Monday 30 October 2023

Más cosas que me sacan de quicio

 


Queridos y queridas, "Cosas que me sacan de quicio" parece que os moló un rato. Y como yo me debo a vosotr@s, siempre, por qué no seguir con esa lista de los cuarenta principales. Porque, ¿de verdad pensabais que ahí se quedaba el asunto? Poco me conocéis entonces. 

Vayamos direct@s al lío.

Me saca de quicio la gente que apoya sus rodillas en mi respaldo ya sea el tren, el bus o el avión. Bueno, miento, sobre todo en el avión, porque entonces seguramente tendré la mesita plegable entre las costillas y el páncreas. A esta gentuza habría que cogerles las piernas y enroscárselas alrededor del cuello, estilo "pretzel".

Me sacan de quicio los atascos. Obvio, diréis. Pero no solo aquello de arrancar, parar, arrancar, parar. Lo que de verdad me enajena es que fila en la que estoy, fila que va más lenta que la cola del paro. Me cambio de fila, la otra va más deprisa. Me vuelvo a cambiar, la de al lado va más ligera que un colibrí. No falla.

Me sacan de quicio las moscas de verano. Son tontas, punto. ¿Cómo es posible que puedan entrar por una rendija de dos milímetros y luego den por culo toda la tarde porque no saben salir a pesar de tener todas las ventanas de la casa abiertas? Me puede.

Me saca de quicio Pablo Motos.

Me saca de quicio que me digan que me "tranquilice". Obviamente, y como tod@s sabemos, provocará el efecto contrario. Que no hable como si me hubiese tragado un monje tibetano no quiere decir que esté alterada, pero si me dices "tranquila", yo, con voz frenética y subiendo peligrosamente de tono te contestaré, "pero si estoy tranquílisima". Irónicamente, decirle a una persona tranquila que se tranquilice creará justamente el efecto contrario. Tal cual.

Me saca de quicio el número de tarjetas que tengo. Cuando tengo que pagar saco la del gimnasio, cuando estoy en el gimnasio saco la del metro, cuando estoy en el metro saco la de crédito y cuando estoy en el super saco la sanitaria. Puede que sea mi culpa, que no las tengo debidamente ordenadas, pero, ¿en qué momento nuestras vidas se han convertido en una ristra eterna de tarjetas para todo y de todo?

Me saca de quicio Isabel Díaz Ayuso.

Me saca de quicio olvidarme el kleenex dentro del pantalón cuando pongo la lavadora. Clásico. Abres la puerta del tambor y empiezas a ver virutillas blancas por todos lados....al principio, por un segundo, no caes...pero luego....ay Mari Carmen, ese inocente kleenex cae por su propio peso y te cambia la jeta. Se te queda, hablando en plata, cara de gilipollas. Las carcajadas vienen luego, quitando las virutillas. Unas risas vamos....

Me saca de quicio la peña que pone la música en altavoz en el metro y en otros lares similares. A ver, merluzos, hay un pequeño dispositivo muy útil llamado auricular que se introduce en cada oreja y te permite escuchar perfectamente tu reggetón favorito sin que a mi me dé un parraque. Es bien sencillo pero cómo cuesta entenderlo.

Me saca de quicio y mucho, las pegatinas en los objetos, como por ejemplo, el precio de un libro o de unos bombones, que no se quitan fácilmente. ¿Para qué ponerlas cabrones? Tienes que raspar, usar agua caliente, dejarte las uñas y encima el pegamento parece superglue coñe, que se te irá pegando toda la mierda del universo en el maldito recuadro. 

Me saca de quicio la gente que "canta" encima de una canción pero que no se sabe las letras y encima desafina. Pregunto, ¿por qué? No tengo nada más que decir.

Me saca de quicio que el rollo de film transparente se me haga un lío. Buscar y rebuscar dónde se encuentra el principio entre los miles de miles de filillos que se han quedado incrustados porque tú has ido de loca de la pradera y has enrollado las cosas como si no hubiera un mañana y ahora, o enrollas una aceituna o no enrollas nada.

Me sacan de quicio los "abre fácil". Ni abren, ni son fáciles. Amos, no me digas.

