Saturday 26 November 2022

Emily Blunt y yo


 Queridos y queridas, si hay un película que he visto veces es "El diablo se viste de Prada". No, no me avergüenzo de ello. Al revés, me parece un auténtico peliculón. Muchos diréis, bueno claro, tiene a Meryl Streep. Sí, obvio, pero a mí quien me ganó fue una pelirroja británica insoportable que, claramente, se comió a la mismísima Meryl, Emily Blunt.

Quién me diría que un día acabaríamos abrazadas, llorando.

Pero, como siempre, me estoy adelantando a los acontecimientos.

Volvamos por un momento a la pandemia. Ya, ya sé que os da pereza, pero es sólo un momento. Para situarnos un poco, estamos en época Delta. 

Nota: esto ya a partir de ahora va a ser así, como el Pleistoceno o el Paleolítico, pues nuestra vida girará entorno a épocas post-Omicron o pre-Gamma. Fin de la nota. Prosigamos.

A pesar del covid, los del cine estamos muy locos y seguimos haciendo proyectos como si no hubiese un mañana. Porque de hecho parecía que no había un mañana. Yo, ajena a todo esto, pasaba mis días tranquilamente en casa de mi madre en Coruña. Tras unos ajetreados años en Londinium había dicho basta y estaba replanteándome un poco la vida. 

Entra Scott.

Scott es el segundo ayudante de dirección con el que más he trabajado en mi vida. Es gracioso, políticamente incorrecto (me llama la "vaga mejicana" a voz en grito en una oficina llena de gente inglesa), es familiar y leal. Sobra decir que le adoro. He pasado navidades en su casa y hasta he ido a su boda.

Al lío, que me emociono y todo. 

Resulta que me llama porque va a venir a Madrid a rodar una serie para Amazon Prime que se llama "The English", un western protagonizado por Emily Blunt. Necesitan una persona que se encargue de los actores (va a haber a gó gó) pero con dos dedos de frente y por alguna razón Scott ha pensado en mí. Le pregunto que dónde y cuándo. Por él lo que sea.

Pero, por desgracia, el covid hace estragos y no hacen más que retrasar el rodaje y Scott tiene que abandonar el proyecto. Yo, sin embargo, sin otra cosa que hacer que dar paseos por la playa y comer marisco, aguardo a que den luz verde a la serie.

Dan luz verde a la serie.

Una servidora va de oca en oca y tiro porque me toca y va de casa de su madre en Coruña a la de su padre en Madrid...Ahí, ahorrando alquileres por toda la jeta. 

Llega EL día, aquel que había imaginado desde la primera llamada de Scott, conocer a Emily Blunt. 

Ya he dicho en otras ocasiones que no soy mucho de actores pero con ella me iba a pasar casi tres meses juntas, como fuera una estúpida andábamos listas. 

Tenía hasta tics en los ojos. 

Llega el Range Rover negro. Subidón. Se baja del coche, nos presentan, casi ni me mira. Entra directa a su prueba de vestuario. Bajón.

Estupendo.

¿Y ahora qué?

Me quedo más rayada que un disco de Parchís.

Al día siguiente tiene entrenamientos con el caballo. Tengo que ir. Voy, claro, pero a regañadientes. No sé por qué pero me ha puesto de mala leche. Me la imaginaba de otra forma. Vaya rodaje que me espera. 

Llego pronto a las caballerizas. Me tomo un café y conozco a los dueños y a varios de los especialistas. Me llega un mensaje de la asistente personal de Emily que están llegando. Great, can't wait, pienso irónicamente.

Aparece el ya familiar Range Rover y de él se baja Emily. Me dirijo hacia ella para volver a presentarme. Tengo la sensación de que no se va a acordar de mi. "I'm Paula, we met yesterday", le digo. "Yes, of course, Paula, hi, lovely to meet you again", contesta amablemente. Le enseño el lugar y charlamos un rato, pero pronto se tiene que montar en su caballo. Empiezo a pensar que quizás me haya precipitado en mi primera impresión. Soy, a veces, un poco radical. Termina su entrenamiento y, en lugar de irse como un relámpago, se queda con nosotros a tomar un café y a charlar. Y de pronto, a la mierda Delta, a la mierda covid, me da un abrazo y se ríe. "Don't tell anyone, goodbye!" Y me quedo con la boca abierta visto que se acaba de pasar la distancia social por el pebetero. 

A partir de entonces parece que nuestra misión en el rodaje es hacernos reír mutuamente. De verdad os digo que no hay risa más contagiosa que la de Emily Blunt, ni persona más graciosa contando anécdotas.

Además, era muy observadora, demasiado desde mi punto de vista. Tenía mis sospechas de algo en concreto. Hasta que un día le pregunté abiertamente, "Emily, ¿tú hablas español, no?". Me miró, sonrió y contestó, "un poquito". "Tú nos entiendes, ¿verdad?", dije. "Sí", y comenzó a reírse. 

Así que destapado el secreto se abrió la caja de Pandora. Fue entonces cuando comencé a enseñarle español, y cuando yo enseño español no son las diferencias entre "ser" y "estar" precisamente.

Su primera lección fue la frase "hace un calor de cojones". Porque, queridos y queridas, estábamos rodando en Madrid en pleno Agosto llegando a los 43 grados a la sombra. Era pero que muy necesario para el vocabulario de Emily. Así que un día se presentó en el set y empezó a gritar "hace un calor de cojones" a diestro y siniestro. Ella, tan fina, vestida de damisela del siglo XIX. Una estampa.

"Estoy hasta los cojones" fue otra variedad de la anterior frase que, no nos engañemos le vino divinamente ya que no solo hacía un calor de cojones sino que teníamos que hacer horas absurdas de trabajo, bajo un calor de justicia, en medio de un desierto.

Tra, tra.

Su segunda lección, y esta le impactó bastante debido a su traducción literal, fue "no tengo el coño para farolillos". Le costó un poco pillarle el punto al tono, pero lo decía con mucha convicción. Tanta que con un par se acercó al jefe de eléctricos sin venir a cuento y le soltó "hoy no tengo el coño para farolillos, Tomás" y Tomás casi se nos desmalla allí mismo. 

Y de aquí fue todo cuesta abajo y sin frenos. Si la RAE nos oyese nos hubiese metido en la cárcel, ya os lo digo.

¿Su último día de rodaje? Totalmente opuesto a ese primero. Fue un día lleno de abrazos, llantos, tequila, besos, un vídeo dedicado a mi madre y mucho pero que mucho cariño. 

Cuando llegué al trailer de dirección tenía unos regalos de Emily junto con una nota:

"To Paula,

I adored you the moment I met you! Thank you for taking such incredible care of me. For all the umbrellas and all the trudging terrain (at my fast pace! haha) and mainly for all the laughs! Hace un calor de cojones!!!! We survived it! Besos, Emily"

"Para Paula,

Te adoré desde el momento en que te conocí! Gracias por cuidarme tan bien. Por todos esos paraguas y todo el terreno caminado (a mi paso rápido! haha) y sobre todo por las risas! Hace un calor de cojones!!! Hemos sobrevivido! Besos, Emily"

Y esta es la (bonita) historia de Emily Blunt y yo.





Monday 1 August 2022

Gal Gadot y yo


 Queridas y queridos, qué importante es la representación. Cuando una o uno se ve en la pantalla parece como que nace, existe, es. Nos pasa a todas y a todos. Bueno, menos a los hombres blancos heterosexuales normativos que se tienen hasta en la sopa de fideos. ¿Pero el resto? El resto ansiamos vernos como agüita de mayo. 

Y es lo que me pasó con Wonder Woman. Pero al principio no. Flipé. Pero al principio no. Y se me puso el vello como escarpia. Pero, y lo habéis adivinado, al principio, no. 

Lo explico, mejor, ¿no?

Retrocedamos al año 2016. Leavesden Studios, a las afueras de Londres. Una más que alterada Paula había conseguido trabajo de tercera ayudante de dirección en la segunda unidad de la película del momento en la ciudad, Wonder Woman. Trabajaría junto con los mejores especialistas del mundo y vería luchas y escenas de acción que ni podía llegar a imaginar. Tenía la energía de un chihuahua. No podía parar. De hecho alguna que otra vez mis jefes me tenían que controlar los subidones, parecía que estaba puesta de barbitúricos, jesús. 

Primer día de rodaje y conozco a las dos dobles de Gal Gadot. Dos pedazo de atletas como dos copas de un pino. Las tipas son como jaguares. Pero en ninjas. Que se tiran de un torreón a 100 metros de altura (con arnés de seguridad, claro, pero vamos tírate tú, digo yo), como que te hacen tres dobles mortales con tirabuzón sin que se les mueva un pelo de la peluca, oiga. Son bestias pardas. Todo el día dale que te pego que si al gimnasio, que si zumos verdes, batidos de proteínas, más gimnasio y a rodar. Y yo que me quedaba sin aire al pegarme la carrerita de turno para comunicarles que estábamos listos en el set. Una pena. Ah si, y entre toma y toma, concurso de abdominales. A ver quién hacía más. A mi me entraba flato de verles. Ya digo, pena sorda y de llorar.

Mis días pasaban plácidamente entre batallas, patadas, cuerdas de seguridad, alguna que otra explosión y las dos dobles. Cuál es mi sorpresa cuando se nos comunica que vamos a rodar con la primera unidad, o sea con Gal Gadot, la mismísima Diana Prince, Wonder Woman para los amigos. Me hago un churro. Si ya currar con dos atletas es duro para el ego, no me quiero imaginar ponerte al lado de la mismita princesa de Temiscira. Trago saliva. Respiro hondo. Yo, en teoría, no tengo que lidiar con ella porque me tengo que ocupar de los especialistas soldados, asín que, a otra cosa mariposa. 

Llega el día. En la segunda unidad estamos nerviosos porque estamos acostumbrados a ir a nuestra bola, sin la tensión de los actores principales. Tenemos todos el culillo un tanto apretado, y se nota. Yo, que siempre estoy a mi bola, ni me entero que la mismísima Gal Gadot ha salido de su carpa/camerino. Ella, con su mítico corsé dorado y rojo, su fabulosa falda y su más que legendario látigo. Ella, que no puede ser más glamurosa, divina y perfecta se acerca hacia mí. Sí, sí, a mí. Yo, sin pisparme. Yo, que voy echa una cochambrera, que llevo diez horas de pie y debo oler a establo. Yo, que creo recordar que algún lamparón debía llevar en la camiseta de engullir mi comida en diez minutos. Yo que, no nos engañemos, soy más bien de altura media y rellenita. Yo, no me doy cuenta de nada, hasta que alguien me toca el hombro. Me giro rápido, pero me paro en seco, con la boca abierta. Obviamente, no me esperaba a la mismísima Gal Gadot. Ella pega un pequeño respingo, porque claro, me he dado la vuelta que ni Lola Flores con su bata de cola. Me quedo mirándola embelesada. Qué bellezón. Y yo con lamparones, joder. ¿Qué querrá esta diosa de mí? Como leyendo mis pensamientos, me pregunta, "Can I ask you for a favor?" ("¿Puedo pedirte un favor?"). No puedo hablar, tan solo afirmo con la cabeza, como una pava. "Could you please bring me a green salad, no dressing, lots of tomatoes and olive oil on the side?" ("¿Podrías traerme una ensalada verde, sin salsas, mucho tomate y aceite de oliva a parte, por favor?"). One moment please, que creo que me he caído y me he dado un golpe en la cabeza. ¿Soy yo, o la Gadot ha pillado a la primera que ha visto por banda y le ha hecho un pedido a domicilio? Eso o me ha confundido con catering. 

