Monday 8 November 2021

Online dating, ghosting y el Amazonas



AVISO: TEMÁTICA SEXUAL EXPLÍCITA.

Otra historia de una cuarentona soltera desesperada, joder, pensaréis. 

Bueno en realidad no habéis pensado nada de nada porque yo no os he dejado abrir la boca, cierto es. Pero en cuanto empiece ya me veo los comentarios. 

Y es que ser una mujer de cuarenta y pico, soltera, autónoma, sin hijos, ni mascotas es duro de pelotas. Pero nivel acero galvanizado, señores y señoras.

Cojamos pues un gin tonic con una mano, y pongamos las cartas sobre la mesa con la otra y hablemos claramente. Discutamos sobre lo que una tiene que pasar para echar un polvo medianamente decente en estos tiempos que corren sin que la cosifiquen, la maltraten, la ignoren, la violen, la vejen o la acosen. Así, sin tapujos.

Para empezar, olvidémonos de quedar a la antigua usanza. Eso de ir a un bar, alguien se te acerca, entablas conversación y te invita a una copa. La copa deriva en otra y las copas se fusionan en risas y en química, en física, miradas, un baile, una mano en el hombro, otro en la cintura y ahí estaba el click. El puente que unía a unos totales desconocidos. Existía un ritual, una casuística, unas normas, unas mariposas en el estómago y la cercanía del otro. A dos centímetros.

¿Ahora? Hay que meter la boca en la puta oreja hasta el mismísimo tímpano del otro y gritar porque el último hit de reggaetón está a todo meter en la discoteca de moda. Esa discoteca llena de niñatos que no dejan de hacerse selfies y poner morritos y piensas, ¿qué coño hago yo aquí?, ¿si hasta el último capullo te ha llamado señora por dios bendito?

Así que tu hermana, que es un ser sabio en esto de los ligoteos internáuticos, te recuerda por enésima vez que te metas en alguna aplicación de esas para pillar cacho. Tú, al principio, te haces la remolona. Antes muerta. Es como admitir que los Rolling han muerto, que la pizza con piña es una opción, que los calcetines con chanclas son una moda. No, queridas y queridos. Hay que poner líneas divisorias en algún momento, digo yo. Pero mi filosofía se va por el retrete como siga de abanderada de un método obsoleto, el del cara a cara, que muere, irónicamente, delante de mí. Como una hoja en otoño.

Según tu hermana las aplicaciones son lo más. Qué digo lo más. La única opción. Vamos, que no te queda otra, en resumen.

Así que tras varios copazos en tu propio cuarto y un medio melocotón considerable en el que comienzas a hablar en alto sola contigo misma, decides que única y exclusivamente por motivos de investigación, o sea, este blog, te vas a meter en una aplicación de esas. Dudas, y mucho, que esto vaya a tener ningún éxito. Cero, de hecho. Pero más se perdió en Cuba como dicen.

Te decides por Badoo. ¿Por qué?, preguntaréis. ¿Por qué no? Los colores morado y rosa te reclaman desde la lejanía de la pantalla como si fueras Alicia en el País de las Maravillas. Todo es cuasi psicodélico. Te lo descargas. Bebes. Te entran ganas de fumar de nuevo. De pronto visualizas miles de cabezas masculinas flotantes esperando a que bajes tu propia cabeza flotante...El melocotón está tornando en un señor pedal. Entras en la aplicación y tienes que subir unas cuantas fotos. Esto es determinante, obvio. Una no puede ponerse ni demasiado irrealmente mona (luego hay posible bajona al quedar), ni hecha un adefesio (no te haría caso ni dios). Al final me decido por dos de cara de mi último viaje a Formentera para darle un toque instagramero, y una de cuerpo de entero de mi viaje a Dublín. De esta última mi gran preocupación son mis michelines, prominentes es poco, pero tengo que ir de frente, esto es lo que hay. O lo tomas o lo dejas. Lo siguiente es poner edad, y ciertos rasgos de tu personalidad. Que si fumas, bebes, quieres hijos, etc.

Una vez preparada, o más bien cagada-preparada, le doy al botón de enviar y entro, asustada y virginal, en el mundo sideral de los solteros virtuales.

Y no hay nada ni nadie que me prepare para lo que viene a continuación.

