Monday 25 July 2022

versión original


 Queridas y queridos, muchos no sabréis que durante cuatro años, como cuatro soles trabajé en los cines Princesa de Madrid. Comencé como palomitera, pasé a taquillera, luego a acomodadora y llegué a ser proyeccionista. Pero de las de antes, de las de vienen ocho rollos de película, hay que empalmarlos y luego pasar la película por todos los rodillos del proyector. Cada uno con su recorrido particular. Cada uno con su personalidad. Y siempre chequeando foco, los "lazos" y los platos. Un arte ya, por desgracia, muerto. 

Total que, como siempre, me embarro.

Que ese cine me enseñó muchas cosas. Entré por un par de meses. En plan trabajo de verano, y casi me tienen que quitar de ahí con agua caliente.

Lo que una aprende bien rápido es que el ser humano es, en esencia, básico. Se rige por instintos primitivos. Y eso no hace más que provocarle cometer incluso locuras. No piensa. Si quiere algo, y otro algo se interpone en su camino, sacará su faceta más animal. Mejor os lo cuento, ¿no?

El primer paso fue el palomitero. Había gente que le gustaba, yo no lo soportaba. Para empezar porque había que limpiar la olla de las palomitas todos los días y yo soy alérgica a cualquier quehacer manual. Pesaba un quintal, los productos que usábamos te dejaban sin fosas nasales y acababas sin espalda. Y si solo fuera eso. La venta de palomitas era más tenso que cagar sin pestillo. El cliente tiene su entrada sí. Pero ahora necesita su sustento y bebida y, por supuesto, lo deja para el último momento. No quiere que empiece la película y se haya quedado sin nada que llevarse al gaznate, no, quiere hincarlas el diente con el primer tráiler a ser posible. ¿Y eso que te supone? Pues malas caras, prisas, tensión, impaciencia y mucha, mucha, mucha mala leche. Solo hay una cosa que puede distender el ambiente, que los reyes de España (en ese momento príncipes de Asturias) estén en la cola con la plebe. Yo, que no me entero de nada porque voy siempre como una mecha, de pronto, grito "siguiente", ¿y a quién me encuentro? A la Leti, ella muy sonriente, y a Felipe detrás, sonriente también. "Un menú pequeño por favor". Sonrío y logro reaccionar. Son humanos, a fin de cuentas, pero impresiona. Me doy cuenta que todo el mundo está mirando. Ellos como si oyen llover. Les sirvo las dos bebidas y las palomitas pequeñas. Me dan el dinero, les doy el cambio y se van. Y como por arte de magia desaparece el hechizo, de nuevo la histeria, los nervios, las malas caras y las borderías. Qué ganas tenía de ser taquillera...

Y en taquillera me convertí.

Primera sesión. Taquilla. No numerada. Las taquilleras vamos vendiendo las entradas como churros. Hay una cola de escándalo. De pronto....Pim! Pam! Pum! Salen chispas de detrás nuestro, donde está el panel eléctrico. Todas, al unísono gritamos. Comienza a salir humo. El encargado, más relajado, nos indica que vayamos saliendo de la taquilla de una en una. Cuando llega mi turno, una señora me agarra la mano por debajo de la ventanilla. "¿Y va a haber película?", me pregunta. "No lo sé señora, para empezar tendré que salir de aquí", le contesto intentando zafarme. "Pues yo quiero que me devuelvas la entrada si no va haber película", insiste. "¡Señora, que tengo que salir de aquí!", le digo ya asustada porque empieza a haber un poco de fuego en el panel a mi espalda. Salgo tosiendo. Y de pronto veo que toda la fila de gente que estaba pidiendo una entrada nos está martilleando a preguntas a pesar de que han sido testigos directos de los chispazos y que están viendo cómo nuestro encargado está, extintor en mano, intentando apagar el fuego. Pero ellos nada. "¿Y entonces qué hacemos, nos quedamos o nos vamos?" "¿Habrá segunda sesión por lo menos?" "¿Y si ya he pagado la entrada?" (esa es, por supuesto, mi señora). Por fin, llega nuestro encargado pega dos voces que los deja a todos firmes y les explica que primero vamos a airear la taquilla, vamos a cerciorarnos que es segura y que luego ya veremos si todo funciona. 

Al final todo funcionó a las mil maravillas y la gente pudo ir a sus queridas películas pero ahí, en quince minutos de nada, se vio de qué pasta está hecha el ser humano...

Pero de esta pasta más y mejor más adelante.

De taquillera pasé a acomodadora. Cobraba más o menos lo mismo y trabajaba mucho menos. Pero todo era más cuerpo a cuerpo. Y tanto...

Un día estábamos acomodando una sala pequeña que estaba completa. Nos llega un matrimonio y al darnos las entradas nos damos cuenta que son de la sesión anterior, o sea, que no pueden pasar porque no tienen asiento. La señora, indignada. "Yo quiero entrar", nos dice. "Ya señora, pero es que está todo completo", le explicamos. "Pues me cojo una silla de estas de aquí fuera y me pongo en pasillo que no molesto a nadie", insiste ella. "Señora, eso va en contra de las normas y del protocolo. Las salidas tienen que estar despejadas por si hay una emergencia". "Que yo no me pierdo la película, hombre", y la señora se coge la silla y hace amago de entrar en el cine. La paramos, pero la tipa tiene fuerza. Por primera vez, habla el marido, "Carmen, venga no seas cabezota". ¡Madre mía! ¿Cabezota?¡ Esta señora es una mula! "Es que yo no tengo la culpa de que la taquillera se haya equivocado con la hora", ella requeteinsiste. "Bueno, pues suba y que le devuelva el dinero", le contestamos. Y aquí viene el momentazo. "Pero es que yo no quiero que me devuelva el dinero, ¿quién me devuelve a mí mi tarde, eh? ¿quién me devuelve a mí mi tarde?"

