Monday 6 November 2023

Escritora


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Queridas y queridos, cuán importante es la palabra. No solo la escrita, sino la hablada.

Gracias a ella construimos y destruimos castillos, aliviamos dolores o rasgamos lo más profundo del alma, creamos mundos que nadie podría haber imaginado jamás, volamos, traspasamos el tiempo, y lo controlamos, somos reinas y reyes sin corona, o con corona, depende, coloreamos la oscuridad y abrigamos bajo tormentas de agua y hielo, sanamos.

La palabra puede ser sencilla de verbalizar y comprender, como "silla" o "libro", o complicada, como "averno" o "serendipia", o formar frases casi imposibles, como "soy escritora".

Estas palabras, en un principio tan simples, significan un mundo, y son más difíciles de enunciar de lo que parece. O fácil, según se mire. Pero lo que está claro es que conllevan una aceptación. Y a mí eso me parece un osadía. Y, a veces, hasta un milagro.

Hace poco fui a la feria del libro de Murcia a firmar ejemplares de una obra que he publicado recientemente. Las casetas se apelotonaban en una hilera cuasi infinita. Y en ellas, escritoras y escritores se presentaban tras su obra, entre orgullosos y nerviosos. Unos te miraban, como insinuando, "ven, acércate, no muerdo". Otros, los más osados, directamente te lo decían a la cara. Alguna autora te preguntaba si te gustaba leer. Esa frase tenía truco. Cómo no te va a gustar si estás allí. Y, ¿es "gustar" la palabra adecuada? Parecía un verbo en excesivo insulso. "Apasionar", diría yo.

He de confesar que de un tiempo a esta parte me ha dado por escribir cuentos. Me salen casi como churros. Otra cosa es que sean buenos, claro. Pero eso es otra historia. El caso, es que últimamente me interesan mucho. Así que caseta en la que alguien mencionaba la palabra "cuento", caseta a la que me lanzaba como si no hubiese un mañana. 

En una de esas ocasiones me puse a hablar con Carmen, que había escrito un pequeño libro de cuentos sobre las ilusiones y los sueños del ser humano. Me comentó cómo comenzó su proyecto, cómo fue su proceso y, tímidamente me confesó que había ganado algún premio con uno de sus cuentos.

Fue entonces cuando ocurrió. Sin previo aviso, sin mucho aspaviento. Simple y llanamente le comenté: "soy escritora". Lo dije más bien por dar a entender que la comprendía, que formábamos parte del mismo club, que yo era ella y ella era yo.

Pero la afirmación me pilló desprevenida. 

Creo que a Carmen también.

Y a mi madre, que había venido a acompañarme y estaba a mi lado cuando esto ocurrió, no le pasaron inadvertidas No porque no piense que soy una escritora, sino, según ella, por la seguridad con la que espeté estas palabras.

Es cierto. Ni me lo pensé. Mi razonamiento era lógico, "llevo toda la vida escribiendo, he publicado un libro, por ende, soy escritora".

Sin embargo, y casualmente (o no), nunca he podido decir "soy directora de cine" a pesar de haber parido unos cuantos cortos, ganado algunos premios y ser una amante acérrima del séptimo arte.

No solo verbalicé "soy escritora", sino que tuve la osadía de repetirlo un par de veces más a lo largo del día. Como si quisiese reafirmar mi postura. 

Mi madre, en un momento dado, y ya lejos de la feria me confesó que le había chocado la naturalidad con la que había aceptado mi rol. Si soy sincera, a mí también.

Ese "soy escritora" me salió del alma. De lo más profundo de mi ser. Fueron unas palabras gustosas, queridas, ansiadas. Como llegar a casa después de un largo viaje.

Porque es curioso, pero hasta que no se verbalizan ciertas cosas, es como si no existieran. Como si no fueran. Y al decirlas, las creamos, las damos forma como si se tratara de la plastilina que moldeamos con nuestras manos. Las representamos. Y es entonces cuando una comienza a creer en sí misma. En cierto modo, que añada esas palabras en mi mundo, en mi cosmos, me transforma. 

A ver, no es que os vaya a firmar una autógrafo en la cara cuando me vengáis a decir un simple "hola", sino que hay un cambio, tal vez en la manera de verme, de contemplarme. Es como excavar y de pronto encontrar una gema extraña. Como ir en bici y descubrir un arco iris en el horizonte. Algo se ilumina, algo te cambia, te nutre, se queda en tu retina.

En pocas palabras. Aceptar que, por fin, eres escritora, es lo más.

Monday 30 October 2023

Más cosas que me sacan de quicio

 


Queridos y queridas, "Cosas que me sacan de quicio" parece que os moló un rato. Y como yo me debo a vosotr@s, siempre, por qué no seguir con esa lista de los cuarenta principales. Porque, ¿de verdad pensabais que ahí se quedaba el asunto? Poco me conocéis entonces. 

Vayamos direct@s al lío.

Me saca de quicio la gente que apoya sus rodillas en mi respaldo ya sea el tren, el bus o el avión. Bueno, miento, sobre todo en el avión, porque entonces seguramente tendré la mesita plegable entre las costillas y el páncreas. A esta gentuza habría que cogerles las piernas y enroscárselas alrededor del cuello, estilo "pretzel".

Me sacan de quicio los atascos. Obvio, diréis. Pero no solo aquello de arrancar, parar, arrancar, parar. Lo que de verdad me enajena es que fila en la que estoy, fila que va más lenta que la cola del paro. Me cambio de fila, la otra va más deprisa. Me vuelvo a cambiar, la de al lado va más ligera que un colibrí. No falla.

Me sacan de quicio las moscas de verano. Son tontas, punto. ¿Cómo es posible que puedan entrar por una rendija de dos milímetros y luego den por culo toda la tarde porque no saben salir a pesar de tener todas las ventanas de la casa abiertas? Me puede.

Me saca de quicio Pablo Motos.

Me saca de quicio que me digan que me "tranquilice". Obviamente, y como tod@s sabemos, provocará el efecto contrario. Que no hable como si me hubiese tragado un monje tibetano no quiere decir que esté alterada, pero si me dices "tranquila", yo, con voz frenética y subiendo peligrosamente de tono te contestaré, "pero si estoy tranquílisima". Irónicamente, decirle a una persona tranquila que se tranquilice creará justamente el efecto contrario. Tal cual.

Me saca de quicio el número de tarjetas que tengo. Cuando tengo que pagar saco la del gimnasio, cuando estoy en el gimnasio saco la del metro, cuando estoy en el metro saco la de crédito y cuando estoy en el super saco la sanitaria. Puede que sea mi culpa, que no las tengo debidamente ordenadas, pero, ¿en qué momento nuestras vidas se han convertido en una ristra eterna de tarjetas para todo y de todo?

Me saca de quicio Isabel Díaz Ayuso.

Me saca de quicio olvidarme el kleenex dentro del pantalón cuando pongo la lavadora. Clásico. Abres la puerta del tambor y empiezas a ver virutillas blancas por todos lados....al principio, por un segundo, no caes...pero luego....ay Mari Carmen, ese inocente kleenex cae por su propio peso y te cambia la jeta. Se te queda, hablando en plata, cara de gilipollas. Las carcajadas vienen luego, quitando las virutillas. Unas risas vamos....

Me saca de quicio la peña que pone la música en altavoz en el metro y en otros lares similares. A ver, merluzos, hay un pequeño dispositivo muy útil llamado auricular que se introduce en cada oreja y te permite escuchar perfectamente tu reggetón favorito sin que a mi me dé un parraque. Es bien sencillo pero cómo cuesta entenderlo.

Me saca de quicio y mucho, las pegatinas en los objetos, como por ejemplo, el precio de un libro o de unos bombones, que no se quitan fácilmente. ¿Para qué ponerlas cabrones? Tienes que raspar, usar agua caliente, dejarte las uñas y encima el pegamento parece superglue coñe, que se te irá pegando toda la mierda del universo en el maldito recuadro. 

Me saca de quicio la gente que "canta" encima de una canción pero que no se sabe las letras y encima desafina. Pregunto, ¿por qué? No tengo nada más que decir.

Me saca de quicio que el rollo de film transparente se me haga un lío. Buscar y rebuscar dónde se encuentra el principio entre los miles de miles de filillos que se han quedado incrustados porque tú has ido de loca de la pradera y has enrollado las cosas como si no hubiera un mañana y ahora, o enrollas una aceituna o no enrollas nada.

Me sacan de quicio los "abre fácil". Ni abren, ni son fáciles. Amos, no me digas.

Me sacan de quicio esos personajes que se ponen justo delante tuyo en la playa y te tapan las vistas del mar cuando hay espacio de sobra en cualquier otro lado. Les hacía comer arena. Así lo siento.

Me saca de quicio ver trailers de películas. Te destripan toda la historia. No solo eso, es que sabes estás viendo hasta escenas del mismísimo final. Lo que viene siendo muy mega ruin y rastrero.

Me sacan de quicio los cuchillos que no cortan.

Me saca de quicio todo aquello que es para diestros única y exclusivamente. Léase, sillas con mesa para escribir, tijeras, abrelatas, sacacorchos...menaje del hogar, vaya. El mundo gira en torno a los diestros y hasta que no eres zurdo ni te das cuenta.

Me sacan de quicio las personas, bueno, seamos sinceras, los hombres, que me explican lo que ya sé, lo que ya entiendo. Por ejemplo, cómo encontrar un archivo en mi propio ordenador, en qué consiste mi trabajo o cómo buscar una película en mi televisor. Agüita.

Y me sacan de quicio l@s racistas, l@s homófob@s, l@s machistas, l@s ultraderechistas, l@s gordófob@s, l@s maleducad@s y en definitiva, aquell@s que no respetan a los seres humanos, así en general. Punto.

Continuará?




Monday 23 October 2023

Antipáticas


 Queridos y queridas, este tema me toca especialmente la pepitilla. Avisad@s estáis.

Dicho tema no es nuevo, como es obvio. Mismamente el otro día escuchaba a las maravillosísimas Isa Calderón y Lucía Lijtamaer hablar sobre este asunto en el más que recomendable podcast "Deforme Semanal Ideal Total". En él explicaban cómo por ser mujer, estamos condicionadas por la sociedad a ser agradables y educadas a todas horas y en todas las situaciones posibles.

Una mujer cabreada, es una mujer histérica.

La perenne frasecita de "pero mujer, sonríe", creo, nos perseguirá de por vida. 

Aparentemente, una mujer no puede ser borde, contestataria, maleducada, seria, incorrecta. No, eso está reservado única y exclusivamente para los hombres. Las mujeres debemos cargar con unos pompones de animadoras permanentemente y no quejarnos. Punto.

¿Exagerada, yo? Ya veremos.

¿Feminista, yo? Sí, esto sí, para que nos vamos a engañar. Siempre.

Pero a los hechos me remito.

