz gigante en mi cabeza, "nunca he ido a un lugar donde me traten mi trastorno alimenticio como tal". Espérate que lo tengo que repetir una vez más porque tras 42 años y casi 30 de ellos con esta enfermedad "nunca he ido a un lugar donde me traten mi trastorno alimenticio como tal".

Doy a la moviola y siempre hay una razón para no haber ido. Siempre.

Y ha tenido que venir un chico de Tinder para recordarme que es una opción, una oportunidad, una esperanza.

Reservo hora con mi médico de cabecera ipso facto. Estoy acelerada, nerviosa, emocionada. He verbalizado que necesito ayuda y la estoy buscando. No hay cosa más bonita del mundo, y más difícil.

Llego a la consulta como un saltamontes. Me tiemblan las piernas que parece que me está dando un parraque. Me tendría que haber tomado medio lorazepam.

"Paula Cañas Frías!"

Entro hecha un churro. Sé que voy a tener que verbalizar de nuevo mi secreto a una total desconocida. Eso siempre es duro. Y no sólo eso, hay un grado de vergüenza que no se puede evitar. No me preguntéis por qué. 

El caso es que inspiro, expiro. Le miro a los ojos y le cuento lo que me pasa. Tengo un trastorno alimenticio y necesito ayuda. Tengo un psicólogo y un psiquiatra pero no es suficiente. Hasta hace poco he vuelto a tener bulimia. Ahora he dejado de vomitar (por ahora), pero no puedo parar de darme atracones (otro trastorno alimenticio muy común pero más desconocido).

Ella me mira. Seria.

Yo estoy a punto de llorar.

"¿Y qué quieres que haga?"

¿Perdona? ¿He oído bien? ¿Me falla la audición a mi edad? 

"Si tú ya tienes tu psicóloga y psiquiatra ellos son los que se tienen que ocupar de tu problema. Tienes que hablar con ellos. ¿Has hablado de esto con ellos? ¿No lo suficiente? Bueno pues ahí está el problema, claro. Yo lo que te puedo ofrecer es que aquí sigamos tu peso. Vengas una vez por semana a enfermería a pesarte y así te controlas. Y claro tienes que cuidar lo que comes. Nada de fritos, ni de bollería, ni grasas. Mira aquí creo que tengo....sí, una hoja en la que te marca que alimentos son los más sanos para ingerir. ¿Te parece?"

Silencio.

"Vale".

Salgo de la consulta con un volante para que me pesen en enfermería, un papel con la pirámide alimenticia y con cara de gilipollas.

Trá Trá.

No recuerdo haberme sentido tan maltratada, incómoda e incomprendida con una doctora. En breves minutos se cumplieron todos los estereotipos, todo lo que había leído y escuchado sobre cómo se tratan a las gordas y más con un trastorno alimenticio en ciertas consultas. Como si lo que tuviese fuese un problema liviano y no una enfermedad que te arranca el alma.

Pero, queridos y queridas, mi amigo Luis (lo sé, yo también me parto) volvió a darnos la solución. Nos mandó un link de la Asociación de Anorexia y Bulimia de Coruña y llamé.

Madre mía qué cambio. Todo fue información y comprensión y buenas palabras. Y lo más importante, el sentir que no estoy loca. ¿Que parece una tontería? Bueno, loca estoy un poco, pero ya sabéis a lo que me refiero. Que no te lo estás inventando. Que te mereces que te escuchen, que te tomen en serio, que te traten. Que tu enfermedad es seria. 

Hay lista de espera, eso sí. Así que habrá que tener paciencia. Que no es nuestro fuerte. Ya sabemos que somos más de queremos estar ya allí dándolo todo. Pero es lo que hay.

El caso es que como me dijo Luis, "me debes cincuenta euros".

Trá trá.