Tuesday 20 November 2018

cómo estar gorda y no morir en el intento


queridos y queridas, hace unos años un grupo de amigos decidimos ir a un parque de atracciones a las afueras de londres. entre aquel grupo había un chico - en estas historias siempre hay un chico - que me gustaba. esta excursión era la excusa perfecta para conocerle un poco más. que esa mañana andaba emocionada es quedarse corta. por dentro tenía el estómago bailándome pop trance. 
estaba más tensa que un muelle.
una vez dentro del parque nos dirigimos de cabeza a la primera montaña rusa. tras una breve espera llegamos al principio de la cola. de pronto, marte se alinea con plutón y "oh sorpresa" me toca sentarme con el chavalín en cuestión. el estómago pasa del pop trance al goth metal. sonriente, no sé si de felicidad o de delirio, me acomodo en el asiento. sin embargo, cuando dispongo a abrocharme el dispositivo de seguridad, el estómago me baja a la altura de los metatarsianos.
dios mío. 
no puedo cerrarlo. 
no quepo.
sin que se me note y como de ladito, intento cerrar aquello como sea. no me importa si en el proceso me rompo las costillas y me perforo un pulmón, pero virgensantísimadelacaridad que esto cierre. meto tripa hasta que siento que el intestino grueso comienza a presionarme las lumbares.
pero es imposible.
es entonces cuando me llega la idea. 
"¿y si hago como que me lo he abrochado?"
analicemos, si no os importa, este pensamiento porque, por un momento, preferí salir despedida hacia el vacío cuan sputnik que admitir que estaba gorda. por un instante, creí que era muchísimo mejor montarme a pelo en la atracción, a tener que girarme y decirle al chico que me gustaba que no cabía en mi asiento. 
cómo estar gorda y no morir en el intento. literalmente.
el chiquillo, consciente de mi cara morada cuan berenjena (recordemos que llevaba un buen rato  aguantando la respiración) me dice, "¿estás bien?", a lo que yo, con voz de colibrí contesto, "perfectamente".
menos mal que la decisión final no dependía de mi sino de un empleado teenager que, con todo el tacto del mundo, al ver que me las estaba dando de wonder woman, espetó a voz en grito por si los del final de la cola no se habían enterado, "¿ánde vas morena? si no te cierra, no te puedes montar". pero en inglés.
físicamente salí andando, pero moralmente me fui arrastrando como una bata de cola.
no era la primera vez que me pasaba algo así. los nueve círculos del infierno de dante son unas vacaciones en bali comparado con el día en el que no te puedes cerrar el cinturón del avión. podrías pedir una extensión, pero para eso tienes que llamar al auxiliar de vuelo, y decirle lo que quieres, y que te escuchen las filas 26, 27 y 28, y que te traiga la extensión del demonio, que podría ser de un color sutil, como azul marino, o un marrón negruzco, pero no, es más naranja que una tanoréxica de liverpool. así que te quedas más muda que marlee martin en "hijos de un dios menor" y no dices nada. y si hay un accidente pues nada, c'est la vie (o ce n'est pas la vie, según).
porque si hay algo que predomina en el tema del sobrepeso es la vergüenza.
vergüenza a que se nos vea demasiado. vergüenza constante a que nos analicen o juzguen. así que hacemos lo imposible por convertirnos en invisibles. vistiendo de oscuro, llevando ropa holgada o, mi favorita, colocándonos en la última fila en las fotos de grupo. a lo mejor no debiera estar contando los super poderes que usamos para hacernos invisibles pero creedme, soy una cabeza flotante en la mayoría de mis fotos.
¿cómo surge esta vergüenza? ¿es intrínseca en el ser humano o lo aprendemos en el camino?
la primera respuesta a esta pregunta me llegó a la tierna edad de cinco años. por aquel entonces empecé como muchas otras niñas a ir a clase de ballet. me encantaba llevar mallot y medias rosas y ese moñito en lo alto de la cabeza como si fuera un bombín. pero lo que de verdad me trastornaba era hacer las posiciones de ballet. mi madre siempre me cuenta que al pasar de la cuarta a la quinta, o sea, subir el brazo desde más o menos la altura de la cadera hasta por encima de la cabeza, yo tenía la manía de empezar con mi diminuta manita a la altura de la pochetilla. de modo que cuando me disponía a subir el brazo a quinta, me hacía un refriego por mis bajos fondos que por lo visto era digno de ver. el caso, que me voy por los cerros de úbeda, que mi madre no pretendía que me convirtiera en alicia alonso, y yo por aquel entonces vivía en el ahora. la clase consistía básicamente en repetir las posiciones un par de veces en la barra y correr por el aula cuan patos despeluchados creyéndonos cisnes.  un día al terminar la clase, la profesora, señora mayor, antigua famosa bailarina, tiesa como una escoba con moño-efecto lifting, se acercó a nosotras y como quien habla del tiempo le preguntó a mi madre que qué me daba de comer porque tenía sobrepeso. y no penséis que nos tomó aparte, o preguntase a mi madre con ningún tipo de discreción. no, no. en frente de todas las niñas de la clase y de las madres que entraban a recogerlas y con su buen timbre de voz.
recordemos, cinco años.
hasta ese preciso instante no recuerdo haber sido consciente de que mi cuerpo pudiese ser algo bueno o malo. insisto, cinco.