Para empezar voy a poner un ejemplo que muchos conocéis o, al menos os suena. Hace unos años, en un partido de tenis femenino, el juez de silla señaló una falta anti-deportiva a Serena Williams por, según él, recibir ayuda de su entrenador. Yo no entro si esto fue cierto o no. Pero ella no sólo se cabreó, sino que perdió los nervios. La lió pardísima. Lo recuerdo vivamente porque no hubo informativo que no abriese al día siguiente con las imágenes de una Serena Williams descompuesta. Y ya no digo en la sección de deportes, no, el propio informativo. Corte a un debate general. La discusión: si la tenista se había propasado en sus formas. No faltaron, por supuesto, tertulianos en la radio y en la televisión para debatir este tema. A mí, me parece curioso cuanto menos. Algunos tenistas masculinos llevan reventando raquetas desde que se inventó la pelota de tenis. Insultan a los árbitros, a los espectadores, gritan, amenazan y, sin embargo, o no se ve en las noticias o aparece como una pequeña reseña en la sección de deportes que es, sin lugar a dudas, donde pertenece. La diferencia de trato fue más que evidente. Ver a una mujer y, más aún, a una Serena Williams perdiendo los papeles era un notición. Porque las mujeres no debemos, no podemos descomponernos y, menos, ante millones de personas.

Pero no hay que irse a las grandes celebridades para encontrarnos estos casos. Nosotras, sí, sí, tú y yo, podemos llegar a sufrir este tipo de fechorías todos los días. 

Yo mismamente, en el trabajo, he tenido que aguantar que me llamen "antipática" en múltiples ocasiones. Todo porque no voy con una sonrisa en la cara como si fuera "Miss Alicante" las veinticuatro horas del día, señor. En cuanto estoy con una cara neutra, están los típicos "¿qué te pasa?", "¿por qué tan seria?" o el ya anteriormente citado "pero mujer, sonríe". Que cualquiera diría que trabajo de animadora infantil en vez de ayudante de dirección de cine. Y mientras mi compañero de trabajo está más serio que un poto nadie le dice nada porque claro, estará concentrado, en sus cosas, no vayamos a molestarle. Pero a nosotras no, a jodernos y aguantarnos, a sacar los pompones de nuevo y a animar el cotarro.

Pero esto viene, como siempre, de nuestra tierna infancia. De toda la vida se nos ha enseñado desde niñas a ser amables con todo el mundo, discretas con nuestras faldas, simpáticas con los invitados. Lo "lógico" y "normal". Mientras tanto los niños...los niños eran unos monos araña que se colgaban de las lámparas, que chillaban y si no querían saludar, no saludaban porque "claro, es que tienen un carácter...". No me digáis que no os suena. A mí la trompeta.

Y así vamos creciendo. Intentando complacer a todo el mundo, evitando la confrontación a toda costa e ignorando lo que es un "no" hasta que un día se te hinchan los ovarios. Te dices, "¿Pero tengo cara de gilipollas o qué?" y te lías la toalla a la cabeza y dices "Hasta aquí hemos llegado". Así que empiezas a poner límites. Sí, sí, comienzas a delimitar hasta dónde pueden llegar los otros y entonces, ah Mari Trini, es entonces cuando te conviertes, oficialmente, en una "Antipática". Porque ya no te riges por sus normas, sus reglas, sus absurdas exigencias. Ya no eres tierna como un "oso amoroso", ya tienes carácter. ¡Oh dios mío! ¡Cuidado, todos a cubierto! ¡Es una bomba nuclear a punto de estallar!

Lo vemos en políticas que no se dejan amedrentar, actrices o cantantes que ya no contestan preguntas machistas estúpidas, o mujeres de a pie que no van a sonreír porque a ti te salga de los santos cojones. 

Sonreiré cuando me salga de los ovarios, cuando algo me haga de verdad reír, cuando quiera, no por ser mujer y tenga que agradarte a ti, la mitad de la población. 

Sonreiré cuando no me digan que sonría.

Sonreiré cuando mis tampones y compresas no se consideren un artículo de lujo y sean de necesidad básica, como es lógico y normal.

Sonreiré cuando pueda andar tranquila de noche sin cagarme viva pensando que me pueden violar.

Sonreiré cuando no sienta que en mi trabajo tengo que demostrar el triple que mis compañeros masculinos para conseguir el mismo puesto.

Sonreiré cuando sepa a ciencia cierta que mis sobrinas no tendrán que sufrir ninguno de los problemas anteriormente citados.

Entonces, sí, sonreiré.

Tuesday 17 October 2023

Matt Damon y yo

 


Queridos y queridas, nunca he sido fan de Matt Damon. Me ha parecido como una patata sin sal, insulso. Le veía en las pelis y pensaba...meh. Ni fu ni fa. Un brócoli me parecía más expresivo, mira tú. 

Duras declaraciones por mi parte, lo sé.

Hasta que le conocí.

Corría el año 2016 y acababa de terminar mi primer trabajo como tercera ayudante de dirección de cine. Casi la palmo de la ansiedad y la histeria. En serio, casi me explota la almendra. Pensando que a partir de entonces ya no sería auxiliar de dirección nunca máis, como soy prima segunda de Murphy y su puta ley, me llaman y me ofrecen dicho puesto. Eso sí la peli es de Bourne y se rodaría entre Tenerife y Londres. No sólo tendría la oportunidad de trabajar con Matt Damon y Paul Greengrass, sino que, y más importante para mí, con Chris Carreras, el primer ayudante de dirección de muchas de las películas de Harry Potter, una auténtica leyenda. Yo, que me quiero dedicar a esto, no puedo perder la oportunidad de trabajar mano a mano con semejante titán del cine. Digo "dónde hay que firmar" y me voy para Tenerife. 

Nota: Ya nos vamos dando cuenta que tampoco se vive tan mal con este trabajo, que si viajas, que te pagan el vuelo, que te ponen el hotel, las dietas... Nos enteramos, ¿no? Y bueno, que las Islas Canarias vienen siendo un lugar recurrente en el blog, vamos. Solo quería subrayarlo. Gracias, prosigamos.

Total, que llego a la isla chicharrera y me acomodo en el hotel donde vamos a pasar casi tres semanas. No me quejo.

Comenzamos a rodar. "Exterior calle noche". Está claro lo que quiere decir. Que vamos a ser vampiros durante días. Comenzamos la jornada a las ocho de la tarde y, con suerte, a las seis de la mañana estamos de camino a la piltra. Bueno, por lo menos te puedes levantar y, cuan croqueta, ir rodando hasta la playa.

La escena consiste en unos disturbios por las calles de Atenas (en teoría Tenerife hacía de la ciudad helénica...la magia del cine), en los que Bourne ha de camuflarse para poder escapar de unos tipos que le persiguen. Todo muy original, oiga.

Total, que como ya hemos aprendido en este blog, debo tener cara de traductora oficial de los rodajes británicos, porque el segundo ayudante de dirección me llama al set, un vagón de metro ligero, y me dice que le vaya traduciendo a Matt Damon lo que el conductor le diga. 

Sin un mísero "nice to meet you", que es lo mínimo en estos casos. Me ponen en medio del muchacho actor y del conductor del metro y ala, ancha es Castilla, a traducir. Matt me mira concentrado mientras le suelto un rollo "macabeo" en inglés de cómo tiene que accionar el dispositivo para que éste abra las compuertas. Después de un monólogo Shakesperiano, él me mira, me sonríe, y me suelta en castellano "¿Cómo? ¿Así?" y abre la puerta. "Ah, ¿pero que hablas español?", pregunto entre anonadada y un tanto mosca tras el sobre esfuerzo mental con el que acabo de lidiar. "Un poco, mi mujer es Argentina", me contesta con un perfecto acento y todo "pichi". Pues ya me lo podría haber dicho un poco antes, básicamente unos diez minutos, cuando empecé a soltarle semejante milonga. 

Pero esto nos unió claro. A ver, no es que tuviésemos un saludo secreto a partir de entonces. El muchacho actor era muy amable y saludaba a todo el mundo por las mañanas. Me diréis, ¿lógico, no, Paulis? Pues no, queridos y queridas, la mayor parte de los actores y actrices de alta alcurnia pasan cuatro pueblos de lo que viene siendo la plebe, o sea, el equipo. A no ser que les puedas dar algo a cambio, por supuesto. Por ejemplo, los directores de foto. Porque son los encargados de que salgan con la cara lisita como una plancha o feos como un orco. Pues les conviene. ¿Pero conmigo? ¿Una mera auxiliar de dirección? Ni agua. Ojo, insisto, algunos actores y actrices. En mi experiencia, cuanto más experimentados sean los actores y actrices más educados serán. Los de la nueva escuela se les sube pronto a la cabeza y suelen ser medio gilipollas. Excepciones hay en todos lados.

Matt es bien. Nos saludamos, nos preguntamos que qué tal y ahí acaba nuestra conversación porque no le vamos a pedir peras al olmo.

Hasta aquel día que lo cambió todo.

Pero vayamos por partes.

Una vez acabada nuestra aventura en Tenerife nos volvemos diligentes a Londres a rodar parte de la película en un estudio, parte en localizaciones por la ciudad.

Nota: He de aclarar que Paul Greengrass, el director, viene del documental así que rueda de una forma super libre y a veces hasta radical. No se anda con chiquitas. Si ve un sitio que le gusta, rodamos ahí, así de simple. Que los productores se encarguen de los permisos y el papeleo que para eso están. Bien, aclarado esto, prosigamos.

La escena a rodar: Bourne huyendo de dos tíos que le persiguen de la CIA, para variar. De pronto, gira una esquina, ve una falsa puerta, entra y se queda dentro para despistarlos. Cuando han pasado de largo, sale de nuevo y, muy listillo él, corre en sentido contrario. Un hacha el Bourne.

Bien pues había que rodarlo, ¿no? Obviamente. ¿Qué implicaba esto? Que Matt (mi súper colega Matt), tenía que entrar por esa falsa puerta, quedarse dentro del cuarto, esperar un tiempo prudencial y salir escopeteado de ahí. Algunos, que sois listos como el hambre y seguís mis andanzas cuan fans empedernidos habréis adivinado lo que viene a continuación. Porque, en ese momento en el que la Paulis andaba un poco despistadilla, escucha al primer ayudante de dirección decir, "necesitaremos a alguien dentro del cuarto para darle la señal a Matt para salir". Mira alrededor. ¿Y quién creéis, queridos y queridas que fue la afortunada a la que le endosaron semejante honor? "Paula, tú le darás la señal desde dentro". ¿Quién? ¿Yo? Cómo no, surprise, surprise, qué raro que me toque a mí, mari Carmen.

Entro en el cuarto y... ay diosito de mi vida, oh my fucking god, que es un cuarto de basuras. Tal cual. Y, para más inri, sin luz. Matt Damon y yo vamos a tener que estar dentro de un cuarto lleno de mierda a oscuras cuando lo máximo que hemos hablado ha sido algo así como "pues la verdad es que hoy hace buen día", "sip, se ve despejado". Me echo a temblar. ¿Y yo qué hablo con este buen señor en la más negra oscuridad en un cuarto de deshechos?