Decenas de "me gustas" y de mensajes de los tíos más variopintos del planeta a la vez. Eres carne fresca y eso se huele, incluso a través de la pantalla. Es verdaderamente abrumador.

A "Desesperado, 50", que por cierto cuenta con tan solo un diente (no juzgo, solo informo), le gustas. "Situación amorosa, complicada". Amos no me jodas. "Tigre, 45" te ha mandado un mensaje. Ah mira qué bien a ver: "Me gustaría tener tus tetas en mi boca, no sabes cómo tengo la polla de dura". Veo que los michelines no le han causado gran efecto. Vale, mmmmm, espera un momentito, ¿dónde está el botoncito este?, aquí está, bloquear. "Moderado, 48", que no sabemos si es su nombre o un adjetivo calificativo también te manda un mensaje. Este mucho más civilizado en un principio, "¿Un café?", pregunta. Pero tiene pinta de ser mi padre así que pasas. ¿Resultado? Que él mismo se contesta, "puaj, ni contesta la tía esta guarra". "Juanfran, 33" me pide una foto caliente sin haber dicho ni hola y "Rubén, 35" quiere mandarme un vídeo de su pene, señores. ¡De su pene! Sin casi haberle visto la cara primero vamos. "Jose, 38" te informa de que tiene novia pero que esta es totalmente ajena a su segunda vida. Con un par de huevos, oiga. Para huevos la foto que te manda que no son rotos pero sí van con chorizo incluido. Dice que lo primero que quiere hacer es comerte el culo. Virgen Santísima. ¿Pero por qué? A estas alturas estoy descompuesta. ¿Qué es esto, Maricarmen? ¿La jungla, el puto zoológico, el Amazonas? Y por cierto, ¿de dónde viene esa persecución obsesiva por parte del sexo masculino heterosexual en general con cualquier cosa que tenga que ver con el culo de una mujer? ¿Tenemos que indagar en su subconsciente? ¿Es mejor dejarlo estar por si acaso? ¿Pero yo en qué charca me he metido? O peor aún, ¿en qué pozal me ha metido mi hermana?

Es entonces cuando recuerdo que mi hermana también me advirtió que tenía que tener pero que mucha paciencia. Que me encontraría con gañanes neandertales a gó gó y tenía que pasar de esos y encontrar los diamantes en bruto. Los uno entre un millón. Bueno a lo mejor entre mil, pero que eran muchos y era un búsqueda ardua y difícil.

O sea que copazo en mano había que ir uno por uno, fijándose en el más mínimo detalle. A todos les hubiese dado un no rotundo. Ipso facto. Eran todos un cuadro, de verdad. Alguno se salvaba pero era más postureo que otra cosa. Otro cuadro pero de diferente estilo artístico. Casi bizca, de la bebida y de las fotos, me fijé en uno. Podría haber sido cualquiera. Abrigado hasta los higadillos tan solo se percibía una barba asomando entre un gorro peruano, apoyado en una torre gigantesca. Por lo visto hablaba inglés. Eso me llamó la atención.

Me di cuenta que le había gustado.

Sin pensarlo mucho, le di un like de vuelta.

Nos pusimos a hablar enseguida. Me faltó tiempo para sacarle lo del inglés. Por lo visto lo había puesto por error. Bien empezamos. Aún así seguimos hablando. Pero normal, como seres humanos. No me lo puedo creer. Debe haber trampa pero no, junta letras formando palabras que a su vez forman frases que tienen sentido. Es divertido. Y me hace preguntas sobre mi Que diréis, de quién si no, lerda. Pues de sí mismo consigo mismo. O sea él, él, él y más él. Pero no. Le cuento cosas sobre mi vida y suena hasta interesado. Estoy que me va a dar un síncope. Tiene que haber un pero, pero no lo veo. Cuando menos me lo espero son las 5.30 de la mañana. Holy fuck. He entrado en un vértice espacio-temporal y he salido al otro lado convertida en una amante de las aplicaciones cibernéticas del ligoteo! ¿Pero qué coño ha pasado aquí?

Los tres días siguientes son un espejo del mismo. Más conversaciones ingeniosas, más preguntas sobre mí (oh my god) y siempre levantarse con un buenos días, ¿qué tal?

