Tuesday 6 August 2019

mi madre está en la cárcel. 1ª parte


queridos y queridas, hoy es sábado, ocho de junio, doce del mediodía y mi madre maría está bajo rejas.
no nos engañemos, se veía venir.
algunos se echaron las manos a la cabeza cuando se enteraron, claro.
"pero maría, ¿tú?", decían. "si tú no has roto un plato en tu vida", comentaban.
he de decir que a mi no me sorprendió en absoluto. para algo soy su hija.
si prestabas un poco más de atención, siempre hubo detalles, señales, que diría yo, indicios, de que, efectivamente, acabaría rodeada de presidiarios, ex-politoxicómanos y funcionarios de prisiones en algún momento de su vida.
todo, absolutamente todo, indicaba que mi madre, no sólo acabaría metida en la trena, sino que allí sería sumamente feliz.
pero esto no ocurrió de un día para otro, claro.
la semilla comenzó a sembrarse hace mucho tiempo... 

en la provincia de málaga había una vez un pueblecito blanco de pescadores. en el verano los madrileños llegaban desesperados huyendo de la ciudad en busca de calma, playa, cazón adobado y siestas eternas. era la época en la que se conducía sin cinturón, se fumaba en los hospitales, los churros iban a cinco pesetas la docena y las puertas de las casas se dejaban abiertas para que los niños entrasen y saliesen a sus anchas. 
todo como muy "cuéntame cómo pasó" primera temporada, claro.
en una casa del centro del pueblo, cerca de la alameda, pasaba sus veranos maría, de once años. a pesar de ser la mayor de cinco hermanos hoy se encontraba sola en casa. por no estar no estaba ni la tata. era por la mañana y se habían ido todos a la playa mientras maría se quedaba en casa a estudiar. le habían quedado las matemáticas. que conste que fue la única que le quedó jamás. era una niña trabajadora, aplicada, responsable, a veces demasiado, y no mentía nunca. bueno, esto no es del todo cierto. en el invierno de madrid no se sacaba al pequeño de casa, Jaime, a la calle si el termómetro de la terraza marcaba menos de 12 grados. no era raro pues, que a la pregunta por la temperatura, maría contestase con total convicción que eran más de los doce establecidos, por supuesto. era la excusa perfecta para pasar por la tienda de pasteles y comprar uno de coco, su favorito. jaime volvía a casa con la nariz roja como un pimiento claro, pero aún era muy chico para poderse quejar.
en esta ocasión pasó algo parecido.
bueno no, en realidad fue muy distinto.
mientras maría se volvía loca intentando descifrar las integrales en la mesa del comedor, sonó la puerta.
maría salió despavorida hacia la puerta. con tal de hacer un descanso, lo que fuera.
al abrir la puerta se encontró con dos ojos grandes y negros pertenecientes a una niña gitana de unos siete años.
la pequeña, tendió su mano y le pidió algo de dinero para comer.
maría le dijo que no tenía nada. la gitana insistió. maría se quedó mirándola pensativa. era tan pequeñita. la niña le rogó. a maría se lo ocurrió una idea. "espera aquí", dijo, dejando a la niña sola en la entrada.
maría volvíó enseguida con una bolsa de un kilo de arroz y otro de garbanzos. "toma, es lo que te puedo dar". la pequeña sonrió. "¿cómo te llamas?, preguntó maría. "rosa", contestó un hilito de voz. "yo me llamo maría". la niña asintió, dio las gracias y marchó calle abajo. maría se quedó en la puerta pensativa, observando cómo el cuerpo de la gitanilla se ladeaba ligeramente hacia la derecha por el peso de la bolsa. le hubiese gustado hablar más con ella. pero tenía que volver, muy a su pesar, a las integrales. con un resoplido, maría cerró la puerta.
a la vuelta de la marabunta a casa, la madre de maría no tardó ni un segundo en percatarse de lo que faltaba en la alacena. estaría bueno. sí, no vivían mal teniendo en cuenta la época, tenían casa de veraneo, no les faltaba para comer, pero con cinco hijos y como buena ama de casa mitad germana que era, pepita tenía contada hasta la última lenteja.
maría explicó con detalle a sus atónitos y ojipláticos padres lo acontecido esa misma mañana.
su padre se mostró un poco más comprensivo ya que conocía la naturaleza generosa de su hija mayor. pero su madre andaba un poco más alterada. "¡pepe luís, una gitana...en casa...sola!", repetía.
maría no entendía la controversia. como tampoco comprendía qué tenía de malo dejar a una niña sola en la entrada de su casa.
maría aguantó el chaparrón como pudo hasta que, aprovechando que la discusión se desviaba poco a poco hacia ellos mismos, se retiro sigilosamente a su cuarto desde donde se oía  de vez en cuando un "¡una gitana...sola...pepe luís...en casa!".
maría volvió pronto a su rutina de siempre. levantarse, hacer su cama y la de sus hermanos, ayudar a su madre con el desayuno, vestir a los niños para la playa, y estudiar matemáticas hasta bien entrada la tarde. cada vez que sonaba el timbre salía como un cohete a abrir la puerta y volvía arrastrando los hombros por el suelo. "de verdad chiquilla, ¿hay que correr tanto?", comentaba pepita mientras ponía los ojos en blanco.
pasadas un par de semanas, a la mañana, cuando todos andaban en la playa de nuevo, llamaron al timbre. maría abrió la puerta y allí estaba rosa. se sonrieron.
-"hola maría"
-"hola rosa, pasa y te doy una bolsa"
-"uis, no, no, entrar no que vengo muy sucia"
maría ni se había percatado, pero ahora que se fijaba sí, parecía que la habían rebozado por hollín.
-"es que hemos estado en el campo y no ha llovía "
-"¿no tienes agua en casa?", preguntó inocentemente maría.
rosa comenzó a reírse con fuerza. una sonrisa amplia, perlada y cálida.
-"¡no hombre, cómo vamos a tener agua en el poblao!"
-"pues venga, sígueme".
rosa no se movió. maría la agarró de la mano y se la llevó decidida. abrió el grifo para el baño. rosa miraba y observaba atónita. maría, acostumbrada a lavar a sus hermanos pequeños, desvistió a rosa en un santiamén y puso la ropa en un montón.
-"esto le echo un enjuaguito luego y te lo llevas limpio también. yo te presto algo de ropa de mis hermanas."
rosa, abre y cierra los grifos sin parar observando absorta el agua que aparecía y desaparecía cómo por magia. mientras, maría le lava el cuerpo y el pelo. intenta no fijarse mucho en el agua del baño negra como el carbón.
rosa, bañada, peinada y con ropa limpia es como una aparición. maría le da dos bolsas. una con su ropa lavada, y otra con un kilo de arroz y otro de lentejas, para que varíe.
de nuevo, maría observa cómo la niña se aleja. parece distinta, como si andase más ligera.