Las primeras tomas ni tan mal, porque Matt literalmente tiene que entrar y salir así que es todo mega rápido. Por un instante, por un momento, creo que me voy a librar de tener que sacarle conversación. Qué ilusa soy. A estas alturas ya tendría que haber aprendido que la vida siempre, siempre se me complica si no me la complico yo. 

Paul Greengrass, el director, quiere hacer unos primeros planos de Bourne saliendo de la falsa puerta y para ello, ¿qué tiene que hacer Matt?, empezar dentro del cuarto de la basura dónde Paula le dará la señal para salir. 

Así que ahí estamos los dos, que casi no nos vemos, preparadísimos, cuando de pronto me comentan en la radio "Paula dile a Matt que casi estamos, que hay un pequeño problema técnico con la cámara". 

Mecagoenlaputayentodoloquesemenea que me toca hablar con él.

Silencio incómodo...

Me apoyo en un contenedor de basura. Me quito. Joder, que asco. Piensa, Paula, piensa, pordiossantoyelarcangelsangabriel, de qué hablo yo con este señor. ¿Qué tengo yo en común con un tío que viaja en jet privado y cena sushi todas las noches? ¿Que tiene casas de millones de dólares y con más baños que habitaciones y yo teniendo que compartir mi váter con dos personas y haciendo el baile del sambito en la puerta porque está ocupado y me cago viva? ¿Qué tengo en común, queridos y queridas? ¡¡¡¡¿Qué, coño, QUÉ?!!!!!!

De pronto, se me ilumina la bombilla...

"The glamour of filmmaking huh?" ("El glamour del cine, eh?"), me atrevo a decir. Oigo una risa en la oscuridad, sincera, risueña. "Fuck yeah" ("Joder, sí"), me dice con su acento bostoniano. Nos reímos, por que no es que se pudiese cortar el silencio con un cuchillo, queridos y queridas, no. Sino con un puto machete. Y a machetazo limpio me lo cargué.

Y no sé cómo empezamos a hablar entre toma y toma. En la opacidad. Entre desperdicios. De lo bien que iba el día de rodaje a pesar de todo, de lo majo que era Paul Greengrass. De pronto pasamos a sus hijas y su mujer. Y hablamos un poco de español. Y cuando mejor me lo estoy pasando ya hemos conseguido el plano, y tenemos que salir. Y la magia desaparece, y es una pena.

Volvimos a nuestros "good morning" habituales y a los "parece que hoy va a llover" frecuentes, pero de vez en cuando coincidíamos y alguna cosilla más sí que caía. Sobre España, sobre la educación, la inmigración. Daba igual, siempre había algún tema.

Hasta que llegamos al final del rodaje, y nos dijimos nuestros "adioses" y nuestros encantados de habernos conocido.

Desde entonces ya no le puedo ver igual, ni a él ni a sus películas. 

Ya de brócoli, nada. Es una patata con sal.

Y esta, queridos y queridas, es la historia de Matt Damon y yo.

Monday 21 August 2023

Mujeres y señoros



Queridas y queridos, salgo del letargo veraniego porque me arden las ideas y las manos. Tecleo sin cesar y atropelladamente porque mi cerebro va más rápido que mis dedos. Quiero contar tantas cosas y que tengan sentido...no sé si seré capaz, pero tengo que intentarlo.

Ayer asistimos a la final del mundial de fútbol femenino. La selección de España ganó. 

Y entonces se montó la de dios es cristo. 

Por muchas y diversas razones. Cosas que tenían que ver con el esférico y cosas que nada tenían que ver con él. Twitter (o esa X repugnante), para variar, estaba que quemaba y todas y todos parece que tenemos que decir algo al respecto.

Es natural, es humano...cuando hay o han habido injusticias la gente se rebela.

Yo soy parte de esa gente.

Es casi imposible no verse reflejada. Hay tantas similitudes, tantos recuerdos...

Por un lado se habla de que estas futbolistas, se convierten en referentes ya para muchas niñas. Referentes que hace años no teníamos, o más bien, porque no se les daba la voz y el espacio necesarios para que existieran. 

A mí la afición al fútbol me llegó medianamente tarde. Siempre fui más de baloncesto, supongo que por ser del Ramiro de Maeztu y, por ende, seguidora del Estudiantes. Mi introducción al deporte llegó durante el mundial de Estados Unidos, el famoso de la nariz sangrante de Luis Enrique. Tendría quince años. Mi abuelo, fan de la selección, vio en mí alguien con quien poder compartir afición y madrugadas llenas de fútbol, patatas fritas y coca cola para la niña, cervecita para él. Ese verano nos unimos viendo cada partido como si nos fuera la vida en ello. Y yo de pronto, descubrí lo que era un fuera de juego, un corner o un delantero. Veíamos la previa de cada partido y comprábamos el diario deportivo cada mañana. Fue toda una experiencia.

Durante aquella época también empecé a jugar al baloncesto. No era buena, lo admito, pero me lo pasaba bien y aprendí muchísimo gracias a mi entrenadora Sonia. Ella y la jugadora Amaia Valdemoro han sido mis casi dos únicos referentes. Los equipos de las chicas existían sí, pero siempre a la sombra de la de los chicos. No digo ya en las categorías superiores, obviamente, pero desde las infantiles. A pesar de aquella diferencia de géneros, era un auténtico milagro que hubiese baloncesto femenino en los noventa. 

Y aquí es donde entra la importancia de tener referentes.

Un día, en el patio del colegio nos pusimos a jugar unos cuantos a una especie de concurso de triple. Yo ya digo que no era muy buena, pero gracias a los entrenamientos y la práctica el tiro de tres puntos se me daba medianamente bien. Así que me puse en fila para esperar mi turno. Era la única chica obviamente. Y empecé a tirar triples, y lo que es peor, a meterlos y a eliminar a chicos. 

Horror. Terror.

Yo estaba disfrutando de lo lindo claro. Poniendo en práctica todo lo que había aprendido a base de ensayo y error. Hasta que, como algun@s os podéis imaginar, llegó un niño me quitó el balón de las manos y me dijo, "no puedes jugar más". Yo, asombrada, me reí. Pensaba que era una broma y le pregunté inocentemente por qué. Él, de modo altivo y sabiéndose rey del universo contestó, "es mi balón y yo decido quién juega". 

Así, tal cual, sin una explicación más, los niños se fueron poniendo delante mío como si fuera invisible. Como si no existiese. Alguno de mi clase, amigo mío, me miró con cara de pena y encogió los hombros como diciéndome "no puedo hacer nada, es su balón". SU balón. SUS reglas, SU pene.

Así que sí importa que la selección española de fútbol haya ganado el mundial ante la atenta mirada de miles de niñas que pedirán por reyes o por su cumpleaños SU propio balón. SUS reglas. SU coño. Niñas que no se amedrentarán si quieren jugar con niños. Que no serán llamadas "marimachos", ni "bolleras" por querer jugar. JUGAR. Qué importante y difícil es este verbo. 

Ojalá esto se hubiese quedado así. Ojalá estuviéramos hablando de estas mujeres por su fútbol, días, semanas, meses, años. Ojalá el mundo funcionara de otra forma. Ojalá nos dejaran ser, respirar, existir sin que nos ahoguen...

Porque entonces llegó el señoro y el pico.

Quien no se haya enterado porque viva incomunicad@ en el Himalaya, el mismísimo presidente de la federación española de fútbol, un tal Rubiales, en pleno "furor celebrativo", no se le ocurrió otra cosa que cogerle de la cabeza a una de las jugadoras, Jenni Hermoso, y, sin dejarle opción alguna ni a una posible cobra, le plantó un beso en todos los morros ante la cara de estupefacción del mundo entero. Bueno, parte del mundo entero.

Porque ante las quejas de muchísima gente a través de las redes sociales por lo acontecido (entre las que se encuentra una servidora), salieron los defensores del señoro, casi todos, obvio, también señoros. Señoros que se creen másters del universo y que el resto somos un@s ofendidit@s. Señoros que opinan que el beso fue "una efusividad del momento", un "gesto de cariño".

Me hierve la sangre.

Cualquiera que diga estas mamarrachadas no ha sufrido en sus propias carnes lo que viene siendo una agresión sexual. Esta gente no tiene que andar sola por la calle agarrada al móvil con el número de emergencia puesto en pantalla por si la asaltan, persiguen o violan. Estos señoros lo ven como algo "inocente y casto", cuando en realidad es un abuso de poder en toda regla. No hay que tener madres, hermanas, tías, primas o hijas para saber esto. Hay que ser, simple y llanamente, un ser humano.

Hace años en una película en la que trabajaba llegamos, por fin, al último día de rodaje. Había sido duro, intenso y a veces desesperante. Pero lo conseguimos.

Esperando al resto del grupo en la entrada del hotel para celebrar, estábamos unos cuantos del equipo. De pronto, entran unos algunos eléctricos que ya habían estado festejando a su bola. Yo estoy apoyada en el respaldo de uno de los sofás, observando, sin decir nada. De pronto, uno de los eléctricos se acerca a mí me coge de la cabeza y me suelta un pico. Así sin más. Hubo un pequeño silencio. Muy muy breve. Yo le dije, "¿qué haces?", con una medio sonrisa nerviosa y de incredulidad. Él me contestó, "no seas aburrida, Paula, que hemos terminado". 

A día de hoy no sé cómo no le pegué una hostia o, por lo menos, puse una queja a la productora. Tenía unos treinta años yo, él unos sesenta y pico. Casi no habíamos hablado casi durante el rodaje, solo profesionalmente. No habíamos tonteado. Pero él se vio en su santo derecho de darme un beso.

Y entonces es cuando vuelvo a la reacción de los señoros en la actualidad. Lo siento, pero si Jenni Hermoso se hubiese llamado Andrés Iniesta o Fernando Llorente, el presidente de la federación no le da un pico. Esto es impepinable. Lo sabemos tod@s. Sin embargo, entre que ella no puede/sabe reaccionar, que es su jefe y que dicho jefe es un machirulo impresentable que no va a renunciar a sus seiscientos mil euros al año, pues tenemos la tormenta perfecta. El resto somos un@s feminazis y punto pelota. Nunca mejor dicho.

El señoro, visto la que se ha montado en las redes sociales y en el mundo en general (se han hecho eco los medios ingleses, los franceses, etc), ha aparecido diciendo que "seguramente debía disculparse". El video no tiene desperdicio. Con su tono prepotente, su lenguaje corporal de "estoy aquí porque no me queda otro remedio" y su excusa de "momento efusivo", se ve que no se lo cree ni él. 

Este señoro, no solo debía dimitir ipso facto, sino que debería desaparecer de la faz de la tierra.

