Monday 6 November 2023

Escritora


Source: Getty image


Queridas y queridos, cuán importante es la palabra. No solo la escrita, sino la hablada.

Gracias a ella construimos y destruimos castillos, aliviamos dolores o rasgamos lo más profundo del alma, creamos mundos que nadie podría haber imaginado jamás, volamos, traspasamos el tiempo, y lo controlamos, somos reinas y reyes sin corona, o con corona, depende, coloreamos la oscuridad y abrigamos bajo tormentas de agua y hielo, sanamos.

La palabra puede ser sencilla de verbalizar y comprender, como "silla" o "libro", o complicada, como "averno" o "serendipia", o formar frases casi imposibles, como "soy escritora".

Estas palabras, en un principio tan simples, significan un mundo, y son más difíciles de enunciar de lo que parece. O fácil, según se mire. Pero lo que está claro es que conllevan una aceptación. Y a mí eso me parece un osadía. Y, a veces, hasta un milagro.

Hace poco fui a la feria del libro de Murcia a firmar ejemplares de una obra que he publicado recientemente. Las casetas se apelotonaban en una hilera cuasi infinita. Y en ellas, escritoras y escritores se presentaban tras su obra, entre orgullosos y nerviosos. Unos te miraban, como insinuando, "ven, acércate, no muerdo". Otros, los más osados, directamente te lo decían a la cara. Alguna autora te preguntaba si te gustaba leer. Esa frase tenía truco. Cómo no te va a gustar si estás allí. Y, ¿es "gustar" la palabra adecuada? Parecía un verbo en excesivo insulso. "Apasionar", diría yo.

He de confesar que de un tiempo a esta parte me ha dado por escribir cuentos. Me salen casi como churros. Otra cosa es que sean buenos, claro. Pero eso es otra historia. El caso, es que últimamente me interesan mucho. Así que caseta en la que alguien mencionaba la palabra "cuento", caseta a la que me lanzaba como si no hubiese un mañana. 

En una de esas ocasiones me puse a hablar con Carmen, que había escrito un pequeño libro de cuentos sobre las ilusiones y los sueños del ser humano. Me comentó cómo comenzó su proyecto, cómo fue su proceso y, tímidamente me confesó que había ganado algún premio con uno de sus cuentos.

Fue entonces cuando ocurrió. Sin previo aviso, sin mucho aspaviento. Simple y llanamente le comenté: "soy escritora". Lo dije más bien por dar a entender que la comprendía, que formábamos parte del mismo club, que yo era ella y ella era yo.

Pero la afirmación me pilló desprevenida. 

Creo que a Carmen también.

Y a mi madre, que había venido a acompañarme y estaba a mi lado cuando esto ocurrió, no le pasaron inadvertidas No porque no piense que soy una escritora, sino, según ella, por la seguridad con la que espeté estas palabras.

Es cierto. Ni me lo pensé. Mi razonamiento era lógico, "llevo toda la vida escribiendo, he publicado un libro, por ende, soy escritora".

Sin embargo, y casualmente (o no), nunca he podido decir "soy directora de cine" a pesar de haber parido unos cuantos cortos, ganado algunos premios y ser una amante acérrima del séptimo arte.

No solo verbalicé "soy escritora", sino que tuve la osadía de repetirlo un par de veces más a lo largo del día. Como si quisiese reafirmar mi postura. 

Mi madre, en un momento dado, y ya lejos de la feria me confesó que le había chocado la naturalidad con la que había aceptado mi rol. Si soy sincera, a mí también.

Ese "soy escritora" me salió del alma. De lo más profundo de mi ser. Fueron unas palabras gustosas, queridas, ansiadas. Como llegar a casa después de un largo viaje.

Porque es curioso, pero hasta que no se verbalizan ciertas cosas, es como si no existieran. Como si no fueran. Y al decirlas, las creamos, las damos forma como si se tratara de la plastilina que moldeamos con nuestras manos. Las representamos. Y es entonces cuando una comienza a creer en sí misma. En cierto modo, que añada esas palabras en mi mundo, en mi cosmos, me transforma. 

A ver, no es que os vaya a firmar una autógrafo en la cara cuando me vengáis a decir un simple "hola", sino que hay un cambio, tal vez en la manera de verme, de contemplarme. Es como excavar y de pronto encontrar una gema extraña. Como ir en bici y descubrir un arco iris en el horizonte. Algo se ilumina, algo te cambia, te nutre, se queda en tu retina.

En pocas palabras. Aceptar que, por fin, eres escritora, es lo más.