Ando en una nube. No me creo la suerte que he tenido. Mi hermana me recuerda que quedemos pronto si no uno tiende a idealizar al otro y la cagas. De nuevo esas normas desconocidas del internet dating. Pero tiene toda la razón del mundo. Yo cada vez me lo imagino más alto, más guapo y con los ojos más brillantes. Aún ni oí su voz así que corro el peligro de que mi príncipe azul sea, efectivamente, azul, pero de pitufo. Con voz de "Los chicos del coro" y yo necesito una voz grave, que me llegue a lo más profundo del estómago. Si no, mal vamos.

El caso es que el posible pitufo y yo decidimos por fin quedar. Él me vendrá a recoger, nos tomaremos algo y de ahí a lo que se tercie.

Tengo las mariposas en mitad de la laringe. Un lugar de, además de muy incómodo, erróneo.

Salgo a la calle y él llega con su furgoneta (del automóvil en cuestión, más adelante). Entro. ¿Dos besos, pico, codo? Ninguno, morreo al canto. Empezamos bien, esto promete.

Nos dirigimos al pueblo. Aparcamos. Andamos hacia la barandilla del paseo para andar un rato, tomar contacto. Y tanto. No llegamos ni a la mitad del recorrido. Morreo p'arriba, morreo p'abajo. Parece que nos han dado lengua para comer, joder.

"¿Nos vamos de aquí?", me dice, y compruebo que, efectivamente, no es un pitufo sino que tiene una voz de de lo más decente, con su suave cantar gallego...

"Sí", replico, creo, demasiado deprisa.

"¿Y a dónde vamos?"

"Tu eres el autóctono"

"Te voy a llevar a que veas el faro de Mera, que es precioso"

Ilusa de mí, asiento de nuevo en mi asiento mientras me pongo el cinturón. Uy un faro, qué romántico. Las mariposas mariposean sin cesar durante todo el camino. Insisto, en mitad de la laringe. Muy molesto.

Cuando llegamos a la plazoleta del faro me doy cuenta que romántico, romántico, no es el tema. Para empezar hay otros dos coches ya aparcados con más vaho en los cristales que en una noche de diciembre. El faro sí, ahí está, en mitad de la noche y no se ve un pijo. Puede ser cualquier faro del mundo. El muchacho, me mira y me pregunta sin ningún tipo de pudor, "¿me ayudas con la cama?"

Ah, amigos y amigas. He aquí el quid de la cuestión de la furgoneta. No os pesaríais que una se iba a espatarrar en una furgoneta cualquiera clavándose las marchas en el coxis y el posa brazos en los riñones. No, no. Aquí una eligió un chico que, efectivamente, le llevó a un picadero sí, pero con un automóvil con clase, señores. Reclinando los asientos de los pasajeros apareció cuan champiñón una cama doble, sábanas recién limpias (esto es lo que quiero pensar, si soy sincera), una almohada con más vidas que un gato y una manta naranja de abuela total. Todo lujos, señores. Qué mujer de 42 años no sueña con semejante percal.

Os voy a ahorrar los detalles. Más que nada porque son íntimos y una ha de poner límites, por pequeños que sean. Lo que sí puedo decir es que hubo varios cabezazos contra el techo, mucha ternura y muchas risas.

Decidimos repetirlo cuanto antes. Nos lo habíamos pasado genial.

Perfecto, maravilloso, sublime, genial.

Bueno, pues no sé qué pasa entre la decisión de, efectivamente, repetir y el comienzo del ghosting.

Ah queridos y queridas, yo tampoco sabía qué coño era eso del ghosting hasta que la gente no dejaba de decirme que me estaban haciendo ghosting.

Repito, ghosting. Qué palabra tan fea joder.

Pues es básicamente que la otra persona empieza a pasar olímpicamente de ti hasta que te das cuenta que ni vas a quedar con ella ni la vas a ver un pelo más en tu vida.

Así de duro. Así de simple.

Este chico, no sabemos aún por qué decidió que no me quería ver y empezó a hablarme cada vez menos hasta que el contacto ha sido nulo. De ahí lo de ghosting, hacerte el fantasma. Desaparecen, puff, por arte de magia.

Y yo me pregunto, ¿en qué momento el cerebro de un tío pasa de pensar en culos a que te quieres casar con ellos cuando tú en realidad lo único que quieres es tirártelos en una furgoneta con cama incorporada bajo la luz de un faro cualquiera, sin ataduras, sin líos?

A mi que me registren.