Sin embargo, nuestro mundo está llenos de "Rubiales", esos mismos señoros que de pequeños no te dejaban jugar con SU balón y que ahora se escudan bajo su puesto, su estado, su género.

Ya está bien, joder.

De que tengamos que aguantar la misma mierda con diferente formato. De tener que callarnos. De no poder alzar la voz. De tener que ocupar menos espacio. De no poder ser nosotras mismas. 

Basta ya de titulares de periódico que no hacen más que justificar lo injustificable, de ese blanqueo de las noticias, de señoros que no entienden o no quieren entender.

Basta ya de no poder jugar. 

Basta ya.



Wednesday 7 June 2023

Happy birthday to me!


Queridas y queridos, efectivamente hoy, siete de junio del 2023, es mi cumpleaños. 

¿Qué bien no? ¿Qué ilusión?

Bueno...

Llegada a una edad, el cumpleaños es un frenesí de estrés. 

Ríete tú de los cumpleaños de antaño...con sus mediasnoches de jamón y queso, las patatas y la fanta de naranja. ¿Quién tenía ahí el estrés? ¿Tú? No, la tenía tu madre o tu padre. Que si había que comprar chuches para el cole, hacer las invitaciones, y luego tener a no sé cuántos niños que parecían los de Peaky Blinders en tu casa, metiendo los sandwiches de nocilla en la fanta y tirando a diestro y siniestro los gusanitos naranjas como si fuera una batalla campal entre bandas irlandesas. Yo, además, era de las privilegiadas que tenía piscina comunitaria en casa, así que tras destrozar el salón, bien subiditos de azúcar del pastel de chocolate que habíamos engullido minutos antes, nos lanzábamos al agua en picado. A la mierda la hora de digestión. Para indigestión la del socorrista de turno que veía cómo una panda de auténticos vándalos se tiraban de "bomba" o de espaldas a la piscina, sin tener una poquita de cuenta el cuello de un@ mism@, ni el espacio social de la gente de su alrededor. 

El coño de la Bernarda. 

Cuando los padres, por fin, habían recogido a sus respectivos Peaky Blinders, ¿limpiabas tú los desperdicios y fregabas el suelo? Obviamente, no. Estabas demasiado cansada para mover un mísero dedo (e hipersaturada de azúcar, emociones y hedonismo). Lo recogían, en mi caso, mi madre y mi abuela, mientras yo iba narrando todas las cosas maravillosas que habían acontecido en mi cumpleaños como una auténtica metralleta. 

He de admitir que mi cumple era uno de los guays del cole, para qué nos vamos engañar. 

¿Ahora? Madre mía del amor hermoso.

Parece que las redes sociales dictaminan si tu cumpleaños ha sido un éxito o no.

Primero a ver quién se acuerda de que es tu cumpleaños. No basta que tu familia y amigos más íntimos te feliciten casi a las 00.00 horas del 7 de Junio, no. De pronto parece que tu vida (y tu felicidad) depende de los mensajes que recibas. Cuántos, cómo, dónde. En insta, whatsap, facebook y hasta telegram (que no lo usas nada, por cierto).

Y hablando de insta....hay que colgar fotos claro. ¿Y cuántos likes tienen? ¿Y visualizaciones? ¿Y por qué pepito ha visto la foto de tu cumple y no te ha felicitado? ¿Está mosqueado? ¿He hecho algo?

Un horror, un horror.

Luego está, por supuesto, tu publicación al día siguiente en redes dando las gracias a los que te felicitaron y así, das una nueva oportunidad a pepito para que te escriba "feliz cumpleaños" de una puñetera vez.

Y no entremos en el número....el número del infierno. Un año más, un año menos. Según como se mire. Hace mucho tiempo que te llaman de usted y "señora" en el super y a ti te sigue entrando un tic en el ojo izquierdo cada vez que lo oyes. ¿Hay, acaso, una edad en la que aceptas esas formalidades? ¿Existe un momento en nuestra existencia en la que nos decimos, "ya está, ala, soy una señora"? ¿La hay? ¿Y si es así, cuándo ocurre? ¿La menopausia? ¿La jubilación? ¿El lecho de la muerte?

Yo no quiero ser una señora, ni un "usted". Reivindico desde aquí el tuteo eterno. No ser un número. Tener que comportarme de esa o aquella manera porque ya tengo una edad. Exijo poder mantener dentro de mí esa niña pequeña que se niega a desaparecer. 

Echo de menos las mediasnoches, los gusanitos y la fanta. Las invitaciones hechas a mano. Los globos. La intriga de si el chico que te gusta vendrá a tu fiesta. Estrenar ropa para el día en cuestión. El insomnio de la noche anterior debido a los nervios. La expectación del "qué te regalarán". Los Peaky Blinders. El caos. La ilusión.

Según me comenta mi amiga Patri, el número 4 significa la muerte para la cultura china. Este año cumplo 44 tacos como 44 soles. No sé si véis por dónde voy...

He de darle la vuelta a la tortilla como sea. Celebrarlo múltiples veces si hace falta, pensar que 4 + 4 son 8, creer que, efectivamente, la edad es un número, a pesar de que tu cuerpo te va avisando que ya no eres la que eras, que estás hecha un cromo vaya. Esa resaca que tardas tres días en recuperarte en lugar de uno, esa ciática mamona que de vez en cuando te dice "hola", esas bolsas en los ojos que antes no tenías...la vida, ni más ni menos. Y lo que nos queda.

Pero, y a riesgo de sonar como una postal de "Mr. Wonderful, al menos estamos aquí. Respirando, viviendo, soñando, cantando, riendo, llorando...y con recuerdos. Esos ecos de la mente que vienen sin avisar cuando cumples otra vuelta al sol y que, te hacen ser quien eres. 

Happy birthday to me!










Thursday 1 June 2023

El tiempo

 Queridas y queridos, el tiempo lo cambia todo. Absolutamente todo. Puede que lo queramos parar, alargar o incluso retrasar. Pero él, implacable e inexorable, sigue su camino, ajeno a todo. Caiga quien caiga, pese a quien le pese.

El tiempo puede ser amigo o enemigo...dependiendo de cómo lo queramos ver. "El tiempo lo cura todo", te decía tu madre cuando te rompieron el corazón por primera vez. Tú entonces no lo entendías, pero después de varias caídas, subidas, bajadas, más corazones rotos, hechos pedazos, pasa el tiempo y, efectivamente, lo cura. No duele como al principio. Queda un resquicio, un eco, una memoria, una cicatriz. Pero el tiempo, pacientemente, lo ha llegado a curar. 

El tiempo también es relativo. Subjetivo. Esa clase tediosa con ese profesor insulso puede sentirse como una vida, mientras que una charla con una amiga puede pasar rápido como un suspiro. 

Y no sé si es porque es mi cumpleaños dentro de poco, pero me he puesto a pensar en eso, el tiempo. Cómo me he pasado los últimos cuatro años intentando curar una herida abierta. Una nube negra en la frente. Un tigre que acechaba a cada esquina. Para ello, he hablado, he gritado, he llorado, me han medicado, he escrito, he leído, he paseado, he pasado de todo y me he escondido en mi cuarto, me he derrumbado, he reído, he trabajado, he creado, he escuchado...y mientras todo transcurría, también pasaba el tiempo. Sin yo ser casi consciente. Oculta en una esquina lamiéndome la herida.

Cuatro años.

Y el otro día viajé al pasado. 

Ya, ya sé que no se puede. Pero es cómo me sentí al visitar Londres tras cuatro largos años. 

Los recuerdos, los horrores, las risas, el trabajo sin descanso, los madrugones, los parones a por café, la sidra fría sobre el césped, la mesa de picnic en el jardín del bar, los amigos (verdaderos, verdaderos) amigos, el lago, la psicóloga, la ruta del bus, la soledad....

El tiempo había pasado y mi Londres, vil y cruel la última vez que nos vimos, se había tornado en un lugar que me abría sus brazos de par en par y me susurraba suavemente al oído: "¿Y si vuelves?"

Una locura, una enajenación, un delirio. 

Hace cuatro años salí de aquella ciudad huyendo. No miré para atrás. Y de pronto no solo estaba mirando hacia mi pasado, pero al futuro también. Toqué la cicatriz que me quedó de aquella experiencia y, como si fuese magia, se fue haciendo un poquito más fuerte. Los recuerdos, los horrores...seguían ahí, sí, pero sosegados, plegados como acabados de planchar, como una huella de lo que pasó, lo que fue. Pensé que me encontraría con el curso de un tsunami, y, en vez de ello, el mar estaba en calma.

No sé si es porque es mi cumpleaños dentro de poco, pero el tiempo se me hace esencial, vital. El tiempo que me queda, el que he gastado, el que he aprovechado, el que he desperdiciado. 

Y sin embargo, es como si empezase de nuevo. Como si estuviese aprendiendo a andar, con el recuerdo de haber corrido por una pradera antes. Aprendiendo a comer, con la memoria de esa paella que hacía mi abuela. Aprendiendo de cero, con el eco de haber estado ya aquí. 

Es lo que ocurre con el tiempo, que se aprende y, cuando un@ decide volver a la casilla de salida se acuerda de los logros y fallos que ha tenido. No puedes detener los nervios, pero tampoco la seguridad de que esta vez las cosas cuadrarán, como un puzzle, porque has hablado, has gritado, has llorado, te han medicado, has escrito, has leído, has paseado, has pasado de todo y te has escondido en tu cuarto, te has reído, has trabajado, has creado, has escuchado....has crecido.

No sé si es porque es mi cumpleaños dentro de poco, pero recuerdo ese primer "el tiempo lo cura todo" de mi madre y sé que tiene razón. 

Estaré bien.

Saturday 26 November 2022

Emily Blunt y yo


 Queridos y queridas, si hay un película que he visto veces es "El diablo se viste de Prada". No, no me avergüenzo de ello. Al revés, me parece un auténtico peliculón. Muchos diréis, bueno claro, tiene a Meryl Streep. Sí, obvio, pero a mí quien me ganó fue una pelirroja británica insoportable que, claramente, se comió a la mismísima Meryl, Emily Blunt.

Quién me diría que un día acabaríamos abrazadas, llorando.

Pero, como siempre, me estoy adelantando a los acontecimientos.

Volvamos por un momento a la pandemia. Ya, ya sé que os da pereza, pero es sólo un momento. Para situarnos un poco, estamos en época Delta. 

Nota: esto ya a partir de ahora va a ser así, como el Pleistoceno o el Paleolítico, pues nuestra vida girará entorno a épocas post-Omicron o pre-Gamma. Fin de la nota. Prosigamos.

A pesar del covid, los del cine estamos muy locos y seguimos haciendo proyectos como si no hubiese un mañana. Porque de hecho parecía que no había un mañana. Yo, ajena a todo esto, pasaba mis días tranquilamente en casa de mi madre en Coruña. Tras unos ajetreados años en Londinium había dicho basta y estaba replanteándome un poco la vida. 