Me sacan de quicio esos personajes que se ponen justo delante tuyo en la playa y te tapan las vistas del mar cuando hay espacio de sobra en cualquier otro lado. Les hacía comer arena. Así lo siento.

Me saca de quicio ver trailers de películas. Te destripan toda la historia. No solo eso, es que sabes estás viendo hasta escenas del mismísimo final. Lo que viene siendo muy mega ruin y rastrero.

Me sacan de quicio los cuchillos que no cortan.

Me saca de quicio todo aquello que es para diestros única y exclusivamente. Léase, sillas con mesa para escribir, tijeras, abrelatas, sacacorchos...menaje del hogar, vaya. El mundo gira en torno a los diestros y hasta que no eres zurdo ni te das cuenta.

Me sacan de quicio las personas, bueno, seamos sinceras, los hombres, que me explican lo que ya sé, lo que ya entiendo. Por ejemplo, cómo encontrar un archivo en mi propio ordenador, en qué consiste mi trabajo o cómo buscar una película en mi televisor. Agüita.

Y me sacan de quicio l@s racistas, l@s homófob@s, l@s machistas, l@s ultraderechistas, l@s gordófob@s, l@s maleducad@s y en definitiva, aquell@s que no respetan a los seres humanos, así en general. Punto.

Continuará?




Monday 23 October 2023

Antipáticas


 Queridos y queridas, este tema me toca especialmente la pepitilla. Avisad@s estáis.

Dicho tema no es nuevo, como es obvio. Mismamente el otro día escuchaba a las maravillosísimas Isa Calderón y Lucía Lijtamaer hablar sobre este asunto en el más que recomendable podcast "Deforme Semanal Ideal Total". En él explicaban cómo por ser mujer, estamos condicionadas por la sociedad a ser agradables y educadas a todas horas y en todas las situaciones posibles.

Una mujer cabreada, es una mujer histérica.

La perenne frasecita de "pero mujer, sonríe", creo, nos perseguirá de por vida. 

Aparentemente, una mujer no puede ser borde, contestataria, maleducada, seria, incorrecta. No, eso está reservado única y exclusivamente para los hombres. Las mujeres debemos cargar con unos pompones de animadoras permanentemente y no quejarnos. Punto.

¿Exagerada, yo? Ya veremos.

¿Feminista, yo? Sí, esto sí, para que nos vamos a engañar. Siempre.

Pero a los hechos me remito.

Para empezar voy a poner un ejemplo que muchos conocéis o, al menos os suena. Hace unos años, en un partido de tenis femenino, el juez de silla señaló una falta anti-deportiva a Serena Williams por, según él, recibir ayuda de su entrenador. Yo no entro si esto fue cierto o no. Pero ella no sólo se cabreó, sino que perdió los nervios. La lió pardísima. Lo recuerdo vivamente porque no hubo informativo que no abriese al día siguiente con las imágenes de una Serena Williams descompuesta. Y ya no digo en la sección de deportes, no, el propio informativo. Corte a un debate general. La discusión: si la tenista se había propasado en sus formas. No faltaron, por supuesto, tertulianos en la radio y en la televisión para debatir este tema. A mí, me parece curioso cuanto menos. Algunos tenistas masculinos llevan reventando raquetas desde que se inventó la pelota de tenis. Insultan a los árbitros, a los espectadores, gritan, amenazan y, sin embargo, o no se ve en las noticias o aparece como una pequeña reseña en la sección de deportes que es, sin lugar a dudas, donde pertenece. La diferencia de trato fue más que evidente. Ver a una mujer y, más aún, a una Serena Williams perdiendo los papeles era un notición. Porque las mujeres no debemos, no podemos descomponernos y, menos, ante millones de personas.

Pero no hay que irse a las grandes celebridades para encontrarnos estos casos. Nosotras, sí, sí, tú y yo, podemos llegar a sufrir este tipo de fechorías todos los días. 

