Monday 9 May 2022

Cómo vomitar y no morir en el intento


Queridos y queridas, por favor pónganse los cinturones de seguridad, los cuales deberán permanecer abrochados durante el transcurso de este post. Observen que en sus dispositivos tienen diversos modos de salida. En caso de emergencia podrán darle a la x de sus ordenadores, deslizar con su pulgar en móviles o, en casos muy extremos, apagar directamente sus dispositivos. Muchas gracias por su atención y feliz viaje.

Comencemos.

Una no se levanta un día y decide tener un trastorno alimenticio.

De igual manera que una no amanece y se pone a vomitar.

Parece obvio, pero no lo es. 

Hay un camino, una travesía, una carretera, que una sigue sin saber muy bien hacia dónde le va a llevar. Hasta que una no tiene media cabeza dentro del water no se da cuenta de que la ha pifiado pero bien. Y, a veces, ni aún así.

La enfermedad comienza con las putas dietas.

Miento.

El cuento comienza mucho antes, pero no es plan de irnos al Pleistoceno, tendréis cosas que hacer, digo yo.

Las dietas son la muerte, el demonio, el infierno, la caca de la vaca, lo peor de lo peor. Os hacéis una idea.

No sólo minan nuestro físico, sino que minan nuestra moral. No hay frase que me dé más asco y grima que la de "pescado hervido con verduras". Buaj! Entre otras muchas, claro. Como "vamos a restringir tu ingestión calórica a la mitad". "Estos son los alimentos prohibidos". "¿Cómo te has dejado tanto?". "De desayuno un café con leche y dos galletas María integrales".

Pero aguantas. 

Porque no solo estás gorda. Eres gorda.

Hay una gran diferencia.

Al principio crees que estás gorda. Que tienes unos kilitos que perder y punto. Pero el problema es que en cuanto haces tu primera dieta entras en un círculo vicioso del que es muy difícil salir. Poco a poco pasas de "estar" gorda a "ser" gorda, que es un estado mucho más longevo. Y mucho más irreparable. Sobre todo cuando tu primera dieta comienza a los once años.

Así que tras unos meses de ese "pescado hervido con verduras" del mismísimo satanás, has llegado a ese peso ideal. Esa panacea que nos ponemos como objetivo. Ese K10.000 que parecía imposible pero que nosotr@s hemos conquistado.

¿Y ahora qué?

Pues ahora se acaba la dieta... Yupiiiiiiiiiiiiiii!

Ah, pero queridos y queridas, aquí comienza la pesadilla, porque una vez acabada la dieta, surge el hambre. No, el hambre no, la voracidad, el ansia por todo lo que no hemos podido comer en tres meses.  Es lógico. Hemos reprimido a nuestro cuerpo de miles y miles de calorías y ahora nuestro cuerpo clama venganza. Así que comemos. Al principio poco. Solo los alimentos que teníamos prohibidos y en pocas cantidades porque aún tenemos el estómago pequeño. Pero estamos alimentando a un monstruo. Y ese monstruo cada vez pide más. Y más, y más y más. Hasta que te das cuenta que has vuelto a ganar los kilos que perdiste. Así que vuelves al jodío "pescado hervido con verduras". Esta vez te cuesta más, claro, porque has dado de comer al monstruo todo lo que ha querido y más. Esta nueva dieta es una puta tortura y caes de vez en cuando en un atracón. Pero al día siguiente te dices que nunca más, Santo Tomás, y que serás fiel a tu queridísimo "pescado hervido con verduras" hasta el fin de los días, amén. Es mentira claro. Volverás a tener un atracón. Esta vez, mucho más gordo, porque la ansiedad se está acumulando. En tu mente solo tienes esa oportunidad para comer todo lo que quieras porque a la mañana siguiente tienes que volver a ser "normal". Así que arramplas, te comes todo y más, porque no hay más remedio, porque no hay un mañana. Y de pronto te das cuenta de que te has pasado. Que te encuentras fatal. El último bocado lo tienes casi en el paladar. Así que haces lo más lógico.

Vomitas.

No vomitas para compensar, eso viene luego. Vomitas porque no te cabe un ápice más de comida. Es naturaleza e instinto. Pero una vez que vomitas te das cuenta de que te sientes mucho más ligera. No sólo físicamente, sino psicológicamente. Es como si no hubiese ocurrido.

¿Es esta la solución a tus problemas? ¿Comer y vomitar?

Lo es, durante un tiempo. Demasiado tiempo. 

Pero todo tiene un tope.

Mi tope fue comer de la basura. Literalmente de la basura.

¿Seguís con los cinturones puestos? Ya os dije que vendrían curvas.

Comer hasta reventar, tirar los restos al contenedor, vomitar, sentirme bien y con más hambre y arrepentirme de haber tirado la comida y comer de la basura.

Pero no penséis que ese fue mi tocar fondo, ¿eh? No, queridos y queridas, tengo más fondo que el Titanic. Mi siguiente paso fue tirar el cenicero encima de la comida. Pero yo, muy digna retiraba la ceniza y me comía la comida de todas formas. Lo repito por si hay algún despistado, retiraba la ceniza del trozo de pizza y me la comía de todas formas. Por fin, para poder parar de comer tuve que tirar lejía sobre los restos de comida. Lejía, queridos y queridas, ni más ni menos. Básicamente si comía iba ingresada al hospital.

Me encantaría deciros que ya no me pasa de vez en cuando.

Me encantaría poder gritar a los cuatro vientos que ya no tengo que meterme los dedos para poder respirar del ataque de ansiedad que me entra después de comer.

Me encantaría comunicaros que es una enfermedad fácil de curar.

Me encantaría afirmar que ya no lo haré jamás.

Me encantaría...




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