Entra Scott.

Scott es el segundo ayudante de dirección con el que más he trabajado en mi vida. Es gracioso, políticamente incorrecto (me llama la "vaga mejicana" a voz en grito en una oficina llena de gente inglesa), es familiar y leal. Sobra decir que le adoro. He pasado navidades en su casa y hasta he ido a su boda.

Al lío, que me emociono y todo. 

Resulta que me llama porque va a venir a Madrid a rodar una serie para Amazon Prime que se llama "The English", un western protagonizado por Emily Blunt. Necesitan una persona que se encargue de los actores (va a haber a gó gó) pero con dos dedos de frente y por alguna razón Scott ha pensado en mí. Le pregunto que dónde y cuándo. Por él lo que sea.

Pero, por desgracia, el covid hace estragos y no hacen más que retrasar el rodaje y Scott tiene que abandonar el proyecto. Yo, sin embargo, sin otra cosa que hacer que dar paseos por la playa y comer marisco, aguardo a que den luz verde a la serie.

Dan luz verde a la serie.

Una servidora va de oca en oca y tiro porque me toca y va de casa de su madre en Coruña a la de su padre en Madrid...Ahí, ahorrando alquileres por toda la jeta. 

Llega EL día, aquel que había imaginado desde la primera llamada de Scott, conocer a Emily Blunt. 

Ya he dicho en otras ocasiones que no soy mucho de actores pero con ella me iba a pasar casi tres meses juntas, como fuera una estúpida andábamos listas. 

Tenía hasta tics en los ojos. 

Llega el Range Rover negro. Subidón. Se baja del coche, nos presentan, casi ni me mira. Entra directa a su prueba de vestuario. Bajón.

Estupendo.

¿Y ahora qué?

Me quedo más rayada que un disco de Parchís.

Al día siguiente tiene entrenamientos con el caballo. Tengo que ir. Voy, claro, pero a regañadientes. No sé por qué pero me ha puesto de mala leche. Me la imaginaba de otra forma. Vaya rodaje que me espera. 

Llego pronto a las caballerizas. Me tomo un café y conozco a los dueños y a varios de los especialistas. Me llega un mensaje de la asistente personal de Emily que están llegando. Great, can't wait, pienso irónicamente.

Aparece el ya familiar Range Rover y de él se baja Emily. Me dirijo hacia ella para volver a presentarme. Tengo la sensación de que no se va a acordar de mi. "I'm Paula, we met yesterday", le digo. "Yes, of course, Paula, hi, lovely to meet you again", contesta amablemente. Le enseño el lugar y charlamos un rato, pero pronto se tiene que montar en su caballo. Empiezo a pensar que quizás me haya precipitado en mi primera impresión. Soy, a veces, un poco radical. Termina su entrenamiento y, en lugar de irse como un relámpago, se queda con nosotros a tomar un café y a charlar. Y de pronto, a la mierda Delta, a la mierda covid, me da un abrazo y se ríe. "Don't tell anyone, goodbye!" Y me quedo con la boca abierta visto que se acaba de pasar la distancia social por el pebetero. 

A partir de entonces parece que nuestra misión en el rodaje es hacernos reír mutuamente. De verdad os digo que no hay risa más contagiosa que la de Emily Blunt, ni persona más graciosa contando anécdotas.

Además, era muy observadora, demasiado desde mi punto de vista. Tenía mis sospechas de algo en concreto. Hasta que un día le pregunté abiertamente, "Emily, ¿tú hablas español, no?". Me miró, sonrió y contestó, "un poquito". "Tú nos entiendes, ¿verdad?", dije. "Sí", y comenzó a reírse. 

Así que destapado el secreto se abrió la caja de Pandora. Fue entonces cuando comencé a enseñarle español, y cuando yo enseño español no son las diferencias entre "ser" y "estar" precisamente.

Su primera lección fue la frase "hace un calor de cojones". Porque, queridos y queridas, estábamos rodando en Madrid en pleno Agosto llegando a los 43 grados a la sombra. Era pero que muy necesario para el vocabulario de Emily. Así que un día se presentó en el set y empezó a gritar "hace un calor de cojones" a diestro y siniestro. Ella, tan fina, vestida de damisela del siglo XIX. Una estampa.

"Estoy hasta los cojones" fue otra variedad de la anterior frase que, no nos engañemos le vino divinamente ya que no solo hacía un calor de cojones sino que teníamos que hacer horas absurdas de trabajo, bajo un calor de justicia, en medio de un desierto.

Tra, tra.

Su segunda lección, y esta le impactó bastante debido a su traducción literal, fue "no tengo el coño para farolillos". Le costó un poco pillarle el punto al tono, pero lo decía con mucha convicción. Tanta que con un par se acercó al jefe de eléctricos sin venir a cuento y le soltó "hoy no tengo el coño para farolillos, Tomás" y Tomás casi se nos desmalla allí mismo. 

Y de aquí fue todo cuesta abajo y sin frenos. Si la RAE nos oyese nos hubiese metido en la cárcel, ya os lo digo.

¿Su último día de rodaje? Totalmente opuesto a ese primero. Fue un día lleno de abrazos, llantos, tequila, besos, un vídeo dedicado a mi madre y mucho pero que mucho cariño. 

Cuando llegué al trailer de dirección tenía unos regalos de Emily junto con una nota:

"To Paula,

I adored you the moment I met you! Thank you for taking such incredible care of me. For all the umbrellas and all the trudging terrain (at my fast pace! haha) and mainly for all the laughs! Hace un calor de cojones!!!! We survived it! Besos, Emily"

"Para Paula,

Te adoré desde el momento en que te conocí! Gracias por cuidarme tan bien. Por todos esos paraguas y todo el terreno caminado (a mi paso rápido! haha) y sobre todo por las risas! Hace un calor de cojones!!! Hemos sobrevivido! Besos, Emily"

Y esta es la (bonita) historia de Emily Blunt y yo.





Monday 1 August 2022

Gal Gadot y yo


 Queridas y queridos, qué importante es la representación. Cuando una o uno se ve en la pantalla parece como que nace, existe, es. Nos pasa a todas y a todos. Bueno, menos a los hombres blancos heterosexuales normativos que se tienen hasta en la sopa de fideos. ¿Pero el resto? El resto ansiamos vernos como agüita de mayo. 

Y es lo que me pasó con Wonder Woman. Pero al principio no. Flipé. Pero al principio no. Y se me puso el vello como escarpia. Pero, y lo habéis adivinado, al principio, no. 

Lo explico, mejor, ¿no?

Retrocedamos al año 2016. Leavesden Studios, a las afueras de Londres. Una más que alterada Paula había conseguido trabajo de tercera ayudante de dirección en la segunda unidad de la película del momento en la ciudad, Wonder Woman. Trabajaría junto con los mejores especialistas del mundo y vería luchas y escenas de acción que ni podía llegar a imaginar. Tenía la energía de un chihuahua. No podía parar. De hecho alguna que otra vez mis jefes me tenían que controlar los subidones, parecía que estaba puesta de barbitúricos, jesús. 

Primer día de rodaje y conozco a las dos dobles de Gal Gadot. Dos pedazo de atletas como dos copas de un pino. Las tipas son como jaguares. Pero en ninjas. Que se tiran de un torreón a 100 metros de altura (con arnés de seguridad, claro, pero vamos tírate tú, digo yo), como que te hacen tres dobles mortales con tirabuzón sin que se les mueva un pelo de la peluca, oiga. Son bestias pardas. Todo el día dale que te pego que si al gimnasio, que si zumos verdes, batidos de proteínas, más gimnasio y a rodar. Y yo que me quedaba sin aire al pegarme la carrerita de turno para comunicarles que estábamos listos en el set. Una pena. Ah si, y entre toma y toma, concurso de abdominales. A ver quién hacía más. A mi me entraba flato de verles. Ya digo, pena sorda y de llorar.

Mis días pasaban plácidamente entre batallas, patadas, cuerdas de seguridad, alguna que otra explosión y las dos dobles. Cuál es mi sorpresa cuando se nos comunica que vamos a rodar con la primera unidad, o sea con Gal Gadot, la mismísima Diana Prince, Wonder Woman para los amigos. Me hago un churro. Si ya currar con dos atletas es duro para el ego, no me quiero imaginar ponerte al lado de la mismita princesa de Temiscira. Trago saliva. Respiro hondo. Yo, en teoría, no tengo que lidiar con ella porque me tengo que ocupar de los especialistas soldados, asín que, a otra cosa mariposa. 

Llega el día. En la segunda unidad estamos nerviosos porque estamos acostumbrados a ir a nuestra bola, sin la tensión de los actores principales. Tenemos todos el culillo un tanto apretado, y se nota. Yo, que siempre estoy a mi bola, ni me entero que la mismísima Gal Gadot ha salido de su carpa/camerino. Ella, con su mítico corsé dorado y rojo, su fabulosa falda y su más que legendario látigo. Ella, que no puede ser más glamurosa, divina y perfecta se acerca hacia mí. Sí, sí, a mí. Yo, sin pisparme. Yo, que voy echa una cochambrera, que llevo diez horas de pie y debo oler a establo. Yo, que creo recordar que algún lamparón debía llevar en la camiseta de engullir mi comida en diez minutos. Yo que, no nos engañemos, soy más bien de altura media y rellenita. Yo, no me doy cuenta de nada, hasta que alguien me toca el hombro. Me giro rápido, pero me paro en seco, con la boca abierta. Obviamente, no me esperaba a la mismísima Gal Gadot. Ella pega un pequeño respingo, porque claro, me he dado la vuelta que ni Lola Flores con su bata de cola. Me quedo mirándola embelesada. Qué bellezón. Y yo con lamparones, joder. ¿Qué querrá esta diosa de mí? Como leyendo mis pensamientos, me pregunta, "Can I ask you for a favor?" ("¿Puedo pedirte un favor?"). No puedo hablar, tan solo afirmo con la cabeza, como una pava. "Could you please bring me a green salad, no dressing, lots of tomatoes and olive oil on the side?" ("¿Podrías traerme una ensalada verde, sin salsas, mucho tomate y aceite de oliva a parte, por favor?"). One moment please, que creo que me he caído y me he dado un golpe en la cabeza. ¿Soy yo, o la Gadot ha pillado a la primera que ha visto por banda y le ha hecho un pedido a domicilio? Eso o me ha confundido con catering. 

Mis jefes, descojonados con la confusión, me hacen ir a por la maldita ensaladita. Que iba que trinaba, es tirar por lo bajo. Iba, creo, hasta hablando sola, con mi camiseta con lamparones, sudando como un pollo de corral porque catering estaba donde cristo perdió la sandalia, de una mala leche que no os podéis ni imaginar. ¿Y quién se me aparece torciendo la esquina como si fueran diosas del olimpo? No podían ser otras que unas quince amazonas de metro ochenta, con el vestuario y el maquillaje de la película, todas acercándose a mí cuán gacelas a cámara lenta y pelo al vent. Y yo como un jabalí. De verdad, ¿qué más, señor, qué más? 