-"tú no eres mi hija, tú te has vuelto loca de remate, maría. pepe luís por favor, ¿pero tú estas escuchando a tu hija? ¡que ha metido a la chiquilla en casa! ¡que la ha desnudado! ¡que la ha bañado!"
-"claro que estoy escuchando, pepa. estoy pensando"
-"muy bien. tú piensa. pero te digo yo que mañana están aquí y nos rajan"
-"pepa, por dios"
maría mira a cada uno de sus padres cuando hablan, como si fuera un partido de tenis.
contarles la verdad no ha ido como esperaba. y esta vez es diferente. hay algo que ha hecho que no debería. que parece grave. lo sabe por el semblante serio de su padre. él suele ser el termómetro por el cual maría mide la gravedad del asunto y hoy el asunto es serio. el de su madre no suele contar mucho porque siempre es igual, por las nubes, sea lo que sea.
maría escucha la explicación de su padre. ese punto de vista ajeno a ella. por su juventud, por su implícita generosidad, por su ignorancia de las realidades del mundo que la rodea. y sobretodo sus diferencias.
maría no veía en rosa una gitana, parte de una familia con fuertes costumbres, protectores acérrimos de la preservación de la pureza de lo femenino, de lo suyo.
no.
maría veía una niña que necesitaba ayuda. nada más.
maría comprendió que, aunque solo fuera para que a su madre no le diera un ictus de los sofocones que se cogía, no podía meter a rosa en casa. pero se negaba a admitir que no podía seguir ayudándola. pepe luis, sabiendo que por algún lado tenía que ceder, aceptó que maría enseñase a rosa leer y escribir. eso sí, fuera de casa y al terminar sus deberes y obligaciones.
maría aceptó encantada.
pepe luis debió haber meditado un poco mejor en lo que decía...
al día siguiente, maría salió de casa con tres cosas: una pizarra, una tiza y una bolsa con garbanzos.
maría sabía perfectamente que en el único sitio dónde le dejarían a rosa tomar lecciones sería en el  propio poblado, así que allí quedó con ella.
sentadas a la sombra de un níspero, maría comenzó a enseñarle a rosa las vocales. no llegaron ni a la "e". en la lejanía se acercaba un chaval con la determinación de un toro miura. "mi hermano", le susurra rosa a maría. estupendo.
"¿tú que haces aquí, paya?"
"le estoy dando clases a rosa."
"¿pa qué?"
"bueno, para que sepa leer y escribir"
"eso no le va a servir de mucho..."
silencio.
"he traído un kilo de garbanzos".
el hermano mira a maría, las legumbres, de nuevo a maría. coge la bolsa y se va.
maría y rosa se miran y sonríen.