Mis jefes, descojonados con la confusión, me hacen ir a por la maldita ensaladita. Que iba que trinaba, es tirar por lo bajo. Iba, creo, hasta hablando sola, con mi camiseta con lamparones, sudando como un pollo de corral porque catering estaba donde cristo perdió la sandalia, de una mala leche que no os podéis ni imaginar. ¿Y quién se me aparece torciendo la esquina como si fueran diosas del olimpo? No podían ser otras que unas quince amazonas de metro ochenta, con el vestuario y el maquillaje de la película, todas acercándose a mí cuán gacelas a cámara lenta y pelo al vent. Y yo como un jabalí. De verdad, ¿qué más, señor, qué más? 

Todas por supuesto majísimas y monísimas me saludaron super amables. Mientras, yo espeté un mero "hmg" con mi mirada puesta en frente para no tener que hacer la post-comparativa. Virgen santa, qué cuadro. Pero de Picasso.

Así me pasé tres meses como tres soles. Rodeada de super mujeres que no parecían tener un "pero". Todas con sus ensaladas verdes, y sus cuerpos de medidas perfectas, mientras una dormía cinco horas al día, ni se le ocurría maquillarse, e iba corriendo de una lado para el otro con el flequillo pegado del sudor continuo. 

Hasta que llegó el día del estreno.

Y entonces ocurrió.

De pronto, aparecieron todas esas mujeres juntas en pantalla, luchando, batallando, entrenando, enfrentándose a los mismísimos nazis...madre mía qué subidón de adrenalina. Vale, todas ellas con unos cuerpos heteronormativos que te caías de culo. Pero independientes, valientes, generosas. Vale, el único personaje femenino curvy es el cómico, qué casualidad, como siempre. Pero dice verdades como puños en sus diálogos. 

En general, no solo estaba viendo una película que ojalá la hubiese tenido como referente de pequeña, sino que había trabajado en ella. Con mis inseguridades, mis lamparones y mis ojeras. Con mi todo. Pero había currado en ella. Y por fin había una mujer con un escudo, un látigo y una espada, dando palos a diestro y siniestro mientras los hombres miraban, en la retaguardia. Ella era la líder. Ellos esperaban órdenes. Vaya lujazo.

Eso es la representación.

Y esta, queridas y queridos, es la historia de Gal Gadot, las dobles de la Gadot, las amazonas, mis lamparones y yo.


Monday 25 July 2022

versión original


 Queridas y queridos, muchos no sabréis que durante cuatro años, como cuatro soles trabajé en los cines Princesa de Madrid. Comencé como palomitera, pasé a taquillera, luego a acomodadora y llegué a ser proyeccionista. Pero de las de antes, de las de vienen ocho rollos de película, hay que empalmarlos y luego pasar la película por todos los rodillos del proyector. Cada uno con su recorrido particular. Cada uno con su personalidad. Y siempre chequeando foco, los "lazos" y los platos. Un arte ya, por desgracia, muerto. 

Total que, como siempre, me embarro.

Que ese cine me enseñó muchas cosas. Entré por un par de meses. En plan trabajo de verano, y casi me tienen que quitar de ahí con agua caliente.

Lo que una aprende bien rápido es que el ser humano es, en esencia, básico. Se rige por instintos primitivos. Y eso no hace más que provocarle cometer incluso locuras. No piensa. Si quiere algo, y otro algo se interpone en su camino, sacará su faceta más animal. Mejor os lo cuento, ¿no?

El primer paso fue el palomitero. Había gente que le gustaba, yo no lo soportaba. Para empezar porque había que limpiar la olla de las palomitas todos los días y yo soy alérgica a cualquier quehacer manual. Pesaba un quintal, los productos que usábamos te dejaban sin fosas nasales y acababas sin espalda. Y si solo fuera eso. La venta de palomitas era más tenso que cagar sin pestillo. El cliente tiene su entrada sí. Pero ahora necesita su sustento y bebida y, por supuesto, lo deja para el último momento. No quiere que empiece la película y se haya quedado sin nada que llevarse al gaznate, no, quiere hincarlas el diente con el primer tráiler a ser posible. ¿Y eso que te supone? Pues malas caras, prisas, tensión, impaciencia y mucha, mucha, mucha mala leche. Solo hay una cosa que puede distender el ambiente, que los reyes de España (en ese momento príncipes de Asturias) estén en la cola con la plebe. Yo, que no me entero de nada porque voy siempre como una mecha, de pronto, grito "siguiente", ¿y a quién me encuentro? A la Leti, ella muy sonriente, y a Felipe detrás, sonriente también. "Un menú pequeño por favor". Sonrío y logro reaccionar. Son humanos, a fin de cuentas, pero impresiona. Me doy cuenta que todo el mundo está mirando. Ellos como si oyen llover. Les sirvo las dos bebidas y las palomitas pequeñas. Me dan el dinero, les doy el cambio y se van. Y como por arte de magia desaparece el hechizo, de nuevo la histeria, los nervios, las malas caras y las borderías. Qué ganas tenía de ser taquillera...

Y en taquillera me convertí.

Primera sesión. Taquilla. No numerada. Las taquilleras vamos vendiendo las entradas como churros. Hay una cola de escándalo. De pronto....Pim! Pam! Pum! Salen chispas de detrás nuestro, donde está el panel eléctrico. Todas, al unísono gritamos. Comienza a salir humo. El encargado, más relajado, nos indica que vayamos saliendo de la taquilla de una en una. Cuando llega mi turno, una señora me agarra la mano por debajo de la ventanilla. "¿Y va a haber película?", me pregunta. "No lo sé señora, para empezar tendré que salir de aquí", le contesto intentando zafarme. "Pues yo quiero que me devuelvas la entrada si no va haber película", insiste. "¡Señora, que tengo que salir de aquí!", le digo ya asustada porque empieza a haber un poco de fuego en el panel a mi espalda. Salgo tosiendo. Y de pronto veo que toda la fila de gente que estaba pidiendo una entrada nos está martilleando a preguntas a pesar de que han sido testigos directos de los chispazos y que están viendo cómo nuestro encargado está, extintor en mano, intentando apagar el fuego. Pero ellos nada. "¿Y entonces qué hacemos, nos quedamos o nos vamos?" "¿Habrá segunda sesión por lo menos?" "¿Y si ya he pagado la entrada?" (esa es, por supuesto, mi señora). Por fin, llega nuestro encargado pega dos voces que los deja a todos firmes y les explica que primero vamos a airear la taquilla, vamos a cerciorarnos que es segura y que luego ya veremos si todo funciona. 

Al final todo funcionó a las mil maravillas y la gente pudo ir a sus queridas películas pero ahí, en quince minutos de nada, se vio de qué pasta está hecha el ser humano...

Pero de esta pasta más y mejor más adelante.

De taquillera pasé a acomodadora. Cobraba más o menos lo mismo y trabajaba mucho menos. Pero todo era más cuerpo a cuerpo. Y tanto...

Un día estábamos acomodando una sala pequeña que estaba completa. Nos llega un matrimonio y al darnos las entradas nos damos cuenta que son de la sesión anterior, o sea, que no pueden pasar porque no tienen asiento. La señora, indignada. "Yo quiero entrar", nos dice. "Ya señora, pero es que está todo completo", le explicamos. "Pues me cojo una silla de estas de aquí fuera y me pongo en pasillo que no molesto a nadie", insiste ella. "Señora, eso va en contra de las normas y del protocolo. Las salidas tienen que estar despejadas por si hay una emergencia". "Que yo no me pierdo la película, hombre", y la señora se coge la silla y hace amago de entrar en el cine. La paramos, pero la tipa tiene fuerza. Por primera vez, habla el marido, "Carmen, venga no seas cabezota". ¡Madre mía! ¿Cabezota?¡ Esta señora es una mula! "Es que yo no tengo la culpa de que la taquillera se haya equivocado con la hora", ella requeteinsiste. "Bueno, pues suba y que le devuelva el dinero", le contestamos. Y aquí viene el momentazo. "Pero es que yo no quiero que me devuelva el dinero, ¿quién me devuelve a mí mi tarde, eh? ¿quién me devuelve a mí mi tarde?"

A eso no le supimos contestar...

Tras un par de años de acomodadora, comencé a compaginarlo con la proyección de películas de vez en cuando. 

Y en la historia que os voy a contar, queridas y queridos, vuelven las masas...pero a lo grande.

Última sesión. Sala de proyección. El encargado me manda poner las películas restantes. ¿Entre ellas? No Country for Old Men (No es país para viejos), que la estrenábamos ese mismo día. No estaba en una, sino en dos salas. Como ya he mencionado, éramos de la vieja escuela, proyector, celuloide, platos, etc. Para ponerla en dos salas pasábamos la misma película por dos proyectores y la única diferencia de una sala a otra eran unos segundos de retardo. Yo, obviamente no la había puesto en todo el día. Así que arranco la película y comienzan los trailers. Chequeo el foco en los dos proyectores y están fetén. Reviso platos, mirilla, sonido, etc., y todo va como un reloj. Ahora solo hay que esperar a que acabe. Me siento en una silla y cojo una revista.