Todas por supuesto majísimas y monísimas me saludaron super amables. Mientras, yo espeté un mero "hmg" con mi mirada puesta en frente para no tener que hacer la post-comparativa. Virgen santa, qué cuadro. Pero de Picasso.

Así me pasé tres meses como tres soles. Rodeada de super mujeres que no parecían tener un "pero". Todas con sus ensaladas verdes, y sus cuerpos de medidas perfectas, mientras una dormía cinco horas al día, ni se le ocurría maquillarse, e iba corriendo de una lado para el otro con el flequillo pegado del sudor continuo. 

Hasta que llegó el día del estreno.

Y entonces ocurrió.

De pronto, aparecieron todas esas mujeres juntas en pantalla, luchando, batallando, entrenando, enfrentándose a los mismísimos nazis...madre mía qué subidón de adrenalina. Vale, todas ellas con unos cuerpos heteronormativos que te caías de culo. Pero independientes, valientes, generosas. Vale, el único personaje femenino curvy es el cómico, qué casualidad, como siempre. Pero dice verdades como puños en sus diálogos. 

En general, no solo estaba viendo una película que ojalá la hubiese tenido como referente de pequeña, sino que había trabajado en ella. Con mis inseguridades, mis lamparones y mis ojeras. Con mi todo. Pero había currado en ella. Y por fin había una mujer con un escudo, un látigo y una espada, dando palos a diestro y siniestro mientras los hombres miraban, en la retaguardia. Ella era la líder. Ellos esperaban órdenes. Vaya lujazo.

Eso es la representación.

Y esta, queridas y queridos, es la historia de Gal Gadot, las dobles de la Gadot, las amazonas, mis lamparones y yo.


Monday 25 July 2022

versión original


 Queridas y queridos, muchos no sabréis que durante cuatro años, como cuatro soles trabajé en los cines Princesa de Madrid. Comencé como palomitera, pasé a taquillera, luego a acomodadora y llegué a ser proyeccionista. Pero de las de antes, de las de vienen ocho rollos de película, hay que empalmarlos y luego pasar la película por todos los rodillos del proyector. Cada uno con su recorrido particular. Cada uno con su personalidad. Y siempre chequeando foco, los "lazos" y los platos. Un arte ya, por desgracia, muerto. 

Total que, como siempre, me embarro.

Que ese cine me enseñó muchas cosas. Entré por un par de meses. En plan trabajo de verano, y casi me tienen que quitar de ahí con agua caliente.

Lo que una aprende bien rápido es que el ser humano es, en esencia, básico. Se rige por instintos primitivos. Y eso no hace más que provocarle cometer incluso locuras. No piensa. Si quiere algo, y otro algo se interpone en su camino, sacará su faceta más animal. Mejor os lo cuento, ¿no?

El primer paso fue el palomitero. Había gente que le gustaba, yo no lo soportaba. Para empezar porque había que limpiar la olla de las palomitas todos los días y yo soy alérgica a cualquier quehacer manual. Pesaba un quintal, los productos que usábamos te dejaban sin fosas nasales y acababas sin espalda. Y si solo fuera eso. La venta de palomitas era más tenso que cagar sin pestillo. El cliente tiene su entrada sí. Pero ahora necesita su sustento y bebida y, por supuesto, lo deja para el último momento. No quiere que empiece la película y se haya quedado sin nada que llevarse al gaznate, no, quiere hincarlas el diente con el primer tráiler a ser posible. ¿Y eso que te supone? Pues malas caras, prisas, tensión, impaciencia y mucha, mucha, mucha mala leche. Solo hay una cosa que puede distender el ambiente, que los reyes de España (en ese momento príncipes de Asturias) estén en la cola con la plebe. Yo, que no me entero de nada porque voy siempre como una mecha, de pronto, grito "siguiente", ¿y a quién me encuentro? A la Leti, ella muy sonriente, y a Felipe detrás, sonriente también. "Un menú pequeño por favor". Sonrío y logro reaccionar. Son humanos, a fin de cuentas, pero impresiona. Me doy cuenta que todo el mundo está mirando. Ellos como si oyen llover. Les sirvo las dos bebidas y las palomitas pequeñas. Me dan el dinero, les doy el cambio y se van. Y como por arte de magia desaparece el hechizo, de nuevo la histeria, los nervios, las malas caras y las borderías. Qué ganas tenía de ser taquillera...

Y en taquillera me convertí.

Primera sesión. Taquilla. No numerada. Las taquilleras vamos vendiendo las entradas como churros. Hay una cola de escándalo. De pronto....Pim! Pam! Pum! Salen chispas de detrás nuestro, donde está el panel eléctrico. Todas, al unísono gritamos. Comienza a salir humo. El encargado, más relajado, nos indica que vayamos saliendo de la taquilla de una en una. Cuando llega mi turno, una señora me agarra la mano por debajo de la ventanilla. "¿Y va a haber película?", me pregunta. "No lo sé señora, para empezar tendré que salir de aquí", le contesto intentando zafarme. "Pues yo quiero que me devuelvas la entrada si no va haber película", insiste. "¡Señora, que tengo que salir de aquí!", le digo ya asustada porque empieza a haber un poco de fuego en el panel a mi espalda. Salgo tosiendo. Y de pronto veo que toda la fila de gente que estaba pidiendo una entrada nos está martilleando a preguntas a pesar de que han sido testigos directos de los chispazos y que están viendo cómo nuestro encargado está, extintor en mano, intentando apagar el fuego. Pero ellos nada. "¿Y entonces qué hacemos, nos quedamos o nos vamos?" "¿Habrá segunda sesión por lo menos?" "¿Y si ya he pagado la entrada?" (esa es, por supuesto, mi señora). Por fin, llega nuestro encargado pega dos voces que los deja a todos firmes y les explica que primero vamos a airear la taquilla, vamos a cerciorarnos que es segura y que luego ya veremos si todo funciona. 

Al final todo funcionó a las mil maravillas y la gente pudo ir a sus queridas películas pero ahí, en quince minutos de nada, se vio de qué pasta está hecha el ser humano...

Pero de esta pasta más y mejor más adelante.

De taquillera pasé a acomodadora. Cobraba más o menos lo mismo y trabajaba mucho menos. Pero todo era más cuerpo a cuerpo. Y tanto...

Un día estábamos acomodando una sala pequeña que estaba completa. Nos llega un matrimonio y al darnos las entradas nos damos cuenta que son de la sesión anterior, o sea, que no pueden pasar porque no tienen asiento. La señora, indignada. "Yo quiero entrar", nos dice. "Ya señora, pero es que está todo completo", le explicamos. "Pues me cojo una silla de estas de aquí fuera y me pongo en pasillo que no molesto a nadie", insiste ella. "Señora, eso va en contra de las normas y del protocolo. Las salidas tienen que estar despejadas por si hay una emergencia". "Que yo no me pierdo la película, hombre", y la señora se coge la silla y hace amago de entrar en el cine. La paramos, pero la tipa tiene fuerza. Por primera vez, habla el marido, "Carmen, venga no seas cabezota". ¡Madre mía! ¿Cabezota?¡ Esta señora es una mula! "Es que yo no tengo la culpa de que la taquillera se haya equivocado con la hora", ella requeteinsiste. "Bueno, pues suba y que le devuelva el dinero", le contestamos. Y aquí viene el momentazo. "Pero es que yo no quiero que me devuelva el dinero, ¿quién me devuelve a mí mi tarde, eh? ¿quién me devuelve a mí mi tarde?"

A eso no le supimos contestar...

Tras un par de años de acomodadora, comencé a compaginarlo con la proyección de películas de vez en cuando. 

Y en la historia que os voy a contar, queridas y queridos, vuelven las masas...pero a lo grande.

Última sesión. Sala de proyección. El encargado me manda poner las películas restantes. ¿Entre ellas? No Country for Old Men (No es país para viejos), que la estrenábamos ese mismo día. No estaba en una, sino en dos salas. Como ya he mencionado, éramos de la vieja escuela, proyector, celuloide, platos, etc. Para ponerla en dos salas pasábamos la misma película por dos proyectores y la única diferencia de una sala a otra eran unos segundos de retardo. Yo, obviamente no la había puesto en todo el día. Así que arranco la película y comienzan los trailers. Chequeo el foco en los dos proyectores y están fetén. Reviso platos, mirilla, sonido, etc., y todo va como un reloj. Ahora solo hay que esperar a que acabe. Me siento en una silla y cojo una revista.

De pronto, entra un acomodador. "¡Paula!¡Qué no se ven los subtítulos!" ¿Cómo? Corro como si me persiguiera el diablo a la ventanilla y, efectivamente, ni un subtítulo. ¿Pero qué...? ¡Coño el objetivo! ¡Que lo tenía que cambiar! Estaba puesto como para ver los tráilers, y lo tenía que poner en Cinemascope. Vaya desastre. Miro el reloj. No han podido pasar más de cinco minutos y sé que los primeros tres no hay ni una palabra. Salgo al hall. Silencio. Suspiro aliviada. Me dura poco. Sale una señora. "Oye, que no se veían los subtítulos", me dice muy enfadada. "Sí lo sé, disculpe las molestias, ya está todo arreglado, por favor vuelva a su sitio", intento defenderme poniendo un parche como puedo. "Pues rebobínalo", me dice muy seria. "No señora, no se puede rebobinar", le digo intentando no reírme sabiendo que es imposible. Antes de que la señora me pueda replicar algo más, sale una pareja de la misma sala y, lo que es peor, cuatro personas de la otra sala...la cosa se está complicando. Todos mirándome a mí, "¿Qué ha pasado? No se veían lo subtítulos. La queremos ver desde el principio.". Cada vez me agobio más, "Pero es que no se puede", me defiendo. "Pero es que son los Cohen", espeta uno muy digno, que acaba de llegar junto con otros tres. Cuento por encima y debo tener unos treinta en el hall, y cada vez van saliendo más. La masa. La jauría. No puedo casi respirar. Le digo a uno de los acomodadores que vaya a por el encargado. "Por favor tranquilícense", les digo a ellos aunque en realidad me lo digo a mí misma. "Es que o nos la pones desde el principio o yo me voy de sala en sala gritando. Vamos, es que si yo no veo la peli, ni dios ve la suya", amenaza un hombre con los ojos desencajados. "Hombre, tampoco hace falta, digo yo", opino un tanto asustada. "Es que son los Cohen", repite el mismo. "Que la rebobinen", insiste la señora. De pronto, el hombre de la amenaza se dirige a una de las salas adyacentes, abre la puerta y se pone a gritar. Le observamos, estupefactos. Solo uno de los acomodadores logra reaccionar y sacarle a la fuerza mientras cierra la puerta. "¿Pero qué está haciendo? ¿Está loco?", le pregunta. "¡Si yo no veo los Cohen, nadie ve su película!".