A eso no le supimos contestar...

Tras un par de años de acomodadora, comencé a compaginarlo con la proyección de películas de vez en cuando. 

Y en la historia que os voy a contar, queridas y queridos, vuelven las masas...pero a lo grande.

Última sesión. Sala de proyección. El encargado me manda poner las películas restantes. ¿Entre ellas? No Country for Old Men (No es país para viejos), que la estrenábamos ese mismo día. No estaba en una, sino en dos salas. Como ya he mencionado, éramos de la vieja escuela, proyector, celuloide, platos, etc. Para ponerla en dos salas pasábamos la misma película por dos proyectores y la única diferencia de una sala a otra eran unos segundos de retardo. Yo, obviamente no la había puesto en todo el día. Así que arranco la película y comienzan los trailers. Chequeo el foco en los dos proyectores y están fetén. Reviso platos, mirilla, sonido, etc., y todo va como un reloj. Ahora solo hay que esperar a que acabe. Me siento en una silla y cojo una revista.

De pronto, entra un acomodador. "¡Paula!¡Qué no se ven los subtítulos!" ¿Cómo? Corro como si me persiguiera el diablo a la ventanilla y, efectivamente, ni un subtítulo. ¿Pero qué...? ¡Coño el objetivo! ¡Que lo tenía que cambiar! Estaba puesto como para ver los tráilers, y lo tenía que poner en Cinemascope. Vaya desastre. Miro el reloj. No han podido pasar más de cinco minutos y sé que los primeros tres no hay ni una palabra. Salgo al hall. Silencio. Suspiro aliviada. Me dura poco. Sale una señora. "Oye, que no se veían los subtítulos", me dice muy enfadada. "Sí lo sé, disculpe las molestias, ya está todo arreglado, por favor vuelva a su sitio", intento defenderme poniendo un parche como puedo. "Pues rebobínalo", me dice muy seria. "No señora, no se puede rebobinar", le digo intentando no reírme sabiendo que es imposible. Antes de que la señora me pueda replicar algo más, sale una pareja de la misma sala y, lo que es peor, cuatro personas de la otra sala...la cosa se está complicando. Todos mirándome a mí, "¿Qué ha pasado? No se veían lo subtítulos. La queremos ver desde el principio.". Cada vez me agobio más, "Pero es que no se puede", me defiendo. "Pero es que son los Cohen", espeta uno muy digno, que acaba de llegar junto con otros tres. Cuento por encima y debo tener unos treinta en el hall, y cada vez van saliendo más. La masa. La jauría. No puedo casi respirar. Le digo a uno de los acomodadores que vaya a por el encargado. "Por favor tranquilícense", les digo a ellos aunque en realidad me lo digo a mí misma. "Es que o nos la pones desde el principio o yo me voy de sala en sala gritando. Vamos, es que si yo no veo la peli, ni dios ve la suya", amenaza un hombre con los ojos desencajados. "Hombre, tampoco hace falta, digo yo", opino un tanto asustada. "Es que son los Cohen", repite el mismo. "Que la rebobinen", insiste la señora. De pronto, el hombre de la amenaza se dirige a una de las salas adyacentes, abre la puerta y se pone a gritar. Le observamos, estupefactos. Solo uno de los acomodadores logra reaccionar y sacarle a la fuerza mientras cierra la puerta. "¿Pero qué está haciendo? ¿Está loco?", le pregunta. "¡Si yo no veo los Cohen, nadie ve su película!".

Antes de que llegue la sangre al río, aparece el encargado y se queda azul del percal en el que me hallo rodeada. Corre hacia la sala de proyección y apaga la película. Sale e informa a todos que va a poner la película desde el principio pero que tendrán que esperar unos minutos. La señora se me acerca con cara altiva y me suelta "¿con que no se rebobinaba, eh?". Me dan ganas de darla un tortazo. Si supiera lo que tenemos que hacer para poner la película desde el principio....

Digamos que es como un rollo de serpentina que hay que coger con muchísimo cuidado del plato porque si te descuidas sale volando y eso son miles de metros de película en el suelo que para volver a enrollar es muy pero que muy chungo. Luego hay que coger ese rollo e introducirlo en el otro rollo que está en plato. No se queda perfecto pero al menos puedes poner la película. Como no queda del todo correcto, tiene más probabilidades de que pegue un tirón y se rompa, así que el encargado me puso una silla delante del plato y me dijo "te quedas aquí sentada mirando que no le pase nada hasta que acabe la película". Dos horas de reloj por dos minutos de diálogo.

Al acabar la película fui a las salas a ayudar a los acomodadores por si acaso tenían algún problema. Nada. Después del circo, el gentío se había apaciguado. Creo recordar que no hubo ninguna reclamación, pero tampoco ninguna disculpa ante semejante espectáculo.

El ser humano cuando quiere, desea, necesita algo, le da igual quién se le ponga por delante. Somos rudimentarios, egoístas, nos movemos en masa. Cuando nos aprietan las tuercas es cuándo sacamos nuestros peores instintos. 

Los que te saludan, te dan los buenos días, te dan las gracias, te sonríen, te preguntan qué tal estas. Esos son la excepción a la regla. Creedme.

Queridas y queridos, sed la excepción a la regla por favor. Siempre.


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