De pronto, entra un acomodador. "¡Paula!¡Qué no se ven los subtítulos!" ¿Cómo? Corro como si me persiguiera el diablo a la ventanilla y, efectivamente, ni un subtítulo. ¿Pero qué...? ¡Coño el objetivo! ¡Que lo tenía que cambiar! Estaba puesto como para ver los tráilers, y lo tenía que poner en Cinemascope. Vaya desastre. Miro el reloj. No han podido pasar más de cinco minutos y sé que los primeros tres no hay ni una palabra. Salgo al hall. Silencio. Suspiro aliviada. Me dura poco. Sale una señora. "Oye, que no se veían los subtítulos", me dice muy enfadada. "Sí lo sé, disculpe las molestias, ya está todo arreglado, por favor vuelva a su sitio", intento defenderme poniendo un parche como puedo. "Pues rebobínalo", me dice muy seria. "No señora, no se puede rebobinar", le digo intentando no reírme sabiendo que es imposible. Antes de que la señora me pueda replicar algo más, sale una pareja de la misma sala y, lo que es peor, cuatro personas de la otra sala...la cosa se está complicando. Todos mirándome a mí, "¿Qué ha pasado? No se veían lo subtítulos. La queremos ver desde el principio.". Cada vez me agobio más, "Pero es que no se puede", me defiendo. "Pero es que son los Cohen", espeta uno muy digno, que acaba de llegar junto con otros tres. Cuento por encima y debo tener unos treinta en el hall, y cada vez van saliendo más. La masa. La jauría. No puedo casi respirar. Le digo a uno de los acomodadores que vaya a por el encargado. "Por favor tranquilícense", les digo a ellos aunque en realidad me lo digo a mí misma. "Es que o nos la pones desde el principio o yo me voy de sala en sala gritando. Vamos, es que si yo no veo la peli, ni dios ve la suya", amenaza un hombre con los ojos desencajados. "Hombre, tampoco hace falta, digo yo", opino un tanto asustada. "Es que son los Cohen", repite el mismo. "Que la rebobinen", insiste la señora. De pronto, el hombre de la amenaza se dirige a una de las salas adyacentes, abre la puerta y se pone a gritar. Le observamos, estupefactos. Solo uno de los acomodadores logra reaccionar y sacarle a la fuerza mientras cierra la puerta. "¿Pero qué está haciendo? ¿Está loco?", le pregunta. "¡Si yo no veo los Cohen, nadie ve su película!".

Antes de que llegue la sangre al río, aparece el encargado y se queda azul del percal en el que me hallo rodeada. Corre hacia la sala de proyección y apaga la película. Sale e informa a todos que va a poner la película desde el principio pero que tendrán que esperar unos minutos. La señora se me acerca con cara altiva y me suelta "¿con que no se rebobinaba, eh?". Me dan ganas de darla un tortazo. Si supiera lo que tenemos que hacer para poner la película desde el principio....

Digamos que es como un rollo de serpentina que hay que coger con muchísimo cuidado del plato porque si te descuidas sale volando y eso son miles de metros de película en el suelo que para volver a enrollar es muy pero que muy chungo. Luego hay que coger ese rollo e introducirlo en el otro rollo que está en plato. No se queda perfecto pero al menos puedes poner la película. Como no queda del todo correcto, tiene más probabilidades de que pegue un tirón y se rompa, así que el encargado me puso una silla delante del plato y me dijo "te quedas aquí sentada mirando que no le pase nada hasta que acabe la película". Dos horas de reloj por dos minutos de diálogo.

Al acabar la película fui a las salas a ayudar a los acomodadores por si acaso tenían algún problema. Nada. Después del circo, el gentío se había apaciguado. Creo recordar que no hubo ninguna reclamación, pero tampoco ninguna disculpa ante semejante espectáculo.

El ser humano cuando quiere, desea, necesita algo, le da igual quién se le ponga por delante. Somos rudimentarios, egoístas, nos movemos en masa. Cuando nos aprietan las tuercas es cuándo sacamos nuestros peores instintos. 

Los que te saludan, te dan los buenos días, te dan las gracias, te sonríen, te preguntan qué tal estas. Esos son la excepción a la regla. Creedme.

Queridas y queridos, sed la excepción a la regla por favor. Siempre.


Monday 18 July 2022

Mr. Bean y yo


 Queridos y queridas, es curioso, en ocasiones el personaje se come al actor, literalmente. Les pasó a Josema y Millán con Martes y Trece, a José Mota y Juan Muñoz con Cruz y Raya y a otro sin fin de cómicos. Las mujeres cómicas como Lina Morgan o Gracita Morales se libraron, pero en el drama fue otro cantar. Rita Hayworth con Gilda, Romy Schneider con Sissí, o Jennifer Grey con Dirty Dancing apenas pudieron salir de sus caracteres. Casi les conocemos más por su personaje que por su nombre real. Y es lo que ocurre en esta ocasión con Rowan Atkinson. ¿Quién?, preguntaréis algunos. "Mr. Bean", diré yo. "Aaaaaaaaaaah", contestaréis. 

Total, que me embarro, como siempre.

Corría el verano de 2017 cuando me ofrecieron ser tercera ayudante de dirección para la película "Johnny English: de nuevo en acción" con un Rowan Atkinson que hacía de, efectivamente, Johnny English, un super agente inteligente (?) pero que, entre vosotros y una servidora, era otra versión de Mr. Bean without el osito. La verdad es que me lo pensé. Había otros proyectos de superhéroes merodeando que eran tentadores. Pero al final tener la oportunidad de trabajar con un primer ayudante de dirección nuevo y rodar en Francia (Cannes y Niza) me convencieron. 

Así que lo primero que tocaba eran unas pruebas con los especialistas en unas pistas para ensayar con el Austin Martin vintage de Rowan. Como lo oís. El bueno de Mr. Bean tenía un cochazo que rondaba los 400.000 euracos. El automóvil de los años 70 iba a ser uno de los protagonistas de la película así que había que probarlo con el actor. El mismísimo Rowan se presentó a su hora como buen británico, se bajó de un pedazo Range Rover más grande que mi casa, y entonces flipé. Frente a mí estaba el tío más serio, con más cara de aburrido y deprimido que había visto en mi vida. A ver, que no es que esperase que saliese del coche haciendo mimo, pero me chocó que era totalmente opuesto a su personaje. De hecho me dio un mal rollito de cojones. No miraba a los ojos, susurraba más que hablaba y ni dio las gracias al finalizar el día. 

Llamadme especialita, pero seas quien seas, con formas. Digo. 

Desde el principio hubo algo que no me cuadró.

Comenzamos a rodar y desde el inicio estuvo clarinete quién era el jefe ahí. El director y los productores desde luego que no. Era Mr. Bean. Si había que hacer veinte tomas se hacían veinte. El rey del mambo era él y los demás bailábamos al son del genio de la comedia, que para eso era su gepeto en el cartel de la peli. 

La apoteosis fue nuestro primer día en Cannes. Estábamos en la playa rodando una escena donde Johnny English está básicamente teniendo un sueño húmedo. Tiene que correr hacia la actriz, Olga Kurylenko (ex chica Bond, las escoge del montón, él), y retozarse como una albóndiga en la arena. El caso es que yo ya no sé cuántas tomas llevamos, mínimo quince. Pero el sol se nos estaba yendo y nos quedaba la de san quintín por rodar. Rowan está pensativo junto a los monitores. El director le comunica que vamos a pasar al siguiente plano. Rowan no lo ve claro, se lleva la mano a la sien y mira al infinito. Los de vídeo comienzan a recoger los monitores frente a él. Los de localizaciones, la carpa que le protege y la silla donde aposenta su pompis. El actor sigue en su misma posición, como incapaz de comprender que, efectivamente, el plano anterior finalizó. Yo le observo, a una distancia prudente. Porque le conozco. Se queda empanado como un cachopo y no hay quien le saque. Veo que farfulla algo. Me acerco. "Can we do another one?" ("¿Podemos hacer otra?"), me pregunta sin mirarme y sin saber siquiera quién soy, of course. "We've already moved on I'm afraid." ("Ya hemos pasado al siguiente plano, me temo"), contesto. "Right, right" ("Claro, claro"), afirma. Pero no se mueve. Sigue en su mundo Mr. Beaniano sin, aparentemente, ningún atisbo de mover un solo músculo. Hago lo que en la vida pensé que haría, le pido a uno de los auxiliares de dirección una silla y un paraguas (lorenzo pega fuerte), se lo ofrezco a Rowan, él se sienta, coge el paraguas y se queda meditando sobre lo que no fue y nunca será. Incapaz de seguir adelante, mirando al mar. Así se quedó, como un poste, hasta que le llamamos para el siguiente plano.

Pero lo mejor, lo más de lo más era su desdoblamiento de personalidad. En mi vida he visto cosa igual. 

Me explico.

Obviamente los actores son actores porque cuando se dice "acción" entran en un universo paralelo. Viajan a un mundo en el que el resto de los mortales no estamos invitados. La gracia como espectadora en un rodaje es cómo entran y salen. Hay algunos que son más naturales, otros más forzados, y luego está Rowan. En mi vida vi cosa igual. 

Es decir, el director gritaba "acción" y todo era gestualidad, pantomima, exageración, ojos que se salían de las órbitas, sonrisas, muecas, fisicalidad, movimiento, gags....una cosa como esta:


Sin embargo, era decir "corten", y en una milésima de segundo era esto otro:


Literal.

Entiendo que los actores no son sus personajes, como Rowan no es Johnny English ni Mr. Bean, pero tiene que haber un término medio, jesús bendito. No puede uno pasar de descoyuntarse la cadera por tres sitios, a cortarse las venas. Bueno, por poder puede porque lo hace, pero no creo que sea muy sano.

Pienso de veras que su personaje se lo ha comido con patatas y guarnición de verduras. Todos nos creemos que nos vamos a encontrar con un ser encantador y en su lugar descubrimos una persona excesivamente formal, una tanto misántropo, que se niega a hacerse fotos con cualquiera de sus fans (verídico) y que apenas sonríe. 

Puede que la risa sea sinónimo de trabajo, tenga un peaje y ya no nos la quiera regalar gratis. O que sufra del síndrome del payaso deprimido, ese que al quitarse el maquillaje no puede afrontar la cruda realidad. Eso sí, montado en un Austin Martin, que tampoco está mal.

A saber...

Y esta, queridos y queridas, es la historia de Mr. Bean y yo.


Monday 11 July 2022

Melocotones y melopeas


 Queridos y queridas, ¿quién no se ha pillado un cebollón de aúpa? Yo me los he cogido a lo grande, en MAYÚSCULAS. También en minúsculas. Pero esos son más de ahora, de los que vienen con la edad. Los originales, los de las lagunas, las vomitonas, las caídas y las anécdotas son los de antes. Y de eso vamos a hablar hoy. Como lo oís. De los pedos de la Paulis. 
Tra tra.

Esto va a parecer que está patrocinado por una destilería, ya os advierto.

El primer pedo es inolvidable. Suele ir a partes iguales, por lo bien que te lo pasas y por la pedazo de resaca que tienes al día siguiente porque, queridos y queridas, una no sabe beber. Pero ni puta idea. Lo máximo que ha ingerido ha sido un poco de sidra en Nochevieja cuando tu padre te decía jacarondoso aquello de "anda, mójate los labios". Y claro, pasar de eso a un copazo hay un trecho. Una no pasa de dar unos meneítos tímidos en la pista de baile al perreo más absoluto. Corres el riesgo de romperte, la columna, el coxis y la cadera. Pues así pasa con el primer pedo. Que una no está preparada. 