Yo mismamente, en el trabajo, he tenido que aguantar que me llamen "antipática" en múltiples ocasiones. Todo porque no voy con una sonrisa en la cara como si fuera "Miss Alicante" las veinticuatro horas del día, señor. En cuanto estoy con una cara neutra, están los típicos "¿qué te pasa?", "¿por qué tan seria?" o el ya anteriormente citado "pero mujer, sonríe". Que cualquiera diría que trabajo de animadora infantil en vez de ayudante de dirección de cine. Y mientras mi compañero de trabajo está más serio que un poto nadie le dice nada porque claro, estará concentrado, en sus cosas, no vayamos a molestarle. Pero a nosotras no, a jodernos y aguantarnos, a sacar los pompones de nuevo y a animar el cotarro.

Pero esto viene, como siempre, de nuestra tierna infancia. De toda la vida se nos ha enseñado desde niñas a ser amables con todo el mundo, discretas con nuestras faldas, simpáticas con los invitados. Lo "lógico" y "normal". Mientras tanto los niños...los niños eran unos monos araña que se colgaban de las lámparas, que chillaban y si no querían saludar, no saludaban porque "claro, es que tienen un carácter...". No me digáis que no os suena. A mí la trompeta.

Y así vamos creciendo. Intentando complacer a todo el mundo, evitando la confrontación a toda costa e ignorando lo que es un "no" hasta que un día se te hinchan los ovarios. Te dices, "¿Pero tengo cara de gilipollas o qué?" y te lías la toalla a la cabeza y dices "Hasta aquí hemos llegado". Así que empiezas a poner límites. Sí, sí, comienzas a delimitar hasta dónde pueden llegar los otros y entonces, ah Mari Trini, es entonces cuando te conviertes, oficialmente, en una "Antipática". Porque ya no te riges por sus normas, sus reglas, sus absurdas exigencias. Ya no eres tierna como un "oso amoroso", ya tienes carácter. ¡Oh dios mío! ¡Cuidado, todos a cubierto! ¡Es una bomba nuclear a punto de estallar!

Lo vemos en políticas que no se dejan amedrentar, actrices o cantantes que ya no contestan preguntas machistas estúpidas, o mujeres de a pie que no van a sonreír porque a ti te salga de los santos cojones. 

Sonreiré cuando me salga de los ovarios, cuando algo me haga de verdad reír, cuando quiera, no por ser mujer y tenga que agradarte a ti, la mitad de la población. 

Sonreiré cuando no me digan que sonría.

Sonreiré cuando mis tampones y compresas no se consideren un artículo de lujo y sean de necesidad básica, como es lógico y normal.

Sonreiré cuando pueda andar tranquila de noche sin cagarme viva pensando que me pueden violar.

Sonreiré cuando no sienta que en mi trabajo tengo que demostrar el triple que mis compañeros masculinos para conseguir el mismo puesto.

Sonreiré cuando sepa a ciencia cierta que mis sobrinas no tendrán que sufrir ninguno de los problemas anteriormente citados.

Entonces, sí, sonreiré.

Tuesday 17 October 2023

Matt Damon y yo

 


Queridos y queridas, nunca he sido fan de Matt Damon. Me ha parecido como una patata sin sal, insulso. Le veía en las pelis y pensaba...meh. Ni fu ni fa. Un brócoli me parecía más expresivo, mira tú. 

Duras declaraciones por mi parte, lo sé.

Hasta que le conocí.

Corría el año 2016 y acababa de terminar mi primer trabajo como tercera ayudante de dirección de cine. Casi la palmo de la ansiedad y la histeria. En serio, casi me explota la almendra. Pensando que a partir de entonces ya no sería auxiliar de dirección nunca máis, como soy prima segunda de Murphy y su puta ley, me llaman y me ofrecen dicho puesto. Eso sí la peli es de Bourne y se rodaría entre Tenerife y Londres. No sólo tendría la oportunidad de trabajar con Matt Damon y Paul Greengrass, sino que, y más importante para mí, con Chris Carreras, el primer ayudante de dirección de muchas de las películas de Harry Potter, una auténtica leyenda. Yo, que me quiero dedicar a esto, no puedo perder la oportunidad de trabajar mano a mano con semejante titán del cine. Digo "dónde hay que firmar" y me voy para Tenerife. 

Nota: Ya nos vamos dando cuenta que tampoco se vive tan mal con este trabajo, que si viajas, que te pagan el vuelo, que te ponen el hotel, las dietas... Nos enteramos, ¿no? Y bueno, que las Islas Canarias vienen siendo un lugar recurrente en el blog, vamos. Solo quería subrayarlo. Gracias, prosigamos.