Antes de que llegue la sangre al río, aparece el encargado y se queda azul del percal en el que me hallo rodeada. Corre hacia la sala de proyección y apaga la película. Sale e informa a todos que va a poner la película desde el principio pero que tendrán que esperar unos minutos. La señora se me acerca con cara altiva y me suelta "¿con que no se rebobinaba, eh?". Me dan ganas de darla un tortazo. Si supiera lo que tenemos que hacer para poner la película desde el principio....

Digamos que es como un rollo de serpentina que hay que coger con muchísimo cuidado del plato porque si te descuidas sale volando y eso son miles de metros de película en el suelo que para volver a enrollar es muy pero que muy chungo. Luego hay que coger ese rollo e introducirlo en el otro rollo que está en plato. No se queda perfecto pero al menos puedes poner la película. Como no queda del todo correcto, tiene más probabilidades de que pegue un tirón y se rompa, así que el encargado me puso una silla delante del plato y me dijo "te quedas aquí sentada mirando que no le pase nada hasta que acabe la película". Dos horas de reloj por dos minutos de diálogo.

Al acabar la película fui a las salas a ayudar a los acomodadores por si acaso tenían algún problema. Nada. Después del circo, el gentío se había apaciguado. Creo recordar que no hubo ninguna reclamación, pero tampoco ninguna disculpa ante semejante espectáculo.

El ser humano cuando quiere, desea, necesita algo, le da igual quién se le ponga por delante. Somos rudimentarios, egoístas, nos movemos en masa. Cuando nos aprietan las tuercas es cuándo sacamos nuestros peores instintos. 

Los que te saludan, te dan los buenos días, te dan las gracias, te sonríen, te preguntan qué tal estas. Esos son la excepción a la regla. Creedme.

Queridas y queridos, sed la excepción a la regla por favor. Siempre.


Monday 18 July 2022

Mr. Bean y yo


 Queridos y queridas, es curioso, en ocasiones el personaje se come al actor, literalmente. Les pasó a Josema y Millán con Martes y Trece, a José Mota y Juan Muñoz con Cruz y Raya y a otro sin fin de cómicos. Las mujeres cómicas como Lina Morgan o Gracita Morales se libraron, pero en el drama fue otro cantar. Rita Hayworth con Gilda, Romy Schneider con Sissí, o Jennifer Grey con Dirty Dancing apenas pudieron salir de sus caracteres. Casi les conocemos más por su personaje que por su nombre real. Y es lo que ocurre en esta ocasión con Rowan Atkinson. ¿Quién?, preguntaréis algunos. "Mr. Bean", diré yo. "Aaaaaaaaaaah", contestaréis. 

Total, que me embarro, como siempre.

Corría el verano de 2017 cuando me ofrecieron ser tercera ayudante de dirección para la película "Johnny English: de nuevo en acción" con un Rowan Atkinson que hacía de, efectivamente, Johnny English, un super agente inteligente (?) pero que, entre vosotros y una servidora, era otra versión de Mr. Bean without el osito. La verdad es que me lo pensé. Había otros proyectos de superhéroes merodeando que eran tentadores. Pero al final tener la oportunidad de trabajar con un primer ayudante de dirección nuevo y rodar en Francia (Cannes y Niza) me convencieron. 

Así que lo primero que tocaba eran unas pruebas con los especialistas en unas pistas para ensayar con el Austin Martin vintage de Rowan. Como lo oís. El bueno de Mr. Bean tenía un cochazo que rondaba los 400.000 euracos. El automóvil de los años 70 iba a ser uno de los protagonistas de la película así que había que probarlo con el actor. El mismísimo Rowan se presentó a su hora como buen británico, se bajó de un pedazo Range Rover más grande que mi casa, y entonces flipé. Frente a mí estaba el tío más serio, con más cara de aburrido y deprimido que había visto en mi vida. A ver, que no es que esperase que saliese del coche haciendo mimo, pero me chocó que era totalmente opuesto a su personaje. De hecho me dio un mal rollito de cojones. No miraba a los ojos, susurraba más que hablaba y ni dio las gracias al finalizar el día. 

Llamadme especialita, pero seas quien seas, con formas. Digo. 

Desde el principio hubo algo que no me cuadró.

Comenzamos a rodar y desde el inicio estuvo clarinete quién era el jefe ahí. El director y los productores desde luego que no. Era Mr. Bean. Si había que hacer veinte tomas se hacían veinte. El rey del mambo era él y los demás bailábamos al son del genio de la comedia, que para eso era su gepeto en el cartel de la peli. 

La apoteosis fue nuestro primer día en Cannes. Estábamos en la playa rodando una escena donde Johnny English está básicamente teniendo un sueño húmedo. Tiene que correr hacia la actriz, Olga Kurylenko (ex chica Bond, las escoge del montón, él), y retozarse como una albóndiga en la arena. El caso es que yo ya no sé cuántas tomas llevamos, mínimo quince. Pero el sol se nos estaba yendo y nos quedaba la de san quintín por rodar. Rowan está pensativo junto a los monitores. El director le comunica que vamos a pasar al siguiente plano. Rowan no lo ve claro, se lleva la mano a la sien y mira al infinito. Los de vídeo comienzan a recoger los monitores frente a él. Los de localizaciones, la carpa que le protege y la silla donde aposenta su pompis. El actor sigue en su misma posición, como incapaz de comprender que, efectivamente, el plano anterior finalizó. Yo le observo, a una distancia prudente. Porque le conozco. Se queda empanado como un cachopo y no hay quien le saque. Veo que farfulla algo. Me acerco. "Can we do another one?" ("¿Podemos hacer otra?"), me pregunta sin mirarme y sin saber siquiera quién soy, of course. "We've already moved on I'm afraid." ("Ya hemos pasado al siguiente plano, me temo"), contesto. "Right, right" ("Claro, claro"), afirma. Pero no se mueve. Sigue en su mundo Mr. Beaniano sin, aparentemente, ningún atisbo de mover un solo músculo. Hago lo que en la vida pensé que haría, le pido a uno de los auxiliares de dirección una silla y un paraguas (lorenzo pega fuerte), se lo ofrezco a Rowan, él se sienta, coge el paraguas y se queda meditando sobre lo que no fue y nunca será. Incapaz de seguir adelante, mirando al mar. Así se quedó, como un poste, hasta que le llamamos para el siguiente plano.

Pero lo mejor, lo más de lo más era su desdoblamiento de personalidad. En mi vida he visto cosa igual. 

Me explico.

Obviamente los actores son actores porque cuando se dice "acción" entran en un universo paralelo. Viajan a un mundo en el que el resto de los mortales no estamos invitados. La gracia como espectadora en un rodaje es cómo entran y salen. Hay algunos que son más naturales, otros más forzados, y luego está Rowan. En mi vida vi cosa igual. 

Es decir, el director gritaba "acción" y todo era gestualidad, pantomima, exageración, ojos que se salían de las órbitas, sonrisas, muecas, fisicalidad, movimiento, gags....una cosa como esta:


Sin embargo, era decir "corten", y en una milésima de segundo era esto otro:


Literal.

Entiendo que los actores no son sus personajes, como Rowan no es Johnny English ni Mr. Bean, pero tiene que haber un término medio, jesús bendito. No puede uno pasar de descoyuntarse la cadera por tres sitios, a cortarse las venas. Bueno, por poder puede porque lo hace, pero no creo que sea muy sano.

Pienso de veras que su personaje se lo ha comido con patatas y guarnición de verduras. Todos nos creemos que nos vamos a encontrar con un ser encantador y en su lugar descubrimos una persona excesivamente formal, una tanto misántropo, que se niega a hacerse fotos con cualquiera de sus fans (verídico) y que apenas sonríe. 

Puede que la risa sea sinónimo de trabajo, tenga un peaje y ya no nos la quiera regalar gratis. O que sufra del síndrome del payaso deprimido, ese que al quitarse el maquillaje no puede afrontar la cruda realidad. Eso sí, montado en un Austin Martin, que tampoco está mal.

A saber...

Y esta, queridos y queridas, es la historia de Mr. Bean y yo.


Monday 11 July 2022

Melocotones y melopeas


 Queridos y queridas, ¿quién no se ha pillado un cebollón de aúpa? Yo me los he cogido a lo grande, en MAYÚSCULAS. También en minúsculas. Pero esos son más de ahora, de los que vienen con la edad. Los originales, los de las lagunas, las vomitonas, las caídas y las anécdotas son los de antes. Y de eso vamos a hablar hoy. Como lo oís. De los pedos de la Paulis. 
Tra tra.

Esto va a parecer que está patrocinado por una destilería, ya os advierto.

El primer pedo es inolvidable. Suele ir a partes iguales, por lo bien que te lo pasas y por la pedazo de resaca que tienes al día siguiente porque, queridos y queridas, una no sabe beber. Pero ni puta idea. Lo máximo que ha ingerido ha sido un poco de sidra en Nochevieja cuando tu padre te decía jacarondoso aquello de "anda, mójate los labios". Y claro, pasar de eso a un copazo hay un trecho. Una no pasa de dar unos meneítos tímidos en la pista de baile al perreo más absoluto. Corres el riesgo de romperte, la columna, el coxis y la cadera. Pues así pasa con el primer pedo. Que una no está preparada. 

Corría el año...bueno tendría unos catorce años. Salía por primera vez en Nochevieja. Acompañaba a mi prima Cristina que es un par de años mayor. Yo de los nervios ciáticos. Ella supongo que no teniendo que hacer de Super Nanny. El caso es que íbamos al club naval. Sí, queridos y queridas, como lo oís, al club naval. Ahí que nos arrejuntamos unos cuantos chiquilicuatris que nos creíamos super mayores y al llegar todos a la barra como señoras en época de rebajas, claro. Yo, que no había pedido una copa en mi vida, le pregunto a mi prima "¿Cris, qué bebo?", y ella, "yo qué sé, lo que te guste", yo insisto "pero es que no sé lo que me gusta", un tanto impaciente, ella me contesta "pues no sé, pídete un whisky cola que es lo que pide mucha gente". Así que dicho y hecho, me pido el combinado, lo pruebo y eso me sabe a rayos y centellas. ¿Que podía haber dejado la copa en la barra y haberme pedido otra cosa? Por supuesto. ¿Que lo hice? No, claro. Al contrario, sufrí como yo sola y me bebí ese mejunje mientras ponía caras de estar tragándome mi propio vómito. ¿Le encontramos lógica alguna? Ninguna. ¿Tiene algún tipo de sentido lo que viene a continuación? Menos aún. Busqué a mi prima Cris y muy seria (y un poco tocada) le pregunté, "¿qué puedo beber que no sea whisky cola?, es que no me gustó mucho". Mi prima me miró un tanto descolocada. Pero ella, muy casual me contestó, "prueba el ron cola que también lo bebe mucha gente". Queridos y queridas, allá que voy con mi segundo combinado que me sabe a callos madrileños. Y encima mezclando. Viva. Es entonces cuando conozco a Manolo. Manolo tiene diecisiete años y ha vivido en Estados Unidos, como yo. Nos ponemos, como dos buenos borrachos que somos, a hablar en inglés. Yo llevo una milonga que no me tengo en pie. Pero entre el alcohol, la música y Manolo me lo estoy pasando genial. Manolo de pronto me dice que me quiere besar. A mí, como a Drew Barrymore, nunca me habían besado. Le digo a Manolo que sí. Pero claro, con lo que no contaba es con que me metiese la lengua hasta la yugular. Mi lengua era como una babosa incontrolable. Un asco. Y fue en medio del beso que mi prima Cris apareció corriendo y me gritó "corre Paula que mis padres están aquí". Me cagué. Pensando que los tenía ahí en medio viendo cómo su sobrina babeaba a un completo desconocido, me entró el pánico y con la lengua de Manolo aún pegada al paladar le dije "Badolo que be tedgo que ir". Manolo se separó y me miró horrorizado. Entonces pensé que era porque me tenía que ir, hoy sé que es porque hablé mientras tenía aún la sinhueso en la faringe. Muy triste.