Corría el año...bueno tendría unos catorce años. Salía por primera vez en Nochevieja. Acompañaba a mi prima Cristina que es un par de años mayor. Yo de los nervios ciáticos. Ella supongo que no teniendo que hacer de Super Nanny. El caso es que íbamos al club naval. Sí, queridos y queridas, como lo oís, al club naval. Ahí que nos arrejuntamos unos cuantos chiquilicuatris que nos creíamos super mayores y al llegar todos a la barra como señoras en época de rebajas, claro. Yo, que no había pedido una copa en mi vida, le pregunto a mi prima "¿Cris, qué bebo?", y ella, "yo qué sé, lo que te guste", yo insisto "pero es que no sé lo que me gusta", un tanto impaciente, ella me contesta "pues no sé, pídete un whisky cola que es lo que pide mucha gente". Así que dicho y hecho, me pido el combinado, lo pruebo y eso me sabe a rayos y centellas. ¿Que podía haber dejado la copa en la barra y haberme pedido otra cosa? Por supuesto. ¿Que lo hice? No, claro. Al contrario, sufrí como yo sola y me bebí ese mejunje mientras ponía caras de estar tragándome mi propio vómito. ¿Le encontramos lógica alguna? Ninguna. ¿Tiene algún tipo de sentido lo que viene a continuación? Menos aún. Busqué a mi prima Cris y muy seria (y un poco tocada) le pregunté, "¿qué puedo beber que no sea whisky cola?, es que no me gustó mucho". Mi prima me miró un tanto descolocada. Pero ella, muy casual me contestó, "prueba el ron cola que también lo bebe mucha gente". Queridos y queridas, allá que voy con mi segundo combinado que me sabe a callos madrileños. Y encima mezclando. Viva. Es entonces cuando conozco a Manolo. Manolo tiene diecisiete años y ha vivido en Estados Unidos, como yo. Nos ponemos, como dos buenos borrachos que somos, a hablar en inglés. Yo llevo una milonga que no me tengo en pie. Pero entre el alcohol, la música y Manolo me lo estoy pasando genial. Manolo de pronto me dice que me quiere besar. A mí, como a Drew Barrymore, nunca me habían besado. Le digo a Manolo que sí. Pero claro, con lo que no contaba es con que me metiese la lengua hasta la yugular. Mi lengua era como una babosa incontrolable. Un asco. Y fue en medio del beso que mi prima Cris apareció corriendo y me gritó "corre Paula que mis padres están aquí". Me cagué. Pensando que los tenía ahí en medio viendo cómo su sobrina babeaba a un completo desconocido, me entró el pánico y con la lengua de Manolo aún pegada al paladar le dije "Badolo que be tedgo que ir". Manolo se separó y me miró horrorizado. Entonces pensé que era porque me tenía que ir, hoy sé que es porque hablé mientras tenía aún la sinhueso en la faringe. Muy triste.

¿Al día siguiente? La muerte, directamente. Viaje en coche Cartagena-Madrid y yo con mi primera señora resaca. Quería convertirme en radial y que me dejaran ahí, de verdad. Qué puto sufrimiento. Mi padre no hacía más que preguntarme si estaba bien, si había bebido. Y yo "noooooooooooooo, es que creo que el champán con el que brindamos me ha sentado mal con el chocolate con churros". Vaya ovarios. Obviamente tuvimos que parar para que la niña potara lo más grande. Era eso o la defunción. 

Tras cogerle auténtica aberración al whisky y al ron de por vida, una encontró en el vodka y el martini sus elixires preferidos. Siempre aderezados con licor de lima, por supuesto. Un pastiche adolescente con el que te sube el azúcar de solo olerlo. Llegó además la época del mini (mini litro en Madrid, maceta en el sur, cachi en el norte). Todo aderezado con algún que otro chupito de tequila de vez en cuando. Las cogorzas eran históricas. Pero recuerdo una en particular, sobre todo porque contó con presencia materna. 

Pero no nos precipitemos, por partes.

Desde el instituto (bueno, casi desde que nací, pero eso es otra historia) he pertenecido a la mejor afición del mundo, la Demencia. ¿La cualo?, preguntaréis algunos. La afición del club de baloncesto Estudiantes. La Demencia siempre se ha caracterizado por su humor, su irreverencia y su rebeldía. También por seguir a su equipo a los confines del mundo. En esta ocasión, a Orense. Que tampoco es Mordor pero para la Paula de dieciséis años era una aventura digna de un hobbit. Los viajes no eran moco de pavo. Quedábamos a las 7 u 8 de la mañana en la puerta del instituto Ramiro de Maeztu, cuna del Estudiantes, con unos 100 litros de calimocho y nos recogían dos autobuses a una media de 80 energúmenos de entre 16 y 40 años. Como había mucho menor, casi todos alumnos del instituto, debía haber un adulto responsable por cada autocar, habitualmente un profesor relacionado con el club. En este caso, ¿quién iba en mi bus? Mi madre, profesora de inglés del instituto, directiva del Estudiantes, demente hasta la médula y querida por todos sus alumnos, que sabiamente se sentó en la primera fila. ¿Su hija? Escondida en las últimas filas poniéndose ciega de calimocho desde las nueve de la mañana. Para cuando llegamos a Orense iba bizca. Pero no hay nada que no pueda solucionar un buen bocata de chorizo y otro litro de calimocho. Al llegar al partido sigo bebiendo como si fuera un corsario, no tengo límites. Es lo que tiene la juventud. Obviamente, no puedo recordar si ganamos o perdimos, el partido es lo de menos. Y nos vamos derechos a la plaza de Orense donde, ciegos como demonios nos encontramos al grupo "Los Suaves". (Anda, mirad en Google quiénes son.) Yo le doy un tostón a Yosi, el vocalista, que lo dejo tonto. Y, de pronto, como si hubiese descubierto la plaza por primera vez (que puede ser), veo que hay una fuente en el centro. He de confesaros que me pirra cualquier elemento acuático ya sea mar, piscina o río cuando voy borracha. El agua me llama con si fuera Ariel. Así que más pedo que Alfredo, pero que muy digna, me quité mis pisamierdas (eran los 90 queridos y queridas) me metí en la fuente y empecé a dar vueltas como una imbécil bailando la muñeira, litro de calimocho en mano. Un colega, envidioso de mi diversión, y borracho como una cuba obviamente, se quitó sus vans y allá que fue a la fuente. Pero, ¡Alás!, en cuanto puso el dedo gordo en la fuente se cortó con un cristal y lo tuvieron que llevar a urgencias. Consciente de la coña que había tenido después de haber dado más vueltas que una peonza, me bajé no fuera a ser que se me acabase la suerte. Así que después de unos chupitos de tequila que, no solo sobraban, sino que no venían a cuento, nos subimos al autobús de vuelta a Madrid. ¡Ah! Pero queridos y queridas, aquell@s que no lo sepan, el camino Orense-la capital tiene más curvas que el circuito de Mónaco. Así que, ¿quién iba regurgitando lo más grande en la papelera del bus a los cinco minutos de arrancar? Una servidora. ¿Y qué escuchó en la lejanía? A su madre. "¿Quien está vomitando ahí atrás?", pregunta ella. "Nada, uno de los abuelos que está ya mayor para estos trotes", contestaron varios colegas mientras le hacían un placaje para que no pasara. 

Llegué a Madrid que parecía que me había pasado un tractor. Además apestaba a todo menos a flores silvestres, os lo aseguro. Aún así mi madre no dijo ni una palabra. No sé si porque sabía que no serviría de nada, o porque no podía de la peste que emanaba. Os pensaréis que este pedal me sirvió de aprendizaje. Y por supuesto que no.

Y es que después de pasarme los fines de semana borracha con la Demencia pasé a palabras mayores, queridos y queridas. Con 18 años me mudé a Salamanca a "estudiar". Las comillas son esenciales.

Era la época del talle bajo y la pata ancha, del "Sobreviviré" de Mónica Naranjo, de Friends, del primer Gran Hermano, las puntas para fuera, del diábolo, las chaquetas de cuero tres cuartos y los tintes de espuma de tres lavados. Vamos la puta prehistoria. 

Era un finde cualquiera. Bueno, puede que fuese especial, incluso el cumpleaños de alguien, a saber. Pero a estas alturas yo no me acuerdo de nada. Demasiado que recuerdo esta anécdota. El caso, que la Paulis se bebió hasta el agua de los floreros. Entre el "quinito" y que una va a unas velocidades ultrasónicas pimplando, para cuando me quise levantar iba haciendo más eses que Massiel. A esas alturas todos los antros estaban más atestados que la feria de Sevilla. Eso era un infierno y la Paulis tenía que orinar. Bueno, orinar no era la palabra. No había nadie en este mundo que se orinase tanto como yo, queridos y queridas. Así que, conocedora total del terreno, me subí la cuesta de la calle San Justo, meadero oficial de Salamanca. Éxtasis es lo que yo sentí mientras evacuaba. Bien, pero todo lo que sube baja, así que, cuando me dispuse a descender, queridos y queridas, eso era la pendiente más inclinada del universo. Literalmente cuesta abajo y sin frenos. La Paulis intenta frenar, se va para la izquierda y se da con un coche aparcado, trata de recular, se va completamente para la derecha y se choca con otro coche aparcado, prueba a compensar de nuevo, se gira hacia la izquierda chocándose, efectivamente, con otro coche aparcado. Después de dar tumbos como una albóndiga ante la atenta mirada de varios impertérritos viandantes (supongo que igual de cocidos que yo), harta de darme de hostias con todos los automóviles de la ciudad charra, decidí doblar mis rodillas y caer al suelo directamente. Era la única forma de parar el auténtico slalom que estaba experimentando. Un tío con rastas, litro de calimocho en mano, se acercó y con una sonrisa de medio lado me dijo, "vaya viaje te acabas de pegar, ¿eh?". 

No le faltaba razón. Pero no sería el último viaje de la noche. 

Una vez recuperada mi verticalidad, mis amigos y yo nos dispusimos a entrar en el bar "Potemkin". Una caverna repleta de, básicamente, media Salamanca. No cabía un alfiler. ¿Qué hacemos, irnos? Por supuesto que no. Nos vamos al fondo de todo que seguro hay un poco de hueco. ¿Había hueco? Pues claro que no. ¿Decidimos, pues, marcharnos? Insisto, no. Hacemos lo más lógico, pedirnos un copazo. Juventud, divino tesoro. Me meten a mí allí ahora y me disuelvo como un redoxon en agua. 