pero a partir de entonces sería una constante.
nunca fui una niña delgada. tampoco obesa. era una niña alta para mi edad y fuerte, que creció físicamente más rápido que su mente. mis padres no son de constitución fina y espigada. son de altura media y de cadera y hombros anchos. y sin embargo, la mayor parte de mi vida he estado más preocupada en acercarme a un modelo físico totalmente opuesto a mi genética, que en aceptarme tal y como soy.
a los doce años llegó la obsesión por adelgazar. compraba todos los meses la "ragazza", revista llena de modelos como kate moss, claudia schiffer o nieves álvarez. nunca, jamás, vi una chica como yo en esas páginas. lo normal, presuponía, era ser como ellas, ¿no?. así que, ¿qué hice? lo que mejor me venía por supuesto. empapelar la pared de mi cuarto con modelos. aquellas a las que tanto anhelaba convertirme, y a las que nunca podría llegar a ser, eran lo primero que veía por la mañana y lo último a la noche. tal fue mi obsesión que pensé que la mejor manera de ser como ellas sería ponerme un objetivo para ayudarme a adelgazar. y ese objetivo fue, ni más ni menos, que presentarme al concurso que organizaba la revista para elegir la "modelo del año". con tó mi coño.
y, como repito, físicamente era imposible acercarme ni remotamente a los requisitos físicos que exigían, decidí que el paso siguiente más lógico, sería, obviamente, hacer la dieta más estricta de mi vida.
por aquel entonces, vivía con mis abuelos. qué decir que mi abuela, con su mentalidad de postguerra, no entendía en absoluto mi nueva alimentación. el peor día fue aquel en el que casi le da un ictus cerebral al abrir la nevera y descubrir que su nieta había puesto una barbie en una de las baldas como motivación para superar cualquier posible tentación futura. al preguntarme el por qué de esa aberración, yo le dije que eran cosas mías y de mi dieta. a lo que ella, muy seria me contestó, "¿qué tendrá que ver la dieta con que la chiquilla (refiriéndose a la barbie) pase frío?". una crack.
la tontería del concurso de modelos se me pasó (por suerte, porque vaya ida de almendra). pero el querer ser alguien que no soy me perseguiría casi toda la vida. de la "ragazza" pasé a la "woman", luego a la "cosmopolitan" y finalmente a la "glamour". en ellas recibía mensajes totalmente contradictorios como "acéptate como eres" seguido de "cómo adelgazar 5 kilos en una semana" o "¿es tu culpa que te haya dejado?". menos mal que en la universidad vino el amor por el cine, y con él el cambio al "fotogramas" y el "cinemanía". la obsesión por estar viviendo en el cuerpo equivocado seguía, pero al menos alimentaba mi alma de alguna otra manera.
pero no eran sólo las revistas obviamente. eran esos pequeños comentarios que se hacen sin maldad, como queriendo ayudar. ese "es cuestión de un poquito de fuerza de voluntad", o aquel "así los chicos no te van a pedir salir" o, mi favorito, "qué pena, con la cara tan bonita que tienes".
así que tras todas las dietas posibles, bajones, subidones, crisis de identidad múltiples, terapeutas a gogó y trastornos alimenticios varios,  llegamos al presente.
ciertas cosas han cambiado. otras no.
hoy la representación es levemente más diversa. si un@ se fija puede ver modelos gordas, de color, con cicatrices, sin mamas por el cáncer o con vitíligo. puja con fuerza el movimiento llamado body positivism ("positivismo del cuerpo") que reclama que todos los cuerpos son dignos de existir. porque no hay que olvidar que la industria de la dieta se lucra gracias a unas inseguridades que la sociedad misma nos impone. mirad si no vuestro instagram. ¿a cuántas personas gordas seguís? ¿o de color? ¿o trans? ¿o cualquiera que no se adecúe al cánon de belleza establecido? yo hasta hace bien poco, casi ninguna. pero cambiar lo que veo diariamente me hace percibir las cosas de otra manera.
sin embargo, como ya he dicho, hay asuntos que siguen igual. continúa habiendo una "gordofobia" espectacular, disfrazada actualmente de vida sana a través de dietas detox y piruletas supresoras del hambre que son para mear y no echar gota. las actrices, no modelos, llenan las portadas de las revistas, así que son pasadas por fotoshop hasta en la cuenca de los ojos. las primeras tallas que se agotan en las tiendas son las más grandes. o empresarios que afirman no contar con modelos curvy porque sus desfiles son una fantasía, y claro, dios nos libre pensar que haya gente a la que le ponga un michelín.
pero sobretodo hay temas que siguen siendo tabúes asociados directamente a esta obsesión por adelgazar. como los trastornos alimenticios, la depresión, la ansiedad o el suicidio.
la solución viene a través de la educación y la representación. de ser conscientes que aquí cabemos tod@s. porque, al fin y al cabo son todo modas, y como modas que son, son pasajeras.
viendo cómo crecen mis sobrinos y, sobretodo, mis sobrinas, creo esencial enseñar a aceptarse. a aprender a querernos no por el peso, sino a pesar del peso. a saber convivir con nuestros ángeles y nuestros demonios, sin importarnos lo que opinen los demás. si no lo hacemos, acabaremos encerrad@as en una caja de la que es muy difícil salir.
creedme.
y si no que se lo digan a mi barbie...