¿Al día siguiente? La muerte, directamente. Viaje en coche Cartagena-Madrid y yo con mi primera señora resaca. Quería convertirme en radial y que me dejaran ahí, de verdad. Qué puto sufrimiento. Mi padre no hacía más que preguntarme si estaba bien, si había bebido. Y yo "noooooooooooooo, es que creo que el champán con el que brindamos me ha sentado mal con el chocolate con churros". Vaya ovarios. Obviamente tuvimos que parar para que la niña potara lo más grande. Era eso o la defunción. 

Tras cogerle auténtica aberración al whisky y al ron de por vida, una encontró en el vodka y el martini sus elixires preferidos. Siempre aderezados con licor de lima, por supuesto. Un pastiche adolescente con el que te sube el azúcar de solo olerlo. Llegó además la época del mini (mini litro en Madrid, maceta en el sur, cachi en el norte). Todo aderezado con algún que otro chupito de tequila de vez en cuando. Las cogorzas eran históricas. Pero recuerdo una en particular, sobre todo porque contó con presencia materna. 

Pero no nos precipitemos, por partes.

Desde el instituto (bueno, casi desde que nací, pero eso es otra historia) he pertenecido a la mejor afición del mundo, la Demencia. ¿La cualo?, preguntaréis algunos. La afición del club de baloncesto Estudiantes. La Demencia siempre se ha caracterizado por su humor, su irreverencia y su rebeldía. También por seguir a su equipo a los confines del mundo. En esta ocasión, a Orense. Que tampoco es Mordor pero para la Paula de dieciséis años era una aventura digna de un hobbit. Los viajes no eran moco de pavo. Quedábamos a las 7 u 8 de la mañana en la puerta del instituto Ramiro de Maeztu, cuna del Estudiantes, con unos 100 litros de calimocho y nos recogían dos autobuses a una media de 80 energúmenos de entre 16 y 40 años. Como había mucho menor, casi todos alumnos del instituto, debía haber un adulto responsable por cada autocar, habitualmente un profesor relacionado con el club. En este caso, ¿quién iba en mi bus? Mi madre, profesora de inglés del instituto, directiva del Estudiantes, demente hasta la médula y querida por todos sus alumnos, que sabiamente se sentó en la primera fila. ¿Su hija? Escondida en las últimas filas poniéndose ciega de calimocho desde las nueve de la mañana. Para cuando llegamos a Orense iba bizca. Pero no hay nada que no pueda solucionar un buen bocata de chorizo y otro litro de calimocho. Al llegar al partido sigo bebiendo como si fuera un corsario, no tengo límites. Es lo que tiene la juventud. Obviamente, no puedo recordar si ganamos o perdimos, el partido es lo de menos. Y nos vamos derechos a la plaza de Orense donde, ciegos como demonios nos encontramos al grupo "Los Suaves". (Anda, mirad en Google quiénes son.) Yo le doy un tostón a Yosi, el vocalista, que lo dejo tonto. Y, de pronto, como si hubiese descubierto la plaza por primera vez (que puede ser), veo que hay una fuente en el centro. He de confesaros que me pirra cualquier elemento acuático ya sea mar, piscina o río cuando voy borracha. El agua me llama con si fuera Ariel. Así que más pedo que Alfredo, pero que muy digna, me quité mis pisamierdas (eran los 90 queridos y queridas) me metí en la fuente y empecé a dar vueltas como una imbécil bailando la muñeira, litro de calimocho en mano. Un colega, envidioso de mi diversión, y borracho como una cuba obviamente, se quitó sus vans y allá que fue a la fuente. Pero, ¡Alás!, en cuanto puso el dedo gordo en la fuente se cortó con un cristal y lo tuvieron que llevar a urgencias. Consciente de la coña que había tenido después de haber dado más vueltas que una peonza, me bajé no fuera a ser que se me acabase la suerte. Así que después de unos chupitos de tequila que, no solo sobraban, sino que no venían a cuento, nos subimos al autobús de vuelta a Madrid. ¡Ah! Pero queridos y queridas, aquell@s que no lo sepan, el camino Orense-la capital tiene más curvas que el circuito de Mónaco. Así que, ¿quién iba regurgitando lo más grande en la papelera del bus a los cinco minutos de arrancar? Una servidora. ¿Y qué escuchó en la lejanía? A su madre. "¿Quien está vomitando ahí atrás?", pregunta ella. "Nada, uno de los abuelos que está ya mayor para estos trotes", contestaron varios colegas mientras le hacían un placaje para que no pasara. 

Llegué a Madrid que parecía que me había pasado un tractor. Además apestaba a todo menos a flores silvestres, os lo aseguro. Aún así mi madre no dijo ni una palabra. No sé si porque sabía que no serviría de nada, o porque no podía de la peste que emanaba. Os pensaréis que este pedal me sirvió de aprendizaje. Y por supuesto que no.

Y es que después de pasarme los fines de semana borracha con la Demencia pasé a palabras mayores, queridos y queridas. Con 18 años me mudé a Salamanca a "estudiar". Las comillas son esenciales.

Era la época del talle bajo y la pata ancha, del "Sobreviviré" de Mónica Naranjo, de Friends, del primer Gran Hermano, las puntas para fuera, del diábolo, las chaquetas de cuero tres cuartos y los tintes de espuma de tres lavados. Vamos la puta prehistoria. 

Era un finde cualquiera. Bueno, puede que fuese especial, incluso el cumpleaños de alguien, a saber. Pero a estas alturas yo no me acuerdo de nada. Demasiado que recuerdo esta anécdota. El caso, que la Paulis se bebió hasta el agua de los floreros. Entre el "quinito" y que una va a unas velocidades ultrasónicas pimplando, para cuando me quise levantar iba haciendo más eses que Massiel. A esas alturas todos los antros estaban más atestados que la feria de Sevilla. Eso era un infierno y la Paulis tenía que orinar. Bueno, orinar no era la palabra. No había nadie en este mundo que se orinase tanto como yo, queridos y queridas. Así que, conocedora total del terreno, me subí la cuesta de la calle San Justo, meadero oficial de Salamanca. Éxtasis es lo que yo sentí mientras evacuaba. Bien, pero todo lo que sube baja, así que, cuando me dispuse a descender, queridos y queridas, eso era la pendiente más inclinada del universo. Literalmente cuesta abajo y sin frenos. La Paulis intenta frenar, se va para la izquierda y se da con un coche aparcado, trata de recular, se va completamente para la derecha y se choca con otro coche aparcado, prueba a compensar de nuevo, se gira hacia la izquierda chocándose, efectivamente, con otro coche aparcado. Después de dar tumbos como una albóndiga ante la atenta mirada de varios impertérritos viandantes (supongo que igual de cocidos que yo), harta de darme de hostias con todos los automóviles de la ciudad charra, decidí doblar mis rodillas y caer al suelo directamente. Era la única forma de parar el auténtico slalom que estaba experimentando. Un tío con rastas, litro de calimocho en mano, se acercó y con una sonrisa de medio lado me dijo, "vaya viaje te acabas de pegar, ¿eh?". 

No le faltaba razón. Pero no sería el último viaje de la noche. 

Una vez recuperada mi verticalidad, mis amigos y yo nos dispusimos a entrar en el bar "Potemkin". Una caverna repleta de, básicamente, media Salamanca. No cabía un alfiler. ¿Qué hacemos, irnos? Por supuesto que no. Nos vamos al fondo de todo que seguro hay un poco de hueco. ¿Había hueco? Pues claro que no. ¿Decidimos, pues, marcharnos? Insisto, no. Hacemos lo más lógico, pedirnos un copazo. Juventud, divino tesoro. Me meten a mí allí ahora y me disuelvo como un redoxon en agua. 

Una vez encajados como piezas de un tetris "bailamos" moviendo las cabezas de lado a lado porque básicamente es lo único que podemos zarandear. Entro en un trance. Cómo no, llevo una curda de campeonato. Cierro los ojos y me dejo llevar por la música. Suena una de Dover, es lo único que recuerdo. Eso y que soy totalmente feliz. Cuando abro los ojos frente a mí no están mis amigos. Bueno por no estar no está ni la columna en la que estaba apoyada. Me asomo y de pronto descubro que estoy en la esquina opuesta al local. Miro a los desconocidos que tengo de pronto frente a mí y les saludo. "No sé cómo he llegado aquí", les digo. "Vaya tajada, ¿no?", me contesta uno. "Ya ves", asiento. De pronto suenan los Cranberries. Vuelvo a cerrar los ojos  y me dejo llevar por la marabunta copa en mano, que no sé ni cómo sigue intacta. Tras un buen rato - lo sé porque ha sonado Blur y Mago de Oz - abro los ojos y....abracadabra, estoy de nuevo encajada con mis amigos. "¿Dónde has estado?", me preguntan. "Buena pregunta", contesto flipada. 

Me diréis que es imposible. Que me lo he inventado. Que tengo demasiada imaginación. Puede ser...nunca lo sabremos...

Se me quedan tantas historias en el tintero...como cuando Noelia y yo perdimos a mi hermana Alex porque se negaba a llevar gafas e iba como un topo, la de veces que Miguel y yo cantamos Marea a voz en grito, cuando Xavi me quiso llevar en un carrito metálico y casi me mato, cuando la Carmen y yo nos poníamos ciegas de aperol spritz y planeábamos una serie de nuestras vidas...

Y es que, queridos y queridas, una noche (o un día), una copa (o varias), unos amigos, una charla, pueden convertirse en una locura, una anécdota, un recuerdo, una aventura, en definitiva, en magia...