Una vez encajados como piezas de un tetris "bailamos" moviendo las cabezas de lado a lado porque básicamente es lo único que podemos zarandear. Entro en un trance. Cómo no, llevo una curda de campeonato. Cierro los ojos y me dejo llevar por la música. Suena una de Dover, es lo único que recuerdo. Eso y que soy totalmente feliz. Cuando abro los ojos frente a mí no están mis amigos. Bueno por no estar no está ni la columna en la que estaba apoyada. Me asomo y de pronto descubro que estoy en la esquina opuesta al local. Miro a los desconocidos que tengo de pronto frente a mí y les saludo. "No sé cómo he llegado aquí", les digo. "Vaya tajada, ¿no?", me contesta uno. "Ya ves", asiento. De pronto suenan los Cranberries. Vuelvo a cerrar los ojos  y me dejo llevar por la marabunta copa en mano, que no sé ni cómo sigue intacta. Tras un buen rato - lo sé porque ha sonado Blur y Mago de Oz - abro los ojos y....abracadabra, estoy de nuevo encajada con mis amigos. "¿Dónde has estado?", me preguntan. "Buena pregunta", contesto flipada. 

Me diréis que es imposible. Que me lo he inventado. Que tengo demasiada imaginación. Puede ser...nunca lo sabremos...

Se me quedan tantas historias en el tintero...como cuando Noelia y yo perdimos a mi hermana Alex porque se negaba a llevar gafas e iba como un topo, la de veces que Miguel y yo cantamos Marea a voz en grito, cuando Xavi me quiso llevar en un carrito metálico y casi me mato, cuando la Carmen y yo nos poníamos ciegas de aperol spritz y planeábamos una serie de nuestras vidas...

Y es que, queridos y queridas, una noche (o un día), una copa (o varias), unos amigos, una charla, pueden convertirse en una locura, una anécdota, un recuerdo, una aventura, en definitiva, en magia... 



Monday 4 July 2022

Helena Bonham Carter y yo


 Queridas y queridos, corría el año 2014, cuando una servidora se adentró, por fin, en el maravilloso mundo del cine - mi pasión. Fueron seis años como seis soles llenos de curros de mierda y currículums mandados a gógó en Londres.  Un día un ayudante de dirección me dijo, "¿estás libre mañana?, a lo que yo contesté, "llevo libre años". Él se rió, pero yo lo decía totalmente en serio. Esa llamada me llevó a mis tres primeros días de trabajo. Ese trabajo a mi primera película, y esa primera película a la segunda. No era otra que "Alicia a través del espejo". Os sonará por una pequeña anécdota con Johnny Depp...

Sin embargo, y a pesar de dicha anécdota, yo no trataba directamente con los actores, ellos tenían sus propios asistentes personales. Yo me encargaba más de los cafés para mis jefes, las órdenes de rodaje, las sillas para los productores, directores y actores, y cualquier cosa que pudiese surgir en el set. 

Helena Bonham Carter, la gran Helena Bonham Carter, tenía a Shakir. Shakir seguía a Helena a todos lados. Era como una auténtica polilla. Shakir tenía que ir a todos lados con una cesta de mimbre de picnic llenas de las cosas que a Helena le gustaba tener a mano. Y cuando digo cosas me refiero a absolutamente de todo. Era como una tienda de chino andante. Agua, una coca cola light con pajita, chicles, caramelos de menta, golosinas, barras energéticas, sandwiches, spray hidroalcohólico, kleenex...la cesta pesaba un quintal. Donde estaba Helena estaba Shakir con la cesta. Eran uno, inseparables e indivisibles.

Menos cuando Helena actuaba claro. Aunque Helena nunca dejaba de actuar, no del todo. Una vez que le ponían su vestuario y su maquillaje de Reina de Corazones y entraba en el set ya no era Helena, era su majestad. Su lenguaje corporal cambiaba, cómo se dirigía al equipo y al resto de los actores...era alucinante de ver.

Y eso es lo que hacía yo, ver y escuchar. Nada de hablar e interactuar con ella.

Hasta aquel día. 

Shepperton Studios, Londres. Llegué al set como cualquier otro día. Estaban ensayando una escena. No parecía tener mucho misterio pero sí un poco de coreografía. Los personajes de Anne Hathaway y Sacha Baron Cohen (me tenía que pellizcar de verdad) mantenían un diálogo y en un momento dado Helena Bohnam Carter (otro pellizco) recorría un largo pasillo y entraba en escena en una frase determinada. Para que esto sucediese de forma coordinada, alguien tenía que darle una señal a Helena..."¿Y a quién ponemos para dar la señal?", pregunta el director. El primer ayudante de dirección mira a Helena y justamente detrás de ella, ¿quién se encuentra detrás sujetando la cesta porque casualmente Shakir se ha tenido que ir al baño? "Paula". Trago saliva. "Vale". Shakir vuelve con la lengua fuera, "¿todo bien?", pregunta. "Amazing", contesto que me va a dar un parraque.

Así es cómo va a funcionar. Helena se pone al principio del pasillo, yo detrás de ella, y cuando sea su momento, me avisan por radio, yo le digo "ahora, Helena" y ella comienza a andar diciendo sus frases.

Sencillo, ¿no?

Pues no había manera. No sabemos por qué pero no le salen las frases. Se traba, se confunde, no se gusta.

Yo sigo con mis "ahora, Helena" perpetuos hasta que me digan lo contrario. "Pero...", comienzo a elucubrar conmigo misma. "Y si...", se me ocurre la locura. No nos engañemos, LA gilipollez. "¿Y si ayuda?", me auto convenzo. "No, no, es imposible, es una bobería", me corrijo mentalmente. "¿Qué tienes que perder?", insisto. "¿Mi trabajo? ¿Mi cabeza? ¿No es, al fin y al cabo, la Reina de Corazones?". "No seas cagada Paulis, al toro", remato. Pues ala, al lío. 

Nos preparamos. Me dan la señal. Trago saliva. Miro a Helena, ella me mira. Y lo suelto. "Now, Your Majesty" ("Ahora, Su Majestad") . Por un momento Helena no sabe cómo reaccionar, son décimas de segundo. Me veo en la puta calle. Esta tía me va a mandar a la mierda. Para mi sorpresa, me sonríe y se marcha. La toma es buena, pero en la lejanía oigo que quiere otra más. Espero su vuelta con las piernas temblando como un cervatillo. "¿Cómo te llamabas?", me pregunta a su llegada. "Paula, Your Majesty", le contesto. Vuelve a sonreír. "Gracias". 

A partir de entonces, no solo todas mis señales fueron seguidas de un "Your Majesty" o "Your Highness" para darle otro rollo, sino cada vez que nos veíamos dentro o fuera del set. Ella se reía y con la tontería empezamos a hablar. Sabía un poco de español (su madre era de descendencia española) y había vivido en Salamanca, donde yo había estudiado. Enseguida las bromas estuvieron a la orden del día. Yo no me lo podía creer.

Pero todo principio tiene un fin. Y llegó su último día de rodaje. 

Oí por mi radio que se estaba despidiendo de la gente y no quise ser una más de las que dan el peñazo. Así que me puse a recoger, como si fuera un día más. 

Pero de pronto...

"Paula, ¿dónde estás?", me preguntan por radio. "Recogiendo", contesto. "Vente para la salida que Helena está esperándote para despedirse".

Que me desmayo.

Corrí hacia la salida rápida como un chinche, emocionada. Y allí estaba ella, vestida de reina, esperándome. "Muchas gracias por todo, Paula". "A usted, Su Majestad", le digo mientras hago una reverencia. Nos reímos. Nos abrazamos.

Al llegar al trailer de dirección me encontré una botella de champán con una nota de Helena escrita en español dándome las gracias de nuevo por todo.

Firmado "Su Excelentísima Majestad", por supuesto.

Y esta, queridas y queridos, es la historia de Helena de Bonham Carter y yo.

Monday 27 June 2022

"Mansplaining" o cómo tocarnos los ovarios



"Mansplaining": neologismo anglófono basado en la composición de las palabras man (hombre) y explaining (explicar), que se define como 'explicar algo a alguien, especialmente un hombre a una mujer, de una manera considerada como condescendiente o paternalista'. 

Queridos y queridas, hablemos del "mansplaining", término que, para el que aún no le haya quedado claro a pesar de tener la descripción debajo de sus narices, regalaremos un símil visual. La próxima vez que vayáis en metro, fijaos en el espacio que ocupa un hombre con sus piernas y el que ocupa una mujer. Ellos, despatarrados, ellas, con las piernas cruzadas. Me diréis, "¡Exagerada, feminista, extremista!". Bueno, lo que queráis, haced la prueba. El hombre lleva ocupando más espacio que la mujer desde casi el día en que nacieron. Mi hermano extendía sus piernas a placer en los viajes Madrid - La Manga atribuyendo que tenía las piernas más largas cuando éramos de la misma estatura. Mi hermana y yo pegadas, literalmente, a las ventanillas.

La idea de este post viene de un ensayo de la escritora Rebecca Solnit titulado "Los hombres me explican cosas" que me prestó mi amiga Patri. En él narra cómo, en una cena, un desconocido le habló de un libro sin saber que ella misma lo había escrito. Al hacérselo saber, él prosiguió describiendo el libro a la propia autora como si oyese llover. Al final resultó que ni siquiera se había leído el libro. 

El hombre tiende, a explicar cosas que las mujeres, o ya conocemos, o son obvias. Su cara de asombro al decirles que ya lo sabemos, que no nos están descubriendo la penicilina me hace pensar que son genuinamente ajenos a este fenómeno o se están haciendo los locos. Así que no queda otra que ilustrarles y/o ilustrarnos un poquillo. Y, por si acaso, a alguna mujer que no se haya dado cuenta que ha sido víctima de este fenómeno que está, creedme, a la orden del día.

Empecemos.

Hace unos meses quedé con unos amigos para jugar a unos juegos de mesa. Todo poco friki. Entre ellos se encontraba, digamos, "Paco". Paco vive por y para el cine. Es un cinéfilo y seriéfilo de aupa. De los que asustan un poco vamos. Los datos salen por su boca sin ningún tipo de norma ni medida. Lo sabe todo. O, más bien, lo cree saber todo, claro. Mi amiga Patricia, emocionada porque yo, al dedicarme al cine, podría hablar con él del tema, con orgullo me propuso que enunciara algunos actores con los que había trabajado y en qué película. Así, para fardar un poco. Tras enumerar unos cuantos, llegué a Tommy Lee Jones, con el que había coincidido en "Jason Bourne". Paco, muy serio me mira y me dice, "Tommy Lee Jones no actuó en 'Bourne'". "Bueno, Paco", contesto con una media sonrisa pensando que está de coña, "o era Tommy Lee Jones o el doble era maravilloso". "No, no", replica Paco, "era otro actor, pero ahora no me sale el nombre". "Claro", espeto, "no te sale el nombre porque NO era otro actor". "Que no, es que yo juraría que era uno más joven". "¿Osea que me estás diciendo que yo, que curré en esa película me estoy equivocando y tú que has visto la peli una vez no te equivocas?". Me ignora. "Lo voy a buscar en imdb....". Se me cae la mandíbula al suelo. "Ah pues sí, era Tommy Lee Jones, pero yo juraría que era otro." Vamos, que preferimos buscar en una página web antes que hacer caso a una mujer e, incluso habiéndola cagado estrepitosamente.

