Monday 23 May 2022

La mujer de rojo


 Queridos y queridas, ya sabéis que me gusta meterme en fregaos. Mientras escribo estas palabras me digo, ¿hay necesidad? Y me contesto a mí misma conmigo misma. Sí, la hay. Porque mientras haya temas tabúes, mientras haya asuntos que den reparo tratar, pues hay que sacarlos del armario y airearlos, que luego se pudren.

Hablemos de la regla.

Sangrarás, dijo él, cada mes, morirás del dolor y serás repudiada por la mitad de la población. Buen rollito.

Hoy en día el tema está más que "de moda" porque ha salido una ley que permite la baja por dolor menstrual, asumida por el Estado desde el primer momento y sin límite de días. ¿Es, en verdad, esta ley, necesaria? 

Analicemos el asunto.

A mí la regla me llegó a la tierna edad de los diez años, cuando vivía con mi madre en Estados Unidos, y con ella la llamada por teléfono a larga distancia de mi padre dándome la enhorabuena. Recuerdo el rubor al descubrir que mi propio páter sabía que "me había venido". Y no entender por qué eso de manchar la braguita era un momento celebrado, la verdad. Además que estamos hablando de hace unos treinta años, queridos y queridas, o sea que de compresas extra planas y con alas nada de nada, un dodotis que me iba del ombligo al coxis. Me paseé por casa a lo John Wayne ese primer día bajo la atenta mirada de mi madre. De verdad, no sabía qué coño había hecho tan sumamente excepcional para que todo el mundo me tratase de una forma tan peculiar.

Luego vino "el momento tampón". Porque queridos y queridas, tras unos cuantos veranos con el aire acondicionado pegado a la tocha y sin bañarme cuan gremlin cada vez que me venía la menstruación, vino el "momento tampón". Insisto, hace treinta años. Ahora no es que te pongas el tampón es que casi es succionado de lo fácil que es. Pero antes no, antaño eran de cartón piedra y claro, una no se había metido por la vagina nada...aún. Así que un día decidida te compran la caja de tampones light, y, Pili, la mujer de tu padre, te explica minuciosamente cómo ponértelo. Entras en el baño y empiezas con las prácticas, pero no hay manera, eso es un cuadro del Prado. Escuchas desde el otro lado de la puerta..."¿te ayudo?". Te empiezas a reír. Cómo te va ayudar Pili. Pero ella no se ríe. Ella entra despacio y, totalmente seria, repite "¿te ayudo?". A los cinco minutos eres Ariel cogiendo olas en el mar, feliz, aunque un tanto traumatizada por lo que acabas de experimentar.

Después de años y años y años con la regla comienzas a fijarte en las pequeñas cosas. Esas que luego ves que de pequeñas nada. Son grandes, e importantes.

Como esa manía que tenemos desde bien pequeñas de ocultar la compresa o el tampón cuando vamos a cambiarnos. Siempre en el bolsillo, o bien apretujadillo en la mano, como avergonzadas. No creo ser la única que le haya dejado un tampón a una amiga y se lo haya pasado como si fuera un gramo de cocaína. Por dios, que parecíamos delincuentes, abochornadas por nuestro propio cuerpo. Muy triste. Ahora no, caris. Ahora si me voy a poner un tampón no es que se lo meta en el ojo al de en frente claro, pero desde luego que lo llevo con mucha más naturalidad. Faltaría plus.

Y ya no hablemos de los anuncios de compresas. Ya sé que es un tema manido pero nunca es malo tratarlo y remover el coco un poco.

Por un lado tenemos a las "happy flowers" de los anuncios. Esas que son felices contorsionistas y lo mismo te corren una maratón que te hacen surf mientras, se supone, tienen la regla. A esas me dirijo en este instante. Que no, que ya no cae esa breva queridas, la menstruación es, efectivamente, esa mujer de rojo que viene y te jode la semana, por mucho que me quieras vender lo contrario. Ya no me trago tu mensaje, por mucho que me quieras meter la marca de compresa por la oreja. Punto.

Por otro lado tenemos los colores. Los colores, sí, los colores. No sé a vosotras pero desde que me vino la regla por primera vez en mi vida sangré azul. ¿Poner el líquido de los anuncios de compresa rojo? Por los clavos de cristo, ¡no! No vaya a ser que les demos un infarto a la otra mitad de la población. ¡Venga ya! Es, de nuevo, degradar lo natural. ¿No muestras la sangre en un anuncio de encías? ¿O de heridas? No te digo que pongas la "Matanza de Texas" hombre, pero virgensantísima, un chorrillo...

Y por último está EL dolor. Ese dolor agónico que a algunas nos entra dos o tres días al mes en los ovarios y que llegan a paralizarte. Según el Dr. John Guillebaud, del University College of London, compara los dolores menstruales, al loro, con los de un infarto al corazón. Repito, por si habéis pasado de largo por la última frase, infartos de corazón. No espasmos musculares, o agujetas. Putos infartos de corazón. Todo este tiempo pensando que tenía que hacer parapente mientras me desangraba, cuando en realidad lo que tenía que hacer es convertirme en bicho bola en el sofá y descansar de mis "infartos vaginales". O irme a un hospital, visto lo visto. 

Y es que, como hemos podido comprobar, la menstruación es un monstruo de múltiples cabezas. Así que repito, ¿es necesaria una baja por menstruación? Diría que necesaria sí, urgente puede que no. Creo que, por supuesto, habrá mujeres que se beneficiarán de esta ley. Si Benito se coge la baja por esa ciática, no va a ser menos Mari Mar que se quiere morir cada quince de cada mes. Pero sí creo que hay otros asuntos mucho más urgentes y que se quedaron fuera de dicha ley. Como bajar el 10% de IVA a los productos de higiene íntima femenina, considerados aún, artículos de lujo. Tócate la croqueta. Porque, que yo me desangre todos los meses es un lujazo sí claro, lo mismo que un libro o un CD vamos. Creo que esa parte de la ley urge mucho más y daría un alivio a todos los bolsillos.

Pero, queridos y queridas, somos mujeres, seguimos siendo, en muchas ocasiones ciudadanas de segunda clase. ¿Cómo? ¿Que soy una exagerada? Dile tú a un hombre que se desangre siete días al mes y que sufra dolores similares a los de un infarto cada vez, a ver qué te dice. 

O mejor aún, ¿qué pasaría si fuese así?

Intuyo sabemos qué pasaría. La baja por menstruación sería legal desde la época de Franco y los productos de higiene íntima se repartirían gratis en farmacias, estancos y puestos de lotería y apuestas del estado. 

Me juego mis ovarios.




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