a partir de entonces la rutina de cada verano incluía las clases con rosa y, teniendo en cuenta la velocidad con la cual se vaciaba la alacena, ayudar todo lo posible en casa para tener a su madre contenta.
sin embargo al tercer verano desde el comienzo de las clases en el poblado algo importante cambió. el padre de maría la llamó al salón. al entrar lo encontró serio y pensativo. como intentando encontrar las palabras adecuadas. maría se sentó frente a él.
"lo siento muchísimo maría pero este año no vas a poder clases a rosa"
"¿cómo? ¿por qué? ¿está bien?"
"si, si. bueno, más o menos. sabes que es otra cultura, maría"
"¿y?"
"pues que la han casado, maría"
"¿a quién?"
"¿a quién va a ser? a rosa."
"pero si sólo tiene diez años"
"es otra cultura"
 "pero puedo seguir dándole clase"
"no maría, ahora trabaja con su marido. no tiene tiempo para estudiar. están de vez en cuando en la esquina de la alameda vendiendo cupones. les vi el otro día"
"¿cupones?"

a maría ya le costaba aceptar que no podía dar clases a rosa, ¿pero verla? eso sí que no. así que cada día pasaba por la esquina de la alameda por si la veía. transcurrieron un par de semanas pero por fin estaban allí. maría fue a llamar a rosa a grito pelado de la alegría. pero se paró en seco. la presencia de la persona que la acompañaba la calló. el señor con quien vendía los cupones de los ciegos. tenía el pelo gris plata, del mismo color que los ojos. las manos llenas de arrugas se apoyaban en rosa. por un segundo, maría juraría que sus ojos coincidieron, pero rosa giró la cabeza demasiado rápido para estar segura.
a lo largo de los años maría la vería de vez en cuando, siempre en la distancia. a veces con su marido, una embarazada, otras con los bebés.
y cada vez que la divisaba a lo lejos no podía evitar pensar en el hermano de rosa y esa frase tristemente visionaria..."eso no le va a servir de mucho..."



continuará...






11 comments:

villalobos said...

Me ha parecido una historia preciosa y contada extraordinariamente bien. Enhorabuena

Unknown said...

Preciosa historia... Deseando leer la continuación . Un beso Paula

Unknown said...

Fantástica Paula, Enhorabuena!! Esperando la siguiente entrega...😊

lamari said...

Hija, sigue...!!!!

la tía pau said...

Mil gracias Juan Luis. Besos

la tía pau said...

Quien eres? :)

la tía pau said...

Gracias Mari!!! Ahi seguire! Besazos

la tía pau said...

Quien eres?:)

Ana Bustos said...

Me ha encantado leer tu relato. Estoy deseando leer su continuación

origins said...
This comment has been removed by the author.
origins said...

Uyy, iba en el coche jeje.Esperando la continuación..