¿A vosotros se os ha disculpado? Pues a mí tampoco.

Luego está "Kyle", que trabaja de tercer ayudante de dirección y, ojito al detalle, tú eres segunda ayudante dirección, o sea, su superior. Kyle empieza nuestra historia fatalmente. Por un lado porque nos llama a las mujeres ayudantes "ladies" (señoritas), que es bastante machista para empezar. Bueno, nos podría llamar "coñitos" pero eso le valdría una denuncia. El caso es que por las mañanas yo me acercaba a Kyle y le explicaba que María (mi tercera ayudante de dirección española todoterreno) y yo habíamos dividido los extras en grupos para poder llamarlos al set de forma mucho más sencilla. A lo que él, a la media hora me decía, muy serio, "¿Sabes lo que podías hacer, Paula?, dividir los extras en grupo y así al llamarlos al set es más fácil". Pero tal cual ¿eh?, con sus dos pares de cojones. He de recalcar que hacia el final del rodaje, productores y directores nos habían dado la enhorabuena al equipo español por cómo habíamos manejado a los extras y, también hacia el final del rodaje Kyle no nos dejaba tocar un sólo extra ni con puntero láser. El "mansplaining" no solo tiene mucho de condescendencia pero también de inseguridad, creedme.

Mi "mansplaining" favorito, sin lugar a dudas es cuando un hombre te explica cómo debería ser el feminismo. Ahí tienen un arte que no se puede aguantar. Es salir el tema y ahí están ellos con frases estrella como "bueno es que si no os pusieseis tan histéricas" o "claro es que tenéis la palabra 'coño' todo el día en la boca, sois muy bastas" o "deberíais ser más pragmáticas y no tan fantasiosas" o, la mejor, "yo no soy machista, pero tampoco feminista". Un hombre que te intenta explicar el feminismo es como un tampax atravesado, un coñazo. Ojo, que los hombres son más que necesarios en el feminismo, pero no para que me expliquen "qué es el feminismo", que eso yo ya lo sé y lo vivo en mis carnes cada día de mi vida, especialmente con el trabajo que tengo. No. Son necesarios para que acompañen, ayuden, alcen la voz. No para que se giren y me digan cómo se cambia una bombilla, gracias.

Para escribir este post, he de confesar que pedí ayuda a mis hermanas. No a las de sangre (que también), sino a las "hermanas del coño". Esa sororidad a modo de señal de Batman. Necesitaba vuestra ayuda y vosotras acudisteis.

Por un lado tenemos la sección cultural. Mi amiga Patri se encontraba en el Reina Sofía con su cita. Patri es una tía culta, habla Inglés, Gallego y Chino. Viajada, vivió un año en China. La tía no ha salido de su casa ayer, digamos, pero había algunos autores que no conocía en el museo. Su cita sí y se los iba explicando. De pronto, él y ella se paran delante de un cuadro. El chico nombra al autor. Patri asiente y dice, "sí, sí, lo conozco". A lo que su cita, comienza a narrar la vida y milagros de dicho autor. Patri, por si no se ha enterado el mozo, repite, "que sí, que lo conozco". El chico, impávido, sigue con su monólogo ajeno a las palabras de Patri. Patri, confundida, opta por callar y escuchar lo que ya bien conoce...

Por otro, la sección social. Mi amiga Marina me comenta que dos amigas suyas que hacía meses que no se veían quedaron en una terraza y pasó un amigo de una de ellas, se sentó en la mesa y solo habló él durante hora y media. La otra amiga se tuvo que ir y no pudieron ponerse al día. Esto es un mísero ejemplo, pero yo os reto a que en la próxima quedada familiar os fijéis quién habla más en la mesa, ¿los hombres o las mujeres? ¿Quién interrumpe con más asiduidad? Ya me contareis, ya.

También tenemos la sección de la automoción, por ejemplo. Sara, Paloma e Irina se quejan de que es intentar aparcar y ya está el de turno haciéndote los aspavientos para "ayudar". Sara se pregunta cómo sabe el tío en cuestión si aparca mejor que ella. Paloma no entiende por qué el portero siempre tiene que hacer esos ademanes cuando lleva años aparcando en el mismo sitio. Irina directamente grita al tío y le dice que la deje en paz. Dentro de esta sección debemos incluir a mi hermana Julia que, durante un tiempo, trabajó para una marca de automóviles bien conocida. Bueno, según ella el "mansplaining" estaba a la orden del día pero es incapaz de acordarse de ejemplos concretos.

Y esto es muy común, queridos y queridas. El de no acordarse de un ejemplo en concreto, como me afirmó mi amiga Ángela. Pregunté por qué, y mi amiga Irina me contestó, sabiamente, que lo tenemos tan normalizado en nuestras vidas que es difícil pensar en un ejemplo determinado. Son pequeños detalles, incluso nimios. Las interrupciones cuando estás hablando, la explicación de tu trabajo sobre tu propio trabajo. Es ese tono, como decía mi amiga Patri, condescendiente. El tono que implica que es imposible que sepamos lo mismo o, incluso, más que él. Es ese tono cargado de inseguridades y que acaban vomitadas sobre nosotras.

Por último tenemos EL mansplaining de todos los mansplainings hasta el momento. Un grupo de señores y una señora han decidido derogar el derecho al aborto en Estados Unidos. Varios penes han determinado que una mujer no es libre de decidir sobre su propio cuerpo. Ellos piensan y dictaminan por nosotras, por y sobre nuestro útero. Y no nos engañemos, queridos y queridas, muchos en España se están frotando las patitas para hacer exactamente lo mismo. Si esto no es un mansplaining de categoría alfa, apaga y vámonos. Como decía Margaret Atwood hace un par de días, su Cuento de la Criada es una utopía, no un libro en el que inspirarse.

Total, que yo ahora no me corto. Abro las piernas en el metro. Que me llamen basta. Me la sopla. Y si un tío intenta explicarme algo que ya es obvio que sé, como el otro día en una cita, suelto, "mansplaining". "¿Perdona, el qué?", me preguntó el muchacho, un poco confundido. Sonreí y dije, "No te preocupes, que te lo explico".

Monday 20 June 2022

C3PO y yo



 Queridos y queridas, es que el título me cuesta creérmelo hasta a mí. Pero por Han Solo, que es cierto. 

Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana...

Corría la primavera de 2014. Estaba finiquitando un curro en los estudios Pinewood de Londres. Que queda muy glamuroso pero lo que hacía realmente era contar todas las radios del rodaje, con sus pinganillos, sus clips y poniéndolas en sus respectivas cajas. Un auténtico tetris que me tocaba hacer sola en un despacho de mala muerte al son de kiss fm. Un coñazo, vamos. Una vez encajadas todas las piezas, las tenía que llevar una a una en un carrito de golf a la oficina principal de la productora. En cada viaje me imaginaba que era una directora famosa camino a mi propio rodaje y no como la mera auxiliar de dirección que era.

Perdida en mis ensoñaciones de Antoñita la fantástica, casi me cargo a Karl, un supervisor de producción con el que curré un par de años antes. Después de pedirle perdón encarecidamente por casi llevármelo para el otro barrio, nos ponemos a hablar, yo le digo que estoy terminando un proyecto y él comenzando otro. "You don't happen to be needing anyone?" ("No estarás buscando a alguien por casualidad?"), le pregunto mientras le hago ojitos manga. "Actually, I am" ("De hecho, sí"), me contesta sonriendo. "And what's the project, may I ask?" ("Y cuál es el proyecto?), vuelvo a preguntar curiosa. "Star Wars". (Esto no creo que haga falta que lo traduzca). Se me van levemente las pencas y me tengo que agarrar al carrito de golf para no caer con las paletas al cemento. "Are you kidding me?" ("Estás de broma?'"), le grito más que le digo. Él se ríe. Me explica que "sólo" es la segunda unidad, o sea la de los especialistas y las explosiones. A mí como si me pones a rodar detalles de cascos. Me la trae al pairo. STAR WARS!!!!!!! Le doy un abrazo que le estrujo la panza que eso es lo más anti-británico que hay en este mundo. Él acepta mi gesto estoicamente. El pobre, qué va a hacer.

Le tengo que mandar el currículum, no podemos cantar victoria aún. Los que me tienen que dar el visto bueno son el primer y segundo ayudantes de dirección. Paso dos días de auténtico infarto al corazón con el móvil pegado a la nariz con loctite. Lo que veía tan cantado, cada vez lo veo más lejos. Mi amigo Juan no deja de animarme pero yo cada vez lo veo más chungo. 

Al segundo día, de camino al cine, me llama Andy, el segundo ayudante de dirección. Tengo suerte, el primero es un flipado de España y, bueno, tengo buenas referencias y un buen currículum...yeah. Empiezo al siguiente lunes. Me hago caca. Pero literalmente amig@s, porque vuelo hacia al baño en cuanto cuelgo.

Llego a los estudios Pinewood de nuevo pero con otro aire, otra actitud. ¡Voy a estar en motherfucking "Star Wars"! 

Comienzo a buscar las oficinas de producción para que me den mi acreditación, pero me siento como Jennifer Connelly en "Dentro del Laberinto" dando más vueltas que una peonza. No encuentro los despachos ni para atrás. De pronto veo varios coches negros estupendos todos juntos aparcados y eso siempre es señal de gente importante. Pillo a uno de los conductores por banda y le pregunto inocentemente, "Excuse me, the Star Wars offices?" ("Perdone, las oficinas de Star Wars?"). De pronto, parece que le han dado una patada en los mismísimos cataplines y me contesta susurrando como si estuviéramos en una película de Harry Potter y hubiese mencionado al innombrable de Voldermort, "first of all, we don't say Star Wars, we say AVCO. And the offices are through that door" ("primero de todo, no decimos Star Wars, decimos AVCO. Y las oficinas están a través de esa puerta"). Yo me quedo mortimer ante tanto secretismo, claro, pero me dirijo en la dirección indicada sin mediar palabra. Una vez atravesada la entrada totalmente insulsa de la oficina, me asalta una explosión de colores. Era como entrar en la cantina de Mos Eisley del episodio IV. Lo primero que me dio la bienvenida fue un póster gigantesco de "LucasFilmLtd" que casi me desmayo allí mismo en la recepción. Dos chicos pasan con mini robots como quien pasea por el Retiro. Todo está repleto de pósters de la saga, algunos firmados por los actores. En una vitrina hay unos cuantos oscars, como quien no quiere la cosa. Una mujer cruza el hall con un raíl lleno de trajes del vestuario de la película. El ajetreo es continuo. Mi cara de alelada, tiene que ser todo un poema. La chica de recepción creo me ha dicho "Hello?" un par de veces. Por fin reacciono y le explico que es mi primer día allí. Creo que ella ya lo intuía. Me hace rellenar más papeleo que en una declaración de hacienda, me hace una foto en la que recuerdo vivamente tener cara de estar de tripi y me explica cómo llegar a los trailers de dirección. De nuevo me hago caca. Esto, creo, va a ser un dato recurrente en este trabajo.