Total, que llego a la isla chicharrera y me acomodo en el hotel donde vamos a pasar casi tres semanas. No me quejo.

Comenzamos a rodar. "Exterior calle noche". Está claro lo que quiere decir. Que vamos a ser vampiros durante días. Comenzamos la jornada a las ocho de la tarde y, con suerte, a las seis de la mañana estamos de camino a la piltra. Bueno, por lo menos te puedes levantar y, cuan croqueta, ir rodando hasta la playa.

La escena consiste en unos disturbios por las calles de Atenas (en teoría Tenerife hacía de la ciudad helénica...la magia del cine), en los que Bourne ha de camuflarse para poder escapar de unos tipos que le persiguen. Todo muy original, oiga.

Total, que como ya hemos aprendido en este blog, debo tener cara de traductora oficial de los rodajes británicos, porque el segundo ayudante de dirección me llama al set, un vagón de metro ligero, y me dice que le vaya traduciendo a Matt Damon lo que el conductor le diga. 

Sin un mísero "nice to meet you", que es lo mínimo en estos casos. Me ponen en medio del muchacho actor y del conductor del metro y ala, ancha es Castilla, a traducir. Matt me mira concentrado mientras le suelto un rollo "macabeo" en inglés de cómo tiene que accionar el dispositivo para que éste abra las compuertas. Después de un monólogo Shakesperiano, él me mira, me sonríe, y me suelta en castellano "¿Cómo? ¿Así?" y abre la puerta. "Ah, ¿pero que hablas español?", pregunto entre anonadada y un tanto mosca tras el sobre esfuerzo mental con el que acabo de lidiar. "Un poco, mi mujer es Argentina", me contesta con un perfecto acento y todo "pichi". Pues ya me lo podría haber dicho un poco antes, básicamente unos diez minutos, cuando empecé a soltarle semejante milonga. 

Pero esto nos unió claro. A ver, no es que tuviésemos un saludo secreto a partir de entonces. El muchacho actor era muy amable y saludaba a todo el mundo por las mañanas. Me diréis, ¿lógico, no, Paulis? Pues no, queridos y queridas, la mayor parte de los actores y actrices de alta alcurnia pasan cuatro pueblos de lo que viene siendo la plebe, o sea, el equipo. A no ser que les puedas dar algo a cambio, por supuesto. Por ejemplo, los directores de foto. Porque son los encargados de que salgan con la cara lisita como una plancha o feos como un orco. Pues les conviene. ¿Pero conmigo? ¿Una mera auxiliar de dirección? Ni agua. Ojo, insisto, algunos actores y actrices. En mi experiencia, cuanto más experimentados sean los actores y actrices más educados serán. Los de la nueva escuela se les sube pronto a la cabeza y suelen ser medio gilipollas. Excepciones hay en todos lados.

Matt es bien. Nos saludamos, nos preguntamos que qué tal y ahí acaba nuestra conversación porque no le vamos a pedir peras al olmo.

Hasta aquel día que lo cambió todo.

Pero vayamos por partes.

Una vez acabada nuestra aventura en Tenerife nos volvemos diligentes a Londres a rodar parte de la película en un estudio, parte en localizaciones por la ciudad.

Nota: He de aclarar que Paul Greengrass, el director, viene del documental así que rueda de una forma super libre y a veces hasta radical. No se anda con chiquitas. Si ve un sitio que le gusta, rodamos ahí, así de simple. Que los productores se encarguen de los permisos y el papeleo que para eso están. Bien, aclarado esto, prosigamos.

La escena a rodar: Bourne huyendo de dos tíos que le persiguen de la CIA, para variar. De pronto, gira una esquina, ve una falsa puerta, entra y se queda dentro para despistarlos. Cuando han pasado de largo, sale de nuevo y, muy listillo él, corre en sentido contrario. Un hacha el Bourne.

