Monday 13 June 2022

Por los pelos


Queridos y queridas, hablemos de pelos. Y por favor, no les llamemos vello. Llamémosles lo que son, pelos. Pelos a gó gó. Y hagámonos una pregunta, ¿desde cuándo se le obligó a la mujer a ser casi lampiña, mientras el hombre hetero normativo clásico anda a sus anchas básicamente hirsuto?

Antes de que muchos me vayáis a la yugular, cierto es que algunas cosas están cambiando. Pero, como siempre, pocas y a velocidad de un chihuahua. 

El otro día mismamente, mi amiga Patri se pegó una buena hostia intentando proteger uno de sus diminutos alumnos que casi se matan los dos. El caso, que se hizo una herida en la rodilla derecha y tuvo que ir a la Mutua a que le viera el médico. ¿Su preocupación? ¿El dolor que sufriría en el reconocimiento? Para nada. Lo realmente importante era que el médico iba a ver la mata de pelos que Patri portaba en su rodilla derecha. El médico, de hecho, se quedó mirando. Pero ojo, ¿a la herida como buen profesional o a la mata de pelos? Nunca lo sabremos. Patri, colorada como un pimiento morrón, no era capaz de mirarlo a la cara y casi de articular palabra.

Y Patri no es única y genuina. Así funciona la psique femenina. Nos han inculcado ese odio acérrimo a los pelos desde bien pequeñitas. Aún recuerdo ver a mi hermana mayor correr con una banda de cera fría incrustada a la ingle por toda la casa como una loca, seguida de Pili, la mujer de mi padre, para poder quitársela gritando algo así como: "Alex, tranquilízate por dios, que no es para tanto!". Pero el dolor era sobrehumano. Cada vez que había que depilarse había que coger fuerzas de flaqueza e ir con la cabeza bien alta, como si una fuese al paredón. 

Luego llegó la cera caliente. Que mejoró un tanto nuestros llantos. Bueno, a quién quiero engañar, de lagrimones pasamos a lagrimillas, seamos sinceras. Te tumbabas en esa camilla inmunda de la peluquería del bajo derecha del edificio de enfrente de tu casa, dónde Loli te trataba como si fueras un camarón a la plancha. Vuelta y vuelta. Y con esa maravilla de cera reciclada llena de pelos ajenos que se apelotonaban en ese aparato de la época del Pleistoceno. Una fantasía.

Pronto también llegó la cera caliente para el microondas de casa. Yo me hice muy fan de este producto, sobre todo porque era mucho más barato. Hasta que llegó EL día. EL día que lo cambió todo. No me olvidaré de él porque coincidió con mi cumpleaños. Estaba yo preparándome para salir y como iba a ir con minifalda, me dispuse a depilarme las piernas. Mientras retiraba el palo de madera del bote con la cera ardiendo, me despisté y derramé el contenido entero en mi pierna izquierda. Casi la palmo del dolor. Yo, siendo yo, hice justo lo que no tenía que hacer. Irme a la ducha, mojarme y quitarme la cera, y con ella la mitad de mi piel. Mega agradable. Pero era mi cumpleaños, queridos y queridas, así que ni corta ni perezosa me fui con mis quemaduras de tercer grado a la farmacia, me dieron una pomada y unas gasas y así salí de fiesta, como una mamarracha hasta las 7 de la mañana. Porque así es la Paulis. Arsa. Al acabar la noche, no podía ni apoyar la pierna y me fui a urgencias. Os ahorro los detalles pero tuvieron que sedarme para aguantar el dolor porque se me había quedado pegada la crema a la herida. Estuve un mes y medio de baja. Tengo hasta la cicatriz que lo demuestra. Todo por unos pelos. ¡Por unos pelos!

Y todo esto cada vez ha ido a peor. Tras la cera caliente vino el láser. Y, ¿qué quiere decir esto, Paula?, os preguntaréis, queridos y queridas. Pues básicamente que te puedes quedar lisa como una Barbie, sin un solo pelo. Esto creó una nueva moda, y es que la depilación de las ingles cada vez iba a más, hasta que un día no había a dónde ir y desapareció por completo y ahora tenemos casi todas coños de niñas de cinco años. Viva.

Todo empieza sutil, delicado. Vamos a quitarte los pelillos de las piernas, te dicen. Y tú, ilusa, te dejas hacer. Duelen, sí, pero el dolor es soportable. Luego ya que estamos la de las ingles. Ahí las cosas se ponen serias. Y es entonces cuando entras en una espiral sin retorno porque una vez que te haces las ingles hay que hacerse los sobacos, y si te haces los sobacos no vas a ir con ese bigote, y menos con ese entrecejo hasta que, cuando menos te lo esperas te estas depilando el mismísimo culo. No me digáis cómo. Pero es así. Es como ir al Primark a por unos leotardos y salir con dos bolsas y trescientos eurazos menos en tu cuenta. Es que ni te has enterado de por dónde te han venido, pero sales con una cara de tonta que para qué.

Algunas se han plantado, han dejado de depilarse, y han pagado el pato. Amaia, la cantante de Operación Triunfo, se ha dejado los pelos de las axilas por lo visto, y a la peña le ha parecido tan interesante el tema que han escrito artículos, sí, sí, artículos hablando sobre esta super importante decisión en su vida. Para qué escribir sobre su talento o sus nuevos proyectos cuando podemos hablar sobre los pelos de sus sobacos, digo yo.

¿Y los hombres mientras tanto? Pues la mayor parte de ellos a su bola, con su lema "los pelos son varoniles". Pero no queridos, no. Si yo me depilo hasta la vulva tú te tienes que quitar algo porque si no yo como más pelo que un caballo alfalfa. Eso sí, ellos con cuchilla claro, no vaya a ser que les de un parraque con la cera, y luego la zona raspa más que un rallador. Pero ¡ojo! ellos dicen que se depilan, ¿eh?

Depilarse no es eso. Una cosa es depilarse y otra muy distinta TENER que depilarse. 

TENER que depilarse es otro mundo a parte. 

Es un universo paralelo que sólo entienden aquell@s que tienen que lidiar con ello cien por cien. Es ir a la piscina y estar estresada porque el de detrás te estará viendo los pelos de las ingles cada vez que hagas una brazada. Es ir a un concierto subir los brazos de la emoción, olvidarte que no te has depilado y pasarte la velada dando palmaditas a la altura del pecho con los codos pegados al cuerpo de la vergüenza como una lerda. Es montarte en el coche, quitarte la mascarilla, mirarte en el espejo retrovisor y darte cuenta que tienes un bigote a lo Frida Kahlo (¡mascarillas del infierno!). Es encontrarte de pronto un pelo negro azabache en la barbilla del tamaño de una hoja puerro. Es llevar falda, que te dé el sol y verte todos los pelos que se te han pasado depilarte que eso parece un trigal. Es irte quitando pelos de una ceja, emocionarte, acabar como Victor o Victoria y preguntarte, ¿cómo coño igualo yo esto sin acabar como Betty Boop? Es soñar con no tener un solo pelo en el cuerpo, no tener que soportar un tirón, un pasada de cuchilla, un quemazo de láser, en tu vida y en las próximas vidas que te toquen vivir.

Eso, queridos y queridas, es TENER que depilarse. 

Por los pelos, por los putos pelos.


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