Salgo de las oficinas que me tiemblan las canillas. Ilusa de mí, eso solo era el principio. 

Tuerzo a la izquierda como me ha indicado la recepcionista muy amablemente y allí, en la distancia, tres siluetas se acercan hacia mí. Al principio no las distingo bien. Están muy lejos, pero hay algo en ellas que me resulta familiar. Hace buen día, no hay ni una nube, y el sol se refleja en las tres figuras y de pronto me deslumbran. Debo parecer un poco gilipollas porque voy que no veo un pepino. Por fin, el sol se aleja de ellas y casi la palmo allí mismo, con mi acreditación colgada al cuello y todo. Frente a mí, tres stormtroopers como tres soles. Tengo que contenerme para no salir corriendo hacia ellos como una fan más. El estómago me baila la conga. 

Llego al trailer de dirección y las presentaciones son supersónicas. No hay tiempo. Tenemos que ir a la primera unidad. Están rodando y tenemos que ver qué tendremos que hacer nosotros. Voy detrás de mis jefes que parezco un chinche.

Nos presentamos en el set y es entonces cuando mi mente implosiona. Una nave llena de stormtroopers a mi derecha se tambalea. Entre ellos está John Boyega. Hay explosiones. JJ Abrams, y Kathleen Kennedy están en los monitores observando la secuencia. Tengo que cerrar los puños y apretar las uñas contra la piel para creerme lo que estoy viendo. Soy una fan acérrima de "Star Wars" y esto va más allá de mis expectativas. El primer ayudante de dirección me dice que aquí estaremos rodando tres días. Me suenan las tripas de los nervios, y a pesar del ruido ensordecedor de la nave, mi jefe lo oye. Yo muero de la vergüenza, le miro, sonrío y le digo en español "el café". ¿Se puede ser más lerda, señor? ¿Qué me queda, tirarme un cuesco en su cara?

Efectivamente me paso tres días rodando en ese set gigantesco con explosiones, stormtroopers a gogó, pantallas verdes gigantes y naves voladoras. Nada puede superar esto.

O sí...

Mis jefes no dejan de hablar de la secuencia de la noria. Yo la verdad es que estoy tan flipando en colores neones con todo que no me da tiempo a procesar. Hasta que llega el día de la noria. Y es cuando mi cerebro no solo implosiona, sino que explosiona, implosiona y vuelve a explosionar. Aquel día alguien me tendría que haber dado un lexatin porque casi muero de los nervios.

Me explico.

Llego como cada mañana con una señora bailando por bulerías en mi estómago, pero yo con cara de póker en plan esto lo hago a menudo, sip. Me dicen que nos vamos al set de la noria. Ok. Venga. Llegamos y la Paulis pierde por un momento la respiración porque tiene en frente el puto Halcón Milenario. 

Todo absolutamente todo en la película tiene su palabra secreta. "Star Wars" es AVCO, por qué, para que no llegue a la prensa, o que las compañías no cobren más por ser la peli que es. ¿Qué es AVCO?, preguntaréis, pues son los cines en los cuales JJ Abrams vio "Star Wars" por primera vez, de ahí la palabra.

Por otro lado en las órdenes de rodaje no se ponían ni los nombres de los actores ni los sets donde se iba rodar por si, de nuevo, se filtraban a la prensa. Así que, por su forma, el Halcón Milenario era la noria. 

Voilá.

Y ahí estaba una servidora, dentro del set de sus sueños. En sus entrañas. La señora que baila bulerías en mi estómago parece que está usando mi bazo como tablao flamenco. Mientras, el segundo ayudante de dirección me comenta, como si nada que va a venir un actor a hacerse una prueba de cámara en el set, que busque su silla y tenga preparado agua y otros enseres. Digo que por supuesto. Que quién es. Él, natural como la vida misma, te dice que Anthony Daniels (C3PO) y yo me quedo congelada. Pero tal cual. Tenéis que entender que estoy en la segunda unidad, nosotros casi no lidiamos con actores. Y no sólo eso, es uno de mis primeros trabajos en el cine y soy una friki de la saga. ¿Es o no es para susto o muerte?

Llega Anthony y si es más británico caga biscotes de mantequilla, lo juro. Me presento. "Oh hi, Paula, nice to meet you". Es que me meo yo sola, es C3PO tal cual. Me pide, cómo no, un earl grey con limón. Comienzan a vestirle en una carpa que hay al lado del set. Y cuando sale es tengo que contenerme para no chillar un "¡ole hijo!". Debe ser consecuencia de la señora que tengo dentro y sus bulerías...

Soy consciente de que para algun@s es un hombre vestido de hojalata. Pero para otr@ es historia del cine, pura y dura. Recuerdos de niñez. Un sofá tapizado con violetas, un vhs, unos caramelos, y dos horas llenas de magia y aventuras.

Ver la prueba de cámara fue una auténtica pasada. En teoría tenía cosas que hacer pero me las paso por la pepitilla y me quedo a ver el espectáculo porque sé no volveré a presenciar semejante experiencia en mi vida.

Como una premonición, días más tarde tuve que dejar el rodaje por una lesión en el pie. Incluso años más tarde una enfermera me recordaba cojeando por los sets de "Star Wars" como una posesa. Hubiese hecho lo imposible por seguir allí, hasta que no pude más. 

Tuve la oportunidad de rodar muchas escenas del principio de la peli y eso me enorgullece una barbaridad aunque mi nombre no esté en los créditos finales esta vez. Todo quedó en mi retina y, ahora en la vuestra.

Y esa, queridos y queridas, es mi historia de C3PO y yo.



Monday 13 June 2022

Por los pelos


Queridos y queridas, hablemos de pelos. Y por favor, no les llamemos vello. Llamémosles lo que son, pelos. Pelos a gó gó. Y hagámonos una pregunta, ¿desde cuándo se le obligó a la mujer a ser casi lampiña, mientras el hombre hetero normativo clásico anda a sus anchas básicamente hirsuto?

Antes de que muchos me vayáis a la yugular, cierto es que algunas cosas están cambiando. Pero, como siempre, pocas y a velocidad de un chihuahua. 

El otro día mismamente, mi amiga Patri se pegó una buena hostia intentando proteger uno de sus diminutos alumnos que casi se matan los dos. El caso, que se hizo una herida en la rodilla derecha y tuvo que ir a la Mutua a que le viera el médico. ¿Su preocupación? ¿El dolor que sufriría en el reconocimiento? Para nada. Lo realmente importante era que el médico iba a ver la mata de pelos que Patri portaba en su rodilla derecha. El médico, de hecho, se quedó mirando. Pero ojo, ¿a la herida como buen profesional o a la mata de pelos? Nunca lo sabremos. Patri, colorada como un pimiento morrón, no era capaz de mirarlo a la cara y casi de articular palabra.

Y Patri no es única y genuina. Así funciona la psique femenina. Nos han inculcado ese odio acérrimo a los pelos desde bien pequeñitas. Aún recuerdo ver a mi hermana mayor correr con una banda de cera fría incrustada a la ingle por toda la casa como una loca, seguida de Pili, la mujer de mi padre, para poder quitársela gritando algo así como: "Alex, tranquilízate por dios, que no es para tanto!". Pero el dolor era sobrehumano. Cada vez que había que depilarse había que coger fuerzas de flaqueza e ir con la cabeza bien alta, como si una fuese al paredón. 

Luego llegó la cera caliente. Que mejoró un tanto nuestros llantos. Bueno, a quién quiero engañar, de lagrimones pasamos a lagrimillas, seamos sinceras. Te tumbabas en esa camilla inmunda de la peluquería del bajo derecha del edificio de enfrente de tu casa, dónde Loli te trataba como si fueras un camarón a la plancha. Vuelta y vuelta. Y con esa maravilla de cera reciclada llena de pelos ajenos que se apelotonaban en ese aparato de la época del Pleistoceno. Una fantasía.

Pronto también llegó la cera caliente para el microondas de casa. Yo me hice muy fan de este producto, sobre todo porque era mucho más barato. Hasta que llegó EL día. EL día que lo cambió todo. No me olvidaré de él porque coincidió con mi cumpleaños. Estaba yo preparándome para salir y como iba a ir con minifalda, me dispuse a depilarme las piernas. Mientras retiraba el palo de madera del bote con la cera ardiendo, me despisté y derramé el contenido entero en mi pierna izquierda. Casi la palmo del dolor. Yo, siendo yo, hice justo lo que no tenía que hacer. Irme a la ducha, mojarme y quitarme la cera, y con ella la mitad de mi piel. Mega agradable. Pero era mi cumpleaños, queridos y queridas, así que ni corta ni perezosa me fui con mis quemaduras de tercer grado a la farmacia, me dieron una pomada y unas gasas y así salí de fiesta, como una mamarracha hasta las 7 de la mañana. Porque así es la Paulis. Arsa. Al acabar la noche, no podía ni apoyar la pierna y me fui a urgencias. Os ahorro los detalles pero tuvieron que sedarme para aguantar el dolor porque se me había quedado pegada la crema a la herida. Estuve un mes y medio de baja. Tengo hasta la cicatriz que lo demuestra. Todo por unos pelos. ¡Por unos pelos!

Y todo esto cada vez ha ido a peor. Tras la cera caliente vino el láser. Y, ¿qué quiere decir esto, Paula?, os preguntaréis, queridos y queridas. Pues básicamente que te puedes quedar lisa como una Barbie, sin un solo pelo. Esto creó una nueva moda, y es que la depilación de las ingles cada vez iba a más, hasta que un día no había a dónde ir y desapareció por completo y ahora tenemos casi todas coños de niñas de cinco años. Viva.

Todo empieza sutil, delicado. Vamos a quitarte los pelillos de las piernas, te dicen. Y tú, ilusa, te dejas hacer. Duelen, sí, pero el dolor es soportable. Luego ya que estamos la de las ingles. Ahí las cosas se ponen serias. Y es entonces cuando entras en una espiral sin retorno porque una vez que te haces las ingles hay que hacerse los sobacos, y si te haces los sobacos no vas a ir con ese bigote, y menos con ese entrecejo hasta que, cuando menos te lo esperas te estas depilando el mismísimo culo. No me digáis cómo. Pero es así. Es como ir al Primark a por unos leotardos y salir con dos bolsas y trescientos eurazos menos en tu cuenta. Es que ni te has enterado de por dónde te han venido, pero sales con una cara de tonta que para qué.

Algunas se han plantado, han dejado de depilarse, y han pagado el pato. Amaia, la cantante de Operación Triunfo, se ha dejado los pelos de las axilas por lo visto, y a la peña le ha parecido tan interesante el tema que han escrito artículos, sí, sí, artículos hablando sobre esta super importante decisión en su vida. Para qué escribir sobre su talento o sus nuevos proyectos cuando podemos hablar sobre los pelos de sus sobacos, digo yo.

¿Y los hombres mientras tanto? Pues la mayor parte de ellos a su bola, con su lema "los pelos son varoniles". Pero no queridos, no. Si yo me depilo hasta la vulva tú te tienes que quitar algo porque si no yo como más pelo que un caballo alfalfa. Eso sí, ellos con cuchilla claro, no vaya a ser que les de un parraque con la cera, y luego la zona raspa más que un rallador. Pero ¡ojo! ellos dicen que se depilan, ¿eh?

Depilarse no es eso. Una cosa es depilarse y otra muy distinta TENER que depilarse. 

TENER que depilarse es otro mundo a parte. 

Es un universo paralelo que sólo entienden aquell@s que tienen que lidiar con ello cien por cien. Es ir a la piscina y estar estresada porque el de detrás te estará viendo los pelos de las ingles cada vez que hagas una brazada. Es ir a un concierto subir los brazos de la emoción, olvidarte que no te has depilado y pasarte la velada dando palmaditas a la altura del pecho con los codos pegados al cuerpo de la vergüenza como una lerda. Es montarte en el coche, quitarte la mascarilla, mirarte en el espejo retrovisor y darte cuenta que tienes un bigote a lo Frida Kahlo (¡mascarillas del infierno!). Es encontrarte de pronto un pelo negro azabache en la barbilla del tamaño de una hoja puerro. Es llevar falda, que te dé el sol y verte todos los pelos que se te han pasado depilarte que eso parece un trigal. Es irte quitando pelos de una ceja, emocionarte, acabar como Victor o Victoria y preguntarte, ¿cómo coño igualo yo esto sin acabar como Betty Boop? Es soñar con no tener un solo pelo en el cuerpo, no tener que soportar un tirón, un pasada de cuchilla, un quemazo de láser, en tu vida y en las próximas vidas que te toquen vivir.

Eso, queridos y queridas, es TENER que depilarse. 

Por los pelos, por los putos pelos.


Monday 6 June 2022

Johnny Depp y yo


Queridos y queridas, un día llegué a trabajar como cualquier otro. 

Pero qué digo, empecemos desde el principio...

Era uno de mis primeros trabajos como auxiliar de dirección de cine en Londres. Emocionada es poco. Histérica y un tanto taquicárdica, diría yo. Se trataba, nada más y nada menos que de "Alicia a través del espejo". La secuela de "Alicia en el país de las maravillas" de Tim Burton. ¿El elenco? Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Anne Hathaway, Sacha Baron Cohen...nada, principiantes. Y yo, ahí en medio, como una hormiguita intentando labrarme mi propio camino.

Me levantaba casi todas las mañanas hacia las cinco de la mañana y no llegaba a casa hasta las nueve de la noche. Si tenía suerte. 

Mi léxico diario consistía en palabras como "orden de rodaje", "secuencias", "actores", "set", etc. Por fin estaba dentro. Cuantas más horas mejor. Más aprendía, más me empapaba, más me sumergía en un mundo en el que me había costado entrar otro mundo entero.

Era feliz.

Pero que me despisto. Al grano. Aquel día, como comentaba, llegué como cualquier otro. Me dispuse a colocar las sillas para los actores, productores y director frente a los monitores. Llevé cafés a mis jefes. Recolecté las órdenes de rodaje para repartir entre el equipo. No había nada en ese día que me hiciese pensar que fuese a ser distinto. 

Hasta que llegó él. ÉL en mayúsculas.

El mismísimo Johnny Depp.

Llegó al plató como siempre, con su séquito de gente. Seamos sinceras, eran un auténtico coñazo. Que si su publicista, el de seguridad, su peluquero, su maquilladora, la de vestuario, su asistente personal, su agente, su sonidista. Faltaba un saltimbanqui y un contorsionista para completar el circo. En realidad nunca le veías a él, solo las puntas de su peluca naranja y alrededor su entourage como si fuera la mismísima Madonna. 

En esta ocasión, y acostumbrados a que siempre llegase tarde como mínimo una hora, le habíamos llamado demasiado pronto al set. En lugar de que volviese al trailer y tener que poner en marcha a él y toda la troupe del infierno, se decide que se quede en una carpa que tiene para él solo al lado del plató donde vamos a rodar. Allí le acompaña el hombre que se encarga de su seguridad, Terry. Cuando estemos listos le avisaremos y punto. Él, sorprendentemente, accede. 

Como los actores son el bien más preciado de una producción de este calibre (y entre vosotr@s y yo, son como bebés), un@ de nosotr@s se tiene que quedar de niñer@ por si el bueno de Johnny necesita algo o, más bien, por si le da por salir de la carpa e irse a dar un garbeo sin que nos demos cuenta. El segundo ayudante de dirección mira a su alrededor en busca de una víctima. Yo, super disimulada miro al techo. Lo debo haber hecho tan bien, tan sutil, debo haber sido tan perspicaz, que por supuesto me toca a mí el honor de hacer de Super Nanny.

Aburrida como una mona, me pongo a cotillear el móvil. Que si el facebook, el instagram. Lo típico. Hablo un rato con Terry pero poco no vayamos a molestar al señorito Depp. Hasta que de pronto algo capta mi interés. Al principio no soy muy consciente de qué es. Pero algo ha cambiado en el ambiente. Es muy leve. Es un olor, dulzón. De pronto, caigo. Y no solo caigo, lo huelo del todo. Esto es marihuana, queridos y queridas. Pero marihuana de la güena, güena. De la de "hey rastafari, man". De la de No woman, no cry. Vamos, que me estoy pillando una fumada importante. Porque el asunto ya no es tenue. El tema es intenso. Miro a Terry, en plan, "¿hello?". Él encoge los hombros, supongo, acostumbrado al asunto. Estupendo. Yo sabía que nuestro Johnny le daba a los Red Bulls como si no hubiese un mañana, pero lo del cannabis con las bebidas energéticas que te dan alas es toda una novedad. Menudo subidón, amig@s. No me extraña que hagas de "Sombrerero Loco", amiguito. Menudo cocktail molotov.

Obviamente, la cosa no es que sea ilegal, es que no se puede ni fumar tabaco donde estamos. Está claro que si fuera otra persona le diría que qué moños está haciendo y vete saliendo pa' fuera que es gerundio. Pero claro, quién le dice eso a nuestro Johnny, ¿no?. Pues agárrense que vienen curvas.

Entra uno de los productores.

Y no de cancaneo y sonriente, no. Serio, con el ceño fruncido, y como un toro mihura directo hacia una servidora. Yo, me hago caca claro. Me aparta. "¿Qué es esto, Paula?", susurra enfurecido. "¿Perdón?", pregunto inocentemente. "Todo el estudio huele a marihuana", me dice, como si yo no llevara ya un colocón digno de festival de Woodstock. Suelto la perogrullada del día, "está fumando". "Esto es una película de Disney", insiste. Yo, inocente, asiento ilusionada ante su afirmación. Efectivamente, la Paulis está en una peli de Disney...boom! Pero por su cara intuyo no se refiere a eso. Hasta que me queda bien clarinete. "Ve y dile que no se puede fumar aquí", se gira y se va. 

Ya es que no me haga caca, es que directamente me entra una diarrea que no puedo. Me he quedado mirando boquiabierta la puerta por dónde el señor productor ha salido arrastrando sus dos cojones a modo de bata de cola. Me he quedado sin habla. Parece que me ha dado un vahído. ¿Soy yo o me acaban de endosar el muerto? No, no, definitivamente me han cargado el fiambre. Yo, que esta es mi segunda película, que soy auxiliar de dirección, que me encargo de los cafés, que no he hablado con Johnny Depp en mi puta vida, le tengo que decir que si buenamente pueda apague su porro, gracias. No reacciono. Escucho el familiar sonido del mechero encendiendo el canuto. Veo ese leve humo proveniente de debajo de la carpa. Huelo, de nuevo ese olor dulzón. Comienzo a hiperventilar. ¿Qué coño hago? ¿Dejo que Johnny Depp se ponga ciego a porros como si esto fuera "Apocalipsis Now", o hago caso a mi jefe que para eso es mi jefe pero que me acaba de hacer la "trece catorce"? No sé si es que es porque voy fumada o porque el de seguridad no está por ningún lado pero con mi par de ovarios me acerco a la carpa y, antes de que me de un parraque, suelto un timidísimo "¿Johnny?". Él y sus dos ojos rojos como dos tomates de huerta murciana abren la carpa y me miran. Fuck, fuck, fuck esto es muy fuerte Paulis. "¿Están listos en el set?", me pregunta. Yo, que no estaba preparada para el contacto visual le miro unos segundos de más. Esta conversación es de besugos. O de fumados. "Mmmm, no casi, es que me han dicho que aquí no se puede fumar, lo siento", le contesto, consciente de que tengo la boca como la suela de un zapato. Johnny me mira, me sonríe y me dice, "Claro, por supuesto". "Gracias", le contesto. Y con ello, cierra la carpa de nuevo.

Mira que soy una puta drama queen. Tanta hiperventilación para nada.

No volví a hablar con Johnny Depp.

Miento. Pero como una bellaca. 

El último día de rodaje, una vez finalizado su último plano, salió de su papel y se convirtió en un ser humano que agradecía a cada uno de nosotros la labor que habíamos realizado durante tres meses. Se hizo fotos y firmó autógrafos. Hablo de unas trescientas personas. Desde gente de cámara a los de catering. Las cosas como son.

¿Una servidora?, observaba el percal de lejos alérgica a todo tipo de multitudes con un trozo de pizza en la mano a las tres de la mañana. Sin embargo y de pronto, sin comerlo ni beberlo, le tengo a dos metros. Se paró, me miró y me preguntó sonriendo, "Can I smoke now?" ("¿Ahora puedo fumar?"). 

"You can do whatever you want" ("Puedes hacer lo que quieras"), le contesté.

Visto lo visto, fue casi premonitorio...

Y esta es la historia de Johnny Depp y yo.