Bien pues había que rodarlo, ¿no? Obviamente. ¿Qué implicaba esto? Que Matt (mi súper colega Matt), tenía que entrar por esa falsa puerta, quedarse dentro del cuarto, esperar un tiempo prudencial y salir escopeteado de ahí. Algunos, que sois listos como el hambre y seguís mis andanzas cuan fans empedernidos habréis adivinado lo que viene a continuación. Porque, en ese momento en el que la Paulis andaba un poco despistadilla, escucha al primer ayudante de dirección decir, "necesitaremos a alguien dentro del cuarto para darle la señal a Matt para salir". Mira alrededor. ¿Y quién creéis, queridos y queridas que fue la afortunada a la que le endosaron semejante honor? "Paula, tú le darás la señal desde dentro". ¿Quién? ¿Yo? Cómo no, surprise, surprise, qué raro que me toque a mí, mari Carmen.

Entro en el cuarto y... ay diosito de mi vida, oh my fucking god, que es un cuarto de basuras. Tal cual. Y, para más inri, sin luz. Matt Damon y yo vamos a tener que estar dentro de un cuarto lleno de mierda a oscuras cuando lo máximo que hemos hablado ha sido algo así como "pues la verdad es que hoy hace buen día", "sip, se ve despejado". Me echo a temblar. ¿Y yo qué hablo con este buen señor en la más negra oscuridad en un cuarto de deshechos?

Las primeras tomas ni tan mal, porque Matt literalmente tiene que entrar y salir así que es todo mega rápido. Por un instante, por un momento, creo que me voy a librar de tener que sacarle conversación. Qué ilusa soy. A estas alturas ya tendría que haber aprendido que la vida siempre, siempre se me complica si no me la complico yo. 

Paul Greengrass, el director, quiere hacer unos primeros planos de Bourne saliendo de la falsa puerta y para ello, ¿qué tiene que hacer Matt?, empezar dentro del cuarto de la basura dónde Paula le dará la señal para salir. 

Así que ahí estamos los dos, que casi no nos vemos, preparadísimos, cuando de pronto me comentan en la radio "Paula dile a Matt que casi estamos, que hay un pequeño problema técnico con la cámara". 

Mecagoenlaputayentodoloquesemenea que me toca hablar con él.

Silencio incómodo...

Me apoyo en un contenedor de basura. Me quito. Joder, que asco. Piensa, Paula, piensa, pordiossantoyelarcangelsangabriel, de qué hablo yo con este señor. ¿Qué tengo yo en común con un tío que viaja en jet privado y cena sushi todas las noches? ¿Que tiene casas de millones de dólares y con más baños que habitaciones y yo teniendo que compartir mi váter con dos personas y haciendo el baile del sambito en la puerta porque está ocupado y me cago viva? ¿Qué tengo en común, queridos y queridas? ¡¡¡¡¿Qué, coño, QUÉ?!!!!!!

De pronto, se me ilumina la bombilla...

"The glamour of filmmaking huh?" ("El glamour del cine, eh?"), me atrevo a decir. Oigo una risa en la oscuridad, sincera, risueña. "Fuck yeah" ("Joder, sí"), me dice con su acento bostoniano. Nos reímos, por que no es que se pudiese cortar el silencio con un cuchillo, queridos y queridas, no. Sino con un puto machete. Y a machetazo limpio me lo cargué.

Y no sé cómo empezamos a hablar entre toma y toma. En la opacidad. Entre desperdicios. De lo bien que iba el día de rodaje a pesar de todo, de lo majo que era Paul Greengrass. De pronto pasamos a sus hijas y su mujer. Y hablamos un poco de español. Y cuando mejor me lo estoy pasando ya hemos conseguido el plano, y tenemos que salir. Y la magia desaparece, y es una pena.

Volvimos a nuestros "good morning" habituales y a los "parece que hoy va a llover" frecuentes, pero de vez en cuando coincidíamos y alguna cosilla más sí que caía. Sobre España, sobre la educación, la inmigración. Daba igual, siempre había algún tema.

Hasta que llegamos al final del rodaje, y nos dijimos nuestros "adioses" y nuestros encantados de habernos conocido.

Desde entonces ya no le puedo ver igual, ni a él ni a sus películas. 

Ya de brócoli, nada. Es una patata con sal.

Y esta, queridos y queridas, es la historia de